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Nuestra vista apenas alcanza a reconocer qué es esa mancha blanca que, coronando un cerro, rompe la línea del horizonte. Salimos sin dudar de la N-322 y, como un imán que nos atrae con fuerza, nos desviamos por la A-317 en busca de un imponente castillo, el gran faro de tierra adentro que arropa esa mancha que ya se ha hecho pueblo. Una empinada carretera de montaña, la JA-9117, serpentea hasta alcanzar nuestro destino, Segura de la Sierra.
Antes de adentrarnos entre sus intrincadas callejuelas, nos quedamos boquiabiertos observando los cerros plagados de olivos que quedan abajo del pueblo; triángulos y líneas rectas se esconden entre nubes y nos recuerdan que estamos en el mayor olivar del mundo, en la provincia de Jaén, la menos conocida de Andalucía.
Segura de la Sierra, un municipio de 2.000 habitantes, situado a 1.145 metros sobre el nivel del mar en un monte que los griegos llamaron Orospeda, está habitada desde las primeras edades del hombre. Aunque su máximo esplendor llegó con los musulmanes, que la consideraron como un peldaño hacia las nubes, griegos, romanos y cartagineses también dejaron su impronta en esta comarca que forma parte del mayor espacio protegido de España, el Parque Natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas.
Félix Rodríguez de la Fuente, el polifacético y recordado naturalista español, prefirió la parte sur del parque natural, la sierra de Cazorla, para enseñarnos las vidas de su fauna ibérica, pero en este espacio de 214.300 hectáreas, el 70% de la zona virgen se encuentra en la sierra de Segura, alrededor de Segura de la Sierra.
Desde el primer orden de murallas de las tres que levantó Abul Asward cuando tomó la ciudad en el año 781, se observa el cercano Yelmo, un majestuoso pico de 1.809 metros y el monte más emblemático de la comarca, que se convierte en el mirador privilegiado no solo de la provincia de Jaén sino también de las zonas limítrofes de Ciudad Real, Albacete y Granada. Los mejores pilotos de ala delta y parapentistas de todo el mundo se reúnen cada primavera en su estación de vuelo libre para participar en el festival internacional del aire.
Declarada conjunto histórico artístico en 1972, Segura de la Sierra es un pueblo de postal que cuenta con un pintoresco conjunto urbano que conforman sus calles y su castillo islámico, principal bastión de toda la comarca serrana. Los baños árabes, en la parte baja del municipio, es un espacio abierto a todas horas en el que podemos entender la organización de estos edificios públicos que datan de 1150. Sus bóvedas de medio cañón con claraboyas están repartidas en salas consideradas frías, templadas y calientes.
Subir al castillo de Segura cuesta lo suyo pero vale la pena el esfuerzo. De nuevo la historia de esta fortaleza nos muestra la variedad de culturas que conforman nuestro país. Levantado por los árabes en el siglo IX, fue conquistada por los cristianos a mediados del XIII y transformada por la Orden de Santiago, que situó en ella el centro de la encomienda de Castilla. Rodrigo Manrique, padre del poeta Jorge Manrique, vivió aquí como gran maestre de esta organización religiosa y militar, exenta de castidad, durante la segunda mitad del siglo XV. Desde las almenas del castillo, unas privilegiadas vistas nos remontan al pasado maderero de la antigua provincia Marítima de Segura, creada por Fernando VI en el siglo XVIII para la gestión y explotación de los recursos forestales destinados a la construcción de barcos en los astilleros de Sevilla.
Abajo, en la ladera del pueblo, las viejas caballerizas de los santiaguistas se convirtieron en una singular plaza de toros de forma rectangular, donde las piedras que levantaron la antigua puerta de Gontar, una de las cuatro con las que contaba Segura, forman ahora un torreón adosado que sirve de enfermería de este coso histórico que se convierte a menudo en un campo de bolos serranos, un juego medieval y el único deporte autóctono de Andalucía, donde los jugadores lanzan bolas de madera de cuatro kilos a los mingos, unos palos cilíndricos de madera.
Los segureños sienten un orgullo especial por Jorge Manrique, uno de los poetas más destacados de la literatura española renacentista. Aunque algunas publicaciones insisten que nació en Paredes de Navas (Palencia), otros estudios demuestran que llegó al mundo en la casa que su familia materna, los Figueroa, tuvo en Segura de la Sierra y que actualmente está cerrada y en venta. La presencia de este escritor, que compuso una de las piezas más conmovedoras de nuestra literatura, Coplas por la muerte de su padre, está representada en una escultura del artista Miguel Fuentes del Olmo, donde el poeta lee un libro sin soltar su espada.
Enlace entre la alta Andalucía y la Mancha, Segura de la Sierra y su comarca mantienen una gastronomía que ha sabido conjugar las costumbres de pastores y los pineros que trabajaban los bosques. El ajo pringue, con su docena de ingredientes, es el rey de los platos de invierno junto con los galianos, un guiso a base de carne de caza, de pluma y pelo, con tortas finas, que llegó desde las tierras albaceteñas. Los restaurantes Mirador de Peñalta, en la calle de San Vicente, o el Mirador de Messía de Leiva, en la calle Rodrigo Manrique, son dos opciones estupendas para degustar estas propuestas.
No nos marcharemos de la comarca sin conocer Hornos de Segura, a unos 20 kilómetros de Segura de la Sierra, un pueblecito de 650 habitantes que se levanta en un peñasco de vértigo de 850 metros de altura para ser el vigía del embalse del Tranco. Sentarse a contemplar sus bosques, desde la altura de los miradores dirigidos hacia el oeste, es un placer que relaja a cualquier amante de la naturaleza. Descubrir este territorio a pie es una alternativa imprescindible si no tenemos prisas. El sendero Bosques del Sur (GR-247) cuenta con numerosas etapas que nos descubren bosques, ríos, huertos, cortijos y manantiales. Una ruta circular de Segura de la Sierra-Gotar, de unos ocho kilómetros de distancia, nos hará caminar durante dos horas entre una altura de 1.100 a 2.000 metros de altura.
Radio Sierra, la voz amiga de la comarca, nos despide al anochecer con los falsetes que el andaluz Antonio Molina hizo tan populares. Canciones que cantan los serranos en cada celebración colectiva, a veces con ternura y otras con una inusitada alegría: "Caballito bandolero vámonos a la montaña, que eres tú lo que más quiero".