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Asentados en el magnífico barranco del Poqueira, en la Alpujarra granadina, estos tres pueblos aparecen agrupados porque es interesante realizar una ruta completa. Así, pocas vistas encontraremos más espectaculares de este entorno enigmático desde las afueras de cualquiera de ellos. El barranco surge más arriba, en Sierra Nevada, y desde el Pico del Veleta, hacia abajo, crea un paisaje vertiginosamente bello. Los tres pueblos, unidos, tienen la declaración de Bien de Interés Cultural.
Pampaneira es el primer pueblo al que llegamos de esta tríada. Quizá por ello, en temporada alta, especialmente los fines de semana, suele haber muchos visitantes. En los primeros pasos por el pueblo se percibe que la artesanía es objeto de especial interés, con numerosos establecimientos que venden jarapas y delicatessen propias del lugar.
Una vez visitada la plaza de entrada, con sus restaurantes y tiendas, lo mejor es dejarse llevar a un paseo descuidado y sin rumbo por sus calles estrechas y entre casas encaladas que no tienen igual. En días de lluvia, el agua correrá por el canal que cruza cada una de esas calles por el centro. El paseo es un sube y baja que no deja de sorprender.
La construcción en la Alpujarra y, por supuesto, en Pampaneira es muy específica. Casas blancas impolutas de fuerte herencia morisca -tras la conquista de Granada, muchos musulmanes huyeron a las Alpujarras donde, más o menos, podían seguir con su rebelión y modo de vida a pesar de haber sido obligados a abrazar el cristianismo para finalmente ser expulsados a principios del XVII por Felipe III-, tejados planos (terraos) y no a dos aguas, como es normal en Andalucía, y tinaos o cobertizos -que unen una casa con la de enfrente de la misma calle- dan a la Alpujarra una belleza especial.
El pueblo de Bubión lo encontramos dos kilómetros más arriba de Pampaneira y a 1.300 metros sobre el nivel del mar. Aquí se halla uno de los telares más antiguos en funcionamiento de la comarca, el de Ana Martínez, maestra artesana. También para Bubión sirve el consejo del paseo descuidado, porque la caminata es en sí misma el disfrute. En cualquier caso, si nos gusta caminar con un objetivo al final de nuestro camino, podremos visitar la Iilesia de la Virgen del Rosario, quemada en la Rebelión de los moriscos y seriamente afectada por un gran terremoto en el siglo XIX, lo que obligó a reconstruirla prácticamente por completo.
Si la visita coincide con el 20 de enero o con el 1 de noviembre, disfrutaremos de las festividades locales. En el primer caso, las fiestas de San Sebastián y San Antón en enero, y la Mauraca -o fiesta de la castaña- el 1 de noviembre. Bubión es el punto de partida ideal para, si se tiene el ánimo y la fuerza que la pendiente nos va a obligar, comenzar una caminata hacia Capileira o Pampaneira. La ruta completa de este paseo, bautizado como Sendero Pueblos del Poqueira, es de casi nueve kilómetros y nos ocupará algo más de cuatro horas.
Es el más alto de los tres pueblos del barranco del Poqueira -a 1.435 metros sobre el nivel del mar- y probablemente el que ofrece las vistas más espectaculares y majestuosas del barranco. Por eso conviene caminar hacia los márgenes del pueblo y dejarse impresionar por la belleza de esas vistas, donde discurre un río, por otra parte, cuyas aguas proceden del deshielo de los picos Mulhacén y Veleta.
Como sus otros dos pueblos vecinos, Capileira es una localidad pequeña -de 580 habitantes- en la que no faltan tiendas de artesanía, restaurantes y alojamientos de calidad. En la visita al pueblo no nos pasan desapercibidas, como en otras localidades alpujarreñas, sus curiosas chimeneas cilíndricas de distinta altura con unas losas de pizarra en su parte más elevada.
Hace años que este pueblo, también en la Alpujarra, decidió apostar por el Proyecto Embrujo, que ha convertido la localidad, de poco más de 250 habitantes, en un espacio en el que todo gira alrededor de las brujas. Durante décadas los soportujeros y soportujeras tuvieron que soportar que los conocieran por el mote de brujos y brujas, así que un día decidieron convertir eso en una fortaleza turística. Y lo han conseguido. Su pueblo es definitivamente tierra de brujas.
Arquitectónicamente, Soportújar es un clásico pueblo alpujarreño de casas blancas encaladas y tinaos cuyo origen se remonta al siglo XIII. Antes de llegar a él nos daremos de bruces con la primera señal de la brujería que nos espera: la Cueva del ojo de la bruja, según la leyenda, lugar donde se hacían ritos de brujería y, por tanto, origen de todo lo que ha venido después. Verdad o mentira, esa idea es la que ha permitido convertir el pueblo en capital de la brujería.
