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“Lo llaman el pequeño Yukón”. Así lo asegura Alfonso Palazuelos, guía de naturaleza y fauna autóctona de la Montaña Palentina. Hablamos del territorio del oso pardo y del lobo ibérico que campan a sus anchas por las laderas y la espesura de este paisaje protegido (78.360 hectáreas) donde el humano escasea y el turista ni existe ante el magnetismo de los vecinos Picos de Europa. Sin embargo, pondremos rumbo norte ahora para buscar, más allá de la Meseta Ibérica, las cumbres del Espigüete y del Curavacas y el curso de los ríos Carrión y Pisuerga que nos guían por esta ruta capaz de capturar la esencia más salvaje de la comarca castellana. Arranca nuestro roadtrip por el Yukón palentino.
Primero, ubiquémonos. Con una extensión de 1.786 km2 y una población de tan sólo 20.000 habitantes, la Montaña Palentina se presenta para el viajero como una comarca remota que limita al norte con los Picos de Europa en Cantabria, al sur y al este con las llanuras del Geoparque de las Loras, en Burgos, y al oeste con los llamados “fiordos de León”, en Riaño. “Esto no va de productos turísticos” advierte Alfonso Palazuelos, vestido con ropa de camuflaje, prismático al cuello y manos al volante del todoterreno. En el maletero guarda un par de telescopios para divisar los grandes mamíferos que se esconden en la cordillera donde los pastores preparan la trashumancia con su ganado de variedad tudanca y los caballos de la variedad losina corren en libertad.
Si no fuera por los endemismos y el arte románico, en su mayor concentración de Europa, podríamos estar en el Territorio del Yukón. “Además de la fauna, la geología es muy parecida a la del estado canadiense”, afirma Palazuelos, buen conocedor del remoto paraje norteamericano, pues cada año dirige varias expediciones en canoa navegando por el río subártico entre Whitehorse y Dawson City. “Aquí en la Montaña Palentina también podemos ver canchales provocados por la gelifracción además de montañas no demasiado abruptas, páramos de brezo y escoba y lagunas glaciares”, añade el guía. “También tiene una gran cantidad de endemismos botánicos, por ser un espacio singular dentro de la península”, comenta. ¿Cómo explorar la zona? “Las principales actividades son el senderismo y la observación de fauna silvestre, especialmente los grandes depredadores como el oso pardo y lobo ibérico”, explica Alfonso Palazuelos. “También abunda aquí el gato montés, el ciervo, el rebeco y el jabalí”, concluye.
“Tomaremos como punto de referencia la carretera de los Pantanos (P-210) que atraviesa el Parque Natural de la Montaña Palentina para desviarnos hacia valles, bosques y miradores que no son tan accesibles en vehículo normal”, apunta el guía fundador de la empresa Europe still is wild, que ofrece diferentes recorridos de naturaleza nacionales e internacionales. En la Montaña Palentina cuenta con la habilitación para recorrer las pistas forestales que vertebran la reserva y conducen a puntos de avistamiento secretos. “Lo más popular es el oso pardo, aunque este es, sin duda, el mejor lugar para observar el lobo ibérico”, apunta el guía.
Empezamos nuestro roadtrip por el Yukón palentino desde Aguilar de Campoo. Es este el núcleo de población más grande de la comarca, declarado Conjunto Histórico Artístico y conocido como “pueblo de las galletas que mejor huele de España”. La culpa la tiene su fábrica de Galletas Gullón. Damos un paseo por la Plaza de España, la Colegiata de San Miguel, la Iglesia de Santa Cecilia, las ruinas del Castillo y las murallas que se elevan sobre el río Pisuerga, cuyo curso remontamos para descubrir el primer pantano de nuestro viaje.
Tomamos la carretera PP-2131 para ascender hasta la Campa de San Cristóbal y asomarnos al embalse de Aguilar. La bruma de la mañana se aferra a esta presa construida en 1963 que anegaría desde entonces las poblaciones de Cenera de Zalima, Villanueva del Río, Quintanilla de la Berzosa y Frontada. Cuando desciende la capacidad de este embalse se pueden ver los restos de estos pueblos fantasma, sumergidos en el mayor pantano de la provincia de Palencia.
Conducimos ahora por la CL-626 rumbo oeste entre praderas frías donde pasta el ganado a orillas del Pisuerga que nos muestra en la lejanía las primeras cimas de la Montaña Palentina. El sol de la mañana ilumina estos picos plateados de roca caliza coronados por el Espigüete (2.451 metros), el Curavacas (2.524 metros), el pico Murcia (2.351 metros), el Tres Provincias (2.499 metros) o el Peña Prieta (2.539 metros). Todos ellos suponen un reto para cualquier montañista, especialmente en temporada invernal, cuando son comunes los accidentes.
