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Desde la lejana isla canaria de El Hierro hasta los paisajes prepirenaicos de Huesca. Esa es la travesía vital emprendida por Aitana Quintero: “Aterricé en Aragón por amor. Con una profesión muy alejada de los caballos, aunque por entonces ya me apasionaba la hípica, algo que aquí se ha multiplicado hasta el infinito”. Una aventura casi de película que le ha llevado a ser la dueña de una manada de caballos que ofrece a los turistas para cabalgar junto a una de las fortalezas medievales más cinematográficas de España: el Castillo de Loarre.
No ha sido fácil. Cuando se lanzó a esta peripecia empresarial lo tenía todo para triunfar. El paisaje serrano, el castillo, un flujo constante de visitantes, buenos caballos y una idea muy clara: “Buscar el equilibrio entre la rentabilidad y el bienestar de los animales”, cuenta Aitana. Con esos mimbres, el éxito estaba asegurado. Pero llegó la dichosa pandemia, así que el parón fue inevitable. Tras eso y algún que otro crédito de más, ella no soltó las riendas hasta que, poco a poco, la empresa comenzó a ir al paso, después al trote y ahora ya galopa en la dirección soñada.
Tanto que hasta su hermano, Aitame, también ha dejado El Hierro y se ha asentado en tierras oscenses para acompañarle en el empeño. Para ello, el joven ha obtenido el título de monitor de equitación y pronto conseguirá el de guía, de manera que podrá turnarse con su hermana en la tarea de comandar a los grupos que cabalgan por diversos itinerarios. Porque tienen varias rutas diseñadas para los distintos niveles y gustos de los jinetes. Si bien, está claro que el camino más demandado, por familias enteras, es el que rodea la fantástica fortaleza medieval de Loarre.
Justo a los pies del monumento milenario se encuentra el comienzo de los recorridos. Una sencilla flecha en la carretera indica la Hípica Castillo de Loarre. Pero que nadie espere grandes establos o una pista de equitación repleta de obstáculos para saltar y galopar. Nada de eso. Aquí los parajes de la sierra, con sus pastos, veredas y bosques son al mismo tiempo centro ecuestre, cuadra y pesebre para el alimento de los animales.
Los caballos se cuidan con naturalidad y con todos los mimos posibles. De hecho, los paseos comienzan con una especie de ritual en el que cada turista entabla contacto con el corcel que va a montar. “El primer paso son unas caricias, hablarle y mirarlo un poquito. Nunca demasiado fijamente, porque nos puede tomar como una amenaza”, aconseja Aitame. Son jacos especialmente dóciles y lo cierto es que no ponen ningún problema a los jinetes, por muy inexpertos que sean. No obstante, Aitana está atenta a adjudicar la montura más apropiada a cada turista. “Cada caballo tiene su carácter. Por ejemplo, yo monto a Garoé, de raza árabe, con mucho orgullo y también muy fuerte. Un animal fabuloso”.
Luego los hay curiosos como Gringo, comilones como Sirio, o yeguas como Aline, siempre pendiente de los miembros más mayores de la recua, como la venerable Galia, una yegua de raza francesa, de ahí su nombre, que pronto cumplirá los 30 años. Una edad avanzada que ahora disfruta en una especie de plácida jubilación, tras haber pasado su juventud compitiendo y ganando trofeos hípicos. “Las competiciones son muy exigentes para los animales, por eso estar aquí es como un premio para ella”, relata Aitame mientras le pone la silla.
Aquí los caballos están en semilibertad. Pastan y corren libres por los pastos que rodean el castillo y, de paso, lo limpian. Se respira una atmósfera de lo más idílica en esta hípica, donde el cuidado por la manada es extremo. Por ejemplo, las sillas de montar tienen cinchas elásticas para mayor confort del animal. “Yo trabajo más cómoda en mallas que con jeans ajustados, a ellos les pasa igual”, explica Aitana. Y tampoco llevan herraduras, aunque reciben periódicos cuidados de pedicura.
En ese ambiente, la faena para ellos es casi parte del entretenimiento. Además, bien variado. Pueden servir para las clases de equitación lúdico-deportiva con niños de la zona. También participan en eventos, ceremonias o en rodajes. Y, por supuesto, pasean a los turistas de cualquier edad, “siempre en grupos reducidos y alternándose, porque voy dándoles descanso. Ni mucho menos están todo el día con una persona en sus lomos”.
Al fin y al cabo, la ruta más habitual dura una hora y se hace por un camino bastante escarpado. La senda discurre en un continuo sube y baja. Es parte del encanto, ver cómo estos enormes animales se coordinan para caminar lentamente por ese terreno quebrado. Aunque Aitana, siempre pendiente del grupo, va dando consejos para ayudarles: “En las subidas, echad el cuerpo hacia delante, y en una cuesta abajo haced al revés, poniendo las piernas estiradas en los estribos. Así siente menos el peso de vuestro cuerpo y conseguís fundiros con su esfuerzo”.
Estar atentos a esas posturas, así como guiarlos a izquierda y derecha con las riendas, forma parte del juego de la excursión. Pero también hay tiempo para contemplar el paisaje. En su mayor parte se cabalga por monte abierto, donde el verde del boj flanquea el camino. Estos arbustos son perfectos para que los caballos quieran rascarse, así que hay que estar pendientes de guiarlos, y también evitar que alguno de ellos se pare a comer.
