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Buena parte del Jerez monumental que hoy puebla los rincones es fruto de la reconquista del atrevido hijo mayor de Fernando III, que se cansó de esperar la rendición de la ciudad y entró en ella triunfante hasta el Alcázar con su ejército. Una ciudad poblada de historia donde cinco reyes se sentaron a la misma mesa o donde unos monjes cuidaron durante siglos una de las mejores razas de caballo del mundo. Te proponemos cinco planes para descubrir su magia.
La Cartuja de Santa María de la Defensión, a las afueras de Jerez, es una de esas joyas que la ciudad guarda con tanto recelo, y de ahí que merezca aún más la pena acercarse a ella. Muchos expertos no dudan en calificarla como el monumento más importante de la provincia de Cádiz. La mayoría de los que visitan este lugar se conforman con el patio o su imponente doble portada, ya que al ser un convento de monjas de clausura la puerta de la iglesia cartujana siempre está cerrada.
Pero hay una manera de traspasar el muro: aprovechar el rezo de Maitines, en el que las monjas admiten acompañarse del pueblo. El problema es que habrá que madrugar, ya que exige estar a las 7.15h en la puerta de la iglesia para poder verla.
Desde la vecina Yeguada de la Cartuja, en la que mantienen la raza equina cartujana que cuidaron con mimo los cartujos cinco siglos antes, Patricia Sibajas cuenta a los visitantes cómo se fundó el monasterio en el último tercio del siglo XV, gracias a la donación de la fortuna de un noble, y el expolio tremendo que sufrió el edificio durante la invasión napoleónica.
“Cuando los monjes huyeron para salvarse hasta Cádiz, las tropas francesas se llevaron los cuadros de Zurbarán, que hoy están en Francia, Estados Unidos y Polonia. Solo queda uno en el cercano Museo de Cádiz, en la plaza de la Mina. La Cartuja estuvo abandonada a su suerte durante décadas”, explica. Hoy, lo que sí puede apreciarse desde la cancela gigantesca de hierro forjado, que los soldados no pudieron llevarse, es la imponente bóveda gótica en la que quedan los restos de pintura azul simulando un cielo estrellado.
Para reponerse del madrugón y reponer fuerzas, pocos sitios hay con más solera en la ciudad como el ‘Bar Volapié’. En la esquina del paseo de las Delicias con la calle La Paquera de Jerez se encuentra esta taberna en la que el desayuno es casi una religión. Allí Manuel Lara y Paco Alvarado reciben cada mañana el enorme pan que les llega de El Cuervo (un municipio de Sevilla, limítrofe con Jerez) para hacer sus tostadas con zurrapa de lomo o sus molletes de pringá –una masa suculenta hecha con las carnes de la berza–.
“Nos llegamos a plantear hacer tostadas con la pringá, pero cuando nos dimos cuenta de todo lo que teníamos que poner en una rebanada de pan de ese tamaño, decidimos que la pringá iba a ir en un mollete tostado”, cuenta Alvarado. Mientras desayunas, te rodean por todas partes fotos del mundo de la tauromaquia, como si fuera un gran museo. Un lugar auténtico.
Con el estómago lleno, nos adentramos en el corazón de la ciudad hasta llegar al Palacio del Virrey Laserna (calle Conde de los Andes, 8). Un buen ejemplo de cómo es un palacio jerezano en el que todavía siguen viviendo sus propietarios. Se comenzó a construir en el siglo XIII tras el repartimiento de la ciudad que hizo Alfonso X a los nobles que lo acompañaron en la conquista de Jerez.
Se asienta sobre una casa árabe con decoración nazarí, de la que hay restos en el palacio, convirtiéndolo en un cruce de épocas. “Aquí en el vestíbulo pueden ver una de las obras de arte a destacar de la casa, uno de los cuadros del pintor sevillano Juan de Valdés Leal. Y si pasan al salón de verano, verán el lugar donde mi abuelo, que era muy aficionado al flamenco, organizaba fiestas flamencas. Sobre este suelo debutó con 12 años una niña de Jerez cuyo nombre seguro que les suena: Lola Flores”, explica Álvaro Moreno mientras enseña el palacio, propiedad de su familia, en la que él es el hermano pequeño.
A lo largo del recorrido encontraremos azulejos trianeros en el jardín y una zona de césped sobre la que se asentaba uno de los corrales de comedias más importantes de la ciudad –ahora organizan veladas teatrales en los jardines del palacio–. “Esta sala era la antigua capilla de la casa, y aquí hice la primera comunión. Luego mi padre la convirtió en biblioteca, por lo que las dos librerías que ven son los antiguos retablos de la capilla”, cuenta Moreno mientras enseña las porcelanas de Mariano Benlliure y el Zurbarán que cuelga de la pared. En el salón verde, por cuyas vidrieras entra tímida la luz, muestra con orgullo el único objeto que conservan del Virrey: un arcón de viaje de plata que es la joya de la casa. En el cercano comedor, coronado por una lámpara de cristal de La Granja, se han sentado cinco reyes desde Alfonso XII, y Alfonso XIII celebró en ella un Consejo de Ministros.
