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Suele pasar que uno llegue a Altafulla atraído por su playa en forma de media luna, de más de un kilómetro de longitud, y por el dulce clima de la Costa Dorada, que permite estirar el verano más que en el norte de Cataluña. Que, ya con los pies rebozados de arena, admire su genuina fachada litoral, el barrio de Les Botigues de Mar, compuesto por blancas viviendas de planta baja que eran en origen almacenes de pescadores en el siglo XVIII. Que una vez saciada el hambre de paella, el viajero se decida a abandonar el paseo marítimo y explore el casco viejo o La Vila Closa, antiguo núcleo medieval amurallado. Allí descubrirá un interesante patrimonio y una oferta gastronómica que supera el habitual repertorio chiringuitero. Lo más probable es que se anime a repetir la experiencia, fuera de temporada incluso
Porque Altafulla tiene mucho que ofrecer en términos turísticos, aunque absténganse de visitarla los que busquen ocio nocturno. Para eso, mejor los cercanos Salou o Sitges. Se trata de un destino que se exprime de día y donde los amantes de la naturaleza también encontrarán su sitio: existen preciosas rutas de senderismo como el Camino de Ronda que une el municipio con la playa Larga de Tarragona, entre pinares, calas y vestigios de la antigua Tarraco.
O el camino que va de la playa de Altafulla a la desembocadura del río Gayá que, como la mayoría de la zona, puede recorrerse en bicicleta. Hay rutas que aúnan historia y paisaje como la que va del paseo marítimo a la villa romana de Els Munts, casa del patricio Caius Valerius Avitus. O la ruta de los castillos, que incluye el de Tamarit, escenario de la boda de Andrés Iniesta.
Altafulla cuenta con una gran tradición de castillos de todo tipo, también humanos: su colla castellera celebra su 45 cumpleaños. Por algo los castells cuentan con un monumento conmemorativo en la plaza del Pou, junto al ayuntamiento, que representa a tamaño natural la torre de ocho que en 1878 consiguió ejecutar la colla Vella del Xiquets de Valls, una hazaña que solo ha vuelto a repetirse en la Fiesta Mayor de Sant Martí de 1999. Habrá que esperar al próximo mes de noviembre para ver si la gesta de una torre humana de ocho niveles vuelve a producirse.
Basta un paseo para comprobar que se trata de un municipio con solera. Lo corona el castillo de Altafulla, que se menciona por primera vez en 1059 y, en la actualidad, es propiedad de la familia Suelves, cuyas descendientes son habituales de la prensa del corazón: la exmodelo Blanca Suelves y María, que estuvo casada en primeras nupcias con Francis Franco, nieto del dictador. El edificio actual, fundamentalmente del siglo XVII, llama la atención por su impecable estado de conservación, aunque no puede visitarse más allá de la puerta enrejada con un murciélago como distintivo.
Según explica Narcís Carulla, del Centro de Estudios de Altafulla, en la actualidad el ayuntamiento mantiene negociaciones con sus dueños, que suelen pasar allí los meses de julio, para que se abra al público más allá de los conciertos que de forma puntual se celebran. También se trabaja con el consistorio para ampliar el horario de apertura del Museo Etnográfico de Altafulla, de momento, solo visitable sábados por la tarde y domingos por la mañana gracias al esfuerzo de voluntarios como Margarita Badía. Este museo, que ocupa el antiguo pajar del castillo, da testimonio del pasado eminentemente agrícola del lugar hasta el siglo XX, y reúne utensilios donados por particulares que Salvador Gatell se esforzó en recoger a medida que las casas cambiaban de usos.
La combinación de playas, naturaleza y actividades culturales convierten a Altafulla en un lugar propicio para el turismo familiar y para recorrerlo pareja. Hay opciones de alojamiento para todos los bolsillos. Desde apartamentos vacacionales a hoteles de cuatro estrellas como 'Gran Claustre' (Carrer del Cup, 2. Tel. 977 65 15 57) que cuenta con spa, piscina y jacuzzis climatizados en la terraza.
Con un total de 39 habitaciones, sus dependencias comprenden una de esas casas que florecieron en la Villa Closa en el siglo XVIII al calor del comercio de productos agrícolas que la oligarquía local estableció con las colonias americanas. Instalaciones modernas que se disfrutan en el marco de una arquitectura con encanto, con espacios como el pati dels tarongers (de los naranjos), entre el hotel y el castillo de Altafulla, habilitado a modo de terraza donde cenar o disfrutar de un cóctel.
