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"¿A que es un chute de espiritualidad?" nos espeta Olaya nada más vernos la cara de bobas felices con la que nos sentamos ante ella, en la barra del 'Hoyu L´Agua'. "Síii" cabeceamos a la vez Natalia y yo, aún sobrecogidas por el subidón ante el Ídolo de Peña Tú. Peñatu para los asturianos, como cuenta Eusebio, el guarda del monstruo con visera que nos había atrapado. Es cierto que ese 'bicho' prehistórico de piedra lo tiene todo a su favor: el paraje en el que está enclavado, desde el que se divisa la sierra de la Borbolla, se adivina –si Eusebio te lo explica– el nacimiento de los ríos Cabra y Purón. Sopla el gallego que trae nubes blancas y negras a una velocidad de vértigo y tienes que agarrarte a los barrotes que protegen a Peña Tú para que el viento no te arrastre. Ese es el momento para escurrir la cara entre la reja y buscar la pintura rojiza que marca al personaje envuelto en una especie de manta, dentro de una caja muy parecida a un féretro festoneado, con una espada de piedra dibujada al lado, puntos rojos, figuras misteriosas… Es fácil irte a las ilustraciones de las primeras páginas de los libros de historia del bachillerato o a las series oscuras de hombres y mujeres con pieles y en cavernas.
Si justo cuando has localizado la cara del ídolo otro golpe de viento te arranca el sombrero es que estás en un lugar sagrado. Da igual que sea mayo –el momento en el que subimos– noviembre o agosto, ese sitio que todo asturiano de pro adora tiene algo. Sean las xanas (hadas en Asturias) o El Nuberu (el conductor de nubes y tormentas para los asturianos) se han encargado de protegerle durante esos 8.000 años en los que fue lugar de poder. Los campesinos del neolítico siguieron adorándole, y en la edad del bronce mantenía su influencia, asegura Eusebio, mientras enseña el dibujo que siempre lleva a mano para hacer entender las inscripciones que el investigador Miguel Ángel de Blas ha hecho durante toda su vida.
Lo cierto es que a esas alturas de la mañana –pasadas las 12 del mediodía– y tras la ascensión de algo más de un kilómetro entre helechos, avellanos, chopos, robles y los inevitables eucaliptos –pocos– todos empapados por la lluvia, sentadas al pie del monumento y girando la vista alrededor, terminé de comprender por qué asturianos como el pintor Eduardo Úrculo o el periodista Juan Cueto y tantos otros peregrinos de Peña Tú subían hasta la peña con un cierto rito. Entre bromas y veras, algo ancestral del lugar les fascinaba. Perdoné a mi amiga, que estaba sentada a mi lado perdida la vista en los valles que nos rodeaban. Ella me había arrastrado hasta allí, como dos décadas antes había hecho Úrculo con ella y Javier.
El Ídolo es un lugar dedicado a la muerte que está vivo; el dibujo del noble o guerrero prehistórico que allí figura no ha podido ser conjurado por la cantidad de cruces católicas grabadas en la piedra contra los ritos paganos. "La visera que le protege y la orientación al este le han salvado la vida, porque si no el gallego hubiera dado buena cuenta de él" remata Eusebio, que acaba de ponerse a nuestras espaldas, tras mostrar a una pareja recién llegada la parte de atrás del monstruo sagrado.
Ya en 'El Hoyu L´Agua', ante Olaya y sus enormes ojos azules que nos miran con complicidad porque ha adivinado a qué se debe nuestra cara fascinada, la sensación perdura. Los hermanos Carrero, que mantienen 'El Hoyu' abierto al otro lado de la carretera nada más dejar atrás el centro de cultura (cerrado, solo se abre previa petición de cita) han montado un lugar en el que acoger los efluvios de las xanas con que bajan los visitantes del peñasco. Desde el mostrador con colorido habanero las escobas y los instrumentos de labranza que cuelgan sobre las mesas dispuestas para la sidra o para comer; las fotos en blanco y negro coloreadas por otro de los Carrero que dan muestra de la antigüedad y los oficios de los descendientes del hombre tallado en la roca mágica...
