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A 85 kilómetros de Girona, la comarca del Ripollés, delimitada por los ríos Freser y Ter, presume de poseer una de las mayores concentraciones de monumentos románicos en Europa. Su ubicación, la importancia de la vida religiosa y las peregrinaciones medievales hacia Santiago fueron propicias para el desarrollo de la comarca en la Edad Media, la cual acabó convirtiéndose en un territorio muy rico gracias a sus monasterios.
La localidad de Ripoll da nombre y capital a esta comarca perfilada por el arte románico bajo el trazo de las altas cumbres pirenaicas. El municipio nació gracias al monasterio de Santa María de Ripoll, fundado a finales del siglo IX por el conde Wilfredo el Velloso con la intención de repoblar el valle, el cual, a pesar de poseer ricas tierras regadas por ríos y manantiales, era zona de paso. En el siglo XI alcanzaría su auge convirtiéndose en uno de los centros culturales más importantes de Europa. Tanto es así que ha sido considerado como el lugar de referencia para la formación de la provincia catalana.
Tras sufrir incendios, guerras y el abandono a finales del siglo XIX, fue reconstruido por el arquitecto Elías Rogent, autor de la Universidad de Barcelona, que quiso mezclar los elementos románicos con otros modernistas y eliminar el resto de los estilos. Entre la simetría del edificio se intuye su famoso pórtico -del año 1150- protegido por arcos. Sin duda, su elemento más llamativo y uno de los principales símbolos del románico.
“Solo hay otro en el mundo que tenga esta misma estructura y está en Alemania”, cuenta a Joan Alabau, guía monumental del Ripollés. “El pórtico representa un arco de triunfo para la cristiandad, a la vez que intenta transmitir mensajes religiosos”, añade. Con ocho metros de alto y 12 de ancho es el más grande de Cataluña. Conocido como la biblia de piedra, combina motivos naturales, geométricos y personajes bíblicos.
Del mismo periodo destacan también la basílica, en la que se encuentra enterrado Wilfredo el Velloso, y el claustro, con 112 arcos semicirculares y capiteles de distintos estilos y temática. “Santa María de Ripoll jugó un papel fundamental en la preservación cultural europea”, explica Joan a medida que recorremos las estancias de piedra fría y desnuda, ¿cómo serían originalmente cargadas de color? En el siglo XI, bajo el encargo del abad y obispo Oliva, se elaboraron varias biblias. Manuscritos que portaban la cultura clásica, las crónicas y la poesía, y que actualmente se encuentran en el Vaticano y en la Biblioteca Nacional de París.
Levantado poco tiempo después, el monasterio de Sant Joan de les Abadesses, a diez kilómetros de Ripoll, desvela una historia paralela al mencionado. También fue fundado por Wilfredo el Velloso, quien dejó al cargo a su hija Emma. Hasta el siglo XI fue custodiado por mujeres, entre las que destacaron seis grandes abadesas. Poco aguantaron en él, pues, acusadas de malas conductas, fueron expulsadas por monjes agustinos que se hicieron con el monasterio.
“Se trata de uno de los ejemplos más interesantes del románico”, nos explica Miquel Bosch, guía de Sant Joan de les Abadesses, que desde los 15 años se ha sentido atraído por los grandes vestigios de su pueblo. En la oscuridad pétrea de la iglesia distinguimos el altar mayor, presidido por el estupendo conjunto escultórico del Santíssim Misteri (siglo XIII), con figuras del descendimiento de la cruz. “Es el único de su estilo que se ha conservado en su emplazamiento original”. Imágenes cargadas de gran realismo sobre las que retumban ecos de otros tiempos. La plaza mayor porticada y el impresionante Puente Viejo, que sortea desde las alturas las aguas del Ter, son otros de los destacados monumentos románicos de Sant Joan de les Abadesses.
Unos kilómetros hacia el norte, otro emblemático puente se alza sobre el mismo río dando acceso a la estratégica villa de Camprodón. Los bajos de los coloridos edificios muestran dulces, embutidos y torres de las ricas galletas locales Birba en sus escaparates. Entre las casas se halla el Museo Isaac Albéniz, dedicado al célebre compositor. Del popular monasterio del siglo X, levantado en el centro de la ciudad, tan solo queda su austera iglesia cisterciense, construida dos siglos más tarde.
Las montañas se suavizan a medida que descendemos al Prepirineo para empezar a zigzaguear hacia preciosos pueblos por los que, en su día, transcurrían antiguos caminos de contrabandistas. Algunos de ellos guardan aún la esencia románica.
Imanol Salvador dejó Barcelona hace dos años en busca de la tranquilidad de la Alta Garrotxa. Nos espera en Rocabruna para transmitirnos su creciente pasión por el románico de la zona. Entre las verdes colinas que rodean este pueblecito se alza la iglesia de Sant Feliu. Una sola nave austera, con bóveda de cañón, edificada entre los siglos XI y XII sobre un primer templo dedicado a San Julián. “En la construcción tuvieron en cuenta el movimiento del sol para que entrara por sus ventanales en determinado momento”. De esta manera vemos la puerta situada en un lateral.
Un sendero conduce entre bosques poblados de hoja perenne hasta los restos del castillo de Rocabruna, del que existen menciones desde el año 986. Desde arriba, las vistas de Rocabruna asentada en el valle y las montañas con sus colores cambiantes resultan embriagadoras.
A 15 minutos, un arroyo da la bienvenida a Beget, un enclave de cuento y flechazo inmediato donde la piedra moldea la historia y el tiempo. Apenas 30 habitantes viven en este encantador pueblo, considerado uno de los más bonitos de la provincia. Un puente conduce al núcleo urbano, donde el agua sigue discurriendo entre casas de tejados inclinados. Entre ellas sobresale la torre de la iglesia románica de San Cristóbal. Su interior está decorado por un retablo barroco en alabastro policromado que se salvó del fuego en 1936.
“Es difícil encontrar un retablo con tanto color y tan bien conservado, por eso éste llama tanto la atención”, afirma Imanol, que durante los fines de semana se encarga de enseñar la iglesia a los visitantes. El Cristo en Majestad es la joya de Beget. “Es una de las tallas catalanas que más se aproximan a los modelos del norte de Italia”.
El idilio de Imanol con Beget es tan grande que en verano de 2021 organizó el primer Festival de la Belleza, con actividades culturales y de reflexión para resaltar las virtudes del pueblo. Nosotros, como él, acabamos embelesados por el arte románico de esas montañas hechas de leyendas.