La Feria del Embrujo, en la segunda semana del mes de agosto, es el momento álgido de esta localidad, que convierte esa cita en una invocación masiva a las brujas. Un ambiente mágico se apodera de los miles de visitantes que, por supuesto, pueden disfrutar de una gran queimada y de la convivencia con miles de brujas y brujos por un tiempo.
A Trevélez hay que querer ir, porque no se llega allí por casualidad. Esa es la condición. Este pequeño pueblo nos aparece en la parte norte de la Alpujarra, pero una vez estamos allí, incluso el viaje, obtendremos nuestra recompensa. A una altitud de 1.476 metros, este es uno de los pueblos más altos de España. Esas dos condiciones, su situación en los límites de Sierra Nevada y la gran altura, ofrecen a la localidad una temperatura y humedad magnífica para la curación de los jamones. De hecho, este producto cuenta con la Indicación Geográfica Protegida.
Trevélez, nombrado igual que el río que lo transita a su vera, apela al visitante sobre todo por el paisaje, como no puede imaginarse de otra manera a las faldas de Sierra Nevada. Una ruta circular y corta, de apenas 45 minutos y poco más de un par de kilómetros, es la del Molino Altero, que parte de la plaza del barrio medio -el pueblo está dividido en tres barrios: bajo, medio y alto- y que, tras parar por varias zonas de cultivo, nos lleva a un punto en el que disfrutar del barranco del Peñabón. Y a la vuelta, ya está dicho, un plato de jamón del terreno es obligatorio.
El 5 de agosto de cada año, el pueblo celebra la romería más alta de España. Es la romería de la Virgen de las Nieves, cuyo santuario está a 3.482 metros de altura y no es otro que un pequeño refugio-capilla en la cumbre del Monte Mulhacén. El día anterior, los romeros suben a pernoctar a Siete Lagunas y será al día siguiente cuando completen la peregrinación en el pico más alto de la península.
Salobreña mira al mar Mediterráneo desde un peñón imponente y, lo que es aún mejor, desde una temperatura y una luz insuperable. 320 días de sol al año y 20 º de temperatura de media convierten en un lugar ideal a esta localidad, nombrada municipio turístico el mes de mayo de 2022. Esa mezcla de mar y temperatura perfecta se ve complementada con las playas y calas naturales en las que bañarse. Baños que, además, pueden disfrutarse más allá de los meses estrictamente estivales.
En Salobreña no es cuestión de solo tomar el sol y nadar. ¿Por qué no darse un paseo hasta la Cala el Caletón, de agua cristalina, o a la del Pargo, en la que se puede bucear, o la del Cambrón, una calita encajada entre acantilados, en la que también es posible bucear y pescar a caña? Todas ellas son accesibles a pie y, para los más náuticos, en kayak si lo prefieren. Y, por supuesto, siempre tendremos a mano la Playa de la Guardia, casi un kilómetro de banda de playa en la que bañarse, caminar, leer o acercarse a los restaurantes a comer una ensalada de alguno de los productos tropicales del terreno, porque pocos mangos y aguacates como los de esta Costa Tropical.
Y si el municipio está sobre un peñón, el remate es el castillo árabe, un espacio patrimonial que puede visitarse todos los días. Diez siglos contemplan al castillo que, aunque ha sufrido numerosas transformaciones, fue en su día una prisión real para los nazaríes. Se cuenta que allí fueron apresados numerosos monarcas de esta dinastía y, aunque ellos no tendrían ganas de mirar al horizonte, merecerá la pena subir y quedarse un rato disfrutando de las vistas.
En el ya precioso Valle de Lecrín, Nigüelas puede presumir de belleza. De origen musulmán –su nombre original es Niwalas– este pueblo fue una alquería o casa de labor desde la que se gobierna una gran finca agrícola. Hoy es una localidad pequeña, tranquila y con un paseo especialmente agradable. La Casa Zayas, construcción del siglo XVI que acoge el ayuntamiento, y el jardín romántico que la rodea puede ser la primera parada en el camino. Y, en ligera cuesta ascendente, el paseo acerca a la iglesia San Juan Bautista, originalmente del siglo XVI.
