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Las torres mudéjares de Arévalo destacan del perfil de la ciudad enclavada en la infinita meseta de La Moraña. Pero entre todas ellas, una por sus grandes dimensiones obliga al visitante a fijar la mirada: la torre del homenaje del castillo de los Zúñiga. Una llamativa edificación militar de estilo románico y mudéjar, de planta pentagonal y ubicada en la confluencia de dos ríos.
El contraste es evidente en los mismos muros del castillo: en la parte inferior brilla el blanco de la piedra y en la superior el rojo del ladrillo. Una imagen que nos da una pista de cómo fueron cambiando los materiales a lo largo de su construcción. “Si un muro de piedra recibe un impacto se derrumba, si lo hace uno de ladrillo se crea un agujero que se puede reparar”, explica Maite Herrero, guía del castillo. Y también nos habla de cómo cambiaron las necesidades: la parte baja está poblada de saeteras y la superior de troneras, en una época de cambio en la que los arcos medievales dejaron paso a las armas de fuego.
El germen de esta fortificación se encuentra en una primitiva atalaya del siglo XIII que servía de puerta a la muralla que rodeaba la ciudad y que todavía podemos ver a través de un suelo de cristal en la torre del homenaje. Sobre ella, Álvaro de Zúñiga, duque de Arévalo, mandó construir este castillo. Y personajes de la talla de Isabel la Católica han recorrido sus pasillos y estancias.
En la actualidad, el castillo de los Zúñiga está gestionado por el Fondo Español de Garantía Agraria. A mediados del siglo XX y en un avanzado estado de abandono, esta construcción pasaba de manos del Ayuntamiento al Ministerio de Agricultura con la condición de que este último instalara un silo de grano para toda la comarca. Su relación con los campos que le circundan continúa, pues ahora alberga en su interior el Museo del Cereal donde podemos encontrar, por ejemplo, más de 500 variedades de trigo y 150 de otros cereales. Una colección única en Europa.
Maite invita a continuar la visita al Castillo de Arévalo y trasladarnos hasta las celdas de almacenamiento de grano, “muchas personas, especialmente los niños, dejan de escuchar en cuanto digo 'celdas' y me preguntan que dónde encerraban a los presos”. Nada más lejos de la realidad, y pese a que este castillo funcionó también como prisión, Maite nos lleva hasta los espacios donde se recogía el grano de toda la zona. “En total había 15 celdas, cada una recogía 72.000 kilos de cereal por lo que se podían almacenar hasta 1.080.000 kilos”.
No busquen el castillo del Condestable Dávalos en un lugar prominente, no miren hacia lo alto de Arenas de San Pedro. Esta fortificación se encuentra en una de las partes más bajas del municipio, junto al río. Y esto ya explica que su primer destino no fue el defensivo, sino el de control de dominios.
En la fachada norte de la mole de granito y junto a la entrada se levanta una imponente torre del homenaje de 26 metros que se adelanta al muro principal. La planta cuadrada del castillo está custodiada en cada uno de sus vértices por cubos circulares, y a su vez, como contrafuertes para el muro y en mitad de estos, torreones cuadrados.
Marta García, ataviada de época, nos abre la puerta del castillo. Asegura teatralmente que vio levantarse esta fortaleza en su niñez y que tiene más de 600 años (sin duda el aire de Gredos conserva bien a los arenenses). Y así, disfrazada, suele hacer las visitas. De esta manera, el viaje hasta los inicios del siglo XV, cuando el Condestable de Castilla Ruy López Dávalos ordenó su construcción, es mucho más sencillo. Marta traza la historia de la fortificación a través de los otros dueños y nombres que ha recibido: el castillo de don Álvaro de Luna y el más romántico, el de la Triste Condesa. Este fue el apelativo que adquirió Juana de Pimentel cuando su marido, don Álvaro de Luna, fue decapitado fruto de una confabulación.
Desde su paseo de ronda y a través de las almenas se distingue buena parte del municipio de Arenas de San Pedro. Desde aquí apreciamos los pintorescos barrios de La Nava y El Canchal, la antigua morería del pueblo, teñidos de blanco por el uso de piedra encalada. También atisbamos el Palacio del Infante don Luis de Borbón, otro de los monumentos Bien de Interés Cultural del municipio. Pero sin duda alguna la mirada se fija rápido en las imponentes cumbres de Gredos. El granito gris se alza en un horizonte tan cercano que contrasta con la espesa vegetación que envuelve todo el pueblo.
El castillo rezuma estilo gótico por sus cuatro lienzos, sin embargo, pequeños detalles nos hablan de la participación de otras culturas en la construcción del mismo. Como los ventanales de arco de herradura apuntados, influencia mudéjar, que vemos en la torre del homenaje. En esta se disponen salas expositivas y un auditorio.
