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Ya llegó la Navidad. Los conductores que recorren de noche la carretera nacional N-601 entre Valladolid y León, o viceversa, se encuentran con un oasis navideño a la altura de Medina de Rioseco (Valladolid). La localidad engalana sus calles con un directo Feliz Navidad y, con varias estrellas luminosas y árboles decorados, invitan a detener la travesía y dedicarle una visita, con un patrimonio cultural y gastronómico que empuja a tomar la decisión.
A este reclamo para turistas casuales se le añade una tradición navideña que cobra peso en un municipio que cuenta con una Semana Santa de pedigrí, con tres importantes y enormes iglesias que también colaboran en la belleza de estas fechas señaladas. La gran joya del atractivo riosecano se encuentra en la sencillez de su paseo, al caminar por la travesía principal, la calle de Lázaro Alonso, que a su belleza habitual añade una iluminación con buen gusto, apoyada en recursos propios como hojas de setos u hojas de árboles caídas por el otoño.
Los dulces que se pueden degustar en la tradicional ‘Cafetería-Pastelería Cubero’ ayudan a coger calor mientras que los afamados hojaldres de Marina se convierten en el mejor botín para recordar con aún mejor grado esta visita, que se puede disfrutar en un par de horas bien aprovechadas.
La zona más antigua de Rioseco, como se conoce al lugar en este área de la comarca de Tierra de Campos, presume de algo tan sencillo y valioso como una calle descendente. Pero tiene truco: su principal atracción se encuentra en las aceras laterales, que transitan bajo unos bonitos soportales de madera recia y gruesas vigas que sostienen viviendas cuyos balcones se decoran con lazos rojos.
La gente camina relajadamente en una tarde fresca, como no podía ser de otra manera, y observa con una sonrisa los negocios insertados en esos soportales. “¡Mira qué bonito han puesto el escaparate!”, comentan tres mujeres ante una tienda de carpintería que ha recurrido a cajas y maderas para simbolizar el nacimiento del niño Jesús.
Las paredes, separadas por apenas unos metros, quedan enlazadas por adornos puestos con tino, sin ser demasiado llamativos y dándole protagonismo a las luces verticales de las columnas, que también observan con interés los visitantes. Las hojas apiladas o los restos de poda, acompañados de piñas pintadas a mano y alguna guirnalda, le dan autenticidad a los festejos de esta villa reconocida como Ciudad europea de la Navidad, que en los últimos años ha ampliado su prestigio de la Semana Santa a las fechas de Pascua, tanto por estos adornos como por aprovechar el legado histórico del Canal de Castilla.
Quedan apenas unas semanas para que un barco, que en otros periodos del año permite recorrer esta histórica vía de transporte de cereal o lana entre Castilla y el Cantábrico en su rumbo a Flandes, traiga a Sus Majestades de Oriente a Medina de Rioseco. Melchor, Gaspar y Baltasar hacen las delicias de los niños -y no tan niños- al descender del navío fletado para la ocasión el 5 de enero, una cabalgata declarada Fiesta de interés turístico regional.
A su lado, la antigua fábrica de harinas que durante tantas décadas trajo riqueza a esta zona de Valladolid y que ahora se ha rehabilitado como espacio cultural y de ocio para representaciones también vinculadas con las épocas navideñas. El conjunto de Medina de Rioseco se ha adaptado a la perfección para, de día y de noche, permitir una excursión familiar.
Los menores que pasan el tiempo tranquilamente por el centro del pueblo comen golosinas y juegan al fútbol en plazas como la de la imponente iglesia de la Santa Cruz, con una solemne escultura a los cofrades. Los paseantes, acostumbrados a las características del pueblo, ya no alzan la mirada hacia una de las grandes sorpresas que maravillan a los forasteros: un enorme cocodrilo pegado a uno de los muros y -¿cómo no?- también próximo al alumbrado de estas fiestas.
Un cartel, debajo del saurio de grandes mandíbulas abiertas, cuenta la leyenda de que hace muchos, muchos años, el reptil causaba estragos desde su refugio en el río Sequillo, cuyo caudal hace difícil pensar que allí se escondía semejante bicho. Un valeroso preso consiguió atraparlo y fue liberado por su hazaña, de ahí que en la actualidad se recuerde así este episodio que sigue enamorando a los niños y a los abuelos, como una familia que canturrea sobre el cocodrilo y pone rumbo hacia allá para hacerse una foto.
Cada perfil de visitante aprovecha las luces para retratarse a su gusto con las luces de Rioseco. Las familias amplias piden que otros viandantes les saquen la foto mientras otras parejitas felices recurren al socorrido selfie, con cuidado para que encaje bien la imagen, y mostrar en redes sociales la visita del día. “Pa…, ta…, ta…”, exclama otro grupo junto a tres bonitos pimpollos junto a una iglesia y minutos antes de desplazarse hacia el más dulce emblema de los postres riosecanos: los abisinios de ‘Cubero’, una pastelería que lleva 75 años haciendo salivar a los paladares locales y forasteros, y 50 con un bar abierto.
El lugar se convierte en un refugio fabuloso para recuperar el calor y catar la especialidad de la casa, que también destaca por sus bizcochos y empanada para quienes prefieren lo salado. Las fotos enmarcadas que engalanan las paredes de la cafetería revelan lo tradicional y emblemático de 'Cubero', que por 2,5 euros ofrece una estupenda taza de chocolate caliente con un abisinio artesanal o bizcochos, también caseros.
La cristalera de la planta superior del establecimiento, donde varios riosecanos echan una disputada partida de brisca, permite observar desde lo alto el recorrido completo de la calle y el caminar tranquilo de los paseantes entre la coqueta iluminación. Se pueden apreciar bonitas luces navideñas sin tener que fajarse entre aglomeraciones. La Navidad también conquista los pueblos pequeños.