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Al margen de estos dos macroeventos musicales, la zona ofrece una serie de propuestas que no dejan indiferente. ¿No sabes qué hacer entre conciertos del FIB (19-22 julio) y el Rototom (16-22 agosto)? Aquí vienen una serie de propuestas. La vida cultural de esta ciudad costera no cabe en un par de páginas. Pero lo vamos a intentar.
Qué sería de una ciudad costera sin los chiringuitos. Bien es sabido que no empieza el verano hasta que no se plantan estos locales y se acaba con el último sorbo al atardecer. Cierto es que hubo una época –de la que aún quedan resquicios– en la que ir a uno era sinónimo de estar entre fritangas y congelados, pero hoy, por suerte, esto queda lejos y hay garitos que bien podrían llamarse gastrobares en los que hacer un paréntesis en nuestra jornada de sol.
En la zona del Eurosol, foco de ocio de Benicàssim, 'Playachica' es la apertura del momento. Desde que se estrenara en la recta final de junio, no hay día que la última propuesta de José Romero (al mando del Grupo La Guindilla) no haya llenado. "Está siendo una locura", admite el responsable, un experimentado de la restauración castellonense. En primera línea de playa, concentra un restaurante-gastrobar, una cervecería, una coctelería, una barra japonesa y un puesto de mercado.
Detrás de la cocina se encuentra Pedro Salas, chef ejecutivo del restaurante 'Aqua' (1 Sol Repsol), que ha configurado un equipo con lo mejor de cada casa para un menú fresco y asequible, con el Mediterráneo como eje. Zumos, cócteles, tapas y arroces permiten que pueda disfrutarse desde el desayuno hasta la última copa. Por la noche, su tarima y sofás se llenan de gente maja, música y buen rollo. Aquí todos los días son sábados.
Al otro extremo de Benicàssim, en la playa de la Torre, 'La Isla' ha vuelto a resucitar el ambiente de este rincón. Abierto de sol a sol, ofrece desayunos, tapeos y copas en medio de la arena, en un pequeño oasis bajo sus brazos de paja y madera que le da un ambiente mediterráneo al estilo balinés. En 'La Isla' puede pasar el tiempo sin que te des cuenta y sin remordimiento alguno por haberlo perdido.
A pocos pasos del mar, el garito se ha convertido en centro de actividades en esta zona de playa, más animada cuando llega la tarde, donde organizan jornadas de acroyoga, conciertos o espectáculos con dj para poner banda sonora alternativa al verano. Si uno quiere estarse quieto, puede disfrutar de una cerveza mirando al mar, devorar uno de sus sándwiches veganos –el wrap de ahumados es genial para quitar el hambre y la ensalada de chuches de tomate es auténticamente refrescante– o relajarse con un cóctel al anochecer. La luna sale más bonita con un buen acompañante frío.
Entre concierto y concierto, ¿qué tal un chapuzón?
Va a hacer calor y lo sabes. La Costa de Azahar tiene kilómetros y kilómetros de playas en las que ponerse a remojo a gusto. Que no os eche para atrás que estén en medio de la ciudad, ya que tienen tanta amplitud que incluso en los peores domingos hay sitio para todos.
Heliópolis, Els Terrers, Voramar y Almadraba son las favoritas de festivaleros y de los que acuden al municipio sin pulsera. Arena fina en las que se sitúan más al sur y de zonas rocosas cuanto más al norte, se van sucediendo las banderas azules cada año como ocurre en la de Voramar, en la que la sierra de Oropesa hace de resguardo de las corrientes.
Pero si lo que queréis es intimidad, La Renegá es vuestro sitio. Esta pequeña cala está algo escondida, así que ahuyenta a los más perezosos. Se puede llegar en coche, pero es infinitamente más cómodo hacerlo en bici de un paseo. Está a unos 15 minutos si se sale del centro de la ciudad por la vía verde, que deja unas vistas del mar entrañables.
En este rincón de piedra rojiza y aguas azules apenas hay arena entre la gravilla que llena la costa. Lo rodea una pinada mediterránea, de esas que recuerdan las películas veraniegas y los anuncios de cerveza y nos llevan a colgar una hamaca y dejar que las horas pasen. La mejor parte llega dentro del agua, totalmente cristalina, y con abundante vegetación, típica de un espacio virgen. Al entrar la profundidad es escasa, pero a los pocos pasos ya se puede bucear, algo que se agradece cuando el sol da fuerte. Si no tenéis prisa, quedaos hasta el atardecer para poder gozar del hechizo.
Si todo lo anterior te parece poco, puedes darte una vuelta por el ciclo de jazz que se organiza en el auditorio municipal cada fin de semana hasta finalizar agosto, por el certamen de teatro 'Con buen humor', que mezcla dramaturgia, música y danza, o por los lunes de cine en las distintas playas del municipio, que se van alternando para convertirse en salas al aire libre.
Cuando el hambre apriete, que apretará, no te olvides de dejarte caer por 'Belumar', la arrocería favorita de los chicos de Dorian. El restaurante está dividido en dos zonas, una más enfocada al fast food y al tapeo y otra donde comerte un señor arroz: la zona que este grupo de expertos festivaleros –buena parte de su éxito se debe a ellos– prefiere, como también los veraneantes habituales de la zona. Un clásico a orillas de la arena.
Otras opciones de arrocerías con personalidad a pie de playa son 'Selma', en la playa de Voramar, ideal para una comida entre amigos; o 'El Mercado Gin & Bar', también del grupo La Guindilla, un lugar de decoración divertida y desenfadada, igual que sus tapas, que dan una vuelta de tuerca a la cocina de mercado. Ideal para ir abriendo boca, su carta de 50 gin tonics.
...O si decides quedarte unos días más, hay varias excursiones a las que no debes renunciar.
Cambiando el mar por la montaña –aunque no demasiado– puedes darte un paseo por la Vía Verde, un camino de cinco kilómetros que bordea la costa y une Benicàssim con Oropesa, lleno de sombras y con unas vistas espectaculares. Arranca en la zona de las Villas –las casas más antiguas que trasladan al paseante a los primeros suspiros del siglo pasado, pura Belle Époque– y termina en la Torre del Rey, un magnífico mirador. Un recorrido ligero, sin más dificultad que la de mover las piernas, y que puede terminar con un chapuzón en la cala de La Renegá.
Otra opción imperdible es el Desert de les Palmes. Paradójica –y aparentemente– nada tiene que ver el nombre con el lugar. Llamar desierto a la zona más verde de los alrededores tiene su explicación y no se trata de un chiste; es así como llamaban los monjes a su lugar de retiro. En el parque natural se pueden ver una serie de ruinas, tres castillos y dos ermitas. De una de ellas, la de la Magdalena, partía una de las carreras más concurridas de la provincia.
Para los que quieran ponerse las pilas y caminar, hay varias rutas señalizadas, de 2 a 13 kilómetros para hacer senderismo. Para los que no, hay centenares de huecos en los que echarse una siesta acompañado de la brisa marina y reponer fuerzas lejos del jaleo. Al margen del placer de estar en un entorno natural apartado, la excursión tiene premio. Y es que en este desierto habitan miembros de una orden de Carmelitas, que hace siglos se pusieron a estudiar las hierbas que los envolvían y tanto estudiaron en el retiro que acabaron elaborando su propio licor. Su brebaje se convirtió en una locura en la comarca y hoy tienen una auténtica destilería de la que sale vino moscatel, añejo y brandy. ¿Apetece un trago?