Pero si en algún lugar se refleja el poderío económico de Jerez es en uno de los arrabales que se levantaron tras la reconquista, el que preside la Parroquia de San Miguel (plaza San Miguel, 4). “Esta iglesia se costeó por los feligreses, en una zona rodeada de palacios de familias nobles. Aquí se mueve en la época la economía de la ciudad a través del comercio”, explica Andrés Cano, uno de los voluntarios que enseña esta iglesia a caballo entre gótico, renacimiento y barroco.
Es un templo colosal que, según dice Cano, fue el laboratorio de la Catedral de Sevilla, ya que muchos de los maestros que intervinieron en ella probaron aquí sus propuestas. Las vidrieras vienen de Tours y el retablo es un prodigio de Martínez Montañés en el que el imaginero representa la batalla de los ángeles y al diablo en una época en que la Iglesia lo tenía prohibido.
Tras reponer fuerzas en cualquiera de los tabancos tradicionales que tiene Jerez y en los que se puede tomar el pulso al espíritu de la ciudad, un café frente a las escalinatas de la Catedral puede despejarnos para aplacar el sueño que nos dé la comida. Subiendo hasta el templo mayor de la ciudad, nos encontramos en una luminosa catedral que no lo fue hasta 1980.
Aunque la ciudad llevaba desde el siglo XVI pidiendo ser diócesis autónoma de Jerez y que su Iglesia Colegial fuera catedral, no lo consiguieron hasta hace menos de 40 años. “Cada vez que pedíamos a un rey que mediara para que fuéramos una diócesis independiente, los reyes nos mandaban un cáliz como premio de consolación”, explica Vicente, uno de los sacristanes del templo mientras muestra las copas enjoyadas que se exponen en el tesoro catedralicio.
En el altar de una de las naves laterales, encontramos el Cristo de la Viga. Es uno de los más antiguos que procesionan en Jerez en Semana Santa, y recibe su nombre por haber estado colgado antiguamente de una viga, algo que no era raro en la época. En la nave central llaman la atención los doce apóstoles que presiden los pilares, obra de José de Arce y que proceden del retablo mayor de La Cartuja. “Fijaos en San Juan, cómo sostiene el cáliz por la base de la copa, algo que no he visto en ninguna otra representación de este apóstol. Solo en Jerez San Juan podría coger el cáliz como si fuera un catavino”, cuenta el sacristán.
Tras la foto de rigor ante la imponente escalinata catedralicia junto a la torre exenta, que dicen pudo ser en su origen alminar de la mezquita, es momento de un toque dulce. Pasamos por la calle Consistorio, donde se encuentra una capilla diminuta que guarda al 'Señor de la Puerta', a quien el poeta y flamencólogo Manuel Ríos dedicó estos versos: “Aquí, en la Puerta Real, el mismo Rey es portero, esto sí que es humildad”. Las madres desamparadas se arrodillan ante este Ecce Homo desde los años cuarenta, cuando la poliomielitis era epidemia. “Pídele lo que te atormenta, niña. Él siempre sabe lo que necesitas y encuentra la forma de arreglarlo”, susurra el encargado de echar el cierre al borde de las 20.30 horas y, para subrayar su eficacia como benefactor, señala las paredes cubiertas por los aparatos ortopédicos y prótesis de aquellos que se han sentido amparados.
Un poco más adelante se enmarca en la antigua muralla una pastelería tradicional, 'La Rosa de Oro' (calle Consistorio, 7). Este obrador, que data de 1928, ha recuperado una receta andalusí en honor al Cristo vecino. “La Tarta del Señor de la Puerta Real está elaborada con aceite de oliva, almendras, canela y uvas Pedro Ximénez”, describe Mai desde el mostrador. Sus vitrinas guardan otras delicias jerezanas como los clásicos pocitos de crema o las carmelas, para aquellos que prefieran la bollería.
Justo enfrente de este despacho de dulces se encuentra un quiosco carmesí donde Enrique Benito escucha Carrusel Deportivo a la espera de que los golosos acudan al olor de sus garrapiñadas de almendra y avellanas. “Esta olla de cobre lleva confitando el maní desde el año 53”, asegura. “No hay un abuelo de Jerez que no haya probado los frutos secos que preparamos aquí”.
