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A 74 kilómetros de Madrid, Buitrago del Lozoya ofrece cultura a través de las huellas de Picasso y del Marqués de Santillana, medievo y cocina contundente: judiones, cocido y carnes de la sierra. Todo ello bañado por uno de los ríos claves para la capital: el Lozoya. A la parte vieja, los habitantes la llaman La Villa y está rodeada por una muralla de 800 metros de largo, la única íntegra conservada en la Comunidad de Madrid. El paseo hasta el Puente del Arrabal, conocido entre los locales como "Puente Viejo", es de lo más agradable. Desde allí hay unas extraordinarias vistas del recinto amurallado, rodeado de colores otoñales que pintan el paisaje.
La Maragatería propone una apasionante escapada en busca de unas gentes y unas leyendas que sobreviven sin teléfono móvil ni redes sociales. La primera parada obligada es Castrillo de los Polvazares, imagen de La Maragatería. Esta tierra rojiza que se arropa con una manta de hojas teja, marrones, beige o amarillas, de encinas, robles, chopos e incluso alguna trifoliada roja de arce, inflama los pulmones y el ánimo desde primera hora de la mañana.
El trayecto desde Castrillo a Santa Catalina esconde lo que muchos llaman "el Balcón de la Maragatería", donde la vista alcanza al Teleno, las torres de Astorga y por encima, las crestas del Bierzo y los Picos de Europa al lado. Una pasada. Es el pueblo modelo de la cultura maragata, tan mimado que parece de cuento y del que se pueden escribir todos lo tópicos sin temor a equivocarse. Rabanal del Camino o Santa Colomba de Somoza son otras dos paradas obligatorias en esta aventura por el noroeste de León.
Con mucho arte, así ha conseguido Mogarraz convertirse en un reclamo diferente para el turismo de la comarca de la Sierra de Francia, donde la fama de La Alberca ha tenido siempre cierta tendencia a eclipsar a otros pueblos de la zona, algunos entre los más bonitos de España. Centenares de cuadros iluminan desde hace unos años sus fachadas.
Pero antes de llegar a la villa, hay que buscar el corazón del Parque Natural de las Batuecas, donde desde Sequeros la carretera serpentea estrecha y deteriorada, rodeada de árboles en un paisaje en el que el verde musgo se mezcla con amarillos intensos, dorados y bronce envejecido. La paleta de colores es impresionante, como si percibiendo la brevedad de su existencia otoñal luchara por lucirse. Una vez en la localidad, las montañas de la Sierra de Francia envuelven al pueblo, asomándose aquí y allá entre las callejuelas empedradas de siglos pasados.
A 25 kilómetros de Oviedo, en el concejo de Santo Adriano y al abrigo de la Sierra del Aramo buscamos entre los valles de la cuenca del Nalón uno de esos barrancos que quitan el hipo y obligan a cambiar de rumbo: la ruta de las Xanas.
En la mitología asturiana y leonesa se venera a las xanas como a esas preciosas ninfas de ojos verdes y azules, que se esconden en el curso de riachuelos, en cuevas y cascadas donde embelesan su larga melena rubia con peines de oro. Hadas que dan nombre a esta ruta de túneles y precipicios, paredes verticales de 500 metros y una senda laboriosamente excavada en la caliza a base de pico y dinamita, conocida por muchos como el "pequeño Cares". Su recorrido más otoñal está en los dos kilómetros hasta el río Trubia, donde el arroyo Viescas, rebautizado "de las Xanas", esculpe un angosto cañón entre los pueblos de Pedroveya y Villanueva, dejando a su paso bosques multicolor, aguas cristalinas y parajes bucólicos, ideales para estos seres mitológicos.
La Alpujarra tiene paisajes preciosos, una historia interesante y una tradición artesana viva que merece la pena conocer. Un viaje de recorrido lento por las carreteras viradas de esta comarca donde el paisaje te deja sin habla.
Desde sus 1.436 metros de altitud, Capileira mira por su flanco oeste hacia el muy verde y majestuoso Barranco del Poqueira. Mientras, en el flanco norte, Sierra Nevada reina en todo su esplendor. Y hacia adentro, es la esencia total de la Alpujarra granadina lo que se percibe. Capileira es la Alpujarra. Ahí están sus casas blancas, sus tejados planos o terraos, sus peculiares chimeneas altas y cilíndricas y sus tinaos, prolongaciones de las viviendas para ganar espacio o para unir varias de ellas.
Es tiempo de otoño y la foresta de Artikutza, en Goizueta (Navarra), descubre los primeros hongos de temporada, pero solo si uno cumple con el ritual: bien equipado, respeto para no destrozar el bosque y prudencia para coger solo lo que se conoce. No hace falta ser un micólogo, pero sí tener cerebro. Este bello entorno natural es sin duda un paraíso para los amantes de las setas. Hayedos, robledajes y tejos exhiben sus galas otoñales en uno de los bosques más lluviosos y antiguos de Euskal Herria.
Al-buhayra (Albufera) se traduce del árabe como pequeño mar. En este humedal de 24 km, se puede comer arroz con pato o all i pebre, pasear en barca y ver atardecer. Es perfecto para avistar aves y descubrir un paisaje insólito desde cualquiera de sus miradores. ¡Percha Tonet!, que diría Blasco Ibáñez. El Parque Natural de la Albufera es casi un país entero dentro de Valencia.
Un lugar con flora y fauna propia; con una gastronomía particular, tradicional y exquisita; con un paisaje insólito; con un ritmo distinto al del resto de la ciudad, de la provincia. Es un país desconocido para muchos (incluidos los propios valencianos), pero los que lo habitan llevan defendiéndolo y propagando sus grandezas toda la vida.
Montañas, ríos y glaciares han conformado este territorio desde la villa medieval de Aínsa hasta el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Un recorrido natural para deleitarse con los últimos retazos del otoño en los Pirineos. Aprovechamos que aún no hace frío, al menos no tanto como dicen, y que la nieve no ha cubierto aún el colorido de los bosques atlánticos, los valles glaciares y los pueblos medievales que se reparten por todo el Sobrarbe.
Situada a las puertas del valle, no puede entenderse Ordesa sin Torla, en cuyo territorio se asienta gran parte del parque. La visión del caserío alzado sobre un roquedo, que remata la torre de la iglesia parroquial de San Salvador, es la carta de presentación de la zona. Tras el pueblo y mucho más arriba, se elevan los rojizos paredones de Mondarruego, puro valle de Ordesa.
Los turistas se acercan hasta los cerros de Mota del Cuervo, Campo de Criptana y Consuegra sobre todo en busca de algún rastro de Don Quijote. Desde que en el siglo XVI apareciera en España esta nueva tecnología importada de los Países Bajos, en sustitución de los inseguros molinos de río, sus construcciones se convirtieron en faros de un mar de tierra mansa. Pero los molinos más importantes de España esconden mucho más: desde la conmoción de Ramón Serrano Suñer hasta objetos de Sara Montiel o historias de bombardeos. Todo, por supuesto, con sabor a queso y azafrán.
Durante los últimos meses del año, una mágica policromía inunda la sierra norte de Guadalajara: los tonos amarillos, naranjas y rojos de los robledales se funden con los grises y morados del cielo, mientras los verdes de los prados se enredan con el negro que caracteriza la arquitectura de la zona. Un auténtico regalo para los amantes del otoño, que aprovechan estas fechas para pegarse un buen atracón de su estación favorita mientras buscan setas, visitan pueblos de cuento y pasean por el monte bajo la lluvia en esta ruta por los pueblos negros de Guadalajara.