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Pollença ostenta el récord de ser el municipio que más casas vacacionales tiene de todo Mallorca, lo que se traduce en que allí se han construido menos hoteles, no hay turistas del todo incluido, existen muy pocas tiendas y una tranquilidad infinita. Los habitantes de esta villa han mantenido sus viviendas en propiedad, tanto las del pueblo como las del puerto (sus pequeños chalés para pasar el verano) y ahora las alquilan a precios elevados a alemanes, franceses, británicos, suizos o escandinavos pudientes, para los que el sol es el mayor de los lujos.
A lo largo de la historia, Pollença siempre ha sido objeto de deseo. Lo fue para los romanos y para los piratas, quienes se acercaban periódicamente a sus costas con no muy buenas intenciones. Los templarios ostentaron tierras en esta parte de la isla y, ya en épocas más civilizadas, a principios del siglo XX, pintores famosos procedentes de toda Europa, se acercaban a Pollença, atraídos por su extraño e hipnotizante paisaje. Un mar turquesa y unas montañas grandiosas; que, sin embargo, parecen poder tocarse con los dedos de la mano.
Como muchos pueblos mallorquines, Pollença tiene su puerto, que poco tiene que ver con las calles empedradas de su pueblo y sus casas de marés. El color cálido de esta piedra mallorquina domina el paisaje, interrumpido solamente por el verde de las persianas y las plantas, que la gente cuida con primor en macetas colocadas en puertas y ventanas.Ç
El centro neurálgico de esta villa es la Plaza Mayor, construida en el siglo XIX para ofrecer más espacio a la población, ya que la Plaza Vieja se había quedado pequeña. La iglesia parroquial de la Virgen de los Ángeles (1236), no ocupa la parte central de la plaza, como suele ocurrir en la mayor parte de los pueblos, sino un lateral debido a las obras de ampliación de la misma. En su lugar, 'Ca’n Moixet' preside el lugar. Uno de esos bares mallorquines de toda la vida, donde siempre hay un señor leyendo el Diario de Mallorca y un grupo de ciclistas tomándose un pa amb oli.
El Club Pollença también se ubica en esta plaza y tiene el aspecto de los antiguos casinos, con su escalinata y puerta giratoria. Lo que empezó siendo una agrupación ciclista, en 1910, acabó convirtiéndose en un club burgués promotor del arte y la cultura que, en pleno franquismo (y ¡con un par!) impartía clases de mallorquín. El Club sigue en funcionamiento, dispone de un restaurante-bar donde comen turistas y locales, y cuenta con un montón de actividades.
Semana de la Arquitectura y Diseño, exposiciones de pintura, cineclub, teatro, encuentros literarios y lecturas de poemas a la luz de la luna. Lo que ellos llaman Luna llena de Poesía, cada mes de agosto. Las fiestas del Club Pollença hicieron historia, especialmente sus carnavales. Eran otros tiempos y entonces los pueblos y las pequeñas ciudades competían por ofrecer variadas y animadas ofertas culturales y festivas, no alumbrado de navidad, como ahora.
Templarios, piratas y héroes locales
Los templarios tienen relación con una de las mayores joyas de Pollença, El Calvario. Una escalinata empedrada de 365 escalones (aunque luego se le han añadido algunos más), flanqueada por cipreses y con 14 cruces de más de tres metros de altura. Arriba de todo hay un bar (¡cómo no!) para reponer fuerzas y un pequeño oratorio.
La escalinata se construyó a finales del XIX y principios del XX, pero los templarios fueron los primeros propietarios de esta colina, después de recibir tierras en pago por su ayuda prestada en la conquista de Mallorca. Esta orden era bastante independiente y se comportaba como un señor feudal, con una gran autonomía respecto a la autoridad diocesana o los mismos monarcas. Así, no sólo cobraban tributos a las personas que habitaban en su territorio sino que también administraban justicia.
La colina donde hoy está el Calvario fue originariamente un patíbulo, donde se ahorcaban a los que no cumplían las normas, para ejemplo de todo el pueblo. De hecho, el primer nombre que se dio a este lugar fue el Puig de les Forques; es decir, el Monte de las Horcas.
La incesante tarea de mantener a raya la piratería, principal labor de los antiguos habitantes de las baleares, tiene su monumento en la estatua al héroe local, Joan Mas (1520-1607), que organizó la defensa de la ciudad ante el mayor ataque pirata de su historia. El de 1550 bajo las órdenes del corsario otomano Dragut. Mas movilizó a la milicia local, ya que la máxima autoridad militar no se encontraba en su puesto, e hizo sonar las campanas de la iglesia para convocar a los habitantes, que vestidos aún con ropa de cama y descalzos, salieron a la calle con todo tipo de objetos de defensa: remos, palos y aperos de labranza. Consiguieron hacer retroceder a los atacantes y liberar a las mujeres y niños que habían sido hechos prisioneros.
