Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
El tembleque al escribir estas líneas después de visitar los miradores de Arribes del Duero es real. Los hay de todo tipo: abismales, con encanto y con mucha historia. Pero todos ellos comparten vistas a un mismo paisaje que constituye un regalo para la vista: el Duero abriéndose paso entre rocosas paredes inhóspitas en una imagen tan poderosa que, al mismo tiempo, transmite paz.
Entre estos vertiginosos cañones de granito, los más profundos y extensos de la península ibérica, el río se abrió paso hace millones de años con una fuerza descomunal y ahora se contonea a su antojo con calma presumiendo de sus sensuales curvas. Buitres leonados, águilas perdiceras, cigüeñas negras, vencejos, milanos y alimoches no le quitan ojo. Y el vuelo de estas aves sobre el agua aporta todavía más belleza a la escena, una zona agreste pero llena de vida.
Para su contemplación, es necesario desplazarse al oeste de Zamora y Salamanca. Allí, en la frontera con Portugal, se encuentra el Parque Natural de Arribes del Duero que abarca 100.000 hectáreas de 37 municipios, sin contar con la parte lusa. Para los zamoranos, este espectáculo de la naturaleza es viril: los Arribes. Mientras que para los salmantinos, tiene nombre de mujer: las Arribes. Pero independientemente de su género, la identidad de este espacio natural protegido es única.
Con el objetivo de lograr distintas perspectivas, iniciamos nuestro recorrido en tierras zamoranas, donde visitamos el mirador de Las Barrancas de Fariza, para continuar por el mirador de la Peña del Cura, en Pinilla de Fermoselle. Después, en “el pueblo de las mil bodegas”, hacemos parada en el castillo de doña Urraca. Por último, en tierras charras, nos asomamos al abismo que propicia el mirador del Fraile en Aldeadávila para apreciar la magnitud de este extraordinario capricho geológico.
Tras dejar atrás una estrecha carretera que discurre entre las genuinas cortinas de piedra de la comarca de Sayago, llegamos a la ermita de Nuestra Señora del Castillo, un templo construido en lo alto de una colina situada en la Raya con Portugal. Su entorno es un espacio verde, con peñas sagradas y vistas al horizonte, un rincón apacible donde la tranquilidad queda relegada a un segundo plano cada primer domingo de junio. En esa fecha, el silencio cede el protagonismo a la algarabía de los romeros que peregrinan hasta el lugar al son de la flauta y el tamboril, cargados de los pendones de los pueblos de alrededor, con motivo de la tradicional romería de los Viriatos, declarada Fiesta de Interés Turístico Regional.
Para acceder al mirador, es necesario recorrer un camino pedregoso de 450 metros y abrir una portera que, tras pasar, hay que dejar cerrada. Este mirador es un pequeño palco con encanto cercado por vallas de madera que se integran con el paisaje. Al frente, se divisa el pueblo portugués de Freixiosa y, a la derecha, entre las rocas, en época de lluvias se aprecia un salto de agua. Se trata del arroyo del Pisón, cuyo nombre recuerda la industria textil que había antaño en la zona, con numerosos telares para confeccionar mantas de lana. Arriba del todo, se ubica Cozcurrita, localidad perteneciente a Fariza, municipio que entre los siete núcleos de población que lo conforman no alcanza el medio millar de vecinos, según los datos del Instituto Nacional de Estadística.
Abandonamos Fariza y cogemos el coche para poner rumbo a Pinilla de Fermoselle. En un viaje de media hora, llegamos al mirador de la Peña del Cura, llamado así en homenaje a un sacerdote que solía disfrutar en este rincón de la lectura del periódico, del tabaco y, por supuesto, de las vistas.
En esta terraza natural, el río Duero se esconde parcialmente en favor de la contemplación de los arribanzos. Enebros, arces, madroños y cornicabras pueblan las empinadas laderas en compañía de olivos, almendros, viñas e incluso naranjos que encuentran en este territorio un excepcional microclima. Frente al refrán de nueve meses de invierno y tres de infierno, los Arribes del Duero proporcionan temperaturas suaves y largos veranos que permiten el desarrollo de estos cultivos. De esta forma, desde los bancos de madera, observamos el olivar del Fenoyal, plantado en la década de los años cincuenta en un terreno comunal estructurado en bancales. “Se repartió un cachito para cada vecino, incluidos el maestro y el cura, y cada uno puso 15 o 20 estacas de olivo”, según la memoria popular.
