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La cara sur de la Cordillera Cantábrica guarda un universo subterráneo. Kilómetros y kilómetros de cuevas, galerías cerradas, valles ciegos, simas y dolinas que conforman este laberinto de roca caliza tallado durante millones de años por la acción del agua. El ser humano se ha adentrado y refugiado en este espacio desde la prehistoria, hace por lo menos 45.000 años, venerándolo hasta nuestros días como un lugar sagrado y dejando su impronta en forma de pinturas rupestres y leyendas inmortales.
“No se separen de los guías, puede ser peligroso”, advierte el cavernícola ficticio que habita este lugar y que aparece en el vídeo de presentación de la cueva de San Bernabé. Huimos del calor -porque aquí nunca lo hay-, cambiamos la luz por la oscuridad de la gruta y el ruido por el silencio para descubrir los misterios de Ojo Guareña, un tesoro espeleológico al alcance de cualquiera. Casco puesto y luz frontal encendida. Viajamos al interior de la tierra en Burgos.
Al norte de la provincia de Burgos, las faldas del macizo que separa Cantabria y Castilla y León es también el escenario donde el clima atlántico choca con el mediterráneo. La meseta se abre aquí -entre los términos municipales de Espinosa de los Monteros, Merindad de Montija y Merindad de Sotoscueva- como una llanura ondulada, pintada de robles, hayas y encinas en las zonas más secas, y de chopos, alisos y álamos en las más húmedas. Cuesta imaginar que, debajo de esta pradera idílica, se esconden 110 kilómetros de galerías subterráneas y 400 cuevas que componen el segundo complejo kárstico más grande de la Península Ibérica y uno de los más espectaculares del mundo.
La carretera BU-526 discurre en paralelo a la cordillera y atraviesa esta comarca, la de Las Merindades, hasta divisar al sur este altiplano agujereado por la insistencia de los ríos Trema y Guareña. Nada más atravesar el pueblo de Cueva, descubrimos el sumidero donde este último río deposita su caudal, desaparece este territorio calcáreo y da nombre al Monumento Natural (desde 1996) que estamos a punto de explorar. Hemos llegado a Ojo Guareña.
Sobre el sumidero, una ladera abrupta da paso a la meseta donde el viajero encuentra la fachada de la ermita rupestre dedicada a San Tirso y a San Bernabé. Escondida y tallada con sencillez sobre la roca, muestra la tradición de los habitantes de esta comarca de venerar su entorno cavernario y, también, de aprovecharlo. A escasos metros de la iglesia se abre un gran portón que servía de sala de plenos del ayuntamiento de Merindad de Sotoscueva (hasta 1924). Hoy alberga las taquillas y la entrada de la cueva de San Bartolomé, donde nos espera Clara López, guía y coordinadora del complejo.
“Este recorrido sirve de introducción a lo que es Ojo Guareña”, explica. “Son solo 400 metros de los más de 100 kilómetros que componen la red principal. La visita se queda un poco corta”. Aun así, esta es la manera más rápida y sencilla de acercarse a la grandeza del yacimiento, un recorrido de 45 minutos ideal para todo tipo de públicos. La entrada general cuesta cuatro euros y es necesario reservar con antelación.
Tras la proyección del vídeo introductorio del complejo kárstico -de diez minutos de duración-, el visitante empieza a indagar en la historia, la arqueología y en la rica biodiversidad que atesora el ecosistema de Ojo Guareña. “La zona en la que nos encontramos es minúscula comparado con el marco que nos rodea”, comenta el narrador de la proyección. El origen de este yacimiento se remonta a hace dos millones de años, cuando el poder fluvial y la disolución del carbonato de calcio fueron moldeando las rocas de caliza y arcilla. Este capricho de la erosión ha creado galerías, cavernas, lagos subterráneos, estalactitas y estalagmitas, entre un universo oculto de 13.850 hectáreas. Un proceso que comenzó en el Cretácico y aún perdura. “La naturaleza no ha terminado su obra”, cuenta el cavernícola.
Para descubrir la cueva caminamos por el recorrido dispuesto en una cómoda pasarela que nos conduce hasta la Pila del Santo, “de aguas con poderes curativos, según la leyenda”, explica la coordinadora del complejo kárstico. Seguimos la senda hasta la galería de los Silos, que muestra el aprovechamiento humano de la caverna para el almacenamiento de grano en época medieval. “Aquí aparecen también restos del periodo visigodo”, apunta Clara López. Una infinidad de grabados con frases y nombres de los visitantes del yacimiento muestran por qué la entrada libre se cerró hace décadas.