El ascenso hasta el Sendero de la Pavilla, nuestro objetivo del día si queremos acercarnos a la naturaleza, nos hace pasar por la considerada como la almazara más antigua de España, que se ha convertido en un museo. Arriba del pueblo arranca el Sendero de la Pavilla, una ruta sencilla y apta para cualquier edad que se puede hacer de ida y vuelta en poco más de una hora. Durante el paseo, el barranco que produjo el río Torrente nos dejará unas vistas preciosas. A la vuelta, quizá sea la hora perfecta del aperitivo. Nigüelas tiene bares de sobra para calmar nuestra sed y nuestro apetito, y los encontramos en el centro del pueblo, en la zona de la iglesia o abajo, junto al aparcamiento al principio del pueblo.
En el poniente granadino, Alhama de Granada es una de las cuatro localidades españolas que tienen en su nombre la palabra Alhama, que deriva de al-hamman, baño o baño público. Y es que esta localidad, situada en la Sierra de Tejeda, Almijara y Alhama, está íntimamente unida a su balneario de aguas termales, que ya estaba en uso en los siglos de dominación romana y, posteriormente, árabe.
Y, tan inherentes a la ciudad como los baños, son sus tajos, majestuosas paredes de piedra que nos ofrecen una oportunidad única para caminar y mirar. Se puede optar por comer en ‘El Ventorro’, una antigua venta de arrieros del siglo XVII, o en ‘El Pato Loco’, en la zona de la Pantaneta, a apenas diez minutos en coche del centro de Alhama. De ahí se hace, perfectamente, un camino de ida y vuelta hacia el centro del pueblo en un paseo que invita a la charla y que, según avanzamos, nos irá mostrando los tajos.
Otra posibilidad es hacer el camino a la inversa, partiendo desde el centro del pueblo para, desde allí, hacer la ruta de los tajos. Es tan válida como al contrario. En el centro, a pocos metros del ayuntamiento, tenemos la oportunidad de asomarnos a la pared rocosa, donde una impresionante caída a nuestros pies nos deja sin aliento.
La llegada a Montefrío ya anuncia grandes cosas. Si paramos a la entrada del pueblo para echarle un vistazo general, comprobamos dos edificios singulares. En la parte superior, un castillo corona la ciudad y, en realidad, la comarca. En el centro del pueblo, percibiremos una iglesia peculiar. Nos llamará la atención su forma, ya que no tiene la habitual nave central rectangular, sino circular. A quien haya estado en Roma le recordará a algo ya conocido. Dos motivos suficientes para parar en este pueblo del noroeste de la provincia granadina y hacerle una visita.
La iglesia de la Encarnación, popularmente llamada La Rotonda, es singular y por estar hecha según el modelo del Panteón de Agripa, en Roma. Obra del arquitecto Ventura Rodríguez, su construcción se inició en 1786 y, 16 años después, en 1802, ya estaba terminada y coronada por una gran cúpula de algo menos de 30 metros de diámetro, una de las mayores de España con esa forma circular.
El castillo de la villa es el otro gran espacio patrimonial que no puede dejar de visitarse. Construido sobre un antiguo castillo nazarí, constituía un espacio defensivo esencial para esta dinastía. El castillo cayó en poder de los Reyes Católicos, que ya avanzaban hacia Granada, en 1486, seis años antes de la conquista de Granada. La subida, dada su situación, obliga a subir una cuesta, pero la visión desde allí de todo el entorno merece la pena.
En la zona noreste de la provincia, en su parte más alta, el Altiplano granadino conforma un territorio de gran belleza. Se trata de una planicie elevada, con un paisaje desértico en ocasiones y profundamente verde en otras, en la que nos encontramos diversas sierras y poblaciones, hasta 14. Como en el caso de la Alpujarra, tres de esos pueblos, Castril, Galera y Huéscar, nos sirven para ejemplificar un entorno diferente.
“El río que pasa por Lisboa no se llama Lisboa, se llama Tajo, el río que pasa por Roma no se llama Roma, se llama Tíber, y aquel otro que pasa por Sevilla tampoco se llama Sevilla, se llama Guadalquivir… Pero el río que pasa por Castril, ese, se llama Castril”. Eso escribió el Premio Nobel de Literatura José Saramago, hijo adoptivo de este pueblo del norte de la provincia de Granada, al que estuvo muy ligado gracias a su esposa, Pilar del Río, nacida en él.
La llegada a Castril -o Castril de la Peña, como también se le conoce- nos muestra en primer lugar la belleza del altiplano granadino, seguramente una de las zonas más peculiarmente bellas de la provincia. En ese altiplano nos encontramos con un magnífico pueblo blanco con dos -mejor tres- hitos que llaman la atención. Dos de ellos construidos por el hombre, la iglesia y el castillo, impresionante este último que se asienta sobre el tercer hito, su peña, Monumento Natural. A la falda de la peña, el pueblo, acogido por esa inmensa mole pétrea.
