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Imagina que abres la ventana de una casa rural. El sol entra directamente hasta la cama de tu habitación. Al frente, un mar de naranjos. Es primavera y el olor a azahar invade tus fosas nasales. Respiras fuerte, para poder captar toda su esencia. El estómago te alerta de que tienes ganas de desayunar y, antes de dirigirte a la cafetería más cercana, bajas, te acercas a un naranjo y coges uno de sus frutos de gran tamaño y de color llamativo. Sacas la navaja que llevas en el bolsillo para pelar la naranja. Tomas un gajo y lo introduces en tu boca. Entonces se produce un chute de sabor. Dulces, potentes, jugosas, sabrosas.
Estás en el Valle de Lecrín, en Granada. Aquí, aparte de poder ingerir los manjares de la tierra, de la belleza del lugar y de los paseos senderistas, estás solo a 30 minutos de Sierra Nevada y a la misma distancia de la Costa Tropical. También, a esa escasa media hora de la Alhambra de Granada y de la Alpujarra. ¿Se puede pedir más?
Es el lugar ideal para una escapada primaveral, por aquello de oler el azahar, aunque es buena idea para visitar todo el año, tanto por su clima, como por las excursiones cercanas. Pero también es el lugar perfecto para vivir. ¿Playa o montaña? ¿Por qué elegir? ¿Por qué no tener a una distancia cercana todas las opciones? ¿Quién dijo que había que privarse?
Los árabes se enamoraron del valle y lo llamaron "Valle de la Alegría", que es lo que en realidad significa Valle de Lecrín. Fueron también ellos los que plantaron los primeros naranjos, en el siglo XI. Cuando los cristianos recuperaron la zona, prosiguieron con las plantaciones hasta hoy.
Las naranjas del Valle de Lecrín son las más tardías de la península, comienzan en febrero y se conservan de maravilla hasta finales de junio. Según María Barranco, presidenta de Naranjas de Valle de Lecrín, "se conservan tan bien por el sol que llega de la costa y el aire puro y frío que viene de Sierra Nevada".
Si lo más destacado son las naranjas, también merece la pena la visita por los limoneros, los olivos y los almendros. Por este motivo, ofrece una explosión de color durante todo el año. Si en primavera encontramos el azahar, en invierno se llena de rosa y blanco por las flores de los almendros.
"Se produce cierta connivencia entre los olivos y los naranjos. Los primeros, centenarios, son muy altos y abrazan a los segundos. Así también se protegen y conservan las naranjas. Hacen de abrigo y de sombra", cuenta María Barranco. Además, por la orografía del valle, las máquinas no entran y todo el trabajo se hace a mano. "Es mucho más laborioso, pero también es una oportunidad para mimar las fincas y conservar una manera de hacer", cuenta María.
El Valle, Melegís, Restábal, Saleres, Lecrín, Mondújar, Lanjarón, Cónchar, Cozvijar, Dúrcal, El Padul, Nigüelas, Murchas, Albuñuelas. Todos pueblos perfectamente visitables, tanto por la belleza de sus casas, por la tranquilidad de sus calles y por su gastronomía.
Esconden pequeñas joyas, como la iglesia de la Plaza de Nigüelas o la Ermita del Zapato, situada en el barranco de Chinchirilla, en un lugar elevado sobre Pinos del Valle. Desde ella se observa todo el valle de Lecrín. Casi igual que desde el Castillo de Lojuela, más conocido como Castillo de los Moros, del siglo XI, construido sobre un cerro a 500 metros de Murchas.
Tampoco hay que dejar de ver el Puente de Lata. O Puente de Gor. Se diseñó y construyó en Bélgica, para estar instalado durante 21 años en Gor. Estaba prohibido el paso del tren de pasajeros por él, debido a la poca consistencia de los pilares. Por este motivo, los pasajeros tenían que bajar antes de entrar al puente y pasar a pie los 463 metros prohibidos, para después volver a subir una vez atravesado. Únicamente el maquinista y el fogonero pasaban montados en el tren. Finalmente, se inauguró en 1924 sobre el río Dúrcal.
Otro de los imperdibles es el Castillo de Zoraya, que fue testigo del amor del Rey de Granada por una cautiva cristiana. Aquí estuvo desterrado Muley Hacen y subió hasta la cumbre donde se encuentra el castillo, a 879 metros de altitud, en la colina del Castillejo, en Mondújar. Fue construido por el propio rey para retirarse junto con su mujer tras abdicar en Boabdil. Data del siglo XV y fue ocupado tras la Reconquista.
En el Valle de Lecrín, la reina es la naranja y como tal debe ser la protagonista de uno de los platos más típicos: el Remojón. Elaborado con naranja, cebolleta, tomate, aceitunas negras, huevo cocido y bacalao. Una ensalada muy típica de la zona y, en especial, de la localidad de El Valle. El momento ideal para degustarlo es el invierno, pero puede ser refrescante bajo cualquier temperatura. Y un lugar perfecto para disfrutarlo es el restaurante 'Los Naranjos', en Melegís (El Valle).
En el mismo municipio puedes visitar cualquiera de sus restaurantes para comerte también un puchero de hinojos y cardos cualquier sábado de octubre a abril, que va siempre acompañado de la sabrosa pringá. Plato sin lugar a dudas para el invierno, por lo contundente de la propuesta y por lo sabroso de su degustación. 'La Despensa del Valle', en Restábal, lo pone riquísimo.
En los bares y restaurantes de la zona también tienes la posibilidad de beber un vino joven o mosto, elaborado por algunos habitantes del valle. Allá donde vayas, bebe de su vino, aunque solo sea una vez, pues por la calidad de su vino sabrás algo más de su tierra.