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Son las diez y media de la mañana de uno de los sábados más calurosos del verano, pero en el Parque de El Capricho aún se mantiene un tímido frescor. Una placita de toros (en la que nunca se celebró ninguna corrida) es la antesala de la entrada, de elegante forja blanca. Desde el umbral se atisba una pareja de jovencísimos recién casados posando junto a la Casita de la Vieja, a pocos pasos a la izquierda. No hablan castellano, pero sí parecen conocer bien el único parque romántico de Madrid y, girando sobre nosotros mismos con los ojos bien abiertos, se entiende su elección.
Algunos árboles forman túneles naturales, entrelazándose sobre la cabeza de los visitantes y dejando pasar la luz. La Casita, construida en piedra y troncos, recuerda a un cuento de los hermanos Grimm, y por la verja de entrada parece que va a cruzar, de un momento a otro, el fantasma de Maria Antonieta. "No me puedo creer que no hayamos venido aquí antes", comenta un madrileño mientras llegan el resto de integrantes de la comitiva.
Christian Parra, de 'HistoAventura', comanda este paseo por los siglos XVIII y XIX en la capital. Una ruta donde botánica, arquitectura y arte son piedras angulares, pero imposible de contar sin nombrar más de una vez a María Josefa de Pimentel. Ella, duquesa de Osuna, mujer poderosa y rebelde, fue artífice y dueña, y aún es protagonista, de El Capricho.
Sus ideas abiertamente revolucionarias chocaban de lleno con sus 14 títulos nobiliarios, y la pronta muerte de su marido la convirtió en una de las mujeres más influyentes de la época... y también más perseguidas. Formó parte de las Cortes Constituyentes de Cádiz y se empeñó en construir un Versalles en miniatura a las afueras de la capital, con resultados más que visibles.
El grupo arranca por un amplio camino flanqueado por cuidadísimas zonas verdes. Todos avanzan atentos a las palabras del experto, que cuenta el declive del legado Osuna, tres generaciones después de María Josefa, y el uso del terreno por parte del bando republicano durante la Guerra Civil. Después de funcionar como parque automovilístico y fallido complejo hotelero, en la década de los 70, el Ayuntamiendo consiguió hacerse con 14 de las 70 hectáreas de la finca original. "Fue la Escuela-Taller de Alameda de Osuna la que, con un presupuesto mínimo, comenzó a reformar los jardines", apunta Parra dejando que el visitante se recree en cada detalle.
De esta manera la comparsa llega al Paseo de los Duelistas: dos obeliscos enfrentados, coronados con sendas figuras de mármol. No hay acuerdo entre los estudiosos sobre el significado de la obra. La versión que se refiere el duelo entre el primo y el cuñado de Isabel II en este mismo lugar, contrasta con otra de más carga simbólica. "En el Parque de El Capricho nada es lo que parece, y aquí se puede ver una crítica a la monarquía, representada por el dios Perseo; y de apoyo a la duquesa de Osuna, con la diosa Atenea".
Con esa duda en mente el visitante camina entre parejas de la mano, abuelos empujando carritos y alguna que otra niña de comunión ansiosa por hacerse una foto en cada esquina. La parada ante el invernadero le sirve a Parra para explicar que la compra y venta de flores era algo más que una gran fuente de ingresos para la Casa de Osuna. Era también una manera de comunicarse entre familias afines y, por tanto, contrarias al régimen imperante. "Sufrían mucho espionaje, así que dentro de las macetas se escondía la correspondencia", explica el guía, volviendo a demostrar que verdaderamente aquí nada es lo que parece.
Siguiendo esta filosofía y siempre pendientes de las indicaciones de Parra, le llega el turno a la plaza de los Emperadores, o lo que es lo mismo, "la plaza nevada de Moscú en Doctor Zhivago (1965). Esta es solo una de las muchas películas que se han rodado en El Capricho, incluida El Gran Amor del Conde Drácula (1972)". Dejando atrás este enclave, con sus 11 regidores romanos y su exedra coronada por un busto en bronce de (sí, en efecto) la duquesa, llegamos a una de las joyas del complejo: el laberinto.
Dan ganas de perderse entre los altos parterres de laurel pero, lamentablemente, la entrada está prohibida al público, precisamente por la altura de las paredes, que llegan a los tres metros. "Los informadores se dieron cuenta de que pasaban demasiado tiempo sacando a gente que se perdía y decidieron cerrarlo", cuenta el guía, provocando sonrisas entre el público.
