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La idea de nuestra ruta parte de seguir los cursos del Alberche, Tormes y Jerte, ríos que forman piscinas naturales en casi cada pueblo al que riegan, y, de vez en cuando, desviarse ligeramente de la ruta buscando algunas de las mejores pozas y saltos de agua de la península en la garganta de Gredos, la de los Caballeros, de los Infiernos... El trazado cobra aún más sentido cuando, en el destino final, Plasencia, resulta que tenemos un tren que nos devuelve directos a Madrid sin tener que desmontar la bicicleta.
La bici, un bañador y una tarjeta de crédito pueden ser equipaje de sobra: hay pueblos con restaurantes y hoteles a cada paso. No hacen falta alforjas, ni tiendas, ni sacos de dormir, aunque llevarlos tampoco es mala idea. Los cielos de Gredos son ideales para ver la vía láctea durante el verano. Y quedarse dormido mirando las estrellas después de un buen día de bicicleta, es el segundo gran placer del viaje tras las pozas. Hay montones de campings de camino, además de rincones donde pernoctar, especialmente a orillas de los ríos Tormes y Jerte.
No hay un único trazado posible, pero lo razonable es que todos pasen por El Tiemblo, Burgohondo, San Martín del Pimpollar, Navacepeda de Tormes y el Barco de Ávila. Por eso la ruta está abierta a bicis de carretera, montaña o híbridas, aunque se gana bastante en tranquilidad y parajes cuando se elige una que pueda recorrer caminos de tierra. Sea como sea, hay algunos tramos que necesariamente hay que hacerlos por carreteras (sin apenas peligro), y otros pocos en los que hará que echar pie a tierra, cuando el camino tenga mucha piedra o inclinación.
En la Casa de Campo, justo en la puerta del Zarzón, nace la vía pecuaria de las Merinas, que lleva hasta San Lorenzo del Escorial por caminos de tierra. Recorrerla al completo puede ser una opción, pero los que queremos sufrir lo menos posible la abandonamos nada más cruzar la M40 para poner rumbo hacia Boadilla del Monte. Para evitar complicaciones, lo más cómodo es hacer unos doce kilómetros por la M-513 hasta llegar al río Guadarrama; una vez en la ribera, cantamos victoria, nos olvidamos del tráfico y empieza de verdad el viaje.
El camino del Palancar lleva desde el Guadarrama a Villanueva de la Cañada. Desde aquí, hay que subir hacia Valdemorillo, donde por fin empezamos a sentirnos lejos de la gran ciudad. También es donde aparece alguna de las rampas severas, pero no hace falta sufrir: bájate de la bici y, mientras la empujas, trata de encontrar el nido de ametralladoras de la Guerra Civil que se ve desde el camino (¡en realidad hay muchos por la zona!). Pasado el pueblo aparecen sendas, fincas con ganado… y después de salvar la última gran rampa del día, damos el último adiós al skyline de Madrid para saludar a Robledo, como dando la bienvenida a otro mundo.
Saliendo del pueblo vale la pena aguantar diez kilómetros por la M-537 para, una vez pasado Valdemaqueda, tomar una pista forestal a la izquierda y olvidarnos del asfalto casi hasta el final de la etapa. Entramos en un curioso paisaje donde se mezcla el pinar, la dehesa y los cultivos de vid, para llegar a Cebreros, el pueblo natal de Adolfo Suárez. En la iglesia vieja podemos visitar un interesante museo dedicado a su hijo célebre y a la Transición, donde las tallas románicas de granito conviven con el acero y el cristal.
Justo antes de llegar a El Tiemblo, por fin llegamos al Alberche. Hay que cruzar un gran puente medieval que lleva siglos siendo clave en las comunicaciones norte-sur de la península. Tanto que, nos avisa un cartel, lo cruzó Isabel la Católica antes de ser nombrada heredera de la corona de Castilla. Apetece darse un baño, pero quizá sea mejor esperar un poco más: en unos diez kilómetros, pasado El Tiemblo, llegamos a la presa del pantano del Burguillo, donde hay un buen montón de calas y playas para bañarse y alquilar embarcaciones.
El trayecto más interesante se hace bordeando la orilla sur, a lo largo de una pista asfaltada que llega a la península de la ermita del Carmen, donde se puede parar a descansar durante las horas de más calor. El problema de elegir esta orilla es que, en la parte final, después de que el asfalto pase a ser tierra, hay un tramo de un par de kilómetros de sendero con partes en las que muchos tendrán que empujar la bicicleta, pero aun así la opción vale la pena. Al poco vuelven pistas fáciles de rodar y pasamos por Navaluenga, con la primera gran piscina natural, que además es un pintoresco punto de salida para rutas en kayak.
Si no pesan demasiado los kilómetros, una vez llegamos a Burgohondo (cuna, por cierto, de muchos y buenos ciclistas españoles, por algo será...) vale la pena bajar un par de kilómetros hasta el puente Arco, que cruza el Alberche. Allí se forma un remanso natural con bastante más encanto que las piscinas de Navaluenga. Bajando en paralelo al río también hay otras pozas algo más escondidas y aún más tranquilas. Una forma ideal de preparar la musculatura para el día siguiente.
