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Es la parte de la isla más alejada del volcán de Cumbre Vieja, lo que no quiere decir que, durante los seis largos meses transcurridos desde el inicio de la erupción, aquí no hayan dejado de sentirse los temblores de tierra y que llegasen las cenizas del cataclismo.
Estamos en la esquina noreste de La Palma, territorio que se debate entre su irrenunciable querencia oceánica y las alturas de las cumbres isleñas. El resultado de esta geografía tan loca, como los volcanes que la han creado, es compendio de lo que es la isla, una de las más altas y abruptas del mundo en relación con su superficie.
Rumbo al norte desde Santa Cruz de La Palma, la carretera enseña sus cartas desde los primeros metros. Curvas y contracurvas se aproximan a precipicios, se agarran a laderas verticales, ascienden lomos y cruzan barrancos. En algunas ocasiones la ruta se apiada de los viajeros y evita unas cuantas curvas con un túnel que atraviesa la montaña y cruza por un puente el desfiladero que parecía infranqueable.
De uno de estos últimos, el viaducto de Los Tilos, están especialmente orgullosos los palmeros. Inaugurado en 2004, tiene un arco de 255 metros de luz, lo que le convierte en el puente sin apoyos intermedios más largo de Europa, y cruza el Barranco del Agua, abismo de 150 metros en el municipio de San Andrés y Sauces.
Un corto desvío lleva a uno de los miradores más señalados de La Palma: el mirador del Salto del Enamorado. Oteadero destacado en una isla que cuenta con estos observatorios a docenas, su nombre recuerda una de las leyendas más unidas al acervo palmero. La escultura, situada en la punta de su proa, la escenifica.
Había una vez un pastor enamorado de una campesina, de la que no lograba ser correspondido. Como prueba para darle su amor, ella le retó a voltear sobre su lanza tres veces seguidas sobre el espantoso Barranco de Nogales, en Puntallana; si lo lograba, le entregaría su amor. Sabedor de su maestría en el salto sobre el vacío ayudándose de su pértiga, el enamorado aceptó.
“¡En el nombre de Dios!”, gritó en la primera vuelta, que dio sin problemas colgado de su garrocha sobre el vacío. “¡En el nombre de la Virgen!”, dijo mientras volteaba la segunda vez, en la que tampoco tuvo percance alguno. “¡En el nombre de mi dama!”, gritó ufano y ya convencido de su triunfo en la definitiva. Pero aquel tercer volteo no salió bien. La lanza resbaló y el enamorado cayó por el precipicio.
El monumento se alza en la cima del último risco del barranco. Desde sus alturas y rodeado de dragos ancestrales, se contempla una amplia porción de la costa nororiental palmera. Aunque hay que mirar más arriba, eso sí, cuando sea de noche, pues este oteadero es uno de los más frecuentados para ver las estrellas de los integrados en la Red Insular de Miradores Astronómicos. No en vano, el cielo de La Palma es uno de los más nítidos y menos contaminados para ver el firmamento.
De vuelta a ras de suelo, la tranquila San Andrés es la siguiente parada. Su casco antiguo, recorrido por calles empedradas con abundantes casonas de corte tradicional, se articula en torno a la iglesia de San Andrés Apóstol, una de las primeras que se erigieron en la isla años después de la conquista de los españoles, en 1515. La deliciosa plaza palmerada que se abre a su costado es imagen obligada de cualquier publicidad turística de la Isla Bonita.
Mucho antes de aquel tiempo, la región de San Andrés vivió una historia diferente. Sus vestigios se conservan en el Parque Arqueológico El Tendal. El moderno edificio del centro se asoma al borde de un barranco, en cuyo fondo se vislumbra una enorme oquedad volcánica. Es una cueva natural en la que vivió un clan de benahoaritas. Estos aborígenes de la Palma, originarios de África occidental, llegaron a la isla en sucesivas oleadas entre el primer milenio antes de nuestra era y el primero de nuestro tiempo.
El yacimiento conserva restos de cobijos y primitivas construcciones, así como tres necrópolis y un conjunto de grabados rupestres de una etnia que basaba su supervivencia en el pastoreo, la pesca, la recolección y la agricultura.
Otra clase de agricultura es el sustento y razón de ser de 'Destilerías Aldea', la única superviviente de las cuatro fábricas de ron que tuvo la isla. Lo hace, además, en sintonía con los tiempos que corren: productos de proximidad y procesos naturales en su elaboración a partir de la caña de azúcar. Fundada en 1936 por don Manuel Quevedo Alemán a su regreso de Cuba y la cercana Madeira -lugares donde aprendió la fabricación de la bebida-, 'Destilerías Aldea' mantiene la producción con la cuarta generación familiar, que conserva las maneras y el espíritu de su fundador.
En la tienda de la destilería, Óscar Pérez Barreto, relaciones públicas de 'Aldea', explica a dos visitantes alemanes las diferencias entre los sabores del ron blanco, “fresco y vegetal, con los aromas de la caña de azúcar”; y los que aporta el ron envejecido, “más complejo y con toques afrutados y de la madera de roble en la que ha envejecido”. Todo en perfecto idioma germano. “Los turistas que más vienen son extranjeros, sobre todo alemanes; son muy buenos clientes”, explica, para pasar de inmediato a un máster de urgencia sobre sus reconocidos licores.
“Toda la caña que utilizamos procede de plantaciones de esta zona”, cuenta Óscar en la puerta de la destilería mientras señala los cultivos de caña que salpican las irrenunciables plataneras que ocupan la mayor parte de la ladera. Unas 12 hectáreas que producen 200 toneladas anuales de caña de azúcar.
