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Al igual que Víctor Hugo, son muchas las personas que experimentan un encanto parecido al descubrir Pasajes San Juan, pintoresco enclave del litoral guipuzcoano que conserva la arquitectura y el ambiente marinero de antaño. En euskera y oficialmente llamado Pasai Donibane, se trata de uno de los cuatro distritos del municipio de Pasaia (en castellano Pasajes) y es, con diferencia, el más visitado. A tan solo unos 5 kilómetros del centro de San Sebastián, merece la pena una escapada desde la capital donostiarra para descubrir este típico entorno pesquero vasco que parece esconderse en la angosta bocana del puerto de esta localidad.
Se puede acceder a él por tierra o por mar. Si nos decantamos por la primera opción, podemos llegar en coche o autobús hasta el inicio del estrecho casco antiguo de San Juan. Una vez allí, es casi imposible perderse, ya que hay una única calle, llamada Donibane Kalea, que atraviesa toda la localidad de un extremo a otro. Pasear por esta arteria, flanqueada por edificios de piedra ocre erosionada por el paso de los siglos, la brisa y el salitre, es un deleite.
Si se prefiere llegar por mar, hay que desplazarse hasta Pasajes San Pedro, el distrito gemelo al oeste de San Juan. Ambos se sitúan frente a frente, en los lados opuestos del estrecho por el que el puerto encuentra su salida al Cantábrico. San Pedro también destaca por su historia marinera -es la cuna de personajes ilustres como Blas de Lezo- y cuenta con un largo y relajante paseo marítimo junto al que existe un astillero abierto al público, Albaola, en el que actualmente se construye por medios tradicionales y artesanales un buque ballenero vasco. Sin embargo, los indudables atractivos de esta localidad palidecen frente a la belleza arquitectónica y paisajística de San Juan, en la margen contraria, adonde llegaremos embarcando en una lancha de color verde.
Esta bonita barca, conocida popularmente como La Motora, se ha convertido en uno de los símbolos de estos dos pueblos, a los que une con trayectos constantes a lo largo de todo el día. Tanto si nuestra visita arranca en San Pedro como en San Juan, es muy recomendable realizar la breve pero muy agradable singladura, que dura un par de minutos y cuesta 80 céntimos, con la que gozarán especialmente los más pequeños.
Sumergirse en la atmósfera marinera de Pasajes San Juan recorriendo la calle Donibane es un acto placentero. A los lados se yerguen fachadas blasonadas de palacios, antiguas casas señoriales y marineras que hunden sus cimientos en el agua salada. No faltan pequeños bares ni longevos restaurantes que desde hace muchos años sirven excelentes pescados y mariscos capturados por los arrantzales locales.
En varios puntos del trayecto el visitante caminará bajo alguno de los cuatro arcos de piedra característicos de esta “calle única, que siempre te lleva a donde quieras ir”, según escribió Víctor Hugo. El escritor decidió alojarse durante varios días en una gran casa de estilo marinero tras quedar prendado de la belleza del lugar. Esa vivienda, situada en el segundo de los citados arcos, puede visitarse actualmente de forma gratuita. En la primera está la Oficina de Turismo local y en la segunda se encuentra la exposición permanente Víctor Hugo, viaje a la memoria, que recrea la estancia del autor, reconstruyendo los espacios que habitó y mostrando algunos de los grabados y textos inspirados en este rincón guipuzcoano.
Un poco más adelante, después de dejar atrás la placa que recuerda que el Marqués de Lafayette zarpó desde aquí en 1777, llegaremos a la plaza de Santiago. Situada en el corazón del pueblo, abierta al mar y delimitada por casas altas y estrechas de madera que son el vivo y colorido ejemplo de la arquitectura popular y marinera de la zona.
La calle Donibane prosigue hasta que desemboca en el paseo Bonanza, ya fuera del casco urbano. En los meses estivales, cuando la caprichosa meteorología cantábrica suele mostrarse más apacible, es habitual ver en las inmediaciones a grupos de niños y niñas que se divierten saltando al agua mientras hacen acrobáticas piruetas. Algunos piden a los visitantes (de carrerilla en euskera, español, francés e inglés) que les lancen una moneda al mar para zambullirse tras ella con gran habilidad y reclamarla.
Durante el recorrido por San Juan es habitual ver un gran trasiego de embarcaciones por el canal. Entre ellas destacan las tradicionales traineras, que cortan el agua a golpe de remeros y remeras mientras los timoneles marcan el ritmo con incesantes gritos de ánimo.
Livianas embarcaciones antiguamente empleadas para la pesca, actualmente han dado pie a un deporte de élite. La bahía de Pasajes ofrece un marco ideal para el entrenamiento de estos equipos de cara a las regatas, en las que cada uno representa a un municipio de la costa vasca. Ver las traineras deslizándose enérgicamente sobre la superficie del mar es un espectáculo que subraya el carácter marinero de la zona.
En el periplo por Pasajes San Juan cabe la posibilidad de toparse con algún peregrino, ya que el Camino de Santiago del Norte pasa por este municipio. Para quienes hacen esta ruta, en la parte trasera de la ermita de Santa Ana, que se eleva visiblemente en un promontorio sobre el pueblo, hay un albergue local. Existen referencias que hablan de este edificio ya en 1573. Si sus viejas piedras pudieran hablar, narrarían con horror el brote de peste bubónica que pocos años después aniquiló a la mitad de la población femenina de San Juan. Muchos hombres se libraron por estar en el mar trabajando en la pesca o en las tripulaciones de la armada.
El paseo Bonanza zigzaguea siguiendo la forma de la costa hasta el lugar conocido por los lugareños como Puntas, donde se encuentran los faros que advierten a los barcos para que no encallen. Poco antes de que el camino se torne abrupto, se encuentra 'Alabortza', una cantina-merendero con terraza que durante los meses de clima apacible ofrece un excelente mirador desde el que contemplar el atardecer y degustar unos pintxos o platos locales a la parrilla a precios asequibles.
A partir de aquí, tras un recodo en el que hay una pequeña cala en la que es posible darse un refrescante chapuzón, el camino hasta el faro se torna tan abrupto y carente de medidas de seguridad que transitarlo implica cierto grado de riesgo, mayor aún a partir de la puesta de sol, cuando la visibilidad decrece. Este es, sin embargo, un momento muy especial para estar en San Juan: cuando los faroles comienzan a iluminar las calles y la brisa marina acaricia. Imaginando a Víctor Hugo pasando a nuestro lado. Entendiendo su fascinación.