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Desde Las Puntas hasta la Bahía de la Hoya, la sucesión de charcos hacen del litoral de El Golfo una maravilla, pero no solo para bañarse, que aquí es lo de menos, sino más bien para conocer a fondo los sitios inimaginables que esconde El Hierro en cada tramo de su corazón volcánico. Aquí los paisajes parecen fantasía, una cosa de libros de piratas o islas pérdidas.
Un paso obligado antes de bajar a La Maceta es buscar el mirador con el mismo nombre. Desde allí, se aprecian los Roques de Salmor, dos islotes rocosos pegados a la costa que, tras ser nombrados zona protegida de aves, son ahora reserva natural. Y, al margen de todo reconocimiento, un espectáculo para admirar la grandeza de la que siempre es capaz este planeta azul. Tras retratar los Roques (donde por cierto, sobrevive una pequeña cantidad de lagartos gigantes, endémicos de la isla), a la izquierda se aprecian las tres piscinas naturales que unidas componen lo que se conoce como La Maceta. La imagen buena de estas piscinas la tienes justo ahí, desde arriba.
De acceso más fácil, con menos escaleras, y con más disposición de espacio, este complejo está pensado para todos los públicos, en comparación con el resto que veremos a continuación. Alrededor de estas piscinas se forman pozas naturales entre las rocas volcánicas que demuestran que lo único que ha hecho el herreño ha sido imitar, con buen tino, la naturaleza construyendo unas lagunas más grandes y garantizando, de este modo, un baño de aguas más tranquilas.
Es probable que los herreños se rían de los que andamos habitualmente sobre terrenos más bien llanos y nos sorprendemos ante la bajada que hay que hacer para llegar al charco de Los Sargos. Pero, con permiso de los isleños, damos un aviso a la gente de la llanura. Ojo, que no es solo bajarlo; luego, hay que subirlo. Sin embargo, no hay una sola poza en El Hierro que desmerezca el esfuerzo. En Los Sargos hay que bajar mucho para apreciar las dos zonas bien diferenciadas habilitadas para el baño. La primera, más propicia para bañarse durante las mareas altas, y con unas aguas de colores alucinantes que se mezclan con los brillos que desprende el fondo de las rocas.
En la otra, a la que se llega por un sendero empedrado realizado en un pasillo formado entre las rocas, da paso a cuevas y un entrante destacado del mar al que se puede descender por unas escaleras metálicas. Con el océano embravecido, vuelve a ser una hazaña solo apta para herreños sumergirse en estas aguas, pero el espectáculo de las olas batiendo contra el acantilado es un espectáculo increíblemente hermoso.
Se trata de una de las joyas de la corona herreña. El Charco Azul es el más fotografiado y el sueño de cualquier instagramer que se precie de serlo. Le sobran motivos para su popularidad, y eso que desde lo alto uno no se imagina lo que esconde la cueva que se adivina abajo. La belleza del color de sus aguas cristalinas se encuentra protegida por un arco volcánico que se abre al mar y a la luz del sol justo donde se encuentra la poza. Merece la pena cada escalón que hay que bajar hasta llegar a este rinconcito isleño, desde donde solo se aprecia, una vez abajo, la pared del inmenso acantilado que se yergue ante el mar.
Un detalle a tener en cuenta: aquí juegan un papel fundamental las mareas. Hay que visitarlo en bajamar si se quiere conseguir ver el pozo desde el interior de la cueva y tomar la ansiada foto. Para bañarse, sin embargo, en la piscina natural que se encuentra a la izquierda es mejor la pleamar, un claro indicativo de que no se puede tener todo en esta vida. O sí, pero habrá que regresar a una hora diferente del día. El único inconveniente que se le puede poner a este increíble lugar –todo paraíso tiene un "pero"– es que resulta pequeño para la cantidad de gente que lo visita. Sin duda, un precio pequeño para tanta fama.
Desde lo alto del mirador que da paso a las escaleras para llegar es imposible apreciar La Laja. Hay que bajar y, escondidita a la izquierda aparece esta piscina natural que se va llenando lentamente con cada embestida del mar mientras sube la marea. Sin embargo, la gracia está en observar esas olas de un azul claro que se revuelven mostrando con su espuma blanca la rabia con la que a veces se mueve el océano.
La Laja cuenta con una sorpresa maravillosa. En la zona de los aparcamientos, unas escaleras suben, en vez de bajar, hacia la cima de este particular despeñadero. Aún se aprecia en su suelo las ondulaciones de la lava mientras corría buscando su camino hacia el mar y quedó petrificada. Los líquenes de un amarillo intenso se mezclan con las echeverias o rosas de alabastro, y las tabaibas en un paisaje absolutamente marciano. Y desde ahí, sí se puede apreciar la piscina escondida al costado del acantilado de la derecha, que se levanta desafiante como una agrupación de conos cilíndricos pegados entre sí. ¡Otro prodigio herreño magnífico para el Instragram!
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