El recorrido concluye en el interior de la ermita de San Tirso y San Bernabé. El templo cuenta con una colección de pinturas murales anónimas -datadas de 1705 y 1877- que relatan los martirios y milagros del santo. En una de sus paredes se encuentra el antiguo archivo del ayuntamiento de la Merindad de Sotoscueva, desde 1924 en el pueblo de Cornejo. “Es un lugar muy especial, todo empieza aquí”, concluye López.
En Ojo Guareña, además de la visita de la cueva de la ermita, el visitante puede animarse a explorar la cueva Palomera. Casco, luz frontal, ropa de abrigo, calzado a prueba de resbalones y nada de claustrofobia serán imprescindibles. Lo más parecido a una expedición espeleológica en la que es obligatorio reservar con antelación (precio de 18 euros) y contar una forma física adecuada, ya que se camina durante dos horas y media por este “espeleopaseo” de un kilómetro y medio a través de terreno irregular con bajadas y subidas. Hay otro itinerario más largo, de dos kilómetros y medio y 4 horas de duración.
Al recinto solo se puede acceder con un guía experto, en este caso con Alberto Gómez, al que seguimos desde la ermita hasta el Circo de San Bernabé. Desde aquí se disfruta de las mejores panorámicas del altiplano, aunque otros buenos miradores para asomarse a la zona son también el del Alto Concha, el de Retuerta o del Pico del Cuerno. Atravesamos ahora un frondoso encinar y notamos que la temperatura de 30 grados del comienzo va descendiendo, como lo hace la ruta, a medida que nos acercamos a la Dolina de Palomera entre un bosque repleto de líquenes. Hemos llegado a las puertas del yacimiento.
“Vamos a entrar en una zona activa. Los meses de invierno por aquí puede circular el agua”, explica Alberto Gómez a medida que nos internamos en la cavidad. “No hay ningún peligro”, recalca. El agua es precisamente el protagonista del lugar. Galerías talladas por el curso de los ríos subterráneos Guareña y Trema; estalagmitas, estalactitas y coladas fruto de la erosión que decora las salas; microorganismos brillantes que colonizan las gotas de agua de las paredes, y hasta fósiles marinos que se quedaron eternizados en la roca sedimentaria. El suave e incesante goteo es además el único sonido que se aprecia en estas profundidades, además de las explicaciones del guía.
“Hemos encontrado en esta cueva presencia humana a lo largo de toda la historia de la humanidad”, comenta Alberto Gómez. En 1954 la cueva fue descubierta y en los años sesenta aparecieron los primeros yacimientos arqueológicos en su exploración. “Hay trece santuarios de arte rupestre, entre salas con pinturas y salas con grabados prehistóricos”, apunta. “También han aparecido huellas de pies prehistóricos con 15.600 años de antigüedad, un esqueleto de una persona que se perdió en la cueva y algún enterramiento”.
En 2013 la Cueva Palomera se abrió por primera vez al público. Desde entonces han pasado más de 11.000 visitantes por la cavidad donde habitan “más de 300 especies de animales diferentes, entre acuáticas y terrestres; 35 son endémicas”, añade Gómez.
La rampa de Palomera; la sala Edelweiss; la zona del Gour de las Hojas, y la sala del Cacique, hasta llegar a la sima Dolencias. Según nos adentramos en este laberinto profundo, notamos que nuestros sentidos se agudizan y todo el mundo exterior desaparece. El silencio, la humedad, las diferentes vacaciones atmosféricas y una temperatura constante de ocho grados.
Experimentamos la más profunda oscuridad al apagar la luz de los frontales y descubrimos cómo la galería se ilumina en la sima Dolencias. Esta es una enorme grieta de 60 metros de profundidad, abierta al exterior, desde donde se precipita una catarata en los meses de invierno, cuando se llega incluso a congelar por completo. El último hito de nuestro itinerario espeleológico marca la vuelta al Circo de San Bernabé siguiendo nuestros pasos y redescubriendo este mundo subterráneo, reservado a quien se atreva a adentrarse en él.