Otra de esas históricas edificaciones, rehabilitada, acoge el mucho más asequible albergue 'Casa Gran' (Placeta, 12. Tel. 977 65 07 79) gestionado por la Generalitat, que tiene hasta una torre perteneciente a la antigua muralla. Se trata de una voluminosa masía –es el tercer edificio del pueblo en tamaño– con patio adjunto con terraza y cuyas características, cuenta con habitaciones de cuatro a diez camas, lo convierten en el lugar ideal para alojarse con niños.
En un rango intermedio están los hoteles de dos estrellas 'Oreneta' (Oreneta, 1. Tel. 977 65 23 60) y 'La Torreta' (Camí del Prat, 58. Tel. 977 65 01 56). El primero se encuentra ubicado más en el interior, pegado al casco antiguo y la iglesia de Sant Martí, y dispone de su propio restaurante con una zona de mesas al aire libre, abierta durante los meses de verano. Juega a su favor la accesibilidad, ya que se encuentra a 10 minutos en coche de la AP-7 que proporciona conexiones con Barcelona y Valencia. 'La Torreta' está a apenas unos metros de la playa y también cuenta con restaurante propio con terraza arbolada. Aunque hay opciones todavía más modestas para dormir en primera línea de mar, como el camping Santa Eulalia, con zona de acampada, bungalows y casas adosadas.
Una oferta diversa que se repite con los restaurantes. No faltan clásicos marineros como el 'Voramar' (Pons d' lcart, s/n. Tel. 977 65 06 30) especializado en paellas y arroces caldosos con bogavante, y cuyos calçots en temporada hay que probar. En 2017 ganó el premio al mejor arroz de España con un cremoso con seta shiitake y presa ibérica con mahonesa de foie a cargo de la joven cocinera Sara Nicolás. Ni opciones más gastronómicas como 'Les Bruixes de Burriac' (Carrer del Cup, 7. Tel. 977 65 15 57) del hotel 'Gran Claustre', con un menú degustación de 65 euros con maridaje de vinos incluido. A cargo del chef Jaume Drudis –con experiencia en restaurantes como 'Neichel', 'Freixa' o 'Chez Vous'– cuenta con otro menú de temporada más asequible que incluye platos como pollo de corral estofado en crepinette y jugo de maíz y arroz en infusión de leche de queso curado y piñones.
En los últimos tiempos han proliferado propuestas como 'Lola Bistro' (Marti d'Ardenya, 25.Tel. 977 65 0804), 'Les Bruixes' (La Placeta, 7. Tel. 977 65 00 70) o 'La Toque' (Monsèn Miquel Amorós, 11. Tel. 608 94 28 77) que, dentro de una gama intermedia de precios, intentan desplegar una cocina que se aleja de lo que cabe esperar de un restaurante de playa, con platos que denotan cierto esfuerzo creativo como el carpaccio de gambas, los canelones de pato o el pollo relleno de 'La Toque', y donde es posible comer por unos veinte euros por cabeza.
Por su parte, 'Lola Bistro' apuesta por cuidados platillos con productos de kilómetro cero, acompañados por una cuidada selección de vinos y cavas. Aunque quizás sea 'Les Bruixes', con una cocina mediterránea muy pegada al producto, el que ofrezca una atmósfera más romántica: de nuevo nos encontramos con una casa antigua en plena Vila Closa que ha conservado su antigua distribución, con distintas salas y niveles a la hora de organizar las mesas.
Aunque a decir verdad, uno de los estandartes de Altafulla es el nada pretencioso 'Granja de San Francesc' (Carrer de Mar, 1. Tel. 977 65 00 82) abierto desde 1962. Los fines de semana se distingue a lo lejos por la cola que se forma ante su puerta. Triunfa con especialidades de toda la vida como los pollos a l'ast (asados), las croquetas o los calçots rebozados en temporada, que pueden engullirse sin demora en las largas mesas de piedra de su terraza, dispuestas bajo un típico cobertizo catalán, o llevarse como avituallamiento. A aquellos que opten por el take away, les será muy útil el aparcamiento disponible justo enfrente del establecimiento.
La historia de Altafulla está presente hasta en su misma playa. De nidos de ametralladoras de la Guerra Civil a barcos hundidos donde practicar buceo o restos de ruinas romanas a pie de mar. Signos de que el tiempo no ha pasado en balde por un lugar que vale la pena en sí mismo, aparte de ser un excelente campo base para disfrutar de algunas de las playas más agrestes de la Costa Dorada, conocer Tarragona, a apenas 15 kilómetros, o dejarse caer por Port Aventura.