Tras varias horas de lucha, los piratas fueron expulsados de Pollença. Todos los veranos, el 2 de agosto, hay una batalla entre moros y cristianos para celebrar esta mítica victoria de los pollensines. La estatua puede verse en los Jardines de Joan March que, además de contener una torre gótica-medieval, cuentan con una surtida representación de la flora autóctona, con árboles como acebuches (la variedad silvestre del olivo), tejos, naranjos, algarrobos, palmitos o cipreses. El ciprés es el árbol que más se identifica con esta villa, hasta el punto de que aparece en su escudo.
Justo al lado de este jardín se encuentra el Museo de Pollença. Recomendable incluso para los que tienen alergia a estos centros culturales. Y si uno tiene la suerte de que la codirectora, Aina Aguiló, le acompañe en su visita (pozo de sabiduría y entusiasmo), pues mejor que mejor.
Muchos de los pintores que llegaron a este lugar atraídos por sus paisajes, a principios del XX, no tenían dinero y pagaban su hospedaje con obras. Aquí estuvo Sorolla, que pintó la cala de San Vicente, Joaquín Mir o Santiago Rusiñol, entre otros. La particular pinacoteca de este museo cuenta con un cuadro de Anglada Camarasa, una escultura de José de Creef (el autor de la estatua a Alicia en el País de las Maravillas, en Central Park, Nueva York) y bastantes obras de Atilio Boveri, genio y artista argentino (1885-1949) que brilló en campos tan dispares como la pintura, el grabado, la cerámica, la arquitectura y también fue historiador, periodista y escritor.
La sección de prehistoria del museo, es uno de sus mejores capítulos. Aquí puede verse la reproducción de un Bou de la Punta. Una escultura en madera con forma de toro y grandes cuernos, que servía de osario y que se encontró en el asentamiento prehistórico de Avenc de sa Punta, en el municipio de Pollença, que cuenta con otros dos más: Las cuevas de L’Alzinaret y Can Martorellet. El museo exhibe también un mandala que inició el Dalai Lama, en su visita a la isla en los años 90, y que escapó a su destrucción. Como este centro de arte está ubicado en el antiguo convento de Santo Domingo, no hay que irse sin ver antes su claustro, donde se celebran conciertos y actos culturales.
La visita al Puig de María implica, necesariamente, una pequeña caminata. Ya que llegados a un punto hay que dejar el coche y subir a pie un trayecto empinado de unos 20 minutos. Pero el esfuerzo merece la pena, ya que el santuario, a 330 metros sobre el nivel del mar, ofrece panorámicas únicas a las bahías de Alcudia, Pollença, Sierra de Tramuntana y Albufera de Pollença.
Este templo dedicado a la Virgen María empezó a construirse en 1348 para implorarle protección ante la epidemia de peste negra que azotaba toda Europa y que ese año llegó a Mallorca, matando al 20% de la población. El lugar escogido no fue casual; según la tradición, en él se encontró una talla de la Virgen. El monasterio albergó también una comunidad de monjas de clausura y, en el siglo XV, un colegio para niñas ricas, hasta que, un siglo más tarde, fue cerrado por el obispo de Mallorca. Las rebeldes monas se negaban a aceptar las nuevas normas impuestas por el Concilio de Trento.
Hoy en día el lugar es una parada turística o una rutina de entrenamiento para los pollensines, que suben y bajan cada día el Puig de María para mantener sus glúteos tan duros como el marés.
Pollença presume también de tener su puente romano. Aunque, todo hay que decirlo, de romano tiene poco y es medieval. Los romanos (esos que según Obélix estaban todos locos) llegaron a Mallorca en el año 123 a.c. y fundaron dos ciudades: Palmeria (actual Palma) y Pollentia (que se asentaba en la Alcudia de hoy en día).
Por aquel entonces lo que había en la actual Pollença era una pequeña aldea fundada por los talayóticos (antiguos habitantes de las Baleares) bautizada como Bocchoris, que los romanos respetaron y aceptaron. Pero ese tipo de obras públicas no las hacían para asentamientos tan pequeños.
Así, la mayoría de los historiadores sitúan el nacimiento de este puente en la época medieval, probablemente tras la conquista de Mallorca, por parte de Jaime I de Aragón en 1229, cuando Pollença estaba dominada por los Caballeros Templarios. Esta pasarela fue hasta el siglo XIX el único punto que permitía cruzar de manera segura el torrente de Sant Jordi durante las crecidas.
