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Un año más nos disponemos a preparar la que, sin duda, es una de las actividades estrella del año para los amantes de la montaña. Y es que la próxima ruta guiada va de astros y satélites. El 3 de marzo marchamos con raquetas de nieve a la luz de la Luna de Cuaresma, la última llena antes del equinoccio de primavera y la primera de marzo, que será la segunda luna azul del año –la primera fue en enero, y se produce cuando en un mismo mes hay dos lunas llenas–.
Atrás hemos dejado las frías noches de luz invernal que, aunque también despiertan expectación, tienen menos demanda porque las cortas noches hacen que salga más tarde y que las rutas se realicen en condiciones muy frías o nos vemos obligados a suspenderlas porque la meteo no acompaña. Pero la Luna de Cuaresma es diferente; la temperatura se suaviza y hay mucha nieve, gracias al influjo del astro en febrero, que ha dejado grandes nevadas en la Sierra de Guadarrama haciendo honor a su nombre, Luna de las Nieves.
Tener una cita con la luna no es algo que ocurra todas las noches. Para nuestro traje de gala no podemos olvidar unos mínimos imprescindibles. Botas de montaña de caña alta e impermeables, pues transitaremos por terreno nevado. Cómoda ropa de abrigo, tipo pantalón de esquí o similar, camiseta térmica, chaqueta de plumas o polar grueso, ya que durante la noche la temperatura baja considerablemente con relación al día. Los calcetines calentitos son obligatorios y los guantes, badana y el gorro, imperdonables. "Reza el dicho montañero 'si tienes frío en los pies, ponte el gorro', pues por la cabeza y el cuello se puede perder entre un 20 y un 30 % del calor corporal. El resto del equipo lo compondrán una mochila pequeña, para llevar agua y comida energética, y, por supuesto, raquetas y bastones que, al igual que el frontal (linterna de montaña), los proporcionamos la organización".
Punto de encuentro: 20:00h en Rascafría. Un pequeño pueblo de la sierra madrileña, en pleno corazón del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, lo suficientemente alejado del trasiego de la capital como para mantener ese aire rural que nos evoca nuestra infancia en el pueblo de los abuelos. La mayor parte de los participantes que se han apuntado a la ruta no son iniciados en esto de andar con raquetas, pero, aun así, lo de caminar de noche sobre la nieve genera dudas sobre si seremos capaces de "ver en la oscuridad". Iniciados o no, la técnica de progresión con raquetas es muy sencilla. Simplemente consiste en caminar con las piernas un poco más separadas, es importante apoyar lo más plano posible la espátula –suela– de la raqueta sobre la superficie de la nieve y para tener mejor estabilidad, hay que ayudarse con los bastones.
En esta ocasión, subiremos al promontorio que domina el Refugio Zabala, a 2.100 metros de altitud. Es ideal porque no hay contaminación lumínica y, sin duda, el paraje más alpino de Guadarrama, el circo de origen glaciar que forma la Laguna Grande de Peñalara (2.428 m), la montaña más alta de la sierra. Aproximadamente 6 km de recorrido y 300 metros de desnivel. Comenzaremos a caminar cuando el ocaso del sol anuncie el albor de la noche. Es el momento en el que las sombras cubren con su velo las montañas. En los primeros metros, todos los participantes estarán preocupados por intentar ver dónde ponen los pies, bueno… mejor dicho, las raquetas; pero poco a poco se va cogiendo confianza y la mirada empieza a vagar por el misterioso paisaje de tinieblas que nos rodea.
Todavía no habrá salido la reina de la noche y los frontales permanecerán encendidos para aportar confianza y seguridad al grupo. "Normalmente, los participantes me miran escépticos cuando les digo que apenas encenderemos el frontal, ya que la luna llena será el farol que ilumine nuestro camino con su gran capacidad de iluminación". El apogeo lumínico de principios de marzo no se producía desde el equinoccio de otoño, con la Luna del Cazador, llamada así por las culturas amerindias ancestrales, y que permitía recolectar y cazar para almacenar alimento para el crudo invierno, ya que permanece en el cielo toda la noche, sin dejar de brillar.
La salida de la luna llena para el día 3 de marzo está prevista a las 20:57 horas. Mientras esperamos, suele haber una pequeña interpretación de las estrellas que vemos en el cielo. Es el momento de apagar los frontales para apreciar la plenitud de la bóveda celeste y comprobar cómo mucha gente aprecia por primera vez la profundidad del espacio. El fulgor que emana de la futura luna solo permite apreciar las estrellas de primer orden –las más luminosas y cercanas a la Tierra–, pero es suficiente para explicar dónde está Polaris, la estrella polar que marcaba el rumbo a los navegantes para que no perdieran el Norte cuando no había GPS.
