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Esta senda es tan reciente, que la pasarela que facilita el camino en uno de sus tramos acaba de instalarse estos días. Está tan reluciente y nueva que cuando se recorre, el olor a madera cortada inunda el ambiente. La recuperación de la ribera del río Manzanares, aguas arriba del puente de San Fernando, ha sido una reivindicación de los ecologistas madrileños durante las últimas décadas. Invadida desde el final de la guerra civil por las más variopintas instalaciones, el paso estuvo vedado.
La ruta oficialmente se llama Senda del Corredor Ecológico del Río Manzanares. Ha sido posible gracias a la colaboración del Ministerio para la Transición Ecológica, Confederación Hidrográfica del Tajo, Patrimonio Nacional y el Ayuntamiento de Madrid. Las actuaciones han obrado el milagro en apariencia imposible de dar continuidad natural a este cauce, desde el tejido urbano de Madrid hasta la presa de El Pardo.
Se accede a su inicio a través del Anillo Verde, que debe recorrerse desde el puente de los Franceses hasta el de San Fernando, en el tramo más hermoso de esta ruta que circunvala la capital, en la orilla derecha del Manzanares. En el segundo de los puentes se cruza sobre el Manzanares para alcanzar el punto donde se inicia la senda fluvial, que recorre la orilla izquierda del río.
Se transita por un cerrado bosque de galería, cuyas proporciones resultan impensables dada su cercanía a una ciudad como Madrid. Sus espesuras son impenetrables y en ocasiones ocultan el río. En su interior bulle la fauna. Es fácil durante la caminata cruzarse con conejos y algún zorro despistado. Los biólogos aseguran que aquí se ha atisbado la presencia de nutrias. Sobre ellos, la comunidad alada es omnipresente.
Cigüeñas, buitres y milanos patrullean los cielos, mientras a ras de río destaca la comunidad de pequeños emplumados, donde no faltan picapinos, abubillas, currucas, torcaces, garzas, golondrinas, pinzones, herrerillos, alcaudón y martín pescador. Amén de una amplia variedad de anátidas. Es tan abundante la presencia avícola que frecuentan estas orillas los aficionados a la observación de aves.
Si la naturaleza es extraordinaria, la parte histórica no va a la zaga. Se encargan de recordarla una sucesión de carteles. El primero relata la historia del Parque Sindical. Inaugurado en 1955, fue el regalo del franquismo para el solaz de la clase trabajadora en una copia de la vecina Playa de Madrid. El espacio tuvo la mayor piscina de Europa, apodada “el Charco del obrero”. Las fotos de la época muestran a una entusiasmada multitud en remojo. Al otro lado de la valla junto a la Senda del Manzanares, las vetustas instalaciones de aquel espacio permanecen tan desvencijadas y vencidas como el régimen que las creó.
La Playa de Madrid es la siguiente referencia. El cartel explicativo señala que, al menos hace 90 años, la canción de Los Refrescos falta a la verdad. La primera playa artificial de España fue inaugurada aquí en 1932 por la Segunda República. Se construyó una represa que embalsaba el Manzanares en una lámina de escasa profundidad. Contaba con un amplio lecho de arena y se podía practicar remo y otros deportes acuáticos. En 1954 se clausuró.
El campo del Centro de Tecnificación de Golf de Madrid es el siguiente espacio junto al que se pasa. Como los demás, hasta la construcción de esta senda, sus dominios alcanzan las aguas del Manzanares de manera irregular. Ahora una altísima valla cierra el llamado Putting green, amplio espacio donde los aficionados perfeccionan sus golpes, lo que no evita encontrar algunas bolas en el camino. El club privado El Tejar de Somontes marca el paso bajo la M-40. Más adelante, las instalaciones de la Federación Madrileña de Hockey Hierba conducen a la entrada del Palacio de la Zarzuela y el aparcamiento del Club Deportivo Somontes.
Lo siguiente es el amplio aparcamiento situado junto al puente del ferrocarril. A partir de este tramo el bosque de galería se minimiza y el Manzanares ensancha algo su cauce. Es lugar preferente para la observación de aves acuáticas. A partir del puente del ferrocarril y hasta El Pardo discurre una parte abierta de vegetación que cuenta con varias pistas. El último tramo, desde el puente de Capuchinos a Mingorrubio, puede recorrerse por ambas orillas. La izquierda es la más cómoda, cuenta con varios caminos y parte de ella discurre por unas terrazas sobre el Manzanares. La derecha es más enfoscada y estrecha.