Además, este mirador nos descubre “un paisaje lleno de conocimientos y palabras” gracias a los curiosísimos paneles informativos, escritos también en braille, que rinden homenaje al patrimonio inmaterial de Arribes. En ellos se recogen historias de frontera, vocablos del terruño y los nombres de las zonas que se avistan desde el mirador: Tesico la Palombera, El Otero, El Sierro, La Fayica… Asimismo, los vecinos comparten las enseñanzas populares transmitidas a nivel oral sobre el manejo de la tierra o las antiguas costumbres, como por ejemplo la forma de hacer aceite en Pinilla. Antaño, se realizaba en una tahona movida por una vaca. Cada vecino, después de apañar las aceitunas, pagaba una maquila al amo de la tahona y daba de comer a la vaca el día que tocaba moler sus aceitunas. Datos y relatos que dan otra panorámica del hermoso paisaje. Pero, para quienes se queden con ganas de obtener otro plano, a diez minutos en coche se ubica el mirador del meandro, situado justo encima del antiguo olivar. Sus vistas no defraudan.
En 20 minutos de recorrido, llegamos a Fermoselle. Es uno de los municipios más bajos sobre el nivel del mar y es conocido como “el pueblo de las mil bodegas” por las numerosas despensas subterráneas excavadas en la roca para cobijar el vino. “El balcón del Duero” es otro de sus apodos y, para entenderlo, hacemos pierna y subimos por una estrecha cuesta junto a la Plaza Mayor hasta llegar a lo alto de los restos de lo que fue el castillo de doña Urraca. Esta fortaleza sirvió de retiro para la princesa portuguesa doña Urraca tras la anulación de su matrimonio, de refugio para los comuneros y de botín para los lusos hasta que Carlos I ordenó destruirlo.
El pueblo está construido en la cima de peñascos de granito y, en concreto, la fortificación se asienta sobre las “cachas de culo”, denominadas así por su forma de trasero. Hoy en día, la bandera de Fermoselle sigue ondeando sobre los pocos restos que quedan de la fortaleza, declarada Bien de Interés Cultural. Desde esta atalaya, se adquiere una vista de pájaro con la que admirar el casco urbano de la villa, distinguiendo la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la Casa del Parque ‘Convento de San Francisco’ o las humeantes chimeneas de las casitas con vistas al Duero y a los bancales de almendros, todo un espectáculo durante su floración. En Fermoselle, también podemos tener otras perspectivas recomendadas desde el mirador de El Torojón o Las Escaleras, entre otros.
Para terminar esta ruta de miradores, nos trasladamos a Salamanca. Una hora de trayecto separa Fermoselle de Aldeadávila. Así, de un mirador con mucha historia finalizamos el itinerario con un mirador no apto para las personas con vértigo, pero ideal para los amantes de la adrenalina y de la observación de aves. Se trata del punto más alto del Parque Natural Arribes del Duero y está situado en la presa de Aldeadávila, la central de mayor producción de energía hidroeléctrica en España. Esta colosal obra de ingeniería ha sabido aprovechar el potencial orográfico de Arribes para obtener el mayor rendimiento energético y, desde 2022, también ha sido capaz de crear un imán turístico con el nuevo mirador del Fraile que cada año atrae a miles de personas.
Para llegar hasta este punto, es preciso dejar el coche en un bucólico aparcamiento -entre árboles, merenderos de piedra y chozos pastoriles- e iniciar la ruta a pie. Son 900 metros de caminata, con 85 metros de desnivel, para los que se recomienda llevar calzado cómodo y agua. Durante el descenso, ya se intuye la magnitud del mirador, situado entre vertiginosas paredes de roca de 400 metros de altura y rodeado de un imponente silencio. Al concluir el asfalto, de una roca llamada la Silla del Fraile emerge una pasarela de acero Corten de aspecto rojizo que se mimetiza con el impresionante paisaje hacia el precipicio. Son 12,8 metros de largo en voladizo que comienzan con una anchura de 2,4 metros al inicio y finalizan con 1,5 metros en la otra punta. Es decir, el ancho del mirador se va reduciendo a medida que aumenta el sudor en las manos, el temblor de las piernas y las palpitaciones en el corazón.
Además, el final de la pasarela esconde una sorpresa: una rejilla con vistas al vacío que los más maniáticos evitarán pisar y que los más osados adorarán. A cada paso, el subidón de adrenalina es mayor, pero la recompensa a ese hormigueo merece la pena gracias a sus vistas de película. Aquí se han rodado escenas de films como Doctor Zhivago, La Cabina, Terminator: Dark Fate o la serie 30 monedas. Un escenario de cine convertido en un palco VIP al Duero, con la agradable presencia de numerosas aves rapaces como espectadoras.
En general... ¿cómo valorarías la web de Guía Repsol?
Dinos qué opinas para poder mejorar tu experiencia
¡Gracias por tu ayuda!
La tendremos en cuenta para hacer de Guía Repsol un lugar por el que querrás brindar. ¡Chin, chin!