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Son muchos los que cuelgan las botas cuando arrecia el frío. Sin embargo, los amantes del senderismo, de los pueblos perdidos en la montaña -y de todo lo que tenga que ver con el Principado de Asturias-, deben saber que el invierno muestra el lado más idílico de los valles del centro de la región, cuando la nieve se aferra a las cumbres, las carreteras se vacían y los caminos invitan al viajero a descubrir lo que se esconde al final del bosque.
Imagina una aldea perdida entre valles y erigida sobre la loma como un mirador privilegiado de ese escenario abrupto e idílico de riscos y praderas ¿Dolomitas? Hablamos del reducto medieval mejor conservado de todo el Principado.
Bandujo es uno de los escenarios más representativos de Asturias, protagonista en las campañas de publicidad, pero desconocido para buena parte de su población. Casi nadie sabe dónde se encuentra ni cómo llegar hasta aquí. ¿La razón? Esta aldea de cuento alpino permaneció totalmente aislada hasta el siglo pasado, cuando la única vía de comunicación era el Camino Medieval que hoy recorremos para descubrir la esencia de este tesoro rural de la montaña asturiana. Una de esas postales escondidas del Principado.
Ponemos rumbo al concejo de Proaza, uno de los territorios del oso pardo, situado a apenas 27 kilómetros de Oviedo. Nuestro punto de partida es precisamente la Senda del Oso, la vía verde de 59,1 kilómetros más famosa del Principado. Discurre en paralelo a la carretera AS-228 y al río Teverga, que seguiremos hasta llegar al aparcamiento donde comienza el camino medieval.
Se encuentra junto a la parada de autobús de Bandujo, pasado el pueblo de Caranga de Abajo, al llegar al kilómetro 21. Aquí nos olvidaremos del coche, cogeremos la mochila y cruzaremos el puente para empezar la ruta que parte compartiendo itinerario con la Senda del Oso.
En su desembocadura en el río Teverga, aparece el arroyo Bandujo y una señal que nos invita a seguir su curso hasta llegar a su aldea homónima. Los tres kilómetros de subida introducen al viajero en un bosque profundo de castaños, avellanos y robles que abrazan el pequeño desfiladero excavado por el río que vertebra el Camino Medieval. No hay opción de pérdida.
Este tramo es un continuo ascenso por la foz que dura menos de dos horas y que muchas familias encontrarán como la ruta ideal para hacer con niños. Eso sí, acostumbrados a las buenas caminatas y sin miedo a las cuestas. Nada extremo, ni mucho menos técnico. Hablamos de un camino por el bosque en subida, en definitiva.
El entorno silvestre y la humedad envuelven este arroyo sinuoso, que va marcando su paso en pequeñas cascadas y saltos de agua donde llenar la cantimplora. El silencio se adueña de toda la zona, donde no se escucha ni el cencerro de las vacas, tan sólo el murmullo del río y nuestras pisadas sobre el suelo cubierto de hojas y castañas. “Atención a los resbalones, sobre todo a la vuelta cuesta abajo”, advierte Carmen Terán, que vuelve de ruta con su marido.
El camino es cómodo en la mayoría del trayecto, donde se combina el suelo de piedra, de tierra y asfalto en su tramo final. Poco a poco van apareciendo más senderistas, familias con niños, parejas con perros y grupos de amigos que pretenden volver antes de la hora de comer. Porque este es el único sendero para acceder a Bandujo, si no se quiere llegar en coche por la carretera rural, que va descubriendo miradores sobre la loma como Elmolar, el de Linares o Castañedo del Monte sobre los valles de Proaza. Pero esa, será otra historia.
En las mañanas el rocío se desprende de las hojas, del musgo y de los helechos mientras los rayos de sol se cuelan entre las ramas de la espesura. La senda nos lleva de un lado al otro del arroyo a través de pequeños puentes rudimentarios y de oquedades en la roca, que hacen de refugio ante las inclemencias del tiempo y de muestra de la geología del lugar.
El último tramo es el más inclinado, de unos 200 metros, antes de llegar a una pista forestal que se une a un camino de hormigón. De repente, el bosque se abre para mostrar las praderas verdes y solitarias que nos rodeaban, donde se reparten algunas casinas de arquitectura tradicional asturiana junto a hórreos y paneras donde cuelgan mazorcas de maíz y se guardan calabazas. El dueño de la finca trabaja en el huerto mientras su perro descansa a la entrada de la casa. El tiempo parece haberse detenido. “No tenía ni idea de la existencia de este lugar”, confiesa el senderista Néstor Pérez en su primer encuentro con el pueblo. Hemos llegado a Bandujo.