La Senda fluvial del Manzanares puede iniciarse por diferentes lugares. El más cercano a Madrid es el puente de San Fernando. El centro de la ruta se accede por dos puntos: la entrada al Palacio de la Zarzuela y el área recreativa de Somontes, cercana al puente del ferrocarril. El puente de Capuchinos, en la localidad del Pardo, y Mingorrubio son las otras dos entradas posibles.
Abundantes indicaciones y paneles señalan que es un camino sin dificultades, prácticamente llano, recomendable para toda la familia y edades. Solo hemos detectado un inconveniente que debiera ser remediado. La afluencia de ciclistas en un camino diseñado para la caminata. Prohibida su circulación, estos hacen caso omiso a las señales, produciéndose encuentros poco agradables con los caminantes.
Es difícil entender que en un proyecto tan meditado y costoso no se haya tenido en cuenta esa circunstancia. Caminantes y ciclistas no pueden compartir el mismo vial. La disgregación de la ruta en dos calzadas, una para cada colectivo, al existir anchura para las dos, hubiera sido más razonable. También mucho más económico que las medidas correctoras que tendrán que aplicarse tarde o temprano.
Los locales conocen este itinerario con el nombre de sendero de la Cerrá, o de la Cerrada. No en vano discurre por el estrecho y cerrado cañón abierto entre las paredes rocosas por este afluente del Guadalquivir. La ruta que alcanza la Cerrada de Elías es un camino accesible y no demasiado esforzado. Situada en el corazón del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, provincia de Jaén, transita a lo largo de poco más de cuatro kilómetros por las orillas del río Borosa.
Se inicia la caminata en el entorno de la piscifactoría y el Jardín Botánico, junto al Centro de Interpretación de la Torre del Vinagre, punto en el que brindan información sobre este y otros paseos de la zona. El inicio de la ruta transita por la pista forestal que se abre al otro lado del puente sobre el Borosa. Cruzada las aguas, seguir a la derecha y dejar atrás la cadena que cierra el paso de vehículos. Se marcha con el río a mano derecha. Transcurrido un kilómetro, se une al Borosa el arroyo de las Truchas. El nombre da pista del origen y razón de estas sendas: los pescadores de caña que recorrían sus orillas.
Transcurridos tres kilómetros, hay que cruzar por primera vez a la otra orilla, por el puente de Los Caracolillos. Ya en la otra orilla, se continúa a la izquierda en el mismo sentido de nuestra marcha, hasta un segundo puente. Tras cruzarlo se prosigue por el camino que, a la derecha, conduce al llamado vado de Rosales. Es en este punto donde empieza la Cerrada de Elías. El desfiladero tiene tramos tan estrechos que las paredes parece se van a tocar en su cumbre. En cualquier caso, las bóvedas calizas sombrean parte de la ruta, lo que unido al frescor que se desprende con el paso del agua, hacen más que agradable el paseo.
Parte de la ruta se recorre por pasarelas de madera. En ocasiones están clavadas a la pared, lo que hace que, literalmente, cuelgan sobre la corriente, que discurre bajo ellas. La cercanía con las aguas hace extremar las precauciones, para evitar escurrirse, al estar los tablones mojados con frecuencia. Finalmente, a los 4,2 kilómetros del inicio de la caminata, se abandona la cerrada para alcanzar la pista forestal que seguimos en la primera parte de la excursión. Por ella y a la derecha se alcanza la fuente de Huelga Nidillo. La distancia recorrida, seis kilómetros, hace que sea habitual punto de retorno. Puede hacerse por la pista forestal, para realizar un camino diferente al de venida.
Quienes decidan continuar, tienen un tramo de 7,2 kilómetros para alcanzar la central eléctrica del Salto de los Órganos, la cascada más espectacular de la zona. Se trata de una tirada esforzada que discurre por una senda empinada.
