Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
El invierno acecha en la Sierra de Guadarrama, las hojas de los árboles caen al suelo dejando desnudos sus troncos que esperan, temblando, el manto blanco del invierno. Las primeras nieves ya están aquí y, aunque será efímera su presencia, anuncian los fríos que llaman a la puerta del tiempo.
Desde el pueblo de Lozoya, por la serpenteante carretera M-637 sombreada por robles y pinos, remontamos el Puerto de Navafría hasta el área Recreativa de las Lagunillas (PK. 11) para adentrarnos en un rincón desconocido calificado por los montañeros como Les petites pyrénées de la sierra de Guadarrama.
Nos calzamos las botas de montaña y partimos del área recreativa, donde, al lado de la fuente, encontraremos un panel del Parque Nacional con información sobre las diferentes rutas que podemos hacer por la zona y en concreto, la del Mirador de la Peña del Cuervo, a donde nos dirigimos. Tomamos la senda que parte del aparcamiento y aproximadamente a 50 metros llegaremos a una bifurcación, tomando la senda de la derecha en apenas 2,5 km y unos 150 metros de desnivel positivo llegaremos a nuestro destino.
Caminamos entre los fustes anaranjados del pino silvestre, indiscutible rey de un bosque modelado a capricho por los vientos del norte. Donde el céfiro arrecia los troncos de los árboles, que se han transformado en mástiles de este insigne estandarte de la Sierra del Guadarrama. Ante nosotros, retorcidos pinos, cubiertos por un gélido atuendo de centelleo, se inclinan rindiendo pleitesía al Valle.
La senda remonta a una zona desarbolada llamada Hoyo Grande, anfiteatro natural tallado por los hielos glaciares, que en invierno acumula gran cantidad de nieve, por lo que se deben extremar las precauciones ante posibles avalanchas después de fuerte nevadas. Piornos y enebros señorean por estos lares engalanados de fina nevisca. Un paraje estepario que constituye una de las mejores expresiones de la alta montaña mediterránea en el interior peninsular.
Sus condiciones climáticas, derivadas del gradiente altitudinal y su localización, en la zona de transición entre la región eurosiberiana y la mediterránea, lo convierten en un refugio de especies vegetales y animales propias de regiones más frías y húmedas. Un área de mucha riqueza y biodiversidad que junto con increíbles conjuntos rocosos y formaciones de origen glaciar forman un paisaje único.
Los piornales dejan paso a las praderas alpinas de recio cervuno, donde el fino hielo crea una alfombra de cristal que pone a prueba nuestras dotes equilibristas. Ante nosotros la Peña del Cuervo hace acto de presencia. Una impresionante atalaya de cuarcitas negras con vetas de cuarzo blanco que contrasta con el gris gneis predominante en los alrededores. Quizá su sombrío color sea el origen de su nombre por asemejarse al azabache plumaje del córvido.
La cuarcita es una piedra de origen metamórfico formada mayoritariamente por cuarzo, una roca arenisca de extraordinaria dureza. Su origen se remonta más de 400 millones de años, cuando en las profundidades de la gea la piedra arenisca se recristalizó sometida a altas temperaturas y presión, proceso geológico denominado metamorfismo.
Debido a que la piedra arenisca incluye otro tipo de minerales, puede tener una amplia gama de colores, desde los más claros como blanco o gris a los más oscuros como negro, rosado o rojizo. Por dureza, resistencia y estética se puede comparar al mármol y en la Edad de Piedra fue usada como un sustituto del pedernal para hacer herramientas cortantes y chispero para hacer fuego.
Desde este pétreo faro podemos abarcar con la mirada la lejana Sierra de Ayllón, atisbar la llanura alcarreña y deslumbrarnos con las níveas cumbres del Peñalara, Cuerda larga, la Najarra y el Macizo de Cabezas de Hierro. Un palco privilegiado que ofrece una caleidoscópica panorámica de texturas, colores y luz que componen un paisaje dinámico. Ascendiendo en espiral para tocar el cielo, las volutas de humo adornan los tejados de los pueblos; las brumas acarician las laderas cubiertas de rebollos ebrios de otoño de los Altos del Hontanar y, en su encuentro, reflejan el alma serrana en las aguas plateadas del embalse de Pinilla.
El frío viento rompe el vasto silencio y nos recuerda que debemos volver no sin antes realizar las obligadas fotografías, para atrapar el espectáculo paisajístico en una cárcel digital, y que podamos rememorar su belleza, aunque sea vagamente cuando la cotidianeidad nos invada.