Con el cartuchito de frutos secos en la mano emprendemos el paseo hasta el barrio de Santiago. Un vendaval nos recibe en la plaza de Santiago, corazón del Jerez gitano. “El barrio de Santiago está fuera de compás, la sillas estaban vacías y ya no hay soniquete por bulerías”, canta Mercé al lugar que le vio nacer. Un vecino nos invita a refugiarnos en la iglesia que da nombre al barrio: “Entren por la sacristía, antes de que se los lleve el Levante”. El acceso se encuentra en la calle Merced, conocida popularmente como “La Mercé”, cuna del guitarrista Javier Molina. “Estamos rodeados de arte y… ¡milagros!”, comenta al recibirnos Rafael Puerto, guía del templo. “Para empezar, es increíble que esta maravilla siga en pie”, añade.
Los mayores aún recuerdan como el 22 de marzo de 1955, dos horas antes de que se celebrara un bautizo, se derrumbaba un pilar y parte de la bóveda de la capilla donde se iba a celebrar el sacramento. “Los problemas estructurales han acompañado a esta iglesia desde su construcción. Se hizo con piedra ostionera, como la catedral de Cádiz, y ambas están teniendo un desgaste severo”, explica Puerto. Esta es la razón que obligó a clausurar la parroquia durante casi doce años. Durante todo ese tiempo se emprendió un trabajo concienzudo de microcimentación de los pilares y aplicación de contrafuertes invisibles para devolver la "estabilidad" a este ejemplo de gótico "más estético que real".
El pasado mes de octubre volvió por fin a casa el Cristo del Prendimiento o ‘Prendi’, como lo llaman los cofrades. Esta imagen venerada que procesiona en la noche del Miércoles Santo, tuvo que trasladarse a la capilla del antiguo asilo de San José durante los trabajos de rehabilitación. “La vuelta fue una fiesta, no se lo imaginan”, cuenta el guía a una familia de Múnich (Alemania) que visitan la iglesia de Santiago. Llegaron en plena Semana Santa y tienen cientos de preguntas sobre las tradiciones de esta época, aunque no son ‘primerizos’. “Estuvimos en Jerez hace diez años y nos enamoramos”, cuentan. “La ciudad ha cambiado mucho, pero la gente sigue igual”.
Va cayendo la tarde y el sol empieza a aflojar. Mientras, Jerez ofrece su mejor momento para disfrutar de la calle. Un paseo por la calle Larga y sus bocacalles y pasadizos nos mostrará un lugar donde poder hacer algunas compras entre la modernidad y la tradición. Nos detenemos, aunque no por necesidad, en uno de esos negocios con solera: la Farmacia Central (calle Larga, 28), el único lugar en el mundo donde uno se pesa con gusto.
“Bueno, lo de Central es para los ‘forasteros’. Los jerezanos seguimos llamándola Rebotica del Doctor Cafranga”, aclara María, una clienta habitual que viene a por unos antihistamínicos para lidiar con los rigores de la primavera. Al salir, cumple con el ritual de subirse en la antiquísima báscula que se encuentra junto a la puerta. “La Scale Company lleva con nosotros desde 1905 y su maquinaria sigue funcionando como el primer día”, cuenta José Carbajo desde el mostrador. “Antes era dorada y funcionaba con una perra gorda, pero desde hace años la rebautizamos como ‘Peso Solidario’ porque solo pedidos a cambio de sus servicios un donativo para Andex (Asociación de Padres de Niños con Cáncer de Andalucía)”, añade.
Este 'cuenta-kilos' no es el único inquilino centenario de la Central. En sus vitrinas se conserva el primer recetario del establecimiento, que data de 1873. “El botamen, las estanterías de madera labrada, el instrumental y las fórmulas magistrales que veis anotadas son coetáneas del primer titular que tuvo esta casa, el licenciado Tomás Cafranga y Vega”, relata Carbajo. “Fue un hombre ilustrado que empleaba la farmacia para organizar tertulias con personalidades como el comerciante Rafael García del Salto, el letrado Juan J. Velarde Beigbeder o Toribio Revilla San Millán”, explica. Los dos últimos terminaron convirtiéndose en alcaldes de la ciudad, de manera que no cuesta imaginar cómo la política terminaría apoderándose de las conversaciones en la trastienda.
Una vez embriagados por el Jerez más popular, veremos como la luz da paso a las sombras al final de la calle Larga desde los recién renovados Claustros de Santo Domingo (Alameda Marqués de Casa Domecq, 4). Aquí se muestra, como en ningún sitio, el paso de Alfonso X por la ciudad y su transformación a través de los siglos; fue el Rey Sabio quien entregó en el siglo XIII a los dominicos una fortaleza musulmana para que donde había habido armas se instalara la paz.
Sobre el edificio extramuros, algunos estudiosos teorizan sobre si el terreno en su origen tuvo una doble función entre militar y religioso. Hoy está restaurado, tiene todo su esplendor y es un buen lugar para tomar la última foto entre la perfección de sus arquerías góticas, o aprovechar para asistir a algún concierto con el que cerrar la noche, ya que en su patio se celebran actos culturales. Una forma de terminar el viaje a Jerez con ganas de volver.