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Existió hace miles de años, en la cuenca mediterránea, como una alfombra que tapizaba el norte de África y el sur de Europa. Pero hoy en día este bosque jurásico, esta explosión de verdor que es un auténtico fósil viviente, solo se conserva en las Islas Canarias, donde la orografía escarpada atrapa literalmente las nubes y permite mantener una humedad constante. Hablamos de la laurisilva, esa mítica formación arbórea que es un reducto del Terciario y que tiene su mayor representación en Los Tilos, uno de los muchos atributos por los que La Palma ha hecho suyo, sin demasiada exageración, el sobrenombre de 'la isla bonita'.
Sí, la más fresca y frondosa de las Afortunadas custodia entre los municipios de San Andrés y Sauces este valioso secreto, tal vez eclipsado por el gran reclamo de la Caldera de Taburiente que monopoliza la imagen de la isla. Precisamente en sus laderas exteriores, arañadas por insondables desfiladeros, se asientan estos parajes tocados por una magia primitiva. En concreto en el Barranco del Agua, especialmente profundo, en cuyo interior se esconden estos bosques de laurisilva que conforman un patrimonio natural de excepcional valor. Todo un paraíso de la biodiversidad, en definitiva. Nada extraña que fuera el primer sector de La Palma catalogado como Reserva de la Biosfera, antes incluso de que este título se extendiera a todo el territorio.
Y es que esta porción insular escorada en la esquina noroeste del archipiélago y comunmente alejada de los circuitos turísticos, este rincón exótico al que muchos identifican con la cuna de Manolo Blahnik, el diseñador de los codiciados zapatos, es el corazón salvaje de las Canarias. Una isla que no sabe de extensiones moderadas ni de cambios graduales. Que no conoce las medias tintas. Por eso, cuando asciende, lo hace de manera drástica y violenta: de la profundidad de un valle a la antesala del cielo, de cero a más de dos mil metros.
Así se percibe al abordar la ruta que atraviesa el Bosque de los Tilos, elevada pero al mismo tiempo, a un solo paso del Atlántico. Un bosque que forma parte del Parque Natural de las Nieves y que se extiende desde las crestas de la Caldera hasta unos 300 metros de altura aproximadamente. Para llegar, hay que dirigirse al nordeste de la isla, a 24 kilómetros por carretera de la ciudad de Santa Cruz, y a tan solo cuatro kilómetros de Los Sauces, un municipio agraciado con montaña y costa, con extensas plataneras y cultivos de ñames. Justo aquí se ubica el Centro de Interpretación, donde además de información a los senderistas, se asiste a una lección didáctica a golpe de proyecciones de vídeo.
Todo muy claro para descubrir que estamos ante una suerte de selva húmeda, una inmensa extensión de árboles y plantas retorcidas en busca de la luz. Desde los tilos (que dan nombre al lugar) hasta laureles, aceviños, madroños, fayas, brezos, palo blanco… y extraordinarios helechos, algunos de ellos gigantes, descomunales, que ponen de manifiesto la humedad del lugar. Y en cuanto a la fauna, especies endémicas de gran rareza, como las palomas turqué y rabiche, entre otras aves, así como numerosos invertebrados.
Da igual no ser un experto en botánica y zoología. La caminata por estos parajes, pintados de un color más propio de la cornisa cantábrica que de las Islas Canarias, propicia unas sensaciones fabulosas. Aquí, bajo el aroma de la hojarasca fresca, el mayor reclamo es el silencio. Si acaso, el fragor de las gélidas cascadas, pues la ruta también regala la insólita presencia de grandes cantidades de agua.
Existen dos excelentes senderos: uno sencillo de 2,5 kilómetros a través del corazón del bosque; y otro (el PR LP6), que asciende unos mil metros hasta los nacientes de Marcos y Cordero, y cuyo trayecto completo desde los Sauces llevaría algo más de siete horas. Será cuestión de tiempo y energía decantarse por uno u otro. Por el agradable paseo del primero que discurre entre una vegetación intrincada y bajo las rugosas paredes del barranco que apenas dejan ver el cielo. O por la larga caminata del segundo, que atraviesa hasta trece túneles excavados en la roca (no hay que olvidar linterna o frontal) y permite disfrutar de los mejores paisajes: laurisilvas agarradas a rocas imposibles, canales, miradores y cataratas de nubes que, flotando sobre la frondosidad extrema, se escapan dirección al mar. Así hasta llegar a los Nacientes de Marcos y Cordero, donde el agua se desploma en un potente chorro.
Explorar las entrañas del Bosque de los Tilos es un espectáculo único. Tanto como divisarlo en panorámica, muy cerca de las estrellas, desde el Roque de los Muchachos. El punto más elevado de la isla (2.426 m) es el mejor mirador para apreciar los tres colores de La Palma: el verde del manto de vegetación en contraste con el negro de las formaciones volcánicas y el azul profundo del Atlántico.