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En el siglo IV, muchos aristócratas romanos se sentían asfixiados por las enormes cargas fiscales a las que se veían sometidos en las ciudades, explica el arqueólogo de la Universidad de Granada Julio Román Punzón. Dejar atrás la ciudad suponía irse al campo. Allí, estos potentados acostumbrados al oropel y las comodidades propias de su estatus se hicieron construir espectaculares villas con un doble objetivo: vivir lo mejor posible e impresionar a sus visitas. En Salar, al sur de la provincia de Granada, se descubrió en 2004 una de ellas. En este momento es una de las construcciones romanas más interesantes que se conservan en España. Lo que el visitante puede contemplar ahora no es más que una parte de lo que en su momento fue esta lujosa villa. Si el proyecto arqueológico mantiene la buena orientación actual, los próximos años depararán nuevas y magníficas sorpresas.
La villa se puso en pie en el siglo IV y estuvo en uso hasta el VI. Julio Román Punzón, experto a cargo de los trabajos arqueológicos que en la actualidad se desarrollan en el lugar, cuenta que más allá de la suntuosa villa que acogía al propietario, el dominus, a su alrededor habría una explotación agropecuaria de los habituales cultivos mediterráneos, olivos y vides.
Román explica que, a falta de descubrir nuevas construcciones, la explotación estaría conformada por la vivienda del aristócrata –la parte actualmente visitable y en la que trabajan los arqueólogos–, a la que habría que añadir casas de campesinos, almacenes varios, corrales y probablemente almazaras para el aceite y lagares para producir vino. El dominus tenía que mantener la riqueza actualizada y eso requería tener una explotación en marcha. De hecho, dado lo suntuoso de la villa, Román le da vueltas a la idea de que el aristócrata regentaba más negocios que los agropecuarios. Y ahí entra la posibilidad de que fuera propietario de alguna cantera en las cercanías.
La villa de Salar es excepcional porque su propietario no se conformó con cualquier construcción. Julio Román cuenta que el dominus contrató a arquitectos de primera, probablemente del norte de África, conocedores de los últimos métodos constructivos y de ornamentación disponibles. La residencia se encuentra en una zona que sufría muchas inundaciones y ese fue probablemente el motivo de su abandono definitivo en el siglo VI. Hoy, la villa depende del ayuntamiento de Salar que organiza dos visitas diarias cada día de la semana excepto lunes y martes. El primer turno es a las 9.00 y el segundo a las 12.00 y ambas son para visitantes con reserva previa.
La villa se encuentra en las afueras de Salar, a dos kilómetros de la localidad, y con un acceso muy cómodo desde la autovía A-92, a algo menos de un kilómetro. Aunque los mosaicos que se pueden ver hoy datan del siglo IV, Román Punzón explica que los primeros residentes llegaron al lugar, al menos, en el siglo I. Aún hoy pueden verse algunos signos de aquella actividad, como también se aprecian vestigios de quienes vivieron en la villa tras el abandono del lugar de la aristocrática familia. El espacio visitable está formado, en este momento, por dos grandes naves.
En la primera, al inicio de la visita, un pasillo elevado de cristal nos permite caminar sobre el peristilo o patio central, lo primero que se encontró. Se trata de un espacio que supera los 65 metros cuadrados con un magnífico mosaico de piedras marmóreas y pasta vítrea. Este patio estuvo rodeado por una corriente de agua que no cesaba nunca y que llegaba conducida desde un arroyo cercano a la vivienda a través de una entrada en la tierra que simulaba una cascada, algo que aún puede verse. Allí estaban, además, las conocidas Venus, originalmente la diosa romana de los jardines y los campos que posteriormente se convirtió en la diosa del amor y la belleza. Una de las ellas puede visitarse en el Centro de Interpretación de la villa, en el ayuntamiento de Salar. Las otras dos se custodian en el Museo Arqueológico de Granada, en la capital.
El turismo arqueológico puede tener algunas satisfacciones adicionales en la villa romana de Salar. La campaña de excavaciones tiene lugar en verano, principalmente en agosto. El programa de visitas se mantiene durante los trabajos por lo que, si los arqueólogos pueden, se ponen a disposición del visitante que tendrá una experiencia más satisfactoria si cabe.
Tras los arqueólogos llega el otoño y es el momento del trabajo de los restauradores. Su función es organizar la excavación, asegurar el estado de conservación del yacimiento y, cada cierto tiempo durante todo el año, asegurar que la villa mantiene los parámetros de conservación adecuados. Por eso, con frecuencia, la visita a esta villa romana es una experiencia arqueológica en toda su dimensión. A ello se suman opciones especiales como el de Arqueólogo por un día, en el que los apasionados de la arqueología pueden colaborar uno, o incluso varios días, con algunos de los trabajos que se realizan en la villa. La inscripción, indica el arqueólogo jefe, suele abrirse en el mes de mayo en la página web del Ayuntamiento de Salar.
