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Escarpados acantilados a los que asomarse, faros donde contemplar amaneceres y atardeceres de película, pequeños montículos en las dunas para epatar con playas infinitas de arena blanca y aguas turquesas... Prepara el móvil porque con estos miradores no tendrás rival en Instagram.
Comenzamos el recorrido desde el punto más alto de una isla bastante plana: la altiplanicie de La Mola (200 metros de altitud), en el extremo este, a la que se llega por la carretera principal PM-820, escoltada en algunos tramos por un entramado de muros de piedra seca, bosques de pinos y sabinas y viñedos donde conviven uvas autóctonas, como Monastrell y Malvasía, con las foráneas Viognier, Merlot o Cabernet sauvignon.
Al final del camino se erige el Faro de La Mola, el más antiguo de Formentera, que inauguraron un 30 de noviembre de 1861 y que sólo ha dejado de funcionar en dos ocasiones: la guerra de Filipinas y la Guerra Civil española. Cuentan que durante otra contienda, la Segunda Guerra Mundial, el farero rescató a un aviador alemán que se estrelló ante sus ojos en las aguas del Mediterráneo. Como recompensa recibió 1.000 pesetas, un buen pellizco en aquella época.
Para muchos, el de La Mola es "el faro de Julio Verne", pues en él se inspiró el novelista francés para una escena de su obra Héctor Servadac. En homenaje a este profeta de la ciencia, "los Jóvenes de Espíritu" levantaron hace años un monolito donde ahora un matrimonio de jubilados pide a unos amigos un retrato. Las parejas se agarran fuerte del brazo para asomarse a los escarpados acantilados, de 120 metros de altura, que se desprenden hacia el mar. Los más temerarios, ávidos por el selfie con más likes, se arriman al límite, mientras las gaviotas rompen el silencio con sus graznidos y las lagartijas se esconden bajo los matorrales de enebro, las chumberas y las porrasinas.
Muy cerca del faro, en el mismo pueblo de El Pilar de la Mola, cada miércoles y domingo desde principios de mayo y hasta mediados de octubre, se celebra la Fira Artesanal que reúne a artesanos de la isla con sus piezas únicas de joyería, zapatos, bolsos, atrapasueños o acuarelas. Los puestos y el ambiente parece una concentración de Erasmus, donde se mezclan acentos italianos, franceses, alemanes, argentinos... Aquí se puede adquirir una de las camisetas Xalok que confecciona, desde 1997, la familia Mayans: la hija diseña, el padre imprime y la madre, María, las vende en una de las tiendas originarias del mercado. Al lado, la orfebre Silvia Latón muestra en su puesto los pendientes, pulseras y colgantes inspirados en lagartijas y geckos autóctonos, mientras la joven artista Caramazana, una leonesa con 10 años de trayectoria, pinta con tinta china a mano distintos paisajes formenteranos.
En la carretera que comunica El Pilar de La Mola con la localidad pesquera de Es Caló encontramos un desvío a la derecha que conduce por el camino histórico de tierra Camí de Sa Pujada, que ya utilizaban en su día los frailes agustinos. Para alcanzar el mirador de Racó hay que caminar un poco por un tramo adoquinado, con desniveles y que el tiempo ha ido deteriorando a la sombra de los pinos.
Pero las vistas bien valen la pena. Desde este punto se contempla perfectamente la silueta de la costa de Tramuntana, con sus playas de arena y rocas y la estela que van dibujando los ferris que comunican Formentera con Ibiza. El perfil recortado de ésta, con su islote de Es Vedrá casi pegado, se eleva en el horizonte, donde se hace casi imposible distinguir la línea que separa cielo y mar.
En el centro de la isla aparece el manto tupido de los pinares -por algo los antiguos griegos bautizaron a Formentera e Ibiza como las Pitiusas- y al oeste, a lo lejos, los días muy despejados se deja ver el faro del Cap de Barbaria, la siguiente parada.
Julio Medem lo convirtió en el icono de la isla con Lucía y el sexo. Aunque ahora, por la restricción del acceso de vehículos a motor durante la temporada alta, se hace más difícil emular a Paz Vega llegando en vespa a los pies del Far del Cap de Barbaria, la imagen del camino estrecho, el paisaje casi desértico, el faro lejano en el centro y el mar de fondo sigue siendo de postal.
