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La estampa más auténtica del mundo rural extremeño está pasada por agua en esta comarca de la esquina noroccidental de Cáceres, allí donde la sierra de Gredos se descuelga hasta llegar al río Tiétar. Agua que baja con fuerza de las montañas y que, en su erosión arrolladora, ha terminado por labrar incontables oasis cristalinos donde remojarse en verano. Al fondo, imponentes, quedan las cumbres presididas por el pico Almanzor. Y escoltando los manantiales y los ríos saltarines, se extiende una ladera alfombrada de olivos y chumberas, de nogales y alcornoques que conforman unos parajes verdes y frescos para escapar del sofocante asfalto.
Hay cientos de posibilidades para darse un merecido chapuzón en La Vera. Porque la naturaleza, que a veces tiene esos misterios, sembró estas tierras de gargantas poderosas, y con ellas, de arroyos, charcas y piscinas naturales que son lo más parecido a la playa en las entrañas de Extremadura.
Comencemos con la garganta de Alardos, en Madrigal (casi todas las poblaciones llevan el apellido de la Vera), que es tal vez la estampa más característica de la comarca: ese puente de origen romano alzado 16 metros sobre el lecho del río. Aquí, bajo el arco de piedra, un estrechamiento rocoso sirve como concurrido lugar de baño en unas aguas frías, muy frías, ideales para despejar la modorra. Pero conviene avanzar hacia Villanueva para disfrutar de las piscinas naturales que conforman la garganta de Gualtaminos, no sin antes detenerse en el fenómeno más impactante de La Vera: el rugido de la espectacular Cascada del Diablo, un salto de más de 60 metros que se desploma vertiginoso sobre el Valle del Tiétar.
También en Villanueva, aunque algo menos accesible, la garganta Minchones deja a su paso varios charcos bendecidos con un mayor caudal para nadar más a pierna suelta. Y lo mismo hace la garganta Jaranda a su paso por Jarandilla, y las de Guachos y San Gregorio, ambas en Aldeanueva. Ya en Losar, cerca de Robledillo, la garganta de Cuartos dibuja en estos días de sopor otra peculiar escena veraniega: un puente de cantería levantado en el siglo XV se eleva sobre unas aguas profundas en cuyas márgenes no faltan equipamientos de ocio tales como un restaurante, un bar y un merendero, al más puro estilo de los arenales de la costa.
Son múltiples las zonas de baño que salpican esta comarca, unas veces entre gargantas represadas, y otras tantas en rincones más íntimos desperdigados por sus pliegues, con el rumor constante de las aguas y el marco de la naturaleza. Pero también La Vera tiene en sus pueblos serranos otro de los grandes rasgos de su personalidad. Pueblos que se esconden en el valle o que se agarran a la cresta de las lomas con una bella panorámica. Juntos conforman una magnífica muestra de esa arquitectura tradicional verata que decora sus cascos históricos, con sus entramados de madera y sus pintorescos soportales con robustas columnas de piedra.
Conviene no perderse Villanueva y Valverde de la Vera para apreciar ese tipismo auténtico que se resiste a los embates del tiempo. Pero tampoco Losar, Jaraíz, Pasarón, Garganta la Olla, Guijo de Santa Bárbara o Cuacos de Yuste, donde Carlos V en sus horas más bajas dejó la huella de su presencia. Porque La Vera fue el lugar en el que emperador puso sus ojos para saborear su retiro. Su viaje final por estas tierras de agua y piedra hasta alcanzar el Monasterio de Yuste (previo paso por el Castillo de los Condes de Oropesa, reconvertido hoy en el Parador de Jarandilla), conforma la ruta del emperador, uno de los cientos de recorridos turísticos de esta comarca impregnada de Historia.
Una comarca donde, por cierto, el estómago quedará más que contento. No olvidemos que indisociable a la imagen de esta tierra es el Pimentón de la Vera, con su propia Denominación de Origen. Y que este oro rojo, que se obtiene tras ser molido y secado al sol en ventanas y balconadas, es el aderezo principal de decenas de recetas, entre las que destacan las migas, la caldereta verata y, como mandan los cánones extremeños, los productos obtenidos de la matanza del cerdo.
Pero el pimentón no es el único ingrediente de los pucheros de esta zona. En su potente gastronomía destacan las carnes (de cordero, cabrito, cochinillo, perdiz, faisán, conejo...), los excelentes quesos de cabra y oveja, y las sublimes mermeladas 100 % de frutas naturales. Y aunque el calor no es muy amigo de atracones desmedidos, los más valientes pueden atreverse con alguno de sus platos típicos (rin-ran, entomatá, cuchifrito…) para saciar el hambre que acecha después de un baño refrescante.