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A estas alturas del calendario resulta harto complicado encontrar una zona del Mediterráneo con unas playas no masificadas, fácilmente accesibles, bien equipadas y con una oferta de restauración que comienza a despegar. Es el caso de las playas del Grao de Castellón, el distrito marítimo de esta ciudad que, a medio camino entre Valencia y Barcelona, comienza a desperezarse de su particular letargia turística.
Porque Castellón tendrá un aeropuerto sin aviones (para ser justos, con pocos aviones), pero tiene también una línea costera que muchas ciudades querrían para sí: 4,5 kilómetros de playas anchas de arena fina, catalogadas con bandera azul y el distintivo europeo EMAS de Medio Ambiente. Y, a pesar de su atractivo intrínseco, la zona no ha padecido el proceso de presión urbanística y turística de muchos otros puntos del litoral.
Sea como fuera, las playas de Castellón han permanecido siempre a la sombra del vecino Benicàssim, un imán turístico para la gente de la propia ciudad de Castellón, pero también para turistas españoles y extranjeros. ¡Qué difícil es sacar la cabeza cuando tu vecino ha conseguido colar su nombre en todas las guías turísticas! Sin embargo, de unos años a esta parte, Castellón ha ido desembarazándose de su complejo de inferioridad. Hay, de hecho, muchas y buenas razones para pasar una jornada veraniega en esta ubicación. Una jornada, por cierto, bastante más económica que en otros destinos próximos. Así que aquí van algunas propuestas para descubrir y adentrarse en esta joya en bruto que son las playas de Castellón. ¡Agárrate que arrancamos!
Castellón dispone de tres playas: la del Pinar, la del Gurugú y la del Serradal. El hecho de que estén contiguas dificulta, para el visitante, su distinción; al fin y al cabo de lo que se trata es de darse un buen chapuzón y dejarse tostar sobre la arena, independientemente del nombre. Y cualquiera de las tres playas es buena para este cometido.
Si algo tienen de particular estas playas es el Parque Litoral, uno de los principales atractivos para quienes, sin renunciar a las comodidades de una playa bien acondicionada, les incomoda el exceso de cemento y ladrillo. Porque el Parque Litoral es eso: un paseo marítimo respetuoso con las dinámicas de la arena (sí, las playas también tienen sus dinámicas), sutil a la vista y agradable para quien lo camina.
De lo que se trata es de acercar el mar al paseante y al bañista desde el respeto a la naturaleza. Una intervención sobresaliente, muy poco conocida, que a través de diferentes elevaciones y desniveles recrea las dunas características de las playas mediterráneas. El parque, que discurre paralelo a la playa del Pinar a lo largo de 1.800 metros, tiene dos tipos de dunas: las formadas por arena, junto a la propia playa, que alcanzan 2,5 metros de altura; y las interiores, de tierra vegetal, salpicadas aquí y allá de áreas con columpios (sí, las del Grao son playas muy amables para el visitante familiar), para hacer ejercicio o desplegar un pícnic casero. También dispone de puntos de acceso a wifi, puntos bebé y acceso para personas con discapacidades.
Aviso para quienes tienen tendencia a perderse a pesar del GPS: el punto de referencia para iniciar o terminar esta ruta es la cúpula blanca del Planetario, un lugar de visita inexcusable para quienes se desplazan con los renacuajos de la casa. Se trata del primer edificio de estas características –en la actualidad tiene 28 años– de la Comunidad Valenciana, y se ha convertido en lugar de visita habitual para familias que quieren explorar juntas los secretos del universo. En todo caso, se trata de un espacio vivo, especialmente durante el verano, cuando se programan todo tipo de actividades, desde proyecciones de películas a talleres pasando por observaciones nocturnas del cielo, todos los miércoles de julio y agosto.
Como ya se ha insinuado, el del Grao de Castellón es todavía un destino poco maduro, sobre todo si se le compara con otros municipios costeros como Benicàssim, Oropesa, Alcossebre o Peñíscola. Sin embargo, se abren paso, a fuerza de persistencia y determinación, iniciativas empresariales que complementan la oferta de sol y playa. De hecho, no hace ni dos años que se fundó la Asociación de Empresarios y Entidades Deportivas Playas de Castellón (Adepla), que persigue hacer piña para que las playas de Castellón ciudad ganen visibilidad en la hiperpoblada oferta turística del Mediterráneo.
Uno de los que se han empeñado en convertir Castellón en un destino turístico es Julián Marbán, un amante del mar que hace cinco años decidió montar su propio negocio de actividades acuáticas recreativas. 'Surfers Castellón' se llama el garito, de aire familiar, que está a la misma altura que el Planetario, mar adentro. Entre las actividades que se pueden desarrollar hay windsurf, paddelsurf, surf, surfskate, kayak, bigsup, kitesurf y moto acuática.
