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La mañana despunta con una buena pava a mediados de enero. La helada matutina cubre con una ligera capa de rocío el campo y las cosechas. Pronto se deshará, cuando levante el sol. Hay quien llama valle a esta comarca de Los Pedroches, pero en realidad es una plenillanura de suaves colinas, protegida por Sierra Morena, que se extiende unos 3.600 kilómetros cuadrados al norte de la provincia de Córdoba. “Somos la mayor dehesa de encinas de Europa y, por tanto, del mundo”, presume con cierto orgullo Rafael Muñoz, ganadero y propietario de la marca de ibéricos ‘Mío 1898’.
Estamos ante un ecosistema donde se produce un equilibrio entre animales, naturaleza y entorno rural. “La dehesa es una evolución del bosque mediterráneo que ha sobrevivido al paso del tiempo, desde la época romana, por la intervención del hombre a través de la carga ganadera”, apunta Muñoz. Cerdos, ovejas y terneras, criadas en extensivo, aprovechan y mejoran los pastizales de esta “llanura de bellotas” (al-ballut, como la llamaban los árabes), mientras que el hombre elimina los matorrales para que no compitan con las encinas.
El encinar es el protagonista indiscutible del paisaje granítico de Los Pedroches. Desde el Parque Natural Sierra de Cardeña y Montoro, en la parte más occidental, hasta los límites de Belalcázar, municipio que acaricia tierras extremeñas -a las que durante siglos perteneció-, la dehesa de encinas despliega una belleza serena. Es más frondosa en la parte este de la comarca, entre Cardeña y Pozoblanco, donde se suceden miles de chaparros (como se conocen a las encinas de tronco más delgado), que conviven con pinos, alcornoques, quejigos y robles. Mientras, los árboles más robustos, que requieren varias personas para poder abrazarlos, los encontramos ya diseminados por la parte oriental, entre retamas, brezos y jaras. “En estos municipios la tierra es más propicia para el cultivo y se decidió arrancar bosque para darle espacio a los forrajes”, explica el joven ganadero Rafael.
La banda sonora en este escenario la componen el crujir pausado de los cerdos rebuscando bellotas, los cencerros sincronizados de las ovejas merinas y, a finales de octubre, el atronador graznido de bandadas de grullas. “Llegan desde Finlandia, tras cruzar los humedales de la Laguna de Gallocanta (Zaragoza) y Daimiel (Ciudad Real), para pasar aquí el invierno. Y suelen anidar en el entorno del embalse de La Colada, sin cruzar los límites del río Guadamantilla”, señala Sara Aranda, guía turística de la zona. Las aves, con sus largas patas y picos, se pavonean elegantemente para conseguir pareja, pero son muy tímidas y asustadizas ante la presencia del hombre, y rápido levantan el vuelo.
Pero, sin duda, el rey indiscutible es el cerdo ibérico. En los meses de frío es cuando la dehesa se convierte en su edén, en un festín a destajo de bellotas. “Un año bueno de producción de fruto, cada cerdo ibérico requiere de una hectárea de encinar para engordar en sus últimos meses de vida, lo que conocemos como montanera. Cada día puede llegar a engordar hasta dos kilogramos”, calcula Muñoz. Este año, el largo verano, las escasas lluvias y la vecería del árbol -que no todas las temporadas produce lo mismo- han obligado a los ganaderos a duplicar las hectáreas por cada animal en Los Pedroches, que cuenta con una de las cuatro Denominaciones de Origen del cerdo ibérico en España. “A diferencia de Guijuelo o Jabugo, los animales nacen, se crían, se sacrifican y se curan dentro de la comarca o de alguno de los municipios del Valle del Guadiato. Los avances técnicos en los secaderos nos permiten ya completar todo el proceso aquí”.
Los pata negra comparten el encinar con las ovejas merinas. De origen español, desde la Edad Media su lana ha sido la más apreciada por la industria textil, al ser la más fina, de mayor longitud y resistencia. Puro lujo, que se custodiaba por las autoridades hasta el punto de castigarse con la pena de muerte la exportación de los animales. Hasta que en el siglo XVIII llegó el rey Carlos IV y ‘regaló’ a sus parientes franceses varios rebaños y, entonces sí, los galos se encargaron de exportar la subraza Merina de Rambouillet a casi todos los rincones del planeta. También nos encontramos con ganado bovino, tanto de ordeño (frisona), como cárnicas (la autóctona retinta o las más productivas charolesa y parda-alpina).
Son numerosas las rutas de senderismo que cruzan los 17 municipios que conforman Los Pedroches, como la vía pecuaria que une Dos Torres con Santa Eufemia. Otro de los atractivos naturales del entorno es la berrea de ciervos, entre septiembre y octubre, o la observación de estrellas durante todo el año, pero principalmente en verano, al ser este cielo “uno de los más limpios de Europa” y tener la consideración de Reserva Starlight.
Precisamente relacionada con el cielo nos encontramos en la dehesa de la Jara -a medio camino entre Pozoblanco y Villanueva de Córdoba- la ermita de la Virgen de Luna. “La leyenda cuenta que un pastorcillo del pueblo de Pedroche vio a la virgen en lo alto de una encina y se la guardó en el zurrón para que la viera el resto de la familia. Pero al llegar a casa, la imagen no estaba ahí. Cansado de que no le creyeran, el pastor decidió llevar a sus vecinos a este paraje y allí vieron a la virgen”, cuenta Rafael. En este Santuario de la Jara se levantó, a mediados del siglo XV, la ermita y la virgen es compartida por los pueblos de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba durante unos meses, aunque en los de montanera permanece en el campo.