No tardamos en llegar a Cervera de Pisuerga, donde empieza la famosa carretera P-210 hacia Velilla del río Carrión. Sin embargo, el viajero puede optar por explorar una zona aún más desconocida desde esta localidad. Para ello, partiremos rumbo hacia Arbejal, punto de referencia de la Senda del Oso y muy cerca del pantano de Requejada, que recoge sus aguas del río Pisuerga desde 1940. La carretera ahora se convierte en un camino de tierra que asciende hacia el norte para dejar atrás el collado de las Doncellas y una de las mejores zonas para la observación del oso pardo y el lobo ibérico en su santuario. Sin darnos cuenta estamos siguiendo el histórico Camino Natural Lebaniego-Castellano, que comunica los Picos de Europa con la Meseta Ibérica y nos muestra el entorno más virgen del Parque Natural: el valle de Pineda.
En este territorio de origen glaciar no se ve rastro alguno de civilización, tan solo alguna cabaña de piedra donde se refugian pastores, cazadores y pescadores del río Carrión, que desciende desde el circo de montañas presidido por el pico Curavacas, sobre el valle. Aquí encontramos otra buena muestra de la glaciación, el pozo Curavacas, al que se accede caminando por las escaleras de Ves, que forman una bucólica composición de cascadas.
Dejamos el valle de Pineda para retomar la P-210 desde Cervera de Pisuerga. Tratamos de domar este su recorrido curvilíneo entre montes, valles y bosques de haya y roble que nos conduce hasta el parador nacional, uno de los pocos alojamientos de la zona, asomado al embalse de Ruesga (o de Cervera). Este pantano, situado en las faldas del Peña Celada, toma sus aguas del río Rivera, afluente del Pisuerga, y su construcción se remonta al año 1923. El mirador Alto de la Varga es un estupendo enclave para aparcar el coche y contemplar al este el valle del Pisuerga y al oeste el del Carrión, atrapados entre montañas y una espesura que esconde rincones como la cascada Cervilla del Agua o la senda del Gigante del Valle Estrecho.
La Lastra y Triollo son pueblos casi desérticos de estirpe ganadera que van apareciendo en nuestro itinerario mientras nos arrimamos al Curavacas. Descubrimos ahora el embalse de Camporredondo, que fue inaugurado por Alfonso XIII en 1930 y que salpica el pueblo de Alba de los Cardaños. Al lado se localiza su mirador homónimo, quizás el más popular de la zona cuando cae el sol y tiñe de color rojizo y morado esta laguna con apariencia de fiordo nórdico. El Hotel Pico Espigüete es otra opción de alojamiento en este lugar.
Bordearemos el pantano de Camporredondo hasta el cruce de Puente Agudín para desviarnos por la carretera P-217 buscando el arroyo de las Lamas hacia el punto de partida de la senda de la cascada de Mazobre. Esta es una de las rutas de senderismo más sencillas y concurridas del Parque Natural, de 6 kilómetros de recorrido (ida y vuelta) por un camino pedregoso, sin apenas desnivel, que avanza por el cañón del río Mazobre hasta esta catarata escondida en la cara norte del Espigüete.
En esta época del año el bosque muestra su faceta multicolor mientras en las cumbres se empieza a acumular la nieve. “Cada año menos”, se lamenta Palazuelos. Aún así, esta zona del norte de Palencia es una de las más frías de la cordillera, donde se puede acumular más de 30 centímetros de nieve en invierno. Dejamos atrás Camporredondo de Alba para toparnos con el último lago de nuestro roatrip por el Yukón palentino: el de Compuerto. Su mejor balcón, lo encontramos en el mirador de valle de Valcobero, perdido en el bosque y en uno de los recodos de esta carretera retorcida con la que los motoristas sueñan despiertos. Más allá de la gigantesca presa, construida en 1960, se extiende otro de los rincones de la Montaña Palentina que nos traslada lejos, muy lejos.
“El pinar de Velilla es uno de los pocos bosques endémicos que se conservan en la Cordillera Cantábrica”, apunta Palazuelos. Esta masa forestal se aferra a las laderas del majestuoso Peña Mayor y guarda el tesoro botánico del “pino enroscao”, el árbol más visitado de la zona. Antes de concluir nuestra ruta por carretera en Velilla del río Carrión, exploraremos la senda del pinar de Velilla. Este es una sencilla caminata de 3,5 km de ida y vuelta, ideal para hacer en familia y descubrir la última postal de la zona que parece sacada de las de las Rocosas Canadienses. Sin embargo, aquí, en la Montaña Palentina, las comparaciones no tienen por qué ser odiosas.
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