Las sombras y las fuentes consuelan el calor que se suele sentir en otros parques más céntricos. Mientras, se alcanza el buque insignia de la finca: el palacio neoclásico, hoy tapado parcialmente con un andamio. "Se aprobó el año pasado un presupuesto para rehabilitarlo y construir una Casa Museo de los Duques de Osuna", explica Parra. En cualquier caso, sí se pueden percibir las escaleras de doble tiro –"era el photocall de la época", apostilla el guía–, las columnas de hojas de acanto y los medallones como alegoría al dios Apolo. Una ostentación impensable en la parte opuesta, visible desde el exterior. "La fachada que da a la calle es mucho más sobria; preferían el lujo de puertas para adentro", detalla.
Justo al lado se ubica la puerta del famoso búnker, posición Jaca del bando repúblicano en la Guerra Civil, abierto al público en 2016 y que bien merece una visita en sí misma. Las cámaras de fotos van dando paso a los abanicos, mientras el jardín francés se ve relevado por el inglés: más salvaje, todo lomas, césped y senderos. "Es uno de los jardines ingleses mejor conservados de España", presume Parra. Es aquí donde se encuentra la imagen que a la gran mayoría se le viene a la cabeza al mencionar El Capricho: el Templete de Baco. María Josefa mandó construirlo al volver de su exilio en Cádiz, en el punto más alto del jardín, "a modo de perfecta anfitriona".
Estamos en un lugar en el que incluso los insectos vivían en la opulencia, y el grupo vuelve a lanzar exclamaciones de asombro al llegar al Palacio de las Abejas. Aunque la Venus original ahora es propiedad de las hermanas Koplovitz, según cuentan, la actual luce perfecta bajo la bóveda con flores de madera. "Un cuarteto de cuerda tocaba encima de cada torreón para que los invitados escucharan música mientras contemplaban las abejas, luego recibían bollería a modo de obsequio", escuchan los visitantes mientras se turnan para asomarse a ver el interior del palacio.
Con la sensación de estar un poquito más cerca de la nobleza de hace un par de siglos, la comitiva llega a la Rueda de Saturno, donde siete caminos salen de una columna en la que se ve con precisión a Saturno devorando a su hijo. Aquí la interpretación no da lugar a dudas: "Es una crítica a la Iglesia y a la Creación". La siguiente parada ofrece una cara distinta de la omnipresente duquesa de Osuna. Era una mujer extraordinariamente avanzada a su tiempo, pero también madre y abuela, y el fortín a tamaño real para el disfrute de sus nietos da fe de esa faceta, quizá menos conocida, de María Josefa de Pimentel. La isla funeraria en el lago en homenaje al tercer Duque de Osuna, donde destaca el puente de hierro y la cabaña de cañas, es otra de las muestras de su cariño familiar.
Un poco más adelante, paseando entre setos multicolores que varios artistas pretenden inmortalizar al óleo, se esconde una ermita, pequeña y sin atisbo de simbología religiosa, como única muestra de respeto a la Iglesia en toda la finca. Contrasta con la grandeza del Casino de Baile, al que solo se podía acceder en barca a través del canal, y al que el visitante actual no puede llegar de ninguna manera por estar "cerrado por conservación", valga la paradoja. Gracias a una imagen ofrecida por 'HistoAventuras', el invitado del siglo XXI puede ver los espejos, los suelos de madera y las pinturas, representando rituales masónicos, que lo decoraban.
Llegando al final de la visita, entre la tristeza del que ha visto algo muy bonito por primera vez y ya se acaba, y la alegría del que ya necesita sentarse con una cerveza fría, el grupo alcanza de nuevo la Casita de la Vieja. En su interior, el genio de la pintura Francisco de Goya, del que la duquesa de Osuna fue mecenas, pintó El Columpio y la Pradera de San Isidro. Mientras Ángel María Tadell, arquitecto de la casa, pedía que por favor "dejara de hacer garabatos" en su obra.
Tras la foto protocolaria y las correspondientes despedidas, a la salida de la finca viene a la mente la enorme personalidad de la duquesa de Osuna y es que, efectivamente, "si esta mujer hubiera nacido en otro país, tendría, al menos, dos temporadas de serie en HBO".