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De blancas salinas y dunas fósiles, de acantilados y largas playas amarillas, de calas encajadas en parajes semidesérticos, está trazada esta franja de una decena de kilómetros donde Murcia asoma su rostro más salvaje. Calblanque (en su nombre extendido Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila) es un rincón de milagrosa virginidad, teniendo en cuenta que se emplaza en un entorno acosado por el desarrollismo, a pocos kilómetros como está de las aberraciones medioambientales del Mar Menor.
Por ello y porque es la más bella muestra de las formas con las que el mar puede esculpir el litoral, se trata del más valioso paisaje de esta tierra demasiado estereotipada con el "qué hermosa eres", el conflicto del agua y las urbanizaciones de jubilados.
Sí, existe otra Murcia en la que cabe la palabra paraíso, en la que la naturaleza brinda un catálogo de playas a la carta y en la que el Mediterráneo se mantiene, efectivamente, tal y como era en sus orígenes. Entre numerosos organismos públicos, como la Dirección General de Medio Natural, el Instituto de Turismo de la Región de Murcia, pero también asociaciones privadas como la Asociación de Calblanque, de voluntarios de la zona, trabajan por que esto no cambie poniendo en valor los recursos naturales para disfrutar de esos espacios protegiendo su conservación.
En Calblanque, a donde se llega por la autovía de Cartagena a La Manga, solo dos diminutas poblaciones testimonian el paso del hombre: Cobaticas y La Jordana. El resto no es más que un conjunto de medias lunas de arena y mar, resguardadas por sierras semiáridas.
Pequeños macizos donde crece una vegetación extraña, casi exótica, a la que los expertos han denominado iberoafricana por tratarse de un reflejo del paisaje de la otra orilla del Mare Nostrum: sabina mora, cornicales, albaidas…
Caminar en busca de estos especímenes de flora puede ser una actividad gratificante en unos parajes a menudo silenciosos y solitarios. Pero aquí a lo que se viene principalmente es al disfrute de sus aguas, limpias y cálidas, para las que no hace falta invertir en bañador. Aguas que, aunque son un secreto que casi nos estamos arrepintiendo de airear, se cuelan entre las más tentadoras del país.
Se puede optar por la más accesible, la llamada playa Larga, completamente rectilínea en sus tres kilómetros de arena dorada, frente a la cual crecen extensas praderas de posidonia. Es un buen lugar, casi siempre sin corrientes, para darle a las gafas, las aletas y el tubo, y descubrir un vergel submarino a pocos metros de la orilla.
Pero existen otras playas con un carácter más íntimo. Por ejemplo Negrete y Parreño, en el oeste, cerradas por crestas rocosas y declaradamente naturistas. Aquí encontramos una suerte de paisaje lunar de piedra y agua; un ligero viento cálido, nada molesto; una luz espectacular a la hora del atardecer, cuando las colinas del Cabezo de la Fuente, así llamado por el manantial de su cumbre, se vuelven anaranjadas.
Está también la playa de Calblanque, rodeada por las dunas fósiles más valiosas de Murcia, a donde acuden los windsurfistas para cabalgar con sus velas el suave oleaje de este mar abierto. Y, más escondidas, las calas del Barco y De las Mulas, a las que solo se puede llegar en barco o a pie tras una media hora de paseo.
Sin embargo, ninguna resulta tan pintoresca como la cala de los Déntoles, conocida también como cala Dorada, donde la tierra exhibe una riqueza cromática propia del lienzo de un pintor impresionista. Un fuerte contraste entre dos tipos de roca: una negra, llamada esquisto y otra blanca, llamada eolianita.
Calblanque, ya lo hemos dicho, es una joya muy vulnerable. Por eso, desde el verano pasado se pusieron en marcha algunas medidas para su preservación. La más importante: un servicio de autobuses para acceder al parque, de 9.00 a 20.30 horas, con una frecuencia media de 20 minutos. Porque impedir que los coches lleguen hasta las mismas playas es una manera de reducir el impacto del turismo. Ya lo dice la propia campaña: "cuatro ruedas mejor que cuarenta". Otra de las actividades puestas en marcha el verano pasado es la protección de la tortuga boba, de la que existen indicios de desovación en el parque. Se trata de una especie de tortuga marina que abandonó estos arenales hace décadas. Hoy en día se trabaja para que vuelva a reproducirse en este parque regional.
Los voluntarios ambientales de la Asociación de Calblanque desarrollan también una labor informativa para que los visitantes del parque, sobre todo en verano (época de mayor afluencia) protejan las playas y los arenales y estén al tanto de las campañas que se desarrollan en el mismo. Entre las actividades de estos voluntarios también están la repoblación con flora autóctona, la instalación de refugios para murciélagos, la limpieza de las playas, el censo de camaleones, etc., incluso rutas fotográficas por los diferentes paisajes del parque.
El parque goza también en sus alrededores de las Salinas de Rasall que fueron, en su día, dos lagunas naturales que recibían el agua de la lluvia. Reconvertidas en salinas a principios del siglo XX y abandonadas después en los años 90, hoy constituyen un humedal protegido que ejerce de corredor para la avifauna con un alto valor ecológico. Un bello paraje al que la sal tapiza de blanco y donde apreciar el bullir de flamencos, pardillas, gaviotas…
También cerca, como visita peculiar, merece la pena el Parque Minero de La Unión, donde sumergirse en las entrañas de la antigua industria a través de la mina Agrupa Vicenta. En este municipio, además, el flamenco (el que se toca, se canta y se baila) tiene mucho que decir, como prueba el Festival del Cante de Las Minas, celebrado desde los años 60. Pero esa es otra historia.