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El viaducto, una de las obras de ingeniería más importantes del siglo XX en León, une la Montaña Oriental Leonesa desde el alto de Cistierna o Crémenes con la Montaña de Riaño y el Parque de los Picos de Europa. Se abrió el 16 de mayo de 1988, cuatro meses después de que las aguas anegaran los nueve pueblos, tras ser volados y tapados con hormigón. Observar desde abajo las enormes vigas impacta.
Al fin y al cabo, rondan los 650 hectómetros cúbicos lo que embalsa el pantano más grande de Castilla y León, en la cuenca del Duero. Los datos se cruzan con el espectáculo que supone adentrarse en estos fiordos, ribeteadas sus orillas con bosques de chopos jóvenes, atraídos por la fertilidad de los 100 kilómetros de costa que tiene el pantano.
Más arriba, robles y hayas centenarias, unidas a rebecos o águilas -viejos habitantes del territorio- deben de haberse acostumbrado ya a esta extrañeza de ver un barco blanco avanzar sobre las aguas. Más raro hubiera sido para el alemán Hans Friedrich Gadow -nacido en Pomerania (ahora Alemania), zoólogo, ornitólogo y naturalista de prestigio de la Universidad de Cambridge-, que pasó por Riaño en 1895, si le hubieran dicho que la plaza con los hórreos que le impactaron, menos de un siglo después iba a ser sepultada bajo las aguas.
En un libro precioso, Por el norte de España (Ed. Librucos), Gadow demuestra que los científicos pueden escribir para todos. Riaño está “a 3.500 pies sobre el nivel del mar, con entre seiscientos y setecientos vecinos”; donde se alojó con su mujer Clara Maud, en la posada de un tal Rafael.
Allí descubrió la interesante plaza del mercado de Riaño -le hizo foto y hoy está en el museo etnográfico del valle- se encontró “unos curiosos almacenes donde se guarda el grano. Se trata de una construcción típica de la zona llamada hórreo”. El alemán dedica un par de páginas a lo interesante de este tipo de granero. Uno queda de muestra hoy, salvado del agua, en la plaza del nuevo Riaño.
El cierre y llenado del pantano tuvo lugar el 31 de diciembre de 1987 -una fecha tristísima para los habitantes de los nueve pueblos anegados: Anciles, Salió, Huelde, Éscaro, La Puerta, Burón, Pedrosa del Rey, Riaño y Vegacerneja- y resulta asombroso, emocionante y contradictorio observar el barco romper las aguas bien hasta adentro, sobre los pueblos de Riaño, Hueldes y Anciles. Asombra que recuerdos tristes hayan creado tanta belleza.
Antonio González, con su hermano y otros compañeros, decidieron poner en marcha el Fiordos de Riaño hace cuatro años. Ya hubo otro barco de la administración, pero pocas o ninguna vez funcionó. El actual tiene capacidad para 60 pasajeros, los viajes se organizan de acuerdo con la demanda desde el 1 de marzo a diciembre.
“Todos preguntan por los pueblos sumergidos durante el trayecto. El vídeo que se muestra es bastante ilustrativo. Queremos que se recuerde nuestra historia”, explica Antonio González, promotor del barco con otros familiares y amigos, en una mañana soleada donde la brisa corre por encima de las aguas mientras la gente va llegando para dar ese “Paseo por los fiordos leoneses”.
David, el capitán gallego, recibe a los pasajeros y les ruega que tomen asiento hasta que puedan salir a asomarse por la borda, cuando hayan pasado ya el viaducto gigantesco que une las dos orillas del embalse. Hay otros puentes, pero este es el de referencia.
Lo primero es poner un vídeo, donde se informa a los viajeros sobre la historia y la lucha de los vecinos de estos pueblecitos, volados y tapados por el hormigón. “Cuando las aguas bajan aún se puede ver el puente medieval de Pedrosa del Rey, que resiste. La iglesia de La Puerta, Nuestra Señora de la Merced, fue trasladada”, recuerda Antonio, micrófono en mano. Pero otras muchas joyas quedaron sepultadas bajo estas aguas.
El barco, con sus pasajeros ya asomados por turnos a sus bordas, rompe el reflejo perfecto del pico Yordas sobre el agua; las montañas de rocas kársticas, jaspeadas y a veces con manchas muy blancas en sus paredes que semejan manchas de nieve. Pero no. Son obra de los excrementos de buitres leonados y otras aves que anidan allá arriba, como el águila real o el águila ratonera.
