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Que si uno quiere mar, no solamente tiene una franja litoral de unos 217 kilómetros, sino que puede encontrar algunas de las playas y calas más seductoras de toda la costa patria. Para los que prefieran el desierto, ahí tienen el de Tabernas y su extenso legado de cine. ¿Montaña? La provincia está salpicada de varios sistemas montañosos que harán las delicias de los que busquen este tipo de entornos. Y justo entre dos de sus sierras más importantes, aunque pueda sorprender, hay una Almería vestida de verde, exuberante y con cascadas que murmullan.
Continuando con los dichos almerienses, está aquel que afirma con sorna que "Andarax y Andarax y no te mojarás", haciendo referencia al inexistente caudal del río Andarax, cuando viene a desaguar junto a la ciudad, prácticamente, seco y moribundo. Sin embargo, alejándonos de su desembocadura y acercándonos a su nacimiento, estas palabras dejan de tener sentido.
A su paso por el término municipal de Padules, en la Alpujarra almeriense, el Andarax, lozano y con la fuerza de un jovencísimo riachuelo de montaña, deja un paisaje único de pozas, saltos de agua y verdor que dista mucho de ese río seco al que se dirige la expresión popular de los capitalinos. Es allí, entre Sierra Nevada y Sierra de Gádor, donde se encuentra un paraje natural que, a priori, pocos se aventurarían a ubicar en esta provincia que solemos imaginar de tonos ocres y turquesas.
En el camino hacia su encuentro con el mar nuestro, el Andarax se arrastra vivaracho y escultor, especialmente por esta zona privilegiada y fértil. Las Canales de Padules –no, no se trata de una errata de edición; es en femenino– es el nombre que recibe este tramo del curso del río, en el que el agua fresca y limpia, y la insólita belleza de las espectaculares gargantas esculpidas en la roca por la acción del río son los protagonistas de un entorno ideal al que podremos llegar tras realizar una de las rutas senderistas más conocidas de la provincia de Almería.
Es el turismo de interior es uno de los grandes solicitados en este 2021 que nunca podremos olvidar. Atraídos por la fascinación que suscitan los mares almerienses, nos habíamos olvidado de que, poniendo los ojos tierra adentro, la provincia ofrece un mundo desconocido y poco inspeccionado.
Precisamente, la zona de la Alpujarra almeriense es una de esas grandes bellezas semiocultas. A los pies de la Sierra de Gádor, Padules es uno de esos pueblos blancos encalados de pura serranía sureña y que resaltan entre los verdes parrales. De origen romano, su nombre significa "pequeñas lagunas" o "pequeños manantiales", lo que nos da una pista de qué encontraremos por estos lares. Un paseo por sus calles, sirve para descubrir su impronta árabe y judía. No olvidemos que los montes alpujarreños fueron el último refugio de los moriscos.
Entre los atractivos de la zona, asociados, especialmente, a este pequeño pueblo destacan Los Canjorros y Las Canales, un encajado y sorprendente espacio natural que nos permite tocar, simultáneamente, Sierra de Gádor y Sierra Nevada. Su peculiaridad bien le ha valido que sean reconocidos recientemente como Monumento Natural por la Junta de Andalucía.
Sin duda, el más conocido de los trayectos es el Sendero de los Tres Pueblos, que recorre las singulares localidades de Padules, Beires y Almócita. Se trata de un itinerario de intensidad media-baja que lleva al caminante a descubrir la belleza natural de la zona, además de la riqueza de estas tres poblaciones de calles acogedoras, coloridas macetas y candiles.
El recorrido que parte desde Padules hasta Las Canales y Los Canjorros –perfectamente indicado por sus correspondientes carteles– cuenta con tramos asfaltados y otros de tierra. Tras dejar el coche en el estacionamiento que hay a las afueras del pueblo, en una hora y media y a paso tranquilo, la caminata ofrece unas vistas inusitadas. Panorámicas de antiguos parrales, restos de molinos en desuso y la singularidad de un paisaje misterioso, inesperado, teñido de verde y habitado por vegetación y animalillos propios de los ríos; como tarajes, juncos, cañaveral, adelfas, ranas, truchas o libélulas con nombres tan feéricos como "caballito del diablo", a cuya hembra suelen llamar "bella dama azul". A nadie le extrañaría que fuera también hogar de duendes, hadas, náyades y ninfas que juguetean en el agua y pasean abstraídas entre la maleza.
Pequeñas cascadas, cristalinas pozas, una vegetación exuberante y mucho frescor. Una combinación que se agradece, especialmente, al llegar los calurosos días veraniegos almerienses, pero que se disfruta, mucho más, a partir de septiembre, cuando la afluencia de visitantes es menor, el clima sigue siendo benévolo y el paisaje toma esos tonos otoñales capaces de encandilar a cualquiera que los mire.
Llegar hasta allí y disfrutar de todo el espectáculo natural e hidrológico que ofrece este territorio que huye del desierto y ofrece agua a borbotones no es difícil, solamente hay que seguir la ruta indicada y saber que, a pesar de que el Andarax no es un río caudaloso ni profundo, habrá que mojarse, inevitablemente. Alrededor de esta senda, se han instalado unas áreas recreativas en las que hacer un alto en el camino y tomar fuerzas para continuar.
Con una dificultad media baja, el camino que lleva hasta este particular vergel solo se puede realizar siguiendo el transcurrir del río y se encuentra, en sus tramos más angostos, flanqueado por las altas paredes de las rocas que lo encajonan, por lo que es tarea imposible toparse con alguna senda seca. Echar en el macuto una muda y ataviarse con ropa que pueda mojarse y unos buenos escarpines de agua es lo más recomendable para disfrutar de esta caminata acuática.
El Andarax discurre con agua siempre fresca, alrededor de unos 18 ºC, sea la época del año que sea. Pues baja directo de la montaña y se encuentra a la sombra de las altas y verticales paredes de piedra caliza, que ha ido tallando y adaptando a sus hechuras, y desde la que se deja descolgar una densa vegetación.
Río arriba, el trayecto culmina en una piscina natural excavada a base de agua y tiempo sobre la piedra. Allí, las propias rocas se convierten en toboganes, trampolines y escalones que sirven para escalar, mientras el agua cubre parte de las piernas de los curiosos excursionistas.