Todo castillo que se precie tiene su leyenda y toda leyenda, su princesa. En el caso de Las Navas del Marqués esta princesa, Magalia, da nombre a su castillo-palacio. “MAGALIA QUONDAM”, así reza una inscripción realizada en un bloque de piedra situado en una torre. Cuenta la leyenda que la hermosa princesa, hija del señor del castillo, se enamoró ciegamente de un centauro que cada noche recorría uno de los pasadizos secretos para visitarla. Una de esas noches el marqués les descubrió y escandalizado se opuso a su amor. Magalia no pudo soportar la idea de separarse de su equino amante y a lomos de él se fugó del palacio. Ante esta huida, su padre afligido, desgarrado y con el corazón roto, vagó por el edificio como un fantasma por el resto de sus días -y quién sabe si de la eternidad- gritando “Magalia quondam”, es decir, “Magalia, ¿dónde estás?”.
En el fondo, nada que ver: la traducción correcta sería “en otro tiempo casa rústica”. Y Cristina Herranz, técnica de turismo del Ayuntamiento de Las Navas del Marqués nos indica que ahí podemos apreciar el origen de la construcción, “Don Pedro Dávila y Zuñiga, además de su exquisito dominio del latín, quiso dejar patente que antes de él en la zona solo había casas rústicas y lugares de pasto y que él creó todo esto”. El primer marqués de las Navas mandó construir este castillo-palacio de estilo renacentista en el siglo XVI sobre los restos de una antigua fortaleza de la Edad Media de la que se conserva la torre del homenaje.
Situado a 1.300 metros de altitud y dominando todo el municipio de Las Navas del Marqués, y buena parte de los pinares que tiñen de verde hasta donde alcanza la mirada, el de Magalia es uno de los pocos castillos rocosos que se conservan en perfecto estado en la actualidad. En diversos puntos del exterior podemos apreciar cómo la piedra bruta emerge de la tierra para integrarse en los muros de la fortaleza.
Frente a los elementos más defensivos del exterior, dentro apreciamos un carácter puramente palaciego. Y los objetos que atesora reflejan ese uso residencial: en el salón de honor encontramos una alfombra de la Real Fábrica de Tapices, un arca de estilo gótico-florido, un bargueño o un cuadro del Museo del Prado. Y son varias las obras cedidas por la gran pinacoteca.
En su interior, Cristina señala que el castillo-palacio posee algunos elementos arquitectónicos pioneros para su época. En la biblioteca pareciera que la cúpula se va a caer en cualquier momento “esta bóveda plana es muy similar a la que se halla en el Monasterio del Escorial, pero hay indicios de que esta pudiera ser incluso anterior”. De las tres que existen en España, dos se encuentran en el castillo de Magalia.
Tras pasar a manos de la Unión Resinera Española a principios del siglo XX, ésta cedió el castillo al Estado que lo destinó a la Escuela de Instructoras de la Sección Femenina de Falange. En la actualidad funciona como centro de congresos y reuniones gestionado por el Ministerio de Educación y Cultura. Cuenta con 44 habitaciones y salas de reuniones para 200 personas.
Controlando el Alto Tiétar, el castillo de La Adrada se erige majestuoso sobre una colina dominando el municipio. Puede que esta fortaleza le resulte familiar: si ha visto Águila Roja o El Cid ya la ha visitado, por lo menos, a través de su pantalla. En los últimos años, este castillo se ha convertido en el plató ideal para ambientar series, películas y documentales.
Para acceder al corazón de la fortaleza primero hay que superar el foso seco y la puerta de su muralla. Enrique de Juana, técnico de turismo del Ayuntamiento de La Adrada, nos asegura que estos elementos defensivos fueron más intimidatorios que funcionales. Nos señala las saeteras, almenas y merlones que componen los muros.
Ya en el patio de armas, Enrique confiesa que esta centenaria edificación le sigue guardando sorpresas tras años de mostrarla a los visitantes: “Hace poco descubrí que el aljibe que tenemos bajo nuestros pies, de unos 40 metros cuadrados, conserva su desagüe original. Antes lo vaciábamos con una bomba cuando estaba lleno, pero un día que llovió torrencialmente el agua comenzó a fluir hacia el exterior”.
Este patio de armas de estilo renacentista cuenta con la peculiaridad de poseer solo tres muros, el cuarto correspondería al edificio de la antigua iglesia que supuso el germen de esta fortaleza. “A finales del siglo XIV, La Adrada recibe el título de villa y se transforma ese templo gótico en un castillo-fortaleza”. Y para ello se derribó la torre del campanario de la primitiva iglesia y se construyó, sobre el ábside de la cabecera del templo, la torre del homenaje. Incluso en la planta basilical se conservan las antiguas columnas, como viejos troncos talados y petrificados para la eternidad.
Entre las dependencias palaciegas encontramos la casa del alcaide, personaje que haría las veces de gestor en ausencia del señor del castillo. Enrique nos asegura que uno de los tesoros de la fortaleza está aquí: “En esta sala se conserva la azulejería mudéjar original, de los siglos XIV o XV y que lejos de traerse de las fábricas de Toledo o Alcalá de Henares, fueron elaborados aquí mismo”.
El castillo de La Adrada alberga el Centro de Interpretación Histórica del Valle del Tiétar, en el que podemos hacer un recorrido por el devenir de esta comarca desde sus primeros pobladores hasta la actualidad. Un pequeño museo arqueológico reúne las piezas que se obtuvieron en la última restauración del castillo entre las que destacan una buena colección de estelas funerarias.