La etapa en la que cambiamos del valle del Alberche al del Tormes es la más dura. Conviene comenzarla con calma porque los primeros kilómetros son de subida sostenida. Los que estén en plena forma pueden hacer el tramo por los caminos de tierra de la llamada Transgredos (cruzando el Alberche hacia Navarrevisca y luego volviendo a cruzarlo hacia Hoyocasero), pero si tu idea es ir con calma, mejor sigue por la AV-905, que no tiene apenas tráfico y sí unas panorámicas fantásticas. Por algo les encanta a los moteros.
Al llegar a la famosa 'Venta del Obispo' podemos recargar pilas con productos típicos justo antes de cambiar de Valle. Desde ahí hay que hacer dos kilómetros por la N-502 hasta la AV-941, por la que hay que sufrir otra subida sostenida, la última del día. En la cima se puede seguir la señal de Puerto del Arenal para volver a la tierra y entrar de lleno al valle del Tormes, aunque si no te gustan mucho las pendientes es mejor que llegues hasta Navarredonda y bajes al Tormes por una calle asfaltada. Sea como sea, llegamos al camping Navagredos y empieza una fabulosa pista asfaltada que va en paralelo al río.
Podemos estrenarnos en el Tormes justo cuando la pista hace un par de curvas cerradas en un descenso rápido. A la izquierda hay una poza conocida como Las Chorreras que, sin apenas profundidad, es ideal para familias. Aún más segura y con chiringuito, es la zona de baño del puente del Duque, un poco más adelante, a la altura de Hoyos del Espino.
Tras el puente del Duque termina la comodidad de la pista asfaltada, pero ganamos en sensaciones. Un camino nos lleva hasta el siguiente puente donde, si lo cruzamos, remontando un kilómetro el río Barbedillo llegamos a uno de los platos fuertes del viaje, el pozo de las Paredes. Es un remanso de gran profundidad y longitud, situado bajo un puente de aspecto frágil que, sin embargo, parece ser que lleva ahí desde la época romana, sirviendo para el camino del puerto de Candeleda. Hay un chiringuito y es habitual que haya gente pasando la noche al raso.
Desde el pozo de las Paredes no hay más alternativa que sufrir una buena rampa. O bien se sube a Navacepeda por asfalto, o nos quedamos en la tierra por la orilla izquierda. En cualquier caso, es un día en que necesariamente hay que tocar mucha carretera. Desde Navalperal de Tormes hasta Aliseda hay que ir por la AV-941, y al poco nos desviamos hacia Navamedia para transitar un encantador carreterín. Primero pasa por la garganta de Bohoyo, y tras Navamures, cruza la garganta de los Caballeros. Los que tengan tiempo, harán bien en desviarse hacia Navalguijo y pasar la noche allí, disfrutando de una consecución de pozas francamente alucinantes.
El dilema ahora es si pasar o no por Barco de Ávila. De lejos apetece acercarse a echar un ojo a esa pareja ideal que forman su puente y castillo. Aunque si las fuerzas van justas, se puede evitar el desvío para abandonar la ribera del Tormes y, por primera vez desde Madrid, poner rumbo sur. Nos ponemos ahora en paralelo al Aravalle para introducirnos en la zona más inhóspita de la ruta, el valle que se forma entre la sierra de Gredos y la de Béjar, un vergel que cuesta entender que esté tan deshabitado.
Se puede hacer un buen tramo por caminos que transitan en paralelo a la N-110 por la izquierda, con una suave pendiente ascendente que prácticamente se olvida entre el paisaje espectacular y unas escenas rurales que parecen salidas de otra época.
Los caminos se complican un poco a la altura de Casas del Abad y, particularmente, de Puerto Castilla, así que es buena idea tomar la carretera nacional, que tiene buen arcén y poco tráfico. Otra de las virtudes de esta ruta es que el puerto de Tornavacas (1.275) se sube sin apenas esfuerzo por su cara norte, y sin embargo regala bajada larguísima y espectacular por la cara sur, con curvas rápidas y divertidas que van despidiendo las grandes montañas y van saludando a los cultivos de cereza del valle del Jerte.
Los contrastes del último día son de lo más sugerente del viaje. En unas pocas decenas de kilómetros pasamos de cimas de 2.400 metros que guardan nieve hasta entrado el verano, a parques con palmeras que nos hacen pensar que hemos pasado de los Pirineos a Córdoba sin darnos cuenta.
La etapa es deliberadamente corta por varios motivos. El más mundano: porque el tren de Plasencia a Madrid sale a las 17 h. Es casi obligado: porque apetece darse una vuelta por Plasencia, por su acueducto del siglo XVI, por las murallas, por el claustro de la catedral… Y el tentador: porque desde Jerte podríamos acercarnos al baño más pintoresco del viaje en la Garganta de los Infiernos. Hay que subir unos 4 km, así que no sería mala idea dejar la bici abajo y remontar la garganta a pie.
Desde Jerte casi todo es bajada hasta Plasencia. Hay un camino un poco tortuoso que va en paralelo a la nacional por la derecha, ideal para los amantes del MTB, pero quizá un poco duro para los que ya tengan fatiga. Además, el camino pasa por alto los montones de piscinas naturales que forma el río Jerte casi en cada pueblo hasta llegar al destino. Hacer noche en Plasencia es una buena forma de evitar las prisas por llegar en hora al tren. Además, si todavía quedan ganas de más, desde aquí se podría hacer una sexta etapa de ida y vuelta hasta el Parque Nacional del Monfragüe, que queda tan solo a 25 km.