Aunque si hay una parada en este primer tramo, ese es el momento perfecto para comprender el verdadero significado de la manida expresión “fortaleza inexpugnable”. Para entenderla basta con levantar la cabeza y apreciar el perfil del Castillo de Loarre, elevado sobre un espolón rocoso. De hecho, esta construcción -originada en el siglo XI- jamás fue conquistada por los enemigos, algo debido a su potente sistema defensivo y a unas privilegiadas vistas sobre la Hoya de Huesca. Gracias a tal panorámica podía anticiparse a cualquier amenaza de los musulmanes que en la Alta Edad Media ocupaban el sur de la provincia oscense.
Lo cierto es que yendo a caballo y gozando de esta visión, es fácil dejarse llevar por la ensoñación y por la historia. La presencia de este castillo medieval actúa como un resorte para evocar épocas legendarias. Posiblemente este sea el gran factor diferencial de este paseo ecuestre.
De pronto la senda se adentra en un espeso pinar, casi de cuento. La oscuridad domina esta parte del recorrido, el bosque impide ver nada en la lejanía, por lo que los animales avanzan muy atentos a cualquier sonido sospechoso. “Ellos son presas en su estado salvaje, y ese instinto de permanecer a la defensiva no lo pierden jamás”, explica la jefa de la expedición a la vez que avisa al grupo de la presencia de alguna rama peligrosa con la que es mejor no darse de bruces.
Poco después el pinar se acaba, se salva un último árbol, se sale a la luz y ante los jinetes está el portón abierto en las murallas de Loarre. Impacta verlo así, de sopetón. Por el bosque se cabalga entre sombras y, en un instante, se ilumina una escapatoria que nos lleva al pasado. Es imposible evadirse a la imaginación y a todos nos gustaría atravesar al trote el arco abierto en las murallas y ascender señoriales por la cuesta que conduce al monumento, para descabalgar justo frente al castillo.
Pero, obviamente, no es posible. Nos hemos de conformar con fantasear por un momento, hacer la foto de rigor y proseguir el paseo que ahora empieza a descender. Eso sí, las vistas que se tienen de la fortaleza durante esta segunda parte del itinerario son fantásticas. Es perfectamente reconocible todo el tramo de murallas en la zona baja o se aprecia la Torre Albarrana que pudo ser el germen del castillo. Igualmente se distinguen las torres de la Reina y del Homenaje, dispuestas en torno al patio de armas. Y desde luego que llama la atención la factura semicircular y la cubierta octogonal de la iglesia de la fortaleza, un templo que tiene una cúpula en su parte más alta y una cripta en su parte baja. Todavía hoy se usa para ceremonias y su excepcional acústica se aprovecha para programar conciertos de corales y música del Medievo.
Contemplando el monumento y atentos a los pasos de nuestro caballo se hace corto el paseo. Sin darnos cuenta ya estamos de regreso en la hípica, donde nos aguarda Brandy, el perro de Aitana. Es hora de descabalgar para agradecerle todo ese torrente de sensaciones a nuestro caballo con caricias, zanahorias y un reconfortante manguerazo de agua. A lo que responde con cabeceos de agradecimiento y algún relincho de satisfacción. Cuesta dejarlos ahí y apetece darse otro paseo subidos a estos estupendos animales. Pero han de descansar y retomar fuerzas. Aitana y su hermano les quitan las sillas y el resto de enseres para mayor comodidad de sus animales. Ya solo les queda despedirse y un último consejo: “Subid al castillo y entrad, merece la pena”.
Los más sesudos expertos en historia y arte medieval están de acuerdo en considerar al Castillo de Loarre como la fortaleza románica mejor conservada de Europa. Tan solo alguna construcción de las Cruzadas en el Oriente Próximo ha resistido con tanta gallardía el paso de siglos y batallas. Es decir, que este castillo oscense es una joya valorada a nivel mundial y mucho más conocida de lo que podamos suponer, sobre todo gracias a los numerosos rodajes de cine y televisión que se han realizado en sus estancias.
Por aquí ha pasado Charlton Heston para rodar su serie televisiva dedicada a la ópera. También un jovencísimo Jorge Sanz y un mito de Hollywood como Anthony Quinn filmaron diversas escenas de la peli Valentina. Y, hablando de estrellas del celuloide, hay que mencionar al cineasta Ridley Scott dirigiendo a Orlando Bloom, Liam Neeson y el resto del elenco de El Reino de los Cielos con el telón de fondo de las murallas y torres de Loarre.
Además, hasta los calabozos del castillo conducían directamente a una puerta del Ministerio del Tiempo. O la ficción que unió a Cervantes y Shakespeare en la producción hispano británica Miguel y William, que eligió este castillo como plató ideal para diversas escenas entre Elena Anaya, Geraldine Chaplin o Juan Luis Galiardo. La lista de producciones audio]visuales ambientadas en este recinto histórico es larguísima. De hecho, cualquier día del año es muy fácil que la visita coincida con un rodaje, sea nacional o internacional. Tal vez sea un corto o un largometraje, quizás toda una serie de televisión o un documental, y también puede que se transforme en el escenario de un videoclip o el decorado perfecto para un spot.
La fotogenia del lugar salta a la vista. No hace falta ser un reputado director de cine o un fabuloso fotógrafo para apreciarla. Por eso no extraña que haya habido años en los que se han superado los 100.000 visitantes. En su inmensa mayoría llegan para realizar la visita turística, bien sea guiada o no. Pero no acaban aquí las posibilidades de descubrimiento del Castillo de Loarre. Del mismo modo se programan diversas actividades lúdicas para niños y mayores o eventos culturales, como los citados conciertos, y hasta recreaciones históricas. Por cierto, en este tipo de actos se suele recurrir a caballos y, lo más posible, es que aparezcan por ahí Garoé, Sirio, Gringo, Aline o cualquiera otra cabalgadura de Aitana.