Un poco más abajo, visten las paredes los bosques de robles, hayas, castaños, tejos, abedules… Hipnotizan al viajero en el trayecto, pendiente de qué belleza surgirá en la siguiente curva del valle de agua.
Arrimados a las barandillas, el personal se esfuerza, móvil en mano, por atrapar alguna imagen de los muchos animales que ahí se esconden. Aunque sea la imagen de un rebeco con buena cornamenta o de una cabra hispánica, a veces fáciles de distinguir en las paredes rocosas, mirando al barco.
Es más complicado avistar un jabalí, un lobo o un gato montés. Para ver a los caballos potokka, los bisontes europeos o los búfalos de agua, salvo un golpe de enorme suerte, hay que ir hasta el protegido Valle de Anciles. Y solo se puede entrar a pie o en safari. Una opción recomendable, otro de los atractivos del Valle de Riaño.
Porque más allá del “columpio más alto de España” o el banco con vistas “más bonitas de León”, los tesoros de la comarca se van abriendo a los visitantes. Aquí aún se puede hacer un turismo sin multitudes y ese es el privilegio que ofrecen un par de días en el valle
El río Esla y el Yuso entregan su agua al pantano. “En la parte más profunda, donde el acueducto y encima de mi pueblo -Antonio es de Riaño, tenía 27 años cuando la Guardia Civil echó a su familia de su casa, les dieron dos horas para desalojar en julio de 1987- hay entre 60 y 70 metros de profundidad. Ahora estamos pasando por encima del pueblo de Huelde. Antes, por encima de mi casa, de mi pueblo” explica. No pueden dejar de hablar del pasado aunque miran hacia adelante.
Y es difícil no seguir su mirada en el vídeo que sigue contando la historia que hay detrás de tal paisaje. “Creo que todos nosotros tenemos un trauma. Tengo 63 años, no queremos que se pierda la memoria, pero tenemos que seguir mirando al futuro”, añade, mientras indica a los viajeros canarios -la mayoría de la isla de Tenerife- los rincones para las fotos más bonitas.
“El Yordás es nuestro pico mágico. Forma parte del imaginario de todos los niños del valle de Riaño desde que nacemos. Igual que la Vieja del Monte, una excursión que nadie debería perderse aquí. Tiene su cueva en las orillas del pantano, pasando el puente a la derecha”, cuenta Antonio, que es uno de los defensores de sus costumbres e infancia en el valle de Riaño. Fieles a mantener memoria y costumbres que el pantano no ha borrado.
Lo cierto es que la cueva de la Vieja del Monte “es un paseo de kilómetro y medio. Veréis, la Vieja del Monte es nuestro Papá Noél, nuestro Olentzero. Nos prepara los bollos más ricos, tiene una media blanca y otra negra, su mascota es un lobo, el pelo muy largo… Es una de nuestras diosas madre de la naturaleza. Los de Riaño descendemos de la tribu cántabra Vadiniense y teníamos una ciudad, Vadinia”.
Cierto. Aunque la ciudad aún no se ha encontrado, las estelas funerarias del museo etnográfico sí que hablan de un ciudadano de Vadinia. Gadow dice que las gentes de estas tierras descienden de los suevos, los que introdujeron “los graneros con patas” y se queda maravillado al descubrir “los barajones”, una raquetas para andar por la nieve perfectamente acabadas.
El hombre que le habla de los barajones al zoólogo británico es el dueño del almacén del pueblo, llamado ‘Arca de Noé’, un edificio con gran balconada y hermoso que el científico fotografía. Es la única alusión a un arca navegando por las aguas, más una bella definición de un ultramarinos que una premonición de que otro barco, de nombre Fiordos, navegaría por los desfiladeros del valle. “Esa tienda ya estaba desaparecida cuando nacimos”, aclaran Antonio y su primo Pedro.
Todo eso es cierto. Y probado, como demuestra luego el Museo Etnográfico de Riaño, un lugar lleno de sentimientos, historia, ruinas y hermosas curiosidades. Hasta allí se encaminan los canarios, que deleitan con enorme placer las galletas de mantequilla realizadas en el pueblo de al lado, Boca de Huérgano y que David, Antonio y Andrea reparten al terminar el mini-crucero. “¡Pero qué ricas! Incluso mejores que las de la lata danesa o inglesa”, exclama feliz, una de las tinerfeñas.
Al lado, un grupo de adolescentes se aplica con sus tablas de SUP (paddlesurf) y sus canoas, para aprovechar una jornada increíble. La brisa sobre el agua, la entrada del río Esla, la grandeza del paisaje, todo se confabula para mirar con ánimo al futuro en los valles de Riaño. Se lo merecen.