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La carretera C-16, en su camino hacia los Pirineos, recorre la ribera occidental del embalse de la Baells entre macizos calcáreos y bosques mediterráneos. Conduciéndola, a primera vista parece casi absurdo que este rincón inaccesible fuera objeto de los proverbiales empresarios industriales catalanes del siglo XIX. Sin embargo, en ese momento lo más económico era construir las fábricas allá donde estuvieran los recursos hídricos y minerales, y esta región está repleta de ellos. La crisis industrial de la década de 1980 echó a patadas a los jóvenes del lugar, pero están volviendo al lugar que les prestó la vida para devolvérsela.
La pequeña revolución sostenible del Berguedà, con Berga como cabeza de comarca, comienza por gente como María Costa, que ha regresado para comenzar una nueva vida dedicada a un tipo de maíz endémico y a una forma de producir responsable con su empresa L'Escairador. "Nuestros padres nos mandaban a buscarnos un futuro fuera de aquí, decían que esto era territorio quemado, que no había nada para nosotros. Pero a mí siempre me ha tirado la comarca, como a los hobbits", dice con una sonrisa enérgica que pareciera poder curar cualquier crisis.
También juega su papel una administración que promueve servicios sostenibles como el transporte público bajo demanda, la recogida selectiva de basuras o los cargadores de coches eléctricos. Iniciativas públicas y privadas que dan una nueva vida a viejas fábricas o a templos románicos. Y una oficina de turismo que anima a que las empresas se acrediten con el sello Biosphere. Así, en los últimos años, la comarca ha conseguido colarse en varios rankings internacionales de destinos sostenibles.
El Museo de las Minas de Cercs encabeza el nuevo espíritu del Berguedà. Ocupa una vieja explotación de carbón que funcionó hasta 1991, la de Sant Corneli. Una de esas que con su cierre condenaron a la comarca a años de despoblación pero que, reinventada como espacio cultural, vuelve a ser dinamizadora económica y consigue fijar población. Además insufla autoestima entre la gente local, haciendo que el protagonista no sea el crack económico sino la tradición y el orgullo minero. Porque para reflotar la comarca hay que empezar a quererla.
Para visitar la mina, lejos de adentrarse en las profundidades de la tierra, hay que subir una carretera retorcida y empinada que sale de la cabecera del embalse y llega hasta una colonia industrial que ahora sirve de segunda residencia para muchos barceloneses. Aquí hay un museo con dos partes bien diferenciadas. La primera, una exposición tradicional, nos descubre detalles técnicos sobre el carbón, su extracción, maquinaria… y sobre la vida en la mina, costumbres sociales y hasta revueltas obreras. La segunda se hace en la oscuridad de la mina, lo que ayuda a que se agudicen los sentidos, de la mano de guías que nos hablan de primitivos sistemas de seguridad con los que los mineros prevenían explosiones o la falta de oxígeno.
Pero el patrimonio del Berguedà no es solo industrial. Basta remontar el Llobregat un puñado de kilómetros para alcanzar el monasterio de Sant Llorenç, otro modelo de reciclaje patrimonial: hoy es la sede de la Asociación Civitas Cultura, que también lo utiliza como escenario de conciertos de cámara, sala de exposiciones…
La misma asociación, pero en el otro extremo del embalse, se encarga de abrir las puertas de la coqueta iglesia románica de Sant Quirze de Pedret, con reproducciones de unas pinturas prerrománicas que se trasladaron a Lleida y Barcelona. El templo es una excusa ideal para hacer una pequeña excursión que termine con un baño en la poza que hay bajo el puente medieval de Pedret, junto a la Vía Verde del Llobregat, que también se presta a una ruta familiar.
Otro de los pilares del Berguedà sostenible son sus pequeños productores de filosofía slow, algunos de los cuales organizan visitas y catas. A la vanguardia del movimiento encontramos a L'Escairador, una empresa familiar dedicada al cultivo de cereales antiguos que procesan siguiendo técnicas tradicionales para preservar todas sus propiedades. Su buque insignia es una variedad de maíz endémica, el blat de moro, característico por un grano muy grande y de un blanco perlado que es la base de algunos de los platos más típicos de la comarca. Una variedad que protegen del mestizaje gracias a la ubicación de su finca, aislada por un cortado de la Riera dels Molins. También trabajan un trigo antiguo con parámetros de gluten mucho más equilibrados que los actuales y que, por lo tanto, no genera intolerancias.
