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Una empinada carretera de curvas te lleva a uno de los miradores con las vistas más salvajes de la isla de La Palma: El Serradero. Se encuentra en la costa noroeste y sus vistas sobre los escarpados acantilados de la Villa de Garafía te dejan literalmente boquiabierto.
Es hipnotizante ver cómo las olas del Atlántico rompen contra los tres roques volcánicos que esculpen el paisaje en medio del mar: el Roque Santo Domingo, el Roque de Las Tabaibas y el Roque del Guincho. Dejando el coche en el parking habilitado, es posible bajar caminando hasta la Playa virgen de Bujarén. Un lugar solitario, apacible y perfecto para desconectar del mundo.
Si hay algo que tiene la isla de La Palma son paisajes espectaculares. Y no sólo los que miran al mar. Con una orografía jurásica, sus barrancos y montañas del interior no tienen nada que envidiar a la escarpada costa. Un ejemplo es el profundo barranco de San Juan, que se puede contemplar desde El Tendal, un Parque Arqueológico a pie de carretera con fácil acceso.
Ubicado en el barrio de Los Galguitos de San Andrés y Sauces, junto a una gran cueva natural de más de 2.000 años en la que habitaron los aborígenes de la isla -los Benahoaritas-, las vistas hacia el interior de este paraje sobrecogen. Tampoco defrauda la panorámica que hay del Parque Arqueológico con el mar como telón de fondo.
En una curva de la carretera Lp3 que cruza el municipio del Paso se encuentra el Mirador de Tajuya, el más cercano al nuevo volcán de Cumbre Vieja: el Tajogaite. Fue aquí, en la plaza de la Parroquia de la Sagrada Familia, donde palmeros, turistas y cámaras de televisión de todo el mundo pusieron su foco en la erupción del Tajogaite que, durante 85 días, no paró de expulsar ceniza y ríos ardientes de lava.
Es uno de los mejores lugares para observar la imponente figura del volcán, sus fumarolas aún activas -está en proceso de desgasificación- y parte de la colada que llegó hasta el mar formando un delta lávico de 46 hectáreas. Los cultivos, plataneras y viviendas que antes cubrían esta ladera han dado paso a un paisaje virgen y volcánico que impacta con sólo verlo.
Los fans del vulcanismo no pueden irse de la isla sin atravesar la nueva carretera construida sobre la colada de lava, entre Tazacorte y Puerto Naos. En este camino, en el que la roca volcánica alcanza los 60 metros de altura en algunos puntos, encontramos el mirador de Las Hoyas, en la carretera LP-213. Desde su balcón se puede admirar Puerto Naos -en el oeste- y el faro de Punta Lava, en la costa de Tazacorte. Un lienzo donde el azul del mar contrasta con el verde de las plataneras que llega hasta los acantilados.
El Time es un mirador de altura, un reto para los que sufran de vértigo. Asomado al borde de la zigzageante LP-1 a unos 700 metros de altura, este balcón promete vistas de infarto. Da igual donde mires, todo es espectacular: desde las montañas del valle de Aridane, al Atlántico con su abanico de azules y turquesas o la localidad de Los Llanos, con la gran avenida que la atraviesa bien delimitada a vista de pájaro.
Entre la alfombra verde de las plataneras, se adivina el pequeño pueblo de Tazacorte y el Barranco de las Angustias, por donde desagua la Caldera de Taburiente. En días despejados, puedes ver incluso la isla de El Hierro. Un lugar donde detener el tiempo mientras te tomas algo en su bar cafetería o compras un souvenir. No apetece irse.
Pasado el Barrio de Mirca, en la carretera del norte LP-1, este mirador es todo un homenaje a esos Gomeros que llegaron a la isla de La Palma entre los años 50 y 60 para ayudar en los trabajos del campo. Una gran escultura en bronce representa a una canaria silbando, protagonista indiscutible de este mirador abierto plenamente al océano que también mira a la costa escarpada que rodea Santa Cruz de la Palma. Un sitio cómodo y accesible para detenerse y tomar varias fotos antes de retomar la carretera.
También en la carretera del norte LP-1, pasado el casco urbano de Barlovento, el mirador de La Tosca es un lugar fantástico para contemplar el atardecer. Es habitual ver a los locales parados en este banco situado a 700 metros de altura entre acantilados y dragos. Desde el mirador se adivinan las casas de pueblos como La Tosca -el más cercano-, Topaciegas, La Palmita y Gallegos -si miras al oeste- que salpican con sus colores las laderas que caen al mar, bañadas ya por la bruma del final del día.