La localidad os invita a caminar por sus calles, pero también a conocer el maravilloso entorno natural que lo rodea que, también, se denomina Sierra de Castril, en la que no faltan corrientes de agua, desfiladeros, grutas y senderos por los que dejarse llevar. Una ruta inevitable y necesaria es la Cerrada del Río Castril. Una hora de belleza junto y sobre el agua del río, en ocasiones asalvajada, que nos permitirá transitar por miradores, puentes colgantes, largos túneles en roca que parecen excavados a cincel y unos metros -doscientos quizá- de pasarela sobre el río, que conforman una experiencia monumental. No es una ruta circular: una suerte en este caso, porque nos permite disfrutar dos veces de las distintas etapas de este paseo maravilloso.
El castillo de Castril tiene su origen en un campamento militar romano que los árabes convirtieron en baluarte de defensa algunos siglos después. Esta construcción no era una más, ya que en cierto momento se convirtió en la última defensa entre el mundo cristiano y el musulmán y, por tanto, en defensa de una frontera. Para visitar el castillo hay que reservar antes en la Oficina de Información Turística de Castril, ya que no tiene apertura regular.
Galera es, sobre todo, un maravilloso paisaje. Así lo vio, por ejemplo, Benito Zambrano, que rodó en ese entorno la película Intemperie, protagonizada por Luis Tosar. Y, junto a ese paisaje, este pueblo cuenta con un importante legado arqueológico que nos trasladará a cómo era la vida hace 4.000 años. Paisaje y arqueología nos justifican una visita que podremos completar con la gastronomía, centrada aquí en el cordero segureño y en la producción de vino, que hace años se está convirtiendo en seña de identidad local.
El territorio imperante en Galera -y en un territorio mucho más amplio del norte de la provincia granadina- es el de las badlands, formaciones geológicas que nos muestran unos paisajes yermos, de vegetación baja, con una intensa erosión que provoca barrancos, grietas y un territorio profundamente erosionado y tan diferente al típico paisaje andaluz que nos proporciona tanta sorpresa como belleza.
Íntimamente unido al paisaje está la arqueología de Galera. En el paraje de Carrachila, en plenas badlands, se encuentra el poblado de Castellón Alto, de la cultura argárica, referenciado temporalmente en una franja que se mueve entre los 1.500 y los 2.000 años a.C. Se puede visitar de miércoles a domingo y tiene un aforo limitado de 30 personas por grupo. Quienes tengan la suerte de visitarlo encontrarán un lugar con mucha historia, situado en plena montaña rocosa, y que vivió su máximo apogeo en la edad de bronce.
Cerca de Galera, a apenas diez minutos de coche, se encuentra Huéscar, una población especialmente acogedora y, como su vecina, con unos espacios naturales que requieren una visita. Es el caso, por ejemplo, de las pinturas rupestres de la Piedra del Letrero, Patrimonio de la Humanidad. A algo más de diez kilómetros del pueblo, por la carretera de las Santas, se encuentra esta pequeña cueva descubierta en 1915 por el farmacéutico Federico de Motos Fernández. La visita a estas pinturas -con más de 6.000 años de antigüedad-, después de muchos años de deterioro, está reducida a los domingos de 11:00 a 13:00 horas, o a una solicitud específica en el ayuntamiento de la localidad.
Peculiar es también la existencia de dos bosques de secuoyas en la comarca de Huéscar. 35 ejemplares distribuidos en dos grupos, con prácticamente doscientos años de existencia, conviven en la zona baja de la Sierra de la Sagra, a 23 kilómetros de Huéscar. Estos árboles, originarios de California (Estados Unidos), llegaron a este reducto de la provincia granadina en 1839 en forma de semillas. Sus casi 50 metros de altura y su enorme perímetro impresionan y, sin embargo, no son más que bebés, porque esos casi 200 años no son nada comparado con los más de 2.000 años que son capaces de vivir.
Y, de vuelta a la ciudad, un paseo por su centro sorprende al visitante porque no es este el habitual pueblo andaluz, sino que en ocasiones parece más castellano, a juzgar por su gran número de casas blasonadas y señoriales, y la amplitud y anchura de algunas de sus calles. La visita nos mostrará, por ejemplo, un teatro situado en lo que fue el convento de Santo Domingo, con un interesante artesonado mudéjar; el Centro de Interpretación del cordero segureño, también en el que fue Convento de San Francisco, o el museo José de Huéscar, un dibujante de cómic español que desarrolló exitosamente su carrera en Francia y que, sin más relación con el pueblo que su apellido, donó todo su patrimonio artístico a la localidad para ser expuesto.