Conforman este inesperado paraje un conjunto de saltos de agua, pozas de agua y estrechuras entre las rocas que lo convierten en uno de los espacios naturales más hermosos del Levante español. Estamos en el interior de la Marina Baja, provincia de Alicante, a escasos kilómetros del Mediterráneo. Hasta la segunda mitad del siglo XX, el paraje era conocido por ser el manadero de unas aguas cuya utilidad en la comarca solo era el riego de sus huertas y regadíos. Con la llegada del turismo a partir en los pasados 60, las fuentes del Algar se convirtieron en un destino conocido por los visitantes de la Costa Blanca, en especial del cercano Benidorm.
La declaración como Zona Húmeda Protegida en 2002, por el Gobierno de la Comunidad Valenciana, ha permitido que su uso turístico no perjudique la conservación de su delicado entorno. Aparcamientos, aseos, zonas de picnic, primeros auxilios, información, un pequeño arboreto y establecimientos de restauración han convertido a las Fuentes del Algar en un pequeño parque temático de agua en plena naturaleza mediterránea.
Las Fonts d’Algar, nombre del lugar en la lengua valenciana, están situadas en el municipio de Callosa d’en Sarrià, cuyo Ayuntamiento se encarga de la gestión del lugar. También de cobrar el acceso, cuatro euros los adultos, aunque este pequeño peaje evita su masificación.
Apenas traspasada la entrada, el río Algar presenta sus credenciales en el Toll de la Caldera, la cascada principal del paraje. Es frecuente, durante las primaveras, que a partir de este punto las aguas desborden el cauce por donde discurren el resto del año. La fuerza de las aguas hace que se inunden las cercanas escaleras de piedra por las que marcha el camino que, por cuestiones de seguridad, están protegidas por barandillas. Estos tolls, que en valenciano viene a significar remansaderos, pozas o charcos de agua. En estas pequeñas piscinas naturales los más arrojados se bañan, sin importarles la frialdad de unas aguas recién nacidas en la serranía.
La presencia de estos charcos, junto con la mínima distancia del paseo, algo menos de tres kilómetros, lo franco de su recorrido y la presencia de zonas de descanso junto al río, puentes y miradores convierten a las Fonts d’Algar en destino más que recomendable para los pequeños. Por si fuera poco todo esto, fuera del recinto fluvial se localiza el DinoPark. Ocupado por reproducciones robóticas a tamaño natural de los primitivos reptiles, área paleontológica y un jardín botánico de cactus que cuenta con la singularidad de la Wollemia Nobilis, planta africana considerada la más antigua del mundo, que compartió tiempo con los dinosaurios.
En este pueblo no hay que caminar para ver un salto de agua. La que es una de las cascadas más espectaculares del río Ebro es una vecina más de Orbaneja del Castillo. Es más, ocupa el centro de la población, que ha crecido a su alrededor. Ello, junto con lo pintoresco del caserío y su entorno, han otorgado a Orbaneja el título de pueblo más hermoso de la provincia de Burgos. Sin entrar a valorar la certeza del nombramiento, no hay duda de que la pequeña localidad, acoplada a una de las estrechuras más recónditas de los cañones del gran río español, desborda belleza como pocas.
Las mínimas dimensiones de Orbaneja impulsan a visitar sus alrededores. Las cascadas, como la citada y la Cueva del Agua, son recurrentes. También lo es recorrer la porción más cerrada del Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro. Aquí, la roca caliza se ensalza en dos formaciones que son las más reconocidas de la zona. Los riscos del Castillo y de los Camellos, este último también llamado por su forma el Beso de los Camellos, conforman por su situación el horizonte más reconocible.
Se alcanzan desde Orbaneja por una corta ruta que recorre el meandro más cerrado del Ebro. Se inicia en el puente que cruza el río, situado bajo la población, unas decenas más arriba del aparcamiento situado en la carretera. Ya en la orilla derecha del cauce, tomar el sendero que, a la izquierda, marcha en el sentido de la corriente. Se camina durante kilómetro y medio, siempre entre río, a la izquierda, y las paredes calizas, a la derecha. Luego se emprende un amplio giro a mano diestra. El camino discurre por el interior de una vegetación de ribera, bosque de galería compuesto por quejigos, encinas, rebollos, sauces y chopos. Ya en la parte trasera de los acantilados, la senda gana altura y sale del arbolado, colocándose bajo las paredes calizas.