La localidad que se conoce como Puerto Pollença se articula en torno a un paseo infinito, al borde de la playa, con las casas de los pollensines enfrentadas al Mediterráneo. Los grandes hoteles brillan por su ausencia y la parte final de esta avenida, conocida como Vora Mar, es la más auténtica, donde todavía pueden verse algunas antiguas casitas, residencia de los pescadores que vivían en esta zona y donde muchos artistas extranjeros buscaban su residencia, porque era una zona más barata.
Aquí está el 'Hoposa Hotel Bahía' (Passeig Vora Mar, 29. Tel. 971 866 562), con su preciosa fachada de hotel antiguo, abrió sus puertas en 1948, y sus detalles que evocan épocas pasadas. Muy cerca, 'La Balada del agua del Mar' (Passeig Vora Mar, 5. Tel. 971 864 276) es un pequeño restaurante con una preciosa terraza presidida por una higuera, que hace comida con un cierto toque francés.
Otro sitio interesante para comer en el Puerto de Pollença es la 'Casa Vila di Mare' (Passeig de Londres, 46. Tel. 971 536 569), comida mediterránea-italiana con pasta fresca, pizzas de elaboración propia y asiento de primera fila al mar. 'Tolo’s Grill Restaurant' (Passeig Londres, 4. Tel. 971 864 046) es todo un clásico en el puerto. Un bar temático dedicado al mundo del ciclismo. En primavera y otoño, ciclistas de toda Europa llegan a Mallorca a recorrer la isla y muchos paran en este templo de las dos ruedas a reponer fuerzas. Comer una paella, un pescado o una carne a la brasa porque, una vez realizado el esfuerzo para subir a esta montaña, ahora solo queda bajar.
Los consumistas y adictos a las compras sufrirán por estos parajes, con tan pocas tiendas. 'Teixits Vicens' (Rotonda de Can Berenguer s/n. Tel.971 530 450) puede ser su salvación, además de ser un lugar altamente recomendable para cualquiera al que le gusten las cosas bellas.
La firma fabrica desde 1854 la famosa tela de lenguas mallorquinas (antiguamente reservada a cortinas y tapicería de muebles), que ahora se aplica en bolsos, manteles, colchas, zapatillas, cojines, termos y un sinfín de objetos. La tienda de decoración es fabulosa y arriba cuenta con una sección de antigüedades (colocadas desordenadamente, como en una vieja buhardilla) que hipnotizará a los amantes de lo retro.
Al atardecer, las terrazas de la plaza Mayor del pueblo se llenan de velas y cenas prometedoras. El 'Q11 Restaurant' (Carrer d’Antoni Maura, 11), frente a la iglesia, ofrece vinos de alto standing por copas. Así es posible tomarse un trago de Vega Sicilia, o dos, sin tener que comprar la botella entera. “¿Por qué si vienes solo a comer no puedes disfrutar de un buen vino?”, se pregunta Pablo Ercoli, argentino y uno de los socios. “Nosotros buscamos satisfacer las necesidades del cliente y no limitarse a hacer lo que sea más rentable para la empresa”.
La cocina del 'Q11' se basa en propuestas italo-mediterráneas-mallorquinas con productos locales. Su arroz meloso, entre paella y risotto, y su carré de cordero son ya populares.
'Celler El Molí' (Padre Vives, 74. Tel. 971 531 950) es otra opción para cenar o comer (tiene menú del día). El restaurante está ubicado en un antiguo molino de harina que conserva su estructura y su ambiente rústico. El dueño, un francés de la región de Bretaña mezcla sabores mallorquines con recetas francesas y sus arroces son deliciosos.
Los hoteles en Pollença no son precisamente baratos; pero 'Mon Boutique Hotel' (Carrer d’Antoni Maura, 38. Tel. 971 533 000) tiene precios bastante razonables y ofrece habitaciones confortables y bonitas en el centro de Pollença, junto con una azotea con terraza. Para los que practiquen el carpe diem, 'Can Aulí' (Mallorca, 40. Tel. 871 872 500) es una buena inversión.
Este adults only de lujo, en el casco antiguo de la villa, incorpora obras del artista-ceramista mallorquín, Jaume Roig, por todo el establecimiento y cuenta con piscina, suelos de mármol travertino, hamán, ducha de contrastes y masajes, amenities orgánicas y ecológicas, sostenibilidad (utiliza muy pocos plásticos y solo reciclables) y sábanas de algodón egipcio de 600 hilos. ¿Han dormido alguna vez tapados por este género? Les aseguro que es casi una experiencia religiosa.