Jordi Claramunt y María Costa, la pareja que hay detrás de esta marca, pertenecen a esa generación que tuvo que escapar de la crisis posindustrial, pero que ha decidido volver a dar el relevo generacional porque no podían seguir viendo cómo la comarca languidecía. "Lo hicimos con mucha pasión y un poco de ingenuidad", cuenta María. Con tono socarrón, Jordi califica de desastroso su plan de negocio original a muy pequeña escala. Aún así, el espíritu romántico que encarnan y su empeño por los productos de alta calidad empiezan a dar frutos. Está claro que no todo es cuestión de números.
Una de las claves de su éxito está en la manera de procesar el grano. L'Escairador se podría traducir como el descascarillador, en referencia a un viejo molino de piedra que han recuperado para retirar la piel del grano tediosamente pero con garantías. Este tipo de fricción hace que la piel se hinche y se separe del grano, a diferencia que los molinos modernos que lijan el producto eliminando el salvado pero también buena parte de los nutrientes del germen. "Con el proceso de molienda industrial al final lo que estás produciendo es azúcar", reivindica María. Además, con su molino, evitan calentar el grano y preservan mejor sus propiedades.
Puede que el blat de moro no sea el producto más noble de la comarca. Difícilmente puede competir con las célebres setas locales o los productos de matanza. Pero en el camino hacia la sostenibilidad del Berguedà confluyen muchos actores que hacen sinergia reivindicando los tesoros de la comarca. Entre ellos, brilla con luz propia Eduard Finestres, al que algunos definen como activista gastronómico-cultural. Es el chef del restaurante 'Corpus' de Berga, especializado en arroces y con una excelente bodega, pero donde también se pone en valor las bondades de la tierra y se hacen virguerías con el blat de moro, que cocinado al dente se convierte en una curiosa guarnición que se rompe en la boca. Hoy lo utiliza para hacer un ajoblanco con flor de sauco, un rollo de carne de cerdo con col y un salteado con butifarra negra, ajos tiernos y setas de primavera.
Indòmit ha tomado el relevo a las fábricas que explotaban los recursos naturales del Berguedà, pero desde un punto de vista responsable y pedagógico: con excursiones para recoger setas en otoño, rutas con raquetas de nieve en invierno, vías ferratas en primavera o barranquismo y piraguas en el embalse de la Baells durante el verano. Es una de las empresas turísticas que se ha acreditado con el sello Biosphere, además de otros como Safe Travel o Green Destination, pero no se conforma con eso y este verano va a incorporar motores eléctricos a su flota de lanchas en el embalse. Aunque no hay nada más limpio y sostenible que utilizar la fuerza de nuestros brazos para disfrutar de las aguas de este peculiar embalse.
Joan Carles Fuster, técnico deportivo que trabaja como guía para Indòmit, encarna a su manera el incipiente éxito del Berguedà: él ni siquiera es un regresado, sino que dejó el Mediterráneo de su Valencia natal prendado por las curiosidades de este mar de interior. Sus explicaciones ayudan a abordar, desde un punto de vista más amplio, los caprichos geológicos del Berguedà. Todo esto era un gran delta que acumuló muchos sedimentos y emergió cuando chocaron África y Europa. Por eso puedes ver esas piedras tan redondas en medio de los acantilados.
Con su explicación cobra sentido que, más al norte, podamos encontrar una mina de petróleo navegable o la fábrica de cemento que nutrió a la Sagrada Familia. En una de sus rutas favoritas nos lleva hasta una pequeña presa abandonada que abastecía de electricidad a la vieja fábrica textil de los Hermanos Ferrer del pueblo de Vilada. Ahora, poco a poco, se va cubriendo de vegetación, símbolo perfecto de este nuevo Berguedà.
Para poner el broche a un día de atmósfera industrial podemos acercarnos a tomar algo en 'Konvent', un centro de arte y cultura que ocupa un convento y escuela abandonados. El complejo se construyó a finales del siglo XIX como parte una de las colonias fabriles más antiguas a orillas del Llobregat, la más cercana al sur de Berga. Abandonado y sin propietarios que se hicieran cargo, amenazaba ruina, pero vecinos como el inquieto Eduard Finestres vieron en él un escenario perfecto para artistas de la escena alternativa y salieron a su rescate.