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La Serranía del Turia es una comarca sorprendente que dista enormemente de esa imagen tan exportada de Valencia. Se trata de una de las más extensas de la Comunidad y a la vez de una de las menos densamente pobladas, albergando una de sus masas boscosas más importantes, además de algunas de sus cumbres más elevadas.
Una de sus joyas es el pueblo de Chulilla, que conjuga con maestría patrimonio natural y monumental, asentado en una ubicación bien singular y ponderada en la que no es fácil ubicarse: bajo la protección de dos muelas y asomada a las hoces del Turia, como cerrando el círculo de un meandro.
Cuesta creer que los encantos de Chulilla pasaran bastante desapercibidos para el grueso de los valencianos -salvo para los apasionados de la escalada- hasta que las restricciones de movilidad 2020 les forzaron a mirarse el ombligo. Javier González, el encargado de sala del restaurante 'Hoces del Turia', cuenta atónito que, desde entonces, su restaurante llena prácticamente a diario. “La gente ha empezado a venir por las pasarelas, aunque luego descubre que hay un montón de sitios chulísimos”. Pero empecemos por el preceptivo el rito de iniciación, que consiste en presentar respetos al río Turia.
El destino por excelencia de Chulilla y que todo lo ensombrece es la llamada Ruta de los Pantaneros o la Ruta de los Puentes Colgantes, aunque quizá sería más adecuado referirnos a ella como la Ruta de los Calderones, que es así como se llama el paraje por el que discurre este popular sendero. Hablamos de las hoces que forma el Turia entre la presa de Loriguilla y Chulilla, un tramo donde la mano del hombre apenas ha podido intervenir, que se conserva relativamente virgen salvo por algún azud y un par de pasarelas suspendidas, y en el que está permitido el baño.
La ruta, interpretada y señalizada, transita primero por la cornisa del acantilado, entre bosque de matorral mediterráneo, ofreciendo panorámicas impagables, para luego zambullirse en el barranco y entrar en un universo completamente nuevo, donde domina un bosque fluvial encajonado entre acantilados inmensos color ocre, donde a veces aparecen diminutos escaladores intentando conquistarlos. La bajada al cañón se hace por unas escaleras bien empinadas, justo antes de las cuales hay un control de acceso en el que se pide 1 € para labores de mantenimiento y limpieza del paraje, y que conducen directamente a la primera de las pasarelas.
Tenemos que remontarnos a la década de 1950 para imaginar el impacto que debió tener en la zona la construcción del embalse de Loriguilla, una obra que, por cierto, lleva el nombre del pueblo que inundó y que fue reubicado a 20 km de la capital valenciana, junto a la ribera del Turia para no perder sus esencias, pero ahora con aspecto de pueblo de colonización. Algunos de los operarios que levantaron este coloso, cercano a los 80 metros de altura, caminaban diariamente hasta su puesto de trabajo a través de un par de pasarelas suspendidas que fueron arrasadas por una riada en el año 1957, pero que volvieron a la vida en una oportunísima reconstrucción de 2013.
El primer puente colgante es el más impactante, suspendido a 15 metros de altura sobre las aguas del Turia y con 20 metros de longitud; enlaza dos escaleras que nos transportan desde la cornisa del cañón hasta su mismísima ribera. El segundo, que aparece inmediatamente, suma casi 30 de longitud y, aunque solo se encuentra a 5 metros de altura, para muchos es el más pintoresco y encantador, ya que accedemos a él desde la misma ribera del río y se ubica en una zona donde podemos darnos un baño. Desde este segundo, arranca una caminata por un bosque de ribera con vistas extraordinarias y algún paso curioso por un abrigo de roca o una romántica pasarela de madera.
Desde la plaza de la Baronía de Chulilla -el centro neurálgico de la localidad- hasta los pies de la presa distan cinco kilómetros exactos que no suponen un gran reto físico, pero que se pueden abreviar o alargar al gusto. Para empezar, podemos recortar medio kilómetro en coche hasta el parking oficial, u otro medio hasta un parking freestyle que hay al inicio del sendero.
