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A los pies del Parque Natural Sierras de Tejeda, Alhama y Almijara, Cómpeta es un pueblo especialmente cosmopolita: la mitad de sus casi 4.000 vecinos son extranjeros. Hay mayoría británica, pero también residentes de casi cualquier rincón del planeta. ¿Qué buscan ahí? Paisaje, tranquilidad y un estupendo clima con suaves inviernos. Y para cuando aprieta el calor, no tienen más que tomar la carretera en dirección Torrox para encontrarse a orillas del mar.
Cómpeta es uno de esos municipios que, a simple vista, podría encontrarse al otro lado del Mediterráneo: su urbanismo de casas blancas sigue marcado por su origen árabe. Hoy merece la pena perderse por sus callejuelas para llegar hasta la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, pero también acercarse hasta el Museo de Artes y Costumbres o recorrer el Paseo de las Tradiciones, con murales de cerámica que relatan la historia local y con una estatua de una pareja al son de los verdiales como colofón. No hay que dejar de saborear el vino de la tierra elaborado con uva moscatel, que aquí sirven en cualquier bar. También en el restaurante ‘El Pilón’ (Laberinto, 1), donde disfrutar de una copiosa comida.
Un puente colgante de 78 metros de altura ha puesto en el mapa turístico a Canillas de Aceituno, un pequeño pueblo de la comarca de la Axarquía. Se trata de una infraestructura inaugurada en otoño de 2020 para salvar el río Almanchares y dar continuidad a una ruta senderista que continúa hasta Salares, otra preciosa localidad. La caminata, entre pinos y arbustos aromáticos, es toda una delicia, como lo es tomar los senderos que suben hasta El Castillejo o, más aún, ascender el camino hacia el pico de la Maroma, el punto más alto de la provincia de Málaga.
Igual de agradable lo es pasear por las estrechas callecitas del municipio, en las que se suceden las cuestas que van y vienen entre multitud de macetas y fachadas encaladas. La Casa de la Reina Mora, frente al ayuntamiento, es uno de los edificios más singulares, como la iglesia de Nuestra Señora del Rosario. Muy cerca, además, se encuentra el restaurante ‘La Sociedad’ (Iglesia, 12), todo un clásico del plato local por antonomasia: el chivo lechal, que aquí preparan al horno de leña. Para el postre, en la panadería ‘El Mastrén’ (Calle Nueva, 8) elaboran unas exquisitas las tortas de aceite. A un paso, el alojamiento ‘Olive & Ivy’ (Concejo, 1) ofrece unas cuantas habitaciones para descansar.
Si hay un municipio marcado por el agua en la provincia de Málaga, es Istán. No hay prácticamente ni un rincón en su callejero donde no se escuche el rumor de una fuente, una acequia o un arroyo. E incluso un museo. También un lavadero, como el que se ubica en la calle Chorro, que ejerce además de habitual parada para los ciclistas que disfrutan de las curvas de la carretera que llega hasta el pueblo procedente de Marbella.
La torre de Escalante (siglo XV) es uno de los lugares más sorprendentes. También lo son las vistas desde los distintos miradores que hay en el casco urbano, como el de El Peñón o, algo más alejado, el de la Herriza, siempre mirando al río Verde, al que se puede descender gracias al sendero por la Cañada de los Laureles. Junto a la calle Río se levanta la iglesia de San Miguel Arcángel y, a su lado, un par de sabrosas paradas: el ‘Bar Troyano’ (Río, 23) y el restaurante ‘El Barón’ (Marbella, 8), con potajes y carnes de la zona. Junto a la piscina municipal, en la parte alta, la cocina de ‘Raíces’ (Camino del Nacimiento, s/n; instalaciones deportivas) aporta platos más actuales, acompañados de unas estupendas vistas al pueblo.
Cuenta la historia que María Sagredo, vecina de Alozaina, defendió la villa de un ataque morisco a finales del siglo XVI. Hoy, el único torreón que queda en pie del viejo castillo nazarí desde el que repelió a los invasores lleva su nombre. Renovado hace unos años, es uno de los lugares más atractivos de este pequeño pueblo que da acceso a la Sierra de las Nieves y que es cuna de uno de los productos más singulares de toda la provincia de Málaga: la aceituna aloreña -con Denominación de Origen Protegida-, que tiene en los olivares cercanos la mayor parte de su producción anual.
Callejeando por Alozaina también se llega al parque María Sagredo, desde el que se observan unas estupendas vistas de la zona. A su lado se levanta la iglesia de Santa Ana, rodeada de paredes repletas de macetas. En el otro extremo de la localidad se encuentra el restaurante ‘Ruta 366’ (Calvario, 39), que hace las delicias de los moteros y donde se organizan numerosos eventos, especialmente actuaciones de música en directo y jam sessions de rock y blues.