La ruta salva a continuación el tramo más empinado, que asciende el espaldar de los paredones visibles desde Orbaneja. Se alcanza una zona aplanada, con un arbolado abierto, que conduce al mismo borde del precipicio. El punto más alto lo señala un pequeño buzón metálico rematado con la silueta de los aros olímpicos. Asomados al abismo desde la cimera del Castillo, a nuestros pies discurre el río. A su lado, Orbaneja del Castillo regala sus vistas más impresionantes. La continuación por el borde de las rocas 500 metros llevan bajo el arco natural que conforman el beso de los dos amantes rumiantes de piedra.
De regreso a Orbaneja del Castillo, ya con el día vencido, se disfrutan los mejores momentos del hermoso pueblo y su entorno. Idos los turistas, por las calles vacías resuenan los pasos de algún vecino que asustan a un gato, sombra veloz entre las sobras. Sobre lo alto de los cantiles vuelan las nubes que, al pasar, crean la ilusión de que la negra silueta de los Camellos se estremece en su beso eterno.
Sus formas y dimensiones apabullan. Con una altura que supera los 100 metros, la anchura de estas agujas calizas no sobrepasa diez metros. Por si fuera poco, surgen del mismo lecho del río. Golpe de piedra rojiza lanzado al cielo, que se esconde entre los meandros del Cabriel. Este río laborioso define con mil y una curva y cambios de rumbo, los tortuosos límites que definen las Comunidades de Castilla-La Mancha y Valencia.
La historia de este lugar es tan desconocida como lo fue el paraje hasta los años noventa, momento en que estuvo amenazado de destrucción. Conviene recordarla. Hasta entonces, solo conocían este cauce admirable los pescadores y cazadores. También los escaladores, uno de cuyos lugares preferidos para practicar su deporte fue los Cuchillares de Contreras, nombre que sus formas estilizadas dan a estas singulares formaciones.
La construcción de la autovía del Este, la A-3 entre Madrid y Valencia, estuvo a punto de acabar con el paraje en aquel momento. El proyecto original contemplaba salvar la depresión del río Cabriel con un viaducto cuyos pilares debían apoyarse sobre las agujas. Los primeros que lo denunciaron fueron los propios alpinistas. Les siguieron los ecologistas. Las protestas hicieron que se cambiase el proyecto por el actual trazado, en el que la carretera discurre sobre el muro del embalse de Contreras. Tras ello, este tramo del río, hasta entonces ignorado por completo, fue declarado Reserva Natural por el Gobierno castellano-manchego.
Los Cuchillares de Contreras quedaban protegidos. A cambio, se prohibió practicar la escalada, bajo la excusa de proteger algunas especies de aves amenazadas. De esta manera, sus más enconados defensores fueron los más perjudicados. El acceso a la pista que lleva a los cuchillares se realiza por el lado conquense de la antigua carretera Nacional III. Sus sucesivas curvas la permiten salvar el profundo cauce del Cabriel, en un trazado bajo la presa, cuya dureza lo hace un reconocido itinerario ciclista.
La histórica Venta de Contreras, casa de postas que se remonta a 1640, marca el inicio de la ruta. Desde la construcción de la autovía, el rústico establecimiento vive tranquilo al arrimo de la vieja carretera nacional y a la sombra del espeso arbolado que la rodea. Cuenta con restaurante, camping y habitaciones. Su conjunto no ha perdido su aspecto antañón, adecuado para albergar a los huéspedes y los carruajes que transportaba.
Parada obligada durante siglos en el camino entre Madrid y Valencia, incluso en tiempos recientes. En sus muros un par de mapas de azulejos refiere el recorrido de las diligencias de postas entre Madrid y Valencia, con sus paradas. Los mismos muros que han visto pasar a personajes como Miguel Delibes, Camilo José Cela, Ava Gadner y, cómo no, Ernest Hemigway.
La ruta que lleva a los Cuchillares de Contreras se inicia en la cerrada curva situada a pocos metros de la Venta. Con una longitud total, ida y vuelta, de ocho kilómetros, es una pista interesante para bicicletas todoterreno. Cerrada al tráfico, transita horizontal por la orilla derecha, la de Cuenca, del río Cabriel y en el mismo sentido que sus aguas.