Una vez triturada la caña, el guarapo, el jugo obtenido, se fermenta de manera inmediata, “sin ningún proceso intermedio ni tampoco ningún aditivo químico. Es por lo que nuestro ron conserva intactas sus propiedades naturales”. Cuentan para ello con un flamante instrumento, un gigantesco alambique -más de diez metros de altura- recién importado de Brasil, donde se fabricó ex profeso para esta destilería, que produce entre doscientas y doscientas cincuenta mil botellas anuales.
La población más importante del noreste de La Palma da nombre a la comarca. Situada en la parte alta de la montaña, San Andrés y Sauces es famosa por su Entierro de la Sardina, una de las fiestas más señeras de la isla. También por otros tesoros que encierra, como el bosque de dragos de la Tosca y por explotaciones como 'Los Tumbitos', granja que produce un distinguido queso artesanal de cabras palmeras.
Sobre todas las referencias del lugar destacan la Fajana de Barlovento y el famoso Charco Azul. El desvío que lleva hasta su orilla lo señala un cartel muy especial. “Fue el primero de España escrito en chino”, explica Vanessa Rodríguez, guía oficial de La Palma y vecina de esta parte de la isla. Se puso porque venían muchos ciudadanos, especialmente mujeres, de China, en busca del recuerdo de una mujer convertida en uno de los más singulares personajes ligados a La Palma a causa de su trágica historia de amor.
Sanmao fue el seudónimo que utilizó la escritora taiwanesa Echo Chen. Tomó este nombre, cuyo significado es Tres pelos, de un popular personaje infantil de cómic de su país. Nacida en 1943, es reconocida en China y Taiwán por su carácter transgresor y progresista, que dejó patente en más de veinte libros, un guión de cine y numerosas letras de canciones. Con 24 años viajó a España para estudiar el idioma. En Madrid conoció a José María Quero, con quien se casó en 1974. Durante un tiempo se instalaron en el Sáhara, donde vivieron tiempos felices. Allí, Sanmao entabló amistad con José Saramago. La Marcha Verde les obligó a venir a vivir en las Islas Canarias.
El 30 de septiembre de 1979, José María Quero, que era buzo profesional, falleció frente a la fajana de Barlovento durante una inmersión. Está enterrado en el cementerio de Santa Cruz de la Palma. La escritora regresó a Taiwán tras el desgraciado accidente, aunque retornó en alguna ocasión a las Islas Canarias hasta que, en 1991, falleció en su isla natal.
En junio de 2014 se inauguró el Monumento de Sanmao y José María Quero en la fajana de Barlovento, dedicado a la memoria de los amantes y su infortunado destino. Justo enfrente del lugar donde murió el buzo, tres grandes mástiles metálicos curvos recuerdan los tres pelos que adoptó de nombre la escritora. Están rodeados de un círculo de ocho grandes cantos rodados de la cercana playa. Recuerdan la afición de la escritora a colorearlos para regalárselos a sus amigos. Sobre un banco permanecen las aletas y gafas del submarinista y, grabados en el suelo, se esparcen fragmentos y frases de la literata.
El monumento se alza en el borde de la singular Fajana de Barlovento, en cuya costa destacan varias piscinas naturales, como las del conjunto del Charco Azul. Consideradas las piscinas naturales mejores de la isla palmera, han merecido la bandera Ecoplayas. Las olas del océano Atlántico remueven, incansables, con su espuma las tres manchas azules que destacan en la negra fajana, mientras renuevan sus aguas y las mantienen frías. La mayor de todas es la más gélida, mientras que la mediana, el Charco de las Damas, resulta más atemperada. La más pequeña es de uso infantil. Un paseo marítimo discurre sobre la fajana y continúa por el borde de la isla hasta el núcleo de San Andrés. En la otra punta de la fajana abren sus puertas y disponen apetecibles terrazas varios restaurantes.
Guía práctica
- Ruta a Barlovento: desde Santa Cruz de la Palma, hay que tomar la carretera general del Norte (LP-1) dirección a San Andrés y Los Sauces.
- San Andrés: tranquila localidad de aire colonial, el municipio acoge varios atractivos como el Parque Arqueológico de El Tendal, 'Destilerías Aldea' -única productora de ron de la isla- y los miradores del Salto del Enamorado y Sanmao.
- Fajana de Barlovento: esta palabra, de origen portugués, define el territorio formado por las coladas de lava que penetran en el océano y quedan en superficie. Las coladas del volcán de Cumbre Vieja han creado dos, con una extensión próxima a las 50 hectáreas.
- Charco Azul: tres piscinas naturales en la costa de Barlovento, cuyas aguas se renuevan con las olas del océano Atlántico. Consideradas una de las diez mejores piscinas naturales de España, cuentan con aparcamiento, sombrillas y baños.
-Dónde dormir: 'Faro de Punta Cumplida'. Hotel-boutique situado en un faro inaugurado a mediados del siglo XIX. Tres suites íntimas junto a los acantilados. El establecimiento cuenta con piscina infinity y ofrece la posibilidad de subir al mirador de la linterna del faro, a 34 metros de altura.
- Dónde comer: 'La Gaviota'. Sobre las piscinas naturales de La Fajana, la carta que gobierna Willi Rodríguez es un espejo del océano que golpea la costa aderezado con toques orientales, en singular homenaje a la escritora Sanmao. Pulpo con mojo nikkei, tataki de atún rojo y teriyaki de toro son sabrosos ejemplos.