Curiosamente, la Cofradía de la Virgen de Luna aspira a convertirla en la patrona de los astronautas, y es que en 1969 los integrantes de la misión Apolo 11, que logró llegar a la Luna, llevaban una estampa de la misma y en los archivos de la NASA se conservan la correspondencia entre cofrades y tripulantes del Apolo 17 en el que agradecían “la protección de la Virgen de Luna”. ¿Quién sabe si ahora que se retoman los viajes lunares habrá peregrinación de astronautas a Los Pedroches?
El skyline de Belalcázar, el último pueblo de la comarca antes de entrar en la provincia de Badajoz, está coronado por el Castillo de los Sotomayor y Zúñiga. Sobre un montículo de roca de granito, donde hubo una fortificación de origen musulmana, el maestre de la Orden de Alcántara, don Gutierre de Sotomayor, ordenó levantar su castillo. Él fue el primer señor de Gahete e Hinojosa, señorío que le concedió el rey Juan II de Castilla -padre de Isabel la Católica- por ayudarle en sus enfrentamientos con los infantes de la Corona de Aragón. “Este señorío continúa hasta la tercera década del siglo XIX, y dependerá hasta esa fecha de la jurisdicción civil y administrativa de Extremadura, y no de Córdoba, que se quedó la religiosa”, explica la historiadora y guía Sara Aranda. “Por eso, además de por tener una frontera natural con Sierra Morena, las costumbres, la gastronomía, el acento y el carácter han sido más extremeños y castellanos que andaluces. Somos el norte del Sur”, remarca la guía.
El castillo es de estilo gótico-militar, construido en cantería de granito. La base es cuadrada, y está jalonada por ocho torres, entre las que resalta la del homenaje, que alcanza los 47 metros de altura (como un edificio de 15 plantas); “es la más alta de la Península”. Además, destacan las garitas cilíndricas que se adosan a los costados y esquinas y el enorme escudo labrado en piedra de los Sotomayor, que se emparentaron con los Zúñiga en la segunda generación. Los profundos aljibes y los restos del palacio renacentista, del siglo XVI, que construyeron Francisco de Sotomayor y Teresa de Zúñiga, completan la visita. La familia, que acumuló títulos a lo largo de la historia, siempre tendrá vinculación con la Corona, algunos estarán al servicio del emperador Carlos V, y serán grandes humanistas y escritores como Miguel de Cervantes y Luis de Góngora les dedicarán algunas obras, como Don Quijote de La Mancha.
El señor Gutierre de Sotomayor, a pesar de ser religioso con voto de castidad, tuvo 15 hijos con distintas mujeres a los que testó a su muerte. El heredero, Alfonso, se casó con Elvira de Zúñiga, que al enviudar se encargó del señorío. Ella fue la promotora del convento de Santa Clara, de 1476, que en origen fue de frailes franciscanos. “Era hija del conde de Plasencia, por lo que se impone el estilo mudéjar, muy característico de Extremadura”, precisa Aranda, gran conocedora del edificio y que, a veces, se acompaña de alguna de las once monjas que lo habitan para las visitas. Serán las hijas de Elvira quien, al profesar, convierten el convento en cenobio femenino de clarisas.
Lo que más llama la atención al visitante es el claustro principal. De granito, resalta la policromía de los taujeles y alfarjes tallados, con coloridos motivos vegetales. “Se exhibe cierta influencia islámica en lo decorativo y la belleza del gótico flamígero en lo arquitectónico. De hecho, durante los trabajos de restauración de la galería, al desmontar las vigas, se pudo comprobar el color original (que permanecía en la parte incrustada en el muro, las jácenas) y también quedaron al descubierto los bocetos, auténticos grafitis renacentistas, que hicieron los artistas en las juntas entre vigas que no se pintaban”. Del convento se pueden visitar la Sala de Columnas, la Sala Capitular, la Enfermería -conocida como Sala del Barco, por su techo que recuerda a una quilla invertida- o el antiguo dormitorio común de las monjas. Antes de irse, no hay que resistirse y pecar con unos dulces artesanos, como las flores de almendra o los repelaos.
Hinojosa del Duque puede presumir de tener una iglesia con prerrogativas de catedral. El templo de San Juan Bautista está hermanado desde su construcción, entre 1530 y 1571, con la archibasílica de San Juan de Letrán, en Roma. Sara Aranda, que es vecina además de Hinojosa, repasa su historia: “Cuando se decide levantar el templo, la Iglesia está pasando por un momento convulso, pues han surgido corrientes fuera del catolicismo, como el calvinismo o el luteranismo. Por eso, para afianzar que esta iglesia sí pertenecía al catolicismo, se le concede las mismas prerrogativas que una catedral y, de hecho, cuenta con sello papal”.
Los Hernán Ruiz (padre e hijo) son los responsables de su construcción. El Viejo y el Mozo fueron quienes diseñaron la basílica renacentista de la Mezquita-catedral de Córdoba, la Sala Capitular de la catedral de Sevilla, el acrecentamiento de la Giralda o Palacio de los Páez de Castillejo de Córdoba, actual sede del Museo Arqueológico. En la misma plaza del pueblo está el bonito camarín barroco de la ermita de la Virgen del Castillo.
Aprovechamos la visita al pueblo para conocer con más detalle la forma en la que vivían los colodros -que es como se conoce a los habitantes de Hinojosa del Duque- hasta casi los años 70 del siglo pasado, “que es cuando llegó el agua corriente al pueblo”. El Museo Etnológico ocupa la antigua Cámara Agraria Local, y en sus dos plantas los vecinos han aportado sus recuerdos para recordar cómo eran las casas, las tareas de labranza, los juguetes, los economatos o los oficios que marcaban el día a día, como el alfarero (“el último en activo, Hipólito, les sigue enseñando a los niños cómo funciona un torno”), los artesanos de la cestería, la forja, la consulta del médico o el estudio del fotógrafo.