Rumbo sur, desciende un primer tramo hasta la proximidad de las aguas. Sigue un tramo por terreno despejado hasta alcanzar el azud del río de Miraflores. Quedan a la izquierda las instalaciones de la central eléctrica, tras las que la pista continúa solitaria. En cada curva, este río, que está considerado uno de los más puros de Europa, muestra el frescor de sus aguas cristalinas; cuesta no dejarse seducir por las sucesivas pozas y hacer un alto en el camino.
Transcurrido kilómetro y medio se alcanza las primeras formaciones rocosas. Se trata de un par de pequeñas agujas, que conforman el final de sendos espinazos calizos. Una curva a la izquierda da inicio al espectáculo. Ladera arriba surgen los primeros paredones. Llama la atención el Ventano de Contreras, enorme agujero abierto bajo la cima del primero.
Un cartel que advierte del peligro de posibles caídas de piedra. Marca el punto más llamativo de la ruta. Aquí se alza la aguja más espectacular, la Torre Cabriel. Mirar hacia su aérea cima, que se eleva vertical sobre el camino, es mareante. Unos metros después, un túnel atraviesa la base de su hermana pequeña, la Torre Negra. Aquí mismo, un desmantelado puente de hierro daba paso a la orilla valenciana, donde se alzan las otras dos grandes agujas de los cuchillares: el Torreón de la Moneda y el Alto de Contreras. La regulación del espacio protegido, así como el que se crucen fincas privadas, determina una normativa que se debe cumplir. Está prohibido salir de los caminos, utilizar vehículos de motor, llevar perros sueltos, la acampada, fumar y hacer fuego.
Ahora que el palacio de La Granja de San Ildefonso festeja el tricentenario de su construcción, la senda que discurre por las orillas del río Eresma es complemento caminero perfecto a la visita al Real Sitio. Cuenta la leyenda sobre el origen de este camino enlosado que fue cierta ocasión que, durante los veraneos que la familia real española pasaba en la vertiente segoviana de la Sierra de Guadarrama, sirvieron a Carlos III unas truchas recién pescadas en el cercano Eresma.
Entusiasmado con la deliciosa vianda, el monarca ilustrado quiso pescar él mismo los apreciados salmónidos. No en vano fue un apasionado de la naturaleza, siendo conocido que salía a cazar todas las tardes del año, excepto la del Viernes Santo. De esta manera, a su afición cinegética se uniría la pescadora para ayudarle a matar el tiempo durante los largos estíos segovianos. No debe olvidarse que Carlos III permanecía en La Granja de San Ildefonso desde mediados de julio hasta principios de octubre. La Corte se puso manos a la obra. Si resulta complicado imaginar a todo un rey mojando el anzuelo, no lo es menos visualizar a un ejército de ingenieros, canteros y operarios allanando las orillas del río que nace en las alturas del Pico Peñalara, y construyendo muretes, escalinatas y represas para enlosarlas con el mismo primor que si fueran el pasillo de palacio.
Entre 1767 y 1769 se construyó el que fue llamado Camino o Senda de las Pesquerías Reales, por ser para uso exclusivo del rey, como el resto de los Montes de Valsaín, propiedad de la Corona española. Con una longitud de 9 kilómetros, discurre entre el embalse de pontón Alto y la confluencia de los arroyos del Telégrafo y Minguete, a escasa distancia del puente de la Cantina, sobre el que pasa la carretera CL-601.
Aunque con algunos signos de deterioro causados por el paso del tiempo, puede decirse que, transcurridos 255 años desde su construcción, el Camino de las Pesquerías Reales mantiene un estado de conservación admirable. Las losas, muretes y pequeñas escaleras se mantienen en su sitio, y en ciertas rocas se conservan grabadas en la roca inscripciones y la corona real, que señalan la pertenencia y uso de la senda para la nomarquía.
El histórico paseo es uno de los más agradables que pueden emprenderse en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Con una longitud de 12 kilómetros, al tener que regresar al punto de partida de la caminata debe calcularse el doble de distancia, a no ser que se cuente con dos vehículos. Es posible recorrer solo alguno de sus tramos.Los puntos de inicio de acceso más recomendables, todos con aparcamiento, están en el mencionado pantano de Pontón Alto, la propia Granja de San Ildefonso y las áreas recreativas de Los Asientos y la Boca del Asno. Precisamente el tramo que discurre entre estas dos últimas concentra los escenarios más sobresalientes de toda la ruta.