El aura tontuna se nos evapora lentamente gracias a las tapas de Olaya. La espiritualidad no nos ha llenado la panza. Suele ocurrir y los ojos se nos van tras la pizarra: fabada, garbanzos con pantruque, chipirones afogau, cabrito guisau… Pero aún falta un buen rato para comer. Hasta que nos paramos en la palabra clave ¡Tortos! (con picadillu, pisto, cabrales). La boca se me hace agua, (ya le explicaré a Nata qué son los tortos) y pasando de mi amiga con la complicidad de Olaya, me lanzó a pedir los tortos con cabrales y con pisto. ¡Un éxito!
Con el estómago entretenido y feliz, la sidra repartida por las venas y bastante menos catatónicas que una hora antes, nos decidimos a rematar la mañana en los bufones de Arenillas, a la espalda del Hoyu, a 15 minutos escasos, porque todo está en ese pueblo maravilloso que es Puertas de Vidiago.
Atravesamos Puertas –por favor, ¡Casa Poli! Quien pueda que no se la pierda– camino de los bufones, con la esperanza de que el bufido de alguno de ellos nos despeje el otro tipo de modorra menos mágica, la que da el estómago satisfecho. Nos quedamos sentadas escuchando el bufido del mar en los agujeros. Tronaban todos los monstruos marinos y aunque el Cantábrico solo estaba picado y faltaba un rato para la marea alta que nos escupiría el agua en la cara a través de aquellos barrancos excavados en la roca, nos atrapó el recuerdo de que tan solo la tarde de antes habíamos salido de Madrid.
Todo había empezado la tarde de antes, cuando llegamos a la Playa de la Franca, donde se encuentra el 'Hotel Mirador La Franca', un lugar que a finales del siglo XIX era una Casa de Baños y en los años 20 del siglo pasado, parador. Reconforta entrar allí tras cinco horas de viaje, con la caída del sol y la soledad de un viernes primaveral, con la marea alta. Conseguir habitación en julio y agosto es un imposible, pero desde Semana Santa hasta el puente del 12 de octubre, el lugar es una delicia y la mitad de las habitaciones dan al mar.
Tiradas las maletas en el hotel, nos marchamos a Colombres, donde unos amigos nos habían recomendado el restaurante de 'El Mexicano', algo surrealista de entrada, salvo que conozcas algo de la historia del pueblo. Comprendes qué pinta allí el restaurante cuando recorres el lugar –diez minutos– y contemplas las villas indianas de los próceres que emigraron a México. Los actuales dueños de 'El Mexicano' son descendientes de asturianos de Colombres, regresados a la tierra de los abuelos. Un camino inverso al de tantos jóvenes.
En la plaza, antes de entrar en el restaurante (hay que reservar) nos volvimos a quedar colgadas del Museo del Indiano, que merece capítulo y visita aparte. Al atardecer, de regreso a 'La Franca', al pasar por debajo del viejo puente del tren se escuchan las ranas del río Purón que desemboca en la playa y el canto de las xanas, no es difícil imaginar las ballenas y los barcos balleneros, a Belén Rueda corriendo por la playa, el anuncio, la película de El Abuelo....
RUTA DE UN DÍA –O DOS– PARA ECHAR LOS MIASMAS FUERA, CON POCO ESFUERZO DE ÁNIMO Y DE BOLSILLO. EL CAMINO LO PONE TODO. El oriente de Asturias: 'Hotel Mirador La Franca', Ídolo de Peña Tú, Puertas de Viago, Bufones de Arenillas, Museo del Indiano.
PRODUCTO TÍPICO: LOS TORTOS. Tortas hechas con harina de maíz y agua con un poco de sal y fritos en buen aceite de oliva. Solas o acompañadas por dulce o salado, calientes están de muerte. Era una comida antigua y pobre, que cayó en desuso hasta hace poco….(Hay miles de recetas, escoger una asturiana). La Harina de maíz es fácil de encontrar desde Panes hasta Unquera, en cualquier tienda de productos típicos.
UN CAPRICHO. En el 'Hotel de La Franca', a partir de junio y en la entrada hay una especie de boutique ambulante, que monta una hija de los dueños, con muchas cosas traídas del sur de Francia. Desde chaquetas, a bolsos y tocados. Si rebuscas, siempre hay algo con toque chic.
SABER MÁS. En el Museo del Indiano encontrarás los libros para entender la zona, detalles para madres, suegras y niños. En Llanes y Unquera, lo que quieras.