El Barreiru, La Molina, Antelaiglesias, La Reguera, Toral, Campal y El Palacio. En esta pequeña aldea montaraz viven cerca de cuarenta personas que se reparten por los siete barrios que adornan el cerro y la ladera. Son los guardianes de la historia y las tradiciones de este enclave singular que estamos a punto de descubrir. Su seña de identidad: el mayor tesoro medieval de Asturias.
Exploramos las callejuelas de este núcleo rural declarado Bien de Interés Cultural desde el año 2009. No es de extrañar. El viajero pronto descubre que Bandujo parece anclado en el siglo XVIII, desde cuando permanece intacto, aunque no llegaría a ver la luz (eléctrica) hasta 1980. Otros avances tecnológicos como el agua corriente o las carreteras no aparecen tampoco hasta esa década.
Mientras caminamos por sus caleyas indagamos en la historia de la primera capital del concejo de Proaza, fundada en la Alta Edad Media, entre los siglos VIII y IX, con el nombre de Vandugio. Su monumento más antiguo, del que hay documentación, es la iglesia de Santa María. Tal y como señalan desde el ayuntamiento de Proaza, este edificio ya aparece mencionado en la donación de Fruela II a la Catedral de Oviedo en el año 912. La construcción que se puede visitar hoy en día se levantó durante el siglo XII y conserva un estilo sencillo con una sola nave y ábside plano en el interior.
Sin duda, el barrio más popular y fotogénico es el de El Palacio, donde se encuentran las dos torres más representativas de Bandujo, que dominan su silueta entre este paisaje abrupto elevado a 700 metros sobre el nivel del mar. La más emblemática es la torre circular, construida entre los siglos XII y XV y conocida como la de Tuñón, en la que se encuentra el escudo con los blasones de los Tuñón, los Miranda y los Bandujo. Es una de las torres defensivas bajomedievales mejor conservadas de Asturias.
Para conocer a fondo Bandujo conviene recorrer sus calles empedradas, visitar sus hórreos, paneras y molinos, así como sus casonas y elementos históricos, que llevan siglos casi intactos como el lavadero y el cementerio.
Lo que más llama la atención de este camposanto, además de sus vistas privilegiadas desde la ladera, es que sus tumbas no tienen ni lápidas ni dueño. De esta forma, cuando un vecino pasa a mejor vida, ocupa el lugar de aquella persona que lleva más tiempo enterrada allí. Además, el cementerio de Bandujo protege una de las tradiciones funerarias más peculiares que se conservan en Asturias. Y es que, en el Día de Difuntos vecinos y allegados dibujan y decoran las tumbas cubriéndolas de tierra y flores como muestra de una costumbre antaño muy extendida en el Principado que ya se ha perdido en el resto de la región. Aquí se guarda y celebra con mimo y orgullo.
Tras conversar con sus gentes y subir a cada uno de los miradores para captar la mejor panorámica de Bandujo, llegará la hora de preguntarse cuándo será el momento de retomar el camino de regreso hasta el punto de partida. El viajero ha de contar con otra hora y media de caminata en descenso y sin prisa, para evitar resbalones.
Quien pretenda llegar en coche hasta aquí y huir de la emblemática ruta, ha de saber que el aparcamiento cuenta con apenas cinco plazas, para conservar el halo de tranquilidad y calma que envuelve este reducto medieval. También que en él no existe ningún restaurante ni alojamiento, así que conviene venir preparado.
Más allá de Bandujo, merece la pena dedicar un tiempo a descubrir Proaza. Este concejo está dibujado por los valles y montañas del centro de Asturias donde avanza el río Trubia y sus afluentes, como lo hace el Camín Real de la Mesa. Esta antigua ruta, trazada por los romanos, aún conecta Asturias con el resto de la meseta en uno de esos trekkings monumentales de varios días que no todos conocen, pero que todos recomiendan al descubrirlo. Proaza forma, a su vez, parte del conocido valle del Oso, uno de los refugios donde se protegen las últimas poblaciones de esta especie en España.
Y, hablando de plantígrados, quien no la haya hecho aún, ha de saber que siempre merece la pena coger la bici o caminar por el itinerario de la Senda del Oso, que atraviesa además los concejos de Quirós, Santo Adriano y Teverga. También descubrir el ecosistema de este escurridizo mamífero, cuya población ha aumentado en la zona en los últimos años, en la Casa del Oso. Este espacio está situado en la capital del municipio, Proaza, donde también destaca su interesante torre medieval, construida en el siglo XV, y el desfiladero de Peñas Juntas, para aquellos que aún no hayan saciado del todo sus ansias de trekking y aventura.