Durante años, la visita a este monumental espacio romano se ceñía a un único espacio, la nave principal, inicio de la visita guiada hoy día. En 2018, las excavaciones sacaron a la luz uno de los restos romanos más espectaculares de la actualidad en España y la que se cree era la entrada a la vivienda. Allí surgió el pasillo occidental de la villa con una impresionante escena de caza en la que leones, jabalíes y leopardos son vencidos –como no podía ser de otra manera–, por el dueño de la vivienda.
Según explica Román es un modo de retratar, además, al dominus con toda la majestuosidad posible, al estilo de escenas helenísticas y macedonias, en recuerdo de Alejandro Magno o, en realidad, de su grandeza. Junto a ese magnífico pasillo de entrada se aprecian también algunas estancias a las que los arqueólogos y el tiempo conseguirán dar sentido. Dos columnas sobre el suelo ofrecen por ahora la única pista actual sobre el nombre de ese potentado romano: LVP. Tres letras esculpidas en la base de dos columnas que corresponden a la tria nomina (nombre propio, nombre de la familia y nombre de la genealogía), como se nominaba a los aristócratas.
Y tras la visita a la villa romana, hay margen para visitar Salar y su Centro de Interpretación situado en el ayuntamiento. El nombre de la localidad, Salar, proviene según la interpretación más aceptada, de la palabra árabe al sal, "casa" en español. Aparte de una de las tres Venus encontradas, se puede disfrutar de una detallada explicación de la villa romana, su entorno y las circunstancias de su construcción.
Queda tiempo aún para acercarnos a otro pueblo interesante, Alhama de Granada, en plena Sierra de Tejeda. Media hora de coche por una carretera que hay que transitar despacio pero que es agradable. El origen del nombre es al hamman, baño público en español. Alhama de Granada es una de las cuatro localidades españolas con esa denominación: Alhama de Granada, Alhama de Murcia, Alhama de Almería y Alhama de Aragón; todas ellas íntimamente relacionadas con los baños públicos. En Granada, los baños se han determinado de origen árabe aunque el historiador Salvador Raya considera que su origen es realmente romano. El balneario, a un kilómetro a las afueras de Alhama, está en estos momentos cerrado, tanto las instalaciones balneario-hoteleras modernas como las pozas de agua caliente natural de uso público.
Tras la visita a Salar, lo más probable es que lleguemos a Alhama a la hora de la comida y un sitio especialmente interesante es 'El Ventorro' (Carretera de Játar, km. 2. Alhama de Granada. Tel. 958 35 04 35), a las afueras del pueblo y junto a la Pantaneta, un humedal que, aunque artificial, es especialmente bonito en otoño por la vegetación y el gran número de aves que se posan en sus aguas. Si no hay mesa disponible, se puede intentar comer en 'El Pato Loco' (Tel. 958 35 05 01), a unos metros de 'El Ventorro'.
'El Ventorro', originalmente una antigua venta de arrieros del siglo XVII, no es solo un restaurante. Es un alojamiento rural con 21 habitaciones, algunas de ellas habitaciones-cueva, y con una sala de baños en cueva. Y en el restaurante, Javier Miranda continúa una tradición de tres siglos en la que el viajero tiene un buen lugar para saciar el hambre. Lo que antes fue 'La Venta de la Paloma' o 'El Ventorrillo Bernardo' es hoy 'El Ventorro', un espacio especialmente interesante para los tiempos que corren por su buena terraza y por la buena maña de Miranda con las brasas de leña. Como él cuenta, "trabajamos todo tipo de carnes: cerdo, ternera o cordero, a las que damos un punto excelente". Unas excelentes migas de pan, el plato del gañán o la olla jameña –gentilicio de los habitantes de Alhama de Granada–, el cocido del lugar, dan la fuerza que se necesita.
Y después de comer se hace necesario un paseo. Para eso está allí, a pocos metros de 'El Ventorro' –una vez que hemos dedicado un rato a ver las aves de La Pantaneta, claro– la ruta de los Tajos. Un camino sencillo de apenas tres kilómetros –seis realmente porque habrá que volver a por el vehículo– que une la zona de 'El Ventorro' y la Pantaneta con la ciudad de Alhama. En otoño es un paseo precioso que no causa fatiga y que, por ello, es perfecto para familias con niños e incluso personas mayores. Además, a medida que avanzamos, la vista se despeja y deja al descubierto los preciosos tajos del lugar, unas paredes de piedra espectaculares. Además, el camino guarda algunas sorpresas como la ermita de Los Ángeles. Durante el paseo por los Tajos aparecen con frecuencia hitos que indica Ruta del Termalismo, una ruta algo mayor, de nueve kilómetros, que llega más allá de Alhama y nos acerca a los baños termales.
Hemos conocido ya los tajos desde la perspectiva del paseo desde la Pantaneta pero aún es posible verlo desde otro lugar. Merece la pena acercarse al centro de Alhama. En la plaza central del pueblo, a la espalda del ayuntamiento, nos espera un mirador que nos dejará boquiabiertos. Desde allí podemos apreciar la impresionante caída bajo nuestros pies o las paredes de piedra frente a nosotros. La visita al mirador puede ser el final de una espléndida jornada, aunque siempre podemos alargarla un poco con una cerveza o un café en algún bar cercano.