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En otoño el paisaje calcáreo se convierte en ocre, y desde las masías que lo salpican, algunas conservadas desde el siglo XVIII, se pueden oler los guisos de carne de cordero con setas, por ejemplo.
En este entorno delicioso hay pinturas rupestres, molinos harineros, castillos, robledos, barrancos y carrascales. Y también balnearios dedicados al bienestar del cuerpo. Entre las decenas de posibilidades de pasear por la comarca, aquí va la nuestra: Benassal, Culla y Catí.
En pleno Alt Maestrat, antigua tierra de bandoleros, en una pedanía de 16 habitantes se levanta el manantial de Font d' En Segures, a 950 metros sobre el nivel del mar y a dos kilómetros de Benassal, que conserva algunos de sus vestigios como la alquería islámica.
Al doctor Puigvert le han dedicado una calle en esa aldea arbolada, con casas de principios de siglo a ambos lados. Es un homenaje. No en vano fue él quien convirtió este lugar recóndito del interior de Castellón en un destino turístico de relumbrón allá por los años 60. El agua de Valencia tenía mucha cal, así que las piedras en el riñón eran frecuentes.
El doctor descubrió que el agua de este manantial las deshacía y empezó a recomendar su uso a sus pacientes. Llegaban aquí en verano y en quince días les habían desaparecido todos los males.
No es una leyenda. Irene y Vicente tienen 72 años y empezaron a frecuentar el manantial por consejo de este médico catalán, allá por los años 60, poco después de casarse. Y dan fe del milagro. El agua de Benassal lo deshacía todo. Hoy han vuelto, como todos los años, a pasar unos días.
El caso es que el lugar, una villa termal en la actualidad, fue atrayendo cada vez a más viajeros, con dolencia o sin ella, que copaban las plazas hoteleras, los apartamentos y hacían cola en las fuentes pegadas a la montaña donde brotaba el agua minero medicinal que ya estaba allí desde el siglo XVI.
Comenzó a comercializarse como agua para beber en 1847 y a envasarse para la venta en farmacias, primero, y en establecimientos autorizados después, en 1915. Tuvo que llegar el siglo XX, en 1928 concretamente, para ser declarada minero medicinal y de utilidad pública. Y adentrarse en el XX para que la burguesía valenciana consolidara ese turismo de descanso y salud que sigue en vigor.
El edificio que alberga el balneario de Benassal donde tienen lugar los tratamientos es de nueva construcción y contrasta mucho con las edificaciones del lugar. Digámoslo claro: el edificio es feo. Pero todo lo que le rodea es maravilloso, bucólico, lindo de verdad.
DÓNDE DORMIR
El hotel 'La Castellana', un singular edificio modernista de 1925, conserva su elegancia y sus matices y alberga siete habitaciones y 25 apartamentos. Las ventanas dan a una balconada corrida asomada al valle y a la calle arbolada que citábamos.
Casto Roig, uno de los miembros de la familia que regenta el hotel, nos enseña orgulloso las fotos en blanco y negro del siglo pasado que muestran cómo el edificio se ha conservado casi en su totalidad. No disimula su alegría por haber podido mantener la tradición.
'La Castellana' es uno de los hospedajes que tiene la pedanía que, en realidad, no tiene vecinos, salvo esos 16 del que nos habla Casto pero cuenta con casi 800 plazas hoteleras que se ocupan todas en temporada alta.
Casto nos habla de un tranquilo paraje natural, apenas a 15 minutos caminando desde el hotel. Se llama El Rivet y es un bosque de carrascas y chopos que hoy están tocados por la niebla. Este robledal centenario, a 900 metros de altitud, tiene las mejores vistas de la comarca y está declarado paraje natural municipal. Merece la pena, ahora en otoño, antes de que la nieve pueda llegar, dejarse caer por estos senderos.
A once kilómetros está Culla, otro pueblecito pintoresco y grato de visitar. Y allí está la carrasca de Culla, una encina de más de 500 años que hay que visitar sí o sí para ver claro el peso de la historia en el paisaje: 20 metros de altura, 75 toneladas y un paraje precioso alrededor.
