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Estamos en plena Serranía Celtibérica, a la que llaman la Laponia del Sur por ser una de las regiones menos densamente pobladas de Europa. Pero en Hiendelaencina hay un trajín impropio de la zona y de un pueblo con poco más de 100 habitantes censados. El cabrito del mesón 'Sabory' (Solete Guía Repsol) es uno de los responsables del ajetreo. También curvas de las carreteras de la Serranía de Guadalajara, que atraen a regueros de peñas moteras. Además, hay quien se deja caer por aquí para echar un vistazo a las viejas minas de plata abandonadas. Pero a casi nadie se le ocurre bajar al río, y tampoco es de extrañar.
Parece ser que el nombre de Hiendelaencina proviene del topónimo original Allende la Encina, o sea, más allá de la encina, probablemente en referencia a que el pueblo, ubicado a más de 1.000 m de altitud, está un páramo sin apenas árboles. Tampoco es que el paisaje sea desértico, porque la jara inunda el campo, pero desde luego no hay señales que inviten a pensar que allá abajo, en el cauce del río, te vaya a sorprender un paisaje de cuento de hadas. Sin embargo, los que se lanzan a la aventura, cambian de registro radicalmente, y en un abrir y cerrar de ojos se encuentran con un bosque tupido. De camino, además, van a ver entremezcladas las dos vetas que han marcado la historia de Hiendelaencina.
Los senderos que bajan al río eran clave para los cabreros, que durante siglos han sido el eje de la economía de Hiendelaencina. Basta alejarse un puñado de metros del pueblo para que aparezcan viejos cercados de ganado hechos con “hincaderas”, o sea, grandes lajas de pizarra que se “hincan” en el suelo. Estas lajas se intercalan en muros de piedra seca para añadirles solidez, pero también para ahorrar en mampostería. El resultado es encantador y hace dudar de si esta solución también tenía un fin estético, como para imprimir ritmo a la fachada.
Las cercas de ganado y los chozos de pastor abandonados conviven con los vestigios de la otra gran pata de la economía de Hiendelaencina: la minería de la plata. Fue mucho más efímera que la ganadería, apenas duró un siglo, pero ha dejado una huella en el paisaje quizá más profunda que la del pastoreo. También acarrea su punto pintoresco, y es que buena parte de las instalaciones de las minas y sus lavaderos está construida con la piedra circundante, como si fuera una pieza más del rústico paisaje. Esta singular convivencia entre lo rural y lo industrial también se da, ya por fin, a orillas del río, con los ancestrales molinos harineros y las hidroeléctricas que alimentaron a las minas.
El río Bornova es uno de los tres grandes del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara junto al Jarama y al Sorbe, acotando esta reserva natural por su flanco oriental. Las vetas argentíferas no son una constante ni de su ribera ni de la sierra. Fue solo aquí, entre un macizo de gneis y a mediados del siglo XIX, donde las encontró Don Pedro Esteban Górriz. Su hallazgo hizo que Hiendelaencina se convirtiera en un epicentro mundial de la extracción de la plata entre aproximadamente 1845 y 1915, cuando cerró la mayoría de minas.
El barranco del Bornova se puede recorrer por dos caminos: el de arriba y el de abajo. En el páramo, una pista ancha, cómoda y llana discurre en paralelo al río desde las alturas, antes de que el terreno se hunda unos 150 m de desnivel hasta la ribera. El camino coincide con la llamada Ruta de los Miradores, una iniciativa del ayuntamiento que te propone varias panorámicas, cada una con su correspondiente panel informativo. Hay buenas vistas a la sierra y a la cresta del Alto Rey, pero ni rastro del río, de sus máquinas, ni del robledal: la pista tan solo nos sirve para poder trazar un circuito combinado con el sendero que va por abajo, en paralelo a la ribera, y que es la razón de ser de nuestra excursión.
