Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Estamos en una de las zonas más desconocidas y despobladas de la comarca del Alto Gállego (Huesca), donde entre dos de sus localidades -Caldearenas, con poco más de 200 vecinos, y Javierrelatre, con 60- discurre una pequeña joya en forma de senda. Recibe el nombre de Izarbe, como la ermita románica que hay en los alrededores, y a la artista local Maribel Rey le ha servido de lienzo y de reclamo turístico para dar a conocer el entorno.
Eso, precisamente, es lo que se busca en estas líneas: descubrir que en la España vaciada -pero cerca de una autovía muy concurrida- hay cosas interesantes que ver. Maribel quería mostrar una de ellas cuando se planteó aunar arte y naturaleza en un bonito paseo. No fue hasta después de la pandemia -con las ganas que tenía la gente de disfrutar al aire libre- cuando la senda de Izarbe empezó a recibir más visitantes. Eso sí, sin aglomeraciones. Durante la visita para este reportaje apenas nos cruzamos con una docena de personas.
El paseo invita a la ensoñación, a realizar un viaje en el tiempo fusionando lo natural y lo artificial al introducir en un monte de pinos y bojs elementos que, en apariencia, distorsionan, pero que tras una primera mirada de sorpresa se acoplan y se integran en el paisaje. El recorrido por la senda de Izarbe es sencillo. Apenas hay que andar siete kilómetros entre la ida y la vuelta con un desnivel de 180 metros, así que es recomendable para cualquier edad. Es más, los niños lo disfrutan mucho.
En primavera y en otoño es cuando más luce. Hasta mayo se verá nieve en las altas cumbres del Pirineo y el rumor del río Gállego, que baja crecido por el deshielo, resuena como música de fondo. El verde intenso de los prados y del monte completan la mágica paleta de colores.
El recorrido empieza en Caldearenas y está perfectamente señalizado. La primera parte transcurre por una antigua cabañera a orillas del río Gállego. El mosaico de cantos rodados así lo evidencia. La entrada a la senda se hace por debajo del puente de las vías del tren Canfranero. Allí se puede entretener la mirada en uno de los carteles explicativos de las cabañeras y caminos rurales. Al leerlo, se entiende que las cañadas por donde circulaba el ganado eran verdaderas carreteras imaginarias. Las de esta senda se conservan muy bien. Afortunadamente, el asfalto no ha ganado la batalla.
Los "habitantes del bosque" son los primeros que dan la bienvenida al visitante. Ellos, con sus muecas de sorpresa, alegría, tristeza, agradecimiento… invitan a pensar que estamos en un entorno que hay que cuidar y tratar con respeto. Ya se empieza a sentir una energía especial. Su presencia es lo más parecido a otro bosque pintado, pero más popular: el de Oma, en Vizcaya, de Agustín Ibarrola, con sus coloridos troncos. Aquí la madera también es protagonista, pero previamente tallada y trabajada.
Al adentrarse en el monte, los pinos ganan altura y hay que andar con ojo para no perderse detalle. Siguiendo las señales, la indicación de recorrido alternativo muestra una parte de la senda en la que las rocas se asemejan a cavidades como las que pintaban nuestros antepasados en Altamira. Eso sí, la senda de Izarbe es un proyecto que evoluciona y los ciervos y guerreros han desaparecido para ser sustituidos por mosaicos de peces.
Al llegar a la instalación denominada "móvil colgante", uno se hace a la idea de lo complicado que ha debido ser trasladar la estructura que cuelga de enormes pinos. En este espacio vuelve a sentirse que la zona transmite una energía especial. Si el sol está alto, los rayos se cuelan entre las hojas de los árboles y la curiosa instalación cambia a los ojos del visitante.
Ya queda poco para adentrarse en una de las zonas más espectaculares. De repente, el camino se abre, la frondosidad del bosque desaparece y grandes moles de rocas se adueñan del escenario. Lo singular es que aparecen pintadas de llamativos colores. Rosa, azul, verde, ocre… La paleta es intensa y deslumbrante. Además, cambia según la hora del día y la intensidad de la luz del sol. “Con los colores que he utilizado -comenta Maribel Rey- he querido resaltar la forma natural de cada roca; están divididos en varias zonas con gamas diferentes”.
La zona tiene forma de pequeño barranco. En el fondo hay que cruzar un pequeño riachuelo y, desde la otra orilla, la perspectiva de las rocas pintadas cambia totalmente. Es como estar viendo otra obra de arte, más integrada en el paisaje. O no. Eso ya queda a criterio del observador. Muy cerca, en una pradera que encuentra su sitio en medio del monte, tres llamativos tótems marcan el final del camino. Representan algo así como las primeras manifestaciones artísticas que el hombre ha construido en la naturaleza, a medio camino entre lo natural y lo artificial.
Así lo confirma la autora de este paseo artístico: “Parecen rocas pero no lo son. Mi amiga Ángeles Chacón las esculpió en Valencia en porexpan y aquí las forramos con fibra de vidrio impregnada de un cemento especial para la intemperie, y luego las pintamos de tres tonalidades”. Están ancladas al suelo con cemento y una estructura interior, pero lo cierto es que dan el pego, ya que la apariencia es de sólidas moles rocosas.
En la explanada hay una paridera donde está el Centro de Interpretación de la Vida Pastoril. Es el momento en el que la senda deja de ser arte para transformarse en enseñanza. Sobre todo, a la hora de explicar a los niños la dureza de un trabajo casi desaparecido. En la zona hay alguna mesa para descansar y reponer fuerzas. Merece la pena quedarse un rato disfrutando de la sensación de desconexión total.
El regreso conviene hacerlo por el mismo lugar y, ya en Caldearenas, hay dos visitas más pendientes. Una es a la Fábrica de Harinas la Dolores, reconvertida en espacio museístico. Se cerró en 1968 por falta de rentabilidad, pero el propietario, Fermín Martínez, se dedicó desde entonces a su limpieza, conservación y mantenimiento. Tanto el centro pastoril como esta fábrica se pueden visitar, pero es conveniente llamar al Ayuntamiento de Caldearenas (974 359 773) para informarse de cómo hacerlo.
La última cita es en el restaurante que lleva el nombre de la localidad. En la carta, guisos como manitas de cerdo o conejo con caracoles, que están mejor de un día para otro, dan mucho juego. El fin de semana se enciende la brasa donde triunfa el menú de chuletón y si coincide que hay ternasco asado, no hay que dudarlo. De regreso a la civilización para coger de nuevo la autovía hacia Huesca, no está de más hacer dos o tres paradas para sentir, de verdad, lo que supone que las ocho pedanías de esta zona del Alto Gállego apenas sumen 300 habitantes.
En Aquilué, hay que acercarse a la iglesia de la Ascensión, que se reconstruyó en el siglo XVI sobre los restos de una antigua ermita románica. Y en Serué termina esta ruta. ¿Qué se puede hacer? Lo mejor, dar un paseo para volver a disfrutar de la reconfortante sensación de paz, silencio y bienestar y, por supuesto, visitar la fuente antigua, un rincón con mucho encanto. El desvío está a la derecha, a la altura del cartel de salida del pueblo. No hay pérdida.