Más que un pueblo, Genalguacil es un gran museo al aire libre. Este municipio -incluido en la asociación Los pueblos más bonitos de España- comenzó hace casi tres décadas sus encuentros de arte, invitando a artistas a trabajar en la localidad. Convertido ahora en una bienal -verano sí, verano no-, un puñado de creadores pasan aquí un mes para realizar obras que bien se instalan en algún lugar público de la localidad o pasan a formar parte de la colección del centro de arte contemporáneo. El espacio, además, ofrece exposiciones temporales, como la actual, titulada Doubling Ecologies y que cuenta con obras del taiwanés Wan-Jen Chen y el español Juan Zamora.
El arte es una de las formas de luchar contra la despoblación que tiene este municipio, rodeado de una espléndida naturaleza. Es el senderismo, de hecho, otra de sus mayores bazas. Hay rutas que llegan hasta pueblos cercanos como Benarrabá o que pasean por la orilla del río Genal gracias a unas pasarelas metálicas. Una de las más destacadas es, sin duda, la que se adentra en el pinsapar de Los Reales, aunque parte de él quedó afectado por las llamas del terrible incendio forestal ocurrido el pasado mes de septiembre. La venta ‘Las Cruces’ (Paraje Las Cruces, 6-8), ya a la salida del pueblo, es una buena parada gastronómica donde sirven platos locales, especialmente de cuchareo.
En verano de 2011 la multinacional Sony cambió el destino de este pequeño pueblo escondido entre castaños. Para celebrar el estreno de la película sobre los pitufos, la empresa acordó con los vecinos pintar todas las casas de azul. La acción atrajo a tanto turismo que el municipio decidió, más tarde, mantener el color de las viviendas y, aunque ya no pueden usar oficialmente la marca de los pitufos, sí que mantienen algunos de estos dibujos en distintos rincones del municipio, que sigue atrayendo a numerosos visitantes.
Muchos de ellos, además de recorrer las pocas calles del municipio, disfrutan de caminatas entre los densos castañares de los alrededores, conocidos desde hace unos años como El bosque de cobre por los matices rojos, amarillos y marrones que toman las hojas de los árboles cada otoño. Hay otra opción -circular- que pasa junto al poblado morisco de Moclón, hoy abandonado. Buena parte del turismo hace parada en un lugar ubicado a la entrada sur de Júzcar. Se trata del hotel ‘Bandolero’ (Avenida Havaral, 43) y su restaurante, ‘La bodega del Bandolero’, ambos gestionados por el chef Iván Sastre, conocido como Chef de las castañas por el uso que hace de este fruto en platos dulces y salados. ¡Buen provecho!
El municipio de mayor tamaño de este listado -con unos 13.000 habitantes- tiene argumentos de sobra para merecer una escapada. Se entiende especialmente ascendiendo hasta su castillo y oteando el horizonte desde el mirador Alí Ben Falcun Al Baezi, con espléndidas vistas al río Guadalhorce y su fértil vega. En el viejo recinto fortificado árabe -levantado en el siglo X- se construyó, sobre la antigua mezquita mayor, la parroquia de Santa María de la Encarnación, templo que convive con la torre del homenaje y la torre de la vela del castillo. Ambas ofrecen una bonita panorámica del casco urbano aloreño.
Más abajo, junto a la plaza baja, se encuentra el museo municipal, que muestra la huella de las numerosas culturas que han pasado por este rincón malagueño. El restaurante ‘Los Caballos’ (Barriada Los Caballos, 1) es un clásico para cualquier festividad local. Y la cercana panadería del mismo nombre ‘Los Caballos’ (en el número 2) es un lugar imprescindible para quienes gusten del buen pan de pueblo elaborado en horno de leña y una interesante selección de dulces y salados. ¡Buen provecho!
Las aguas curativas de Carratraca han atraído visitantes desde hace siglos a este pequeño municipio cercano a la ciudad de Málaga. Hoy son los clientes del hotel ‘Villa Padierna’ (Avenida Antonio Rioboó, 11) quienes disfrutan de sus propiedades. Pero -aunque seguro que es un placer- no hace falta alojarse en el establecimiento para disfrutar de Carratraca, sus callejuelas y edificios como el Palacio de Doña Trinidad Grund, que hoy alberga el ayuntamiento y que toma el nombre de quien convirtió al pueblo en lugar de recreo de la burguesía madrileña a finales del siglo XIX.
En lo gastronómico la singularidad va de la mano de la fonda ‘Casa Pepa’ (Baños, 18), un restaurante que lleva décadas sin apenas cambiar. En el salón de la casa familiar, entre fotos de comuniones y bodas y cacharros varios, se sirven grandes ollas de platos como gazpachuelo malagueño. De segundo hay elaboraciones como magro con tomate y, de acompañamiento, vino y casera blanca. Un menú inquebrantable a precios populares que hace que el restaurante se llene cada fin de semana. A su lado, ‘La Bocacha’ (Baños, 20) permite seguir la tarde con un buen café… o lo que se tercie.
Fue el primer municipio malagueño en formar parte de la asociación Los Pueblos más bonitos de España. Ascender sus cuestas, adentrarse en sus adarves, disfrutar de sus miradores o recorrer sus callejones permiten entender por qué. Difícil encontrar una localidad tan limpia, cuidada y pulcra, donde parece que ni siquiera hay una flor marchita en sus cientos de macetas junto a las casas. Su ubicación en los límites del Parque Natural Sierras de Tejeda, Alhama y Almijara, y su cercanía al Mediterráneo y a Nerja, hacen el resto.