El Faro de Barbaria, de 17,5 metros de altura, es la luz más meridional del archipiélago balear y produce haces cada 15 segundos. Como en el caso del de La Mola, ya no hay farero que lo mantenga y su sistema está telecontrolado. A su derecha se extiende una planicie rocosa, con matas bajas de romero, hinojo y tomillo, donde se desperdigan las parejas abrazadas y aquellos que han venido a meditar en soledad mientras los arreboles van tiñendo de tonos anaranjados y rojizos el firmamento. Este es el sitio ideal para contemplar los atardeceres, cuando el sol se va ocultando tras la silueta de Ibiza y en los días nítidos se llegan a distinguir las elevaciones montañosas de la península.
No muy lejos del faro se pueden visitar la Torre des Garroveret, del siglo XVIII, una de las que se construyeron con fines defensivos, y los restos de tres yacimientos megalíticos de la primera mitad del II milenio A.C. A la vuelta a Sant Francesc Xavier, dejando a ambos lados de la carretera las fincas escoltadas por muros bajos de piedra, es recomendable hacer parada en el puesto de 'Formatierra Bio', un huerto ecológico donde dos jóvenes payeses han recuperado frutas, verduras y cereales con sabor de antaño.
Regresamos a La Mola -tranquilidad, porque la isla cuenta con apenas 20 kilómetros de distancia de este a oeste-. Pasado el pueblo se encuentra el Moli Vell, uno de los siete molinos de viento que llegaron a funcionar y que se puede visitar de mayo a noviembre por las mañanas. Allí estará María del Pilar, la viuda de Juan Torres, el último molinero de trigo de pan y cereales para piensos, que amablemente cuenta el funcionamiento del edificio y la historia de la familia mientras suena el boletín de noticias en una vieja radio.
Siguiendo ese mismo camino de tierra, ideal para senderistas y ciclistas al estar al resguardo de la sombra de pinos y sabinas, se llega a Punta Roja. Sus acantilados abruptos y cincelados por el viento y el oleaje suelen estar menos masificados de turistas y eso que las vistas a la inmensidad del Mediterráneo, con el faro de La Mola al fondo a la izquierda, quitan el aliento.
Es la joya de la corona. El principal atractivo que atrapa cada año a más turistas y que ha logrado colocar a las playas de Formentera en el top mundial de las más atractivas. Las aguas turquesas que rodean la isla, gracias a la acción de la Posidonia oceánica, alcanzan la plenitud hipnotizadora dentro del Parque Natural de ses Salines. A él se puede acceder con vehículo (previo pago de una entrada), pero lo más recomendable es hacerlo en bici o caminando.
Después de un chapuzón en las cristalinas y tranquilas aguas de Ses Illetes, hacerse miles de selfies para dar envidia a todos los seguidores de Instagram y dorarse al sol tumbados en la fina y blanca arena, proponemos un pequeño paseo, bien por la orilla del mar o por la pasarela de madera que discurre entre dunas y rocas, para asomarse al mirador que hay a continuación del restaurante 'Es Ministre'.
Desde ahí, en lo alto de un pequeño montículo rocoso muy cerca del muelle, se obtiene una panorámica de la península de Es Trucadors: al oeste, la piscina de Ses Illetes; al este, la playa de Llevant, con un poco más de oleaje y brisa, que son de agradecer en verano; y al fondo, la lengua de arena que se va estrechando hasta alcanzar al vecino Espalmador, un islote virgen donde suelen anidar aves en sus lagunas de lodo.
Para terminar este recorrido por miradores, incluimos uno no natural y de reciente estreno. La terraza 360º del hotel 'Five Flowers', el único cinco estrellas con el que cuenta Formentera y ubicado en la turística localidad de Es Pujols, una little Italy a este lado del Mediterráneo.
Las opciones son varias para disfrutar de las vistas del Estany des Peix, con sus embarcaciones fondeadas y sus garzas reales y flamencos sobrevolándolo: dentro de su piscina infinity, tomando un coctel acompañado de tapas de sushi y brasa japonesa (robata) o degustando la propuesta que el chef nipón Hideki Matsuhisa (2 Soles Guía Repsol en 'Koy Shunka') ha traído a la isla, con el mismo espíritu fusión que define la cocina de sus restaurantes en Barcelona.