Entre la pista de arriba y el sendero de la ribera hay varios caminos o “escapes” que los conectan y nos permiten hacer varias rutas circulares de distintas distancias: desde 3 km, en su versión más corta, hasta 10 km para los que quieran una pequeña dosis de aventura, pasando por rutas de entre 5 y 8 km asequibles para casi cualquiera. El cementerio es el punto de referencia para comenzar, así como la Mina Santa Teresa, que fue una de las últimas grandes explotaciones mineras en echar el cierre.
En la página web del Ayuntamiento de Hiendelaencina, el plano de Ruta del Barranco del Bornova y escapes resulta muy útil para la ocasión. El “robledal encantado” es un pequeño bosque orientado hacia el norte que crece entre el Puente de las Calderas y la Presa de Abajo o La Plata. La ruta más completa que se indica en azul es muy recomendable, pero hay que tener en cuenta que la bajada por el norte es bastante agreste, y que una vez abajo, hasta el Puente de las Calderas, hay bastante maleza y en algún punto hay que valerse incluso de las manos para avanzar; los pantalones largos son casi imprescindibles. El premio para los valientes es la presa rota de Santa Marta o de la Parrilla, frente a la que vemos maquinaria de la canalización que impulsaba el agua hacia una central cuyos restos aparecen junto al Puente de las Calderas.
Los que prefieran caminar tranquilos por caminos bien pateados, pueden bajar directamente desde el cementerio hacia el Puente de las Calderas por la ruta que aparece indicada en color amarillo en el plano. Una vez allí, caminando en paralelo al río aguas abajo por la margen izquierda, enseguida aparecen los ansiados robles, algunos peñascos curiosos, pequeñas cuevas y una capa de musgo cubriéndolo todo, señal de que nos orientamos al norte. El “robledal encantado” termina aproximadamente a la altura de la Presa de La Plata, uno de los puntos con más gancho de la ruta, y desde el que empezaremos a caminar por el canal que conducía el agua hasta la central eléctrica homónima.
El viejo canal de agua se ha convertido en un sendero idílico flanqueado por árboles de ribera que sustituyen a los robles. La canalización se fabricó en los primeros años del siglo XX, fundamentalmente con mampostería de gneis que se podía extraer in situ, y su rusticidad hace una dupla sorprendentemente bien avenida con las enormes compuertas metálicas de los aliviaderos y sus mecanismos de apertura. Tras un par de kilómetros caminando por el canal, y después de pasar agachados por una galería que salva un cortado rocoso, a mano izquierda sale un camino que nos devuelve a Hiendelaencina: el indicado en rojo en el plano. Es una escapatoria interesante para los que no quieran caminar más, pero…
Merece la pena completar la ruta hasta la Central Eléctrica La Plata, continuando por el canal que atraviesa otro par de galerías, además de multitud de pequeños puentes de ladrillo, de los que no queda claro si fueron diseñados para el paso de peatones y ganado, para encauzar las torrenteras y que estas no colapsaran la canalización, o para ambos fines a la vez. La central eléctrica en cuestión, construida entre 1901 y 1908, todavía conserva parte de su maquinaria, a pesar de que en ocasiones se llega a ver sumergida cuando el Embalse de Alcorlo alcanza su máxima capacidad.
El sendero fluvial del Bornova llega a su fin un poco más allá de la central. Apenas pasamos un pequeño escollo rocoso, el cañón se abre ligeramente, cruzamos el Puente de la Cal y al fondo asoma el viejo Molino de Zarzuela, que queda al otro lado del río, por la margen derecha. Por nuestra orilla, frente al molino, sube un sendero empedrado que nos devuelve a Mina de Santa Teresa, a la Ruta de los Miradores y finalmente a Hiendelaencina. De camino, por la derecha, veremos el baritel circular de la Mina Mala Noche, y por la izquierda, cercas de hincaderas, también circulares y también abandonadas; es el nostálgico abrazo de lo rústico y lo industrial.