Declarada árbol monumental de la Comunidad Valenciana, está situada en la Masía Clapès, en la carretera de la Torre d’En Besora a Culla, a 4 km del municipio. Es casi obligado ir despacio, detenerse y admirarla. Alrededor, el paisaje está salpicado de masías, muchas de ellas conservadas tal cual desde que la construcción rural familiar tuvo su apogeo allá por el XVIII.
Pero Culla es mucho más. En este pueblito templario el centro histórico fue declarado Bien de Interés Cultural en 2004 y merece un paseo: las ruinas del castillo musulmán del siglo XIII, la antigua prisión del siglo X, que se mantiene casi intacta, con sus cadenas originales y los dibujos de los presos en las paredes, el carrer Pla, donde el tiempo se detuvo y todas las casas parecen medievales…
Y cuando acabemos el recorrido urbano, hay un sendero que conduce hasta el río Molinell, donde se conserva un antiguo molino de agua. Aquí la opción para seguir disfrutando del viaje es dar un paseo en barca por el estanque. Otra posibilidad es acercarse hasta el Parc Miner del Maestrat, cuyos túneles rehabilitados permiten una visita curiosa a las entrañas de la tierra.
Pero lo más insólito de este rincón del Maestrat no está dentro de la tierra sino en el cielo. Culla alberga un observatorio astronómico turístico, Astromaestrat, en el paraje de San Cristóbal, que contiene uno de los mejores miradores de la comarca. La baja contaminación luminica hacen posible lo que en el mundo urbano es casi un milagro: contemplar las estrellas. Además, en el observatorio se imparten sesiones guiadas por un técnico especializado.
DÓNDE COMER
Paramos en el restaurante 'La Carrasca', muy cerca del árbol histórico, un establecimiento que Miguel y Cati regentan con primor, él en las mesas y ella en la cocina, y donde nos preparan ese proverbial "paisaje a la cazuela" del que hablaba Josep Plá.
Las verduras locales, las frutas, los licores, la trufa de la zona, el vino, el aceite, el queso de Catí, los embutidos y la carne de la comarca del Maestrat son marca de la casa. Uno de los platos estrella de Catí, el tombet de cordero, está inspirado en el Llibre de Sent Soví, el tratado de cocina valenciana más antiguo que se conserva. Un plato que se come, sobre todo, el día de la romería de Sant Cristòfol. Pero aquí va la receta por si alguien se anima a hacerla en casa en cualquier otro momento.
Para terminar, cualquiera de sus postres caseros, como los higos chumbos del propio huerto, o nuestro favorito: el helado de azafrán.
A menos de 30 kilómetros, una carretera sinuosa en plena naturaleza nos pone rumbo a otro pueblo medieval, Catí, declarado también Conjunto Histórico Artístico desde 1979 y Bien de Interés Cultural en 2004. Al llegar nos vamos directos a comprar queso. Sus quesos artesanos han obtenido premios en todo el mundo como los World Cheese Awards o el Lactium. Las queserías, además se pueden visitar.
Pero además Catí tiene un casco histórico de relumbrón. Por algo la llaman el Tesoro del Alt Maestrat y, en cuanto lo abandonas, a cinco kilómetros del pueblo, otra joya: 'Banys de l’Avella', otro balneario en la Font de l´Avellà, que es además hotel y restaurante.
El manantial, en pleno entorno rural, en un paisaje recogido y bellísimo a 900 metros de altitud, brota junto a la ermita de la Mare de Deu de l’Avellà. Uno puede decidir no salir del entorno de la 'Casa Banys l’Avellà', donde lo tiene todo para ser feliz: los tratamientos relajantes, catorce habitaciones con vistas que invitan al sosiego, gastronomía local y casera del restaurante y la posibilidad de dar paseos interminables por los alrededores del balneario…
Paseando podemos llegar incluso a Morella, a 15 kilómetros, ya en esa otra comarca recóndita y preciosa, la de Els Ports, donde también nieva en invierno, y que merece una entrada a parte en esta guía. Por el camino, vale la pena detenerse en las cuevas pintadas de la Valltorta. Y para rematar, a poco más de una hora en coche, la costa mediterránea: Benicàssim o Peñíscola, por si queremos redondear el viaje.