Para terminar, podríamos darnos la vuelta un kilómetro antes de llegar a la presa, al alcanzar un azud donde comienza una pista forestal y el cañón deja de ser tan espectacular. Esta opción recortada suma solo seis kilómetros entre ida y vuelta, y sirve para guardar fuerzas para luego bajar al Charco Azul desde el pueblo. También cabe alargar el reto y, una vez se alcanza la presa, seguir las señales de Pinturas rupestres para trazar un gran circuito de unos 16 km que terminaría, precisamente, en el Charco Azul.
El protagonismo de Chulilla se lo disputan las pasarelas con un fabuloso remanso del río Turia al que nos habremos asomado justo al inicio de la Ruta de los Pantaneros, desde el Mirador de la Carrucha. Se trata del Charco Azul, que podría definirse como los restos de un antiguo azud de época musulmana construido para el regadío de las huertas del valle que se abre río abajo. Se encuentra justo después de “El Salto”, o sea, el punto más estrecho de todas las hoces, un espacio clave para el aprovechamiento de las aguas del río, donde a comienzos del siglo XX se hicieron nuevas obras de canalización por las que podemos transitar para alcanzarlo.
Más sencillo resulta, sin embargo, llegar a este paraje siguiendo las señales de Peña Judea, una playa fluvial con merenderos a la sombra, desde la que una pista conduce hasta el Charco Azul con la ayuda de varias pasarelas; si vamos por la parte alta, por las canalizaciones, al final del camino quizá tengamos que mojarnos los pies para cruzar el río si el nivel baja alto.
El Charco Azul hoy es un exótico paraje aderezado por un embarcadero flotante que nos permite saltar al agua para poner la guinda a la caminata, pero que también nos abre un mundo a los usos históricos del Turia, como cuando este servía de autopista de transporte a los gancheros, quienes arriesgaban sus vidas aquí para hacer llegar sus troncos hasta la ciudad de Valencia.
A la gente de Chulilla le llaman churros, aunque churro en realidad sería el dialecto que se habla en las comarcas valencianas que limitan con la provincia de Teruel, como esta de la de la Serranía del Turia, o las del Rincón de Ardemuz, del Alto Palancia y del Alto Mijares. Se trata de una simpática mezcla de valenciano y castellano, con un deje aragonés que se atribuye a los repobladores que llegaron a esta región tras la toma de la Taifa de Valencia por Jaime I el Conquistador en 1238. Hasta hace poco se tomaba por un vulgarismo aislado, pero ahora hay quien lo reivindica como una riqueza cultural.
Similar al mestizaje que ocurre en las hablas de la Serranía, se percibe un mestizaje en sus cocinas. “Estamos a 60 kilómetros de la ciudad de Valencia, pero incluso a menos de los límites de provincias como Cuenca o Teruel”, cuenta Javier González, el encargado de sala del restaurante 'Hoces del Turia', situado en una casa tradicional del centro del pueblo, con unas vistas privilegiadas a los precipicios del cañón. “Lo que más piden es el arroz con ciervo y boletus”, dice en referencia a la presencia de carnes de caza, de setas o de la trufa, tan abundante en las provincias vecinas.
Parte del menú consiste en platos contundentes y montañeros, como el ajoarriero aragonés, el gazpacho manchego de la Serranía de Cuenca -a base de torta manchega con conejo, pollo y setas- o la típica olla de berzas, que en verano sirven templada. Pero Rosa María García, a los mandos de la cocina, también mantiene abierta una puerta a una gastronomía más fresca y original, con platos como su pastel de pollo confitado con limas y guacamole, su exquisita croqueta de shiitake con trufa sobre una crema de coliflor, sus canelones de pollo asado con bechamel en su jugo, y una joya que se guarda para el final: su tarta de queso en fases con un coulis de frutos rojos y tierra de bizcocho de chocolate.
Un alargado castillo de origen musulmán custodia Chulilla desde su parte más elevada. A los ojos de un bisoño, no es más que una maltrecha línea de muralla asomada al valle desde la que se consiguen unas vistas interesantes del pueblo. Sin embargo, la fortaleza luce mucho más imponente y sugerente cuando se toma distancia.
Las vistas desde la vega que se abre entre Chulilla y La Ermita son muy buenas, pero aún más espectaculares son las del mirador de la Muela o de la Cruz, ubicado en la colina que se enfrenta a la fortaleza, que con una orientación occidental ofrece unos atardeceres de lo más románticos.