Mientras nos deleitamos con el titileo de las estrellas, tras el telón de las montañas aparecerá la majestuosa dama vestida de rayos. Con el 99 % de iluminación que se espera para esa luna, ya nadie dudará de que "se puede ver en la oscuridad". Pero, de la luna, siempre hay que dudar y esto es porque es una mentirosa empedernida. Cuando no está llena, es decir cuando crece o decrece, hay que interpretarla en sentido contrario a la imagen que nos ofrece: cuando crece, aparecerá en el cielo como una "D" y, por el contrario, cuando decrece, se nos mostrará como una "C", intentando embaucar a nuestro intelecto alterando el comienzo de la letra que evoca su fase.
Pero la luna llena no puede ofrecer su cara falaz, aunque en función de la cultura se presenta con diferentes nombres. La Luna Perfecta o de Cuaresma, que en el calendario cristiano antecede a la Pascua, es pregonera de la primavera a través del graznido de los córvidos, por lo que también se la llama la Luna del Cuervo. Sea cual sea su nombre, la hermana menor del gran astro solar, a pesar de su pequeñez, posee una importancia vital en la formación de la cultura humana. Su influencia, capaz de alterar las corrientes marinas, es venerada y temida. Protagonista de cultos paganos como el Akelarre, por los que las noches de luna llena evocan un misticismo estrechamente vinculado con la naturaleza, siendo su influencia puente entre el cosmos y la humanidad.
El espectáculo de la luna danzando sobre nuestras cabezas, para ganar altura camino de poniente, deja a los participantes embelesados. Con unos simples prismáticos podemos emular el primer telescopio que empleó Galileo para apreciar su relieve. El hemisferio visible está marcado por oscuros mares lunares de origen volcánico y cráteres. La mayoría de sus nombres, que provienen de la Edad Media –Océano de Tempestades o Mar de la Serenidad– nos evocan un mundo mágico. A estas alturas, todos los participantes habrán sido hipnotizados por el influjo de la energía cinética de la luna, que altera las mareas y, en ocasiones, la mente de las personas. Es el momento de tomar un caldito caliente y sacarles del embelesamiento, no vaya a ser que a alguno le dé un ataque licántropo y se ponga a aullar.
Con todos de vuelta a la Tierra, comenzaremos el retorno por el bosque, ya sin luz artificia. Nos rodea un paisaje de montañas iluminadas, cumbres como Cabezas de Hierro o la Cuerda Larga parecen más imponentes a la luz lunar, amplificada por la presencia de nieve. Resultado de la influencia de los vientos que campan a sus anchas sobre los montes de la sierra de Guadarrama, los pinos -pinus silvestris- están petrificados por los hielos y parecen coliflores. Proyectan sombras altivas que no dejan impasible a quien los contempla, dando rienda suelta a la imaginación en busca de parecidos de sus diferentes siluetas: allí, un dragón que emprende el vuelo; acullá, un elefante con grandes orejas...
Muchos son los animales que tiene costumbres nocturnas, aunque es difícil verlos: lechuzas, mochuelos y autillos dominan la noche con sus peculiares cantos, siendo el búho real el coloso de las rapaces nocturnas con su sonoro y metálico siseo. Seguro que muchos de ellos observarán sorprendidos el paso de nuestra comitiva. Influidos por la magia que envuelve el bosque en la oscuridad, mientras el silencio nos acaricia, un crujir de una rama o un ligero movimiento de matorral mecido por la brisa, nos eriza la piel y agudiza nuestros sentidos. Suelo tranquilizar a todos -y confieso que también a mí misma- diciendo que son los animalillos de siempre, que en noches de luna llena están más activos; aunque algunos, como el tejón, se ponen tímidos por el exceso de luz.
Gracias a la nieve es fácil saber qué camino llevan, sus huellas les delatan y por ello está prohibido cazar tras una nevada. Zorros, mustélidos e incluso el esquivo gato montés o el enigmático lobo campan por estos lares. Este último, a pesar de su mala fama -puede llegar a tener colmillos de 6 centímetros- es muy desconfiado y evita a toda costa el contacto humano (menos mal...) Y para seguir desmontando tópicos, no aúllan a la luna, lo hacen para comunicarse, pero lo que sí es cierto es que cuando hay luna llena están más activos porque tienen mayor visibilidad para cazar. Influidos por los mitos de nuestro satélite, en más de una ocasión, durante nuestras correrías nocturnas de luna llena, hemos dado un respingo seguido de carcajadas cuando una familia de jabalíes sale trotando delante de nosotros y nos miran un poco enojados al haberles interrumpido su Akelarre.
Cuando llegamos al punto de partida hace ya casi una hora que la luna salió por el Este. Ella seguirá hacia el Oeste, donde la espera Venus. La miramos una vez más y nos despedimos con cierta nostalgia de esta compañera de viaje tan entrañable. Es una despedida temporal, pues la volveremos a ver dentro de 28 días.