El vado de Las Pasaderas, si se recorre el tramo próximo al embalse, y la Fábrica de la luz son las primeras referencias. Aguas arriba destacan el puente del Anzolero, bajo el que se pasa por un pequeño túnel, y la presa del Salto del Olvido, cerca del asentamiento de Valsaín. El curioso puente de los Canales da paso a un tramo que cruza algunas de las más cerradas espesuras de los pinares del Eresma. Los Asientos, el puente de Navalacarreta y la Peña la Barca, donde se conserva grabado una corona real son los siguientes parajes, antes de alcanzar el pequeño desfiladero de la Boca del Asno.
El tramo más remoto de la senda es, asimismo, el más tranquilo y solitario. Discurre entre la Boca del Asno y el puente de los Vadillos, que marca la confluencia de los arroyos del Telégrafo y Minguete. El Camino de las Pesquerías Reales mantiene una ligerísima pendiente hacia abajo si se sigue el curso de la corriente, y no tiene pérdida posible; solo consiste en caminar sobre el enlosado que discurre pegado a la orilla izquierda del Eresma. Por ello es aconsejable como ruta familiar para hacer con niños.
El más popular de los caminos fluviales de España transita por los desfiladeros que parten por su mitad los Picos de Europa. Para muchos también es la ruta más espectacular de nuestra geografía. Hablamos de la Senda del Cares, cuya belleza y grandiosidad la hacen inolvidable e impulsan a recorrerla una y cien veces.
La enorme brecha abierta por el río de cuna leonesa y alma asturiana, discurre de Sur a Norte primero y de Oeste a Este a continuación, entre su nacimiento en la localidad de Caín y la apertura del valle fluvial en Puente Poncebos. En los 12 kilómetros que separa ambos lugares, la brecha abierta entre las peñas alcanza unas dimensiones ciclópeas. Basta decir que entre el fondo del barranco por donde discurren las aguas y las cimas de las montañas cercanas hay un desnivel de más de 2.400 metros.
A la longitud del desfiladero hay que unir la naturaleza del camino que lo recorre. Abierto a golpe de pico y dinamita en 1916, para dar servicio a una canal para alimentar una central hidroeléctrica, discurre colgado por mitad de los paredones. Cuando no lo hace por los túneles que atraviesan la roca, de lo estrecho y vertical de algunos de sus tramos. Estas circunstancias convierten a la Senda del Cares en un camino que debe recorrerse con cautela. En esencia es una ruta de alta montaña, que discurre sobre abismos en ocasiones de más de cien metros, en los que no hay protección alguna.
La Senda del Cares no tiene, sin embargo, ninguna dificultad técnica reseñable. Solo la mencionada longitud y una primera parte, si se inicia de la manera habitual, desde Puente Poncebos, tiene una cuesta importante. El resto es un camino ancho y prácticamente horizontal, donde la belleza de la garganta entretiene la caminata. Sucesivos carteles relatan la historia de los lugares por los que se transita, así como las características de la geología, la vegetación y la fauna del Parque Nacional de los Picos de Europa. De vez en cuando, la diferencia de presión del aire, levanta desde el fondo de la garganta bocadas de aire húmedo que refrescan la caminata.
El puente de Los Rebecos y el de Bolín, donde el camino cambia de orilla, y la Cuevona son algunos de los enclaves más sobresalientes. En su final, ya cerca de Caín, el desfiladero tiene su tramo más estrecho. Tanto que el camino tiene que abrirse paso por los túneles abiertos en la roca. Las abundantes filtraciones de agua aconsejan acometer esta parte provistos de chubasquero, so pena de quedar empapados. El acceso a la Senda del Cares es gratuito. Está prohibido recorrer la Garganta Divina con bicicleta u otro vehículo similar. Hay que llevar los perros atados, al discurrir por un parque nacional.
Dada la longitud de la ruta, es recomendable comenzar temprano. Lo habitual es hacerlo por el lado asturiano. Durante los meses de verano, la carretera de acceso a Puente Poncebos está cerraba al tráfico. Hay que tomar el autobús que lleva desde Las Arenas al inicio de la senda. También estos meses hay un servicio de autobuses, a reservar con antelación, que recoge a los excursionistas al finalizar su marcha en Caín y los devuelve a Las Arenas, lo que evita recorrer la garganta ida y vuelta.