El pueblo se ha acostumbrado ya al amplio número de turistas que pasan por allí, especialmente en fines de semana y durante el verano. Y para ello se ha preparado con numerosos restaurantes y bonitas tiendas donde encontrar artesanías, productos locales y prácticamente cualquier tipo de souvenir. No hay que perder de vista el palacio de los condes de Frigiliana, convertido hoy en fábrica de miel de caña. Y hay que hacer el esfuerzo de subir hasta los jardines que rodean los pocos restos que quedan del antiguo castillo de Lízar, construido en el siglo IX. A veces hay suerte y se pueden observar ejemplares de cabra montés merodeando por la zona. Ojo.
Con poco más de 200 habitantes, sin apenas bares y restaurantes y con municipios más turísticos a su alrededor, Benadalid es un pueblo que escapa a muchos viajeros que se adentran en el Valle del Genal. Pero no hay más que pasearlo para encontrar un lugar sorprendente: su castillo. Tiene forma de trapecio y tres torres circulares. Fue construido alrededor del siglo XIII y atravesar sus puertas ofrece otra sorpresa, porque su interior ejerce hoy de cementerio municipal. Unas calles más al sur, la iglesia de San Isidoro (siglo XVI) es uno de los mayores edificios del pueblo.
Cerca de la fuente romana y el viejo lavadero parte una ruta senderista que se adentra en el Bosque de cobre en dirección a Benalauría, otro minúsculo municipio escondido entre árboles de castaño. Ambos forman parte de la Gran Vuelta Valle del Genal, una carrera con un recorrido solo apto para profesionales: alcanza los 129 kilómetros de distancia y los 6.300 metros de desnivel positivo acumulado. Una proeza.
Dice la leyenda que la iglesia de Nuestra Señora del Rosario se levantó en el siglo XVI sobre un palacete nazarí donde vivió la princesa Algatoisa. Popularmente, es la justificación para que este municipio del Valle del Genal se denomine Algatocín, aunque los historiadores apuntan más a que se debe a la denominación de la tribu bereber que habitó estas tierras hace siglos. En su casco urbano se encuentra la ‘Panadería Piña’ (Plazoleta, 12), donde el panadero Juanma Moreno elabora una hogaza con pan de oro que, cuenta, es la más cara del mundo. Muy cerca, un horno municipal permite a cualquier vecino cocinar ahí sus carnes y saborearlas en familia en las mesas preparadas para ello.
A las afueras del pueblo se encuentra la ermita del Calvario, un buen paseo a pie que regala estupendas vistas sobre la Serranía de Ronda. También lo son las existentes en el denominado Mirador del Genal, ya camino de Gaucín. No hay que perder la oportunidad y adentrarse en la carretera A-373 para sentarse a la mesa del restaurante ‘Valdivia’ (Solete Guía Repsol), con buenas carnes y ricos platos caseros de cuchara.
Viajar a Casares es tener la sensación de viajar a un lugar mágico. Este pueblo parece flotar en el aire mientras sus casas se desparraman por la ladera, a un paso de las playas de la Costa del Sol. Su viejo castillo -hoy en ruinas-, la iglesia de la Encarnación o la fuente de Carlos III salpican su urbanismo típicamente andaluz. En una de estas casas blancas nació Blas Infante, padre de la patria andaluza y gran estudioso del flamenco, entre otras muchas cosas que se pueden conocer en su Casa Natal.
Por si fuera poco, Casares también tiene playa, que se despliega protegida por la Torre de la Sal. Y no muy lejos se encuentran Los Baños de la Hedionda, con aguas sulfurosas de propiedades curativas. La pandemia ha obligado a regular la afluencia de público, así que es recomendable reservar con antelación antes de acudir a disfrutar de este curioso paraje. Para recuperar energías, la zona está repleta de restaurantes, como ‘El Jardín de Lutz’ (Recomendado por Guía Repsol).
La visita a Archidona debe arrancar con uno de sus desayunos clásicos: un buen mollete con jamón y aceite acompañado de café. Es la sabrosa manera de acumular fuerzas para caminar por este municipio, donde lo primero que sorprende es la forma de su Plaza Ochavada, que toma su nombre de sus ocho lados. Allí tiene su sede el ayuntamiento y, también, uno de los restaurantes de referencia de la comarca de Antequera. Se llama ‘Arxiduna’ (Recomendado por Guía Repsol) y está liderado por el chef Rubén Antón, que juega con los platos tradicionales para darles nuevos sabores.
Ascendiendo por el parque Sierra de Gracia se llega hasta el antiguo recinto amurallado de la ciudad. Allí se encuentran los pocos restos que quedan en pie de la fortaleza de Archidona y la ermita de la Virgen de Gracia, cuya romería en su honor reúne cada agosto a miles de personas desde hace décadas. Este pequeño templo, que fue construido aprovechando la antigua mezquita, regala igualmente unas bonitas vistas sobre el pueblo y su comarca, con la Peña de los Enamorados como colofón.