Los escépticos pensarán: ¿Surf en ese lago de agua salada que es el Mediterráneo? Claro que sí, primordialmente para aquellos que nunca antes han intentado deslizarse sobre el agua. Castellón, es cierto, no es Zarautz ni Puerto de la Cruz. Pero, ¿quién en su sano juicio se obcecaría en hacer el Tour de Francia sin antes practicar en unos cuántos puertos de montaña? Estas aguas –con su viento moderado, sus corrientes mínimas y su fondo de arena– presentan unas condiciones perfectas para aquellos que quieren iniciarse.
A todo ello contribuye Julián, que además de un buen surfista profesional, es un excelente maestro en el arte de pillar las olas. Incluso los más patosos conseguirán alzarse sobre la tabla de surf dignamente después de una hora al lado de este francés que aprendió a surfear con diez años. Y no solo eso, porque para domesticar el mar hace falta también conocerlo: saber cómo se forman las olas, cómo funciona una resaca y qué es una pared, saber situarse para aprovechar toda la fuerza del agua… De lo que se trata, como explica Julián, es de "empaparnos de la cultura del mar". Y hacerlo con unas buenas risas mientras se aprende la magia de moverse impulsado por la fuerza del mar.
'Surfers Castellón', que está homologada por la Federación Española de Surf, ofrece todas la facilidades para sus usuarios: material para alquilar, cursillos, duchas, e incluso un espacio de descanso. Una opción súper recomandable para aquellos que no tienen suficiente con torrarse sobre la arena. Todavía más si después de un par de horas de ejercicio se complementa con un cóctel en el 'Dharma Playa', un chiringuito a cuatro pasos.
Toda visita turística que se precie ha de tener un componente gastronómico y esta no va a ser menos. De Castellón son conocidos sus arroces, ese manjar al que Manolo García y Quimi Portet hicieron referencia cuando todavía eran El Último de la Fila, allá por el 93.
Indispensable resulta, hacia el mes de octubre, participar de las Jornadas del Arroz a banda, que se celebran en el Grao desde hace 8 años. La nómina de restaurantes que han dado cumplidas muestras de saber tratar este cereal es larga por estas latitudes.
Pero como no todo ha de ser comer arroz al pisar la Comunidad Valenciana, hoy nos atrevemos con la cocina fusión de 'Atlanta Club', un espacio gastronómico que ha abierto sus puertas este mismo verano dentro de la playa Gurugú, y donde también ofrecen buenos arroces.
En realidad, más que abrir sus puertas, ha desplegado su jaima sobre la arena. Sus hamacas y camas, playa adentro, cóctel en mano, resultan irresistibles para quien busca dejarse llevar en las largas y relajadas jornadas de estío sin tener que moverse de la orilla del mar.
El restaurante está regentado por Juan Lozano, un empresario de la restauración con muchos años de experiencia en la zona y que batalla por situar las playas de Castellón al nivel de otros destinos valencianos. "A pesar de todas las dificultades, estamos despegando y nos queda recorrido", explica. Él se ha traído desde la vecina Benicàssim al equipo de cocina del 'Villa del Mar', uno de los establecimientos más a la moda del municipio.
Abrimos boca con un ceviche de corvina, gamba blanca y mango con caviar de Chile, un plato refrescante que marida los jugos cítricos con una guindilla procedente del país latinoamericano. La combinación casa bien y nos abre el estómago para un segundo plato: un pulpo tierno, sabroso, con migas de panko, un rebozado japonés, a base de soja, mirín y aceite de sésamo que le da un punto crujiente. Por encima, una emulsión de piquillo y un caviar de aceite (las tierras de Castellón, por cierto, son ricas en olivos milenarios) que explota en el interior de la boca. Para cerrar, un tataki de presa ibérica, parmentier de patata ahumada y trompetas. Tres opciones exquisitas, regadas con una buena copa de vino blanco.
Gastronomía al margen, 'Atlanta Club' está comenzando a hacerse un hueco entre los imprescindibles de Castellón, sobre todo por la noche. "Queremos mimar al visitante, que sienta que está en un lugar especial", explica Juan. Música en directo para acompañar, ritmos cubanos, crooners, slow music… nos invitan a adentrarnos en la noche con una copa entre manos mientras las estrellas comienzan a iluminar este pedacito de paraíso al borde del Mediterráneo. Difícil decir que no a tan tentadora propuesta.