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Hay rincones que pueden atravesarse sin ver a una sola persona. Uno de ellos, especialmente entre semana, podría ser Ujué. Sin embargo, su carácter defensivo, en un pequeño promontorio en la zona media de Navarra, sus calles empedradas y su inconfundible aroma a migas de pastor desde que se entra en la localidad, convierten este pueblo de cuento en la escapada ideal.
"El pueblo se construyó en torno a la iglesia-fortaleza de Santa María. A partir de ahí, se fue habitando hacia abajo, hacia las afueras, donde hoy todavía se conservan las ruinas de la antigua Iglesia románica de San Miguel", dice Rubén Sánchez, alcalde de la localidad.
Rubén pertenece a una de las generaciones intermedias de este pueblo orgulloso de su pasado, pero también de un presente que llama a los más jóvenes a apostar por la vida en el medio rural. "Es cierto que el comienzo del éxodo hacia las ciudades llegó con el tractor, pero a partir de los años 80 llegó la falta de arraigo, la fiebre por vivir en las grandes urbes, por conquistar el mundo. Sin embargo, pienso que la recolonización del mundo rural va a venir con la mujer, pero si no se las dota de unas medidas de bienestar, va a ser difícil".
Pero hay una realidad con la que coincide Rubén y otros vecinos del pueblo. Si algo se respira en Ujué es bienestar, aunque el filtro y el precio por ganar esa tranquilidad lo ponga cada uno. Raquel Ayesa trabaja en el 'Mesón Las Torres', propiedad de su familia, uno de los negocios hosteleros más emblemáticos del pueblo. "Aquí solo vive una amiga mía. El resto, todas en Pamplona. Ambiente solo hay los fines de semana, y algo, depende de la época, donde nos reunimos aquí. Y entrar en el bar significa hacer vida social con gente de todas las edades, incluso con tus hijos".
El ambiente en pueblos como Ujué dibuja esta fotografía. Momentos sociales salpicados por todas las edades. Mujeres de 60 y 70 años jugando al mus o tomando el vermú, mesas desde las que niños con refrescos o abuelos con pacharán ven el partido de pelota. "La verdad es que Ujué ha cambiado mucho desde que era pequeña. Ahora la poca gente que queda es muy mayor. Quedan muy pocos niños o gente incluso de mediana edad… Pero es un sitio muy tranquilo para vivir, aunque tienes que coger el coche para todo. Nos da bastante pena", comenta Raquel desde la barra del bar 'Las Torres'.
Su tío Ismael es el propietario de 'Las Torres', mesón y bar que regenta junto con su mujer, Ana Ibáñez, desde hace 25 años. El aroma a migas llena las calles del pueblo. "Las hacemos con manteca de cerdo, sebo de cordero, jamón, tomate, ajo y champiñón o setas. Se hace un sofrito previo y se va bañando el pan para que coja una soltura adecuada".
El sofrito lleva unas dos horas de preparación. Un tiempo que en rincones como Ujué pasa despacio, y se valora de una manera especial. Aquí no hay prisas, solo calendarios en la pared anunciando las festividades del pueblo o el cambio de estación. "Esta es una receta de nuestros pastores de Ujué. Nuestro padre era pastor, nos enseñó la receta, pero nuestra madre la mejoró. Ella tenía una tienda de ultramarinos, pero pronto compraron el mesón donde mi madre se incorporó como cocinera. Fue aquí donde le empezó a dar el verdadero sabor a la miga".
Junto a las migas, las costillas de cordero a la brasa con pimientos del Piquillo son otro de los platos que llenan de color el universo de piedra y madera de 'Las Torres'. "A la leña eh, que salen doradas, ya que el carbón les quita brillo", matiza Ana desde el fuego. El tinto de las 'Bodegas Vega del Castillo' riega las migas y las costillas. Pertenece a la Bodega Cooperativa que aúna los pueblos de Ujué, Pitillas y Olite. "Siempre consumimos vino de la tierra", sonríe orgulloso Ismael.
En una mesa del mesón, Íñigo Ibáñez, hijo de Ismael y Ana, y primo de Raquel, observa la televisión. Con 16 años, no es de los adolescentes que miran el móvil sin cesar. "Entre semana estoy solamente yo y los fines de semana vienen tres o cuatro amigos que tienen casa aquí. Yo prefiero esto a vivir en un pueblo mayor, como Tafalla; me gusta la tranquilidad y creo que cambia mucho el ritmo".
Hay algo de analógico entre los adoquines de Ujué. En la tienda de garrapiñadas 'Regino Sola', las hermanas Nieves y Loli son de las últimas generaciones en nacer aquí. "Lo de la despoblación no tiene solución, ya que, si no hay trabajo, la gente no va a venir a vivir", dice Nieves.
Pero su pequeña tiendecita desprende vida y ambiente. "Esto lo abrió Regino Sola, hermano de mi abuelo, en 1927. Él era de Ujué y nuestra familia tenía almendros y frutales. Aunque en un principio la almendra garrapiñada se hacía para consumo en las casas, al ser producto que triunfaba en los descansos de las romerías, se empezó a comercializar".
La familia Sola era gente de campo, que como en otros muchos rincones que hoy forman parte de la España vaciada, aprovechó lo que mejor sabía hacer en su tiempo libre convirtiendo su don con la almendra caramelizada en una fuente de ingresos. Y ya de paso, hacer un poco más feliz a la gente del pueblo.
¿Los ingredientes principales? "Agua y azúcar para la cobertura de la almendra". Parece fácil, pero el secreto lo guardan estas hermanas que se resisten al wifi y a los datáfonos, rodeadas por libros de la Navarra más legendaria, rosquillas artesanales y miel de las colmenas del pueblo.
Un rincón que, a pesar del éxodo, deja la sensación de ser un privilegiado, protegido por su imponente fortaleza de Santa María, casi celestial, en estos tiempos en los que la vuelta a las raíces es un ingrediente más en el frenesí diario.