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El silencio, interrumpido tan solo por el canto de los pájaros y el paso de los trenes que entran y salen de la antigua Estación del Norte, sorprende nada más franquear la puerta de hierro del recinto. A la izquierda, encontramos una llama votiva sobre un pebetero y una reproducción del cuadro que Goya dedicó a los 43 mártires asesinados durante el levantamiento de los madrileños contra las tropas francesas en el siglo XIX.
Para que se entienda la historia de este camposanto hay que remontarse a 1792, cuando Carlos IV, decidido a unir El Palacio Real con el Palacio de El Pardo, para configurar una especie de gran Versalles, adquirió los terrenos intermedios entre ambos, como las fincas de Príncipe Pío, La Florida y La Moncloa.
En ellas surgieron reservas cinegéticas, instalaciones agropecuarias, senderos y acequias. En la de La Florida se construyó la ermita de San Antonio, cuya cúpula fue decorada por Goya, y utilizada como parroquia por los empleados de las explotaciones. Entusiasmado con el proyecto, el rey reservó una parcela como cementerio para ellos y sus familiares. Y desde 1796, unas 300 personas recibieron sepultura en él.
El dos de mayo de 1808, el mariscal bonapartista Murat, convencido de que Napoleón le haría Rey de España si le entregaba el país pacificado, decidió dar un escarmiento a los madrileños que se levantaron contra las tropas francesas: asesinó de forma salvaje a cerca de 2.000 patriotas en varios lugares de Madrid y prohibió a sus familiares enterrar los cadáveres, que se amontonaban en distintos puntos de la ciudad.
En la madrugada del 3 de mayo, 43 hombres fueron fusilados en la montaña de Príncipe Pío (más o menos en el lugar que ocupa hoy la base del teleférico) y sus cuerpos permanecieron en una acequia durante 9 días hasta que fueron trasladados al cementerio de La Florida. Allí, recibieron sepultura bajo la lápida que puede verse en el jardín situado sobre la cripta de la antigua ermita.
Tras la Guerra de la Independencia, el cementerio fue heredado por Isabel II y después se cedió su custodia a la Cofradía de la Buena Dicha y Víctimas del 2 de mayo. La Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos se hizo cargo del lugar en 1917 y no fue hasta 1959 cuando se empezaría a construir el actual mausoleo, donde serían enterrados, un año después, los héroes asesinados.
Para llegar hasta aquí hay que franquear la puerta del recinto, que permanece abierta al público el día dos de mayo y todos los sábados por la mañana, durante los meses de mayo y junio. Cuenta José Luis Sampedro Escolar, uno de los guías que descubren al visitante los secretos de esta pequeña necrópolis, que Goya, pintor de la corte napoleónica, se ofreció a pintar un lienzo sobre los sucesos del 3 de mayo, en un intento de ganarse el favor de Fernando VII.
"El genio aragonés aportó su trabajo de forma altruista, cobrando solo el material, y, ante las prisas por culminar su composición, se inspiró en el grabado Los cinco fusilados en Murviedro, dadas las semejanzas existentes en su famosa obra y esta de Miguel Gamborino".
Caminando por el paseo central, flanqueado por cipreses, llegamos a una columna de piedra coronada con una cruz de hierro. La columna da acceso a la parte más sagrada del recinto, un patio castellano con otra reproducción cerámica, en este caso del estremecedor lienzo de Vicente Palmaroli, Los desenterramientos de La Florida.
El mosaico refleja el momento en que, ocho días después de los asesinatos de la montaña de Príncipe Pío, los cadáveres son sacados de la acequia para ser trasladados al cementerio. Más de dos siglos después de la matanza, contemplándolo en la quietud del lugar, casi se puede sentir el desgarro y el dolor que provocó la brutal represión.
Atravesando el patio, se entra en la pequeña ermita que alberga la cripta donde yacen los héroes. Hombres de entre 15 y 60 años, pertenecientes a los distintos estamentos de la sociedad de la época. En una lápida de mármol, aparecen grabados los nombres de los 29 que han sido identificados hasta ahora. No figura entre ellos ninguna mujer, a pesar de que, durante años, se creyó que allí estaba enterrada la famosa heroína Clara del Rey.
La visita a tan simbólico lugar puede hacerse, de manera libre como ya hemos mencionado, los sábados de 10 a 13:30 horas, o en otros momentos, previa solicitud telefónica. La Sociedad Filantrópica realiza también un recorrido adaptado a los niños, para que conozcan de forma amena sus orígenes.
Para cerrar este capítulo histórico, es casi obligada la visita a la ermita de San Antonio de la Florida, situada a escasos metros. Cruzando la pasarela situada sobre las vías llegamos a pie al parque de La Bombilla y atravesando el aparcamiento presidido por un templete de música, encontramos el santuario, el único que se conserva de los tres dedicados a San Antonio de Padua en Madrid.
Declarado Monumento Nacional en 1905, en 1928 se construyó a su lado un templo idéntico para trasladar el culto y reservar el original como museo de Goya. Como podemos comprobar, constituye uno de los mejores ejemplos del neoclásico madrileño, pero son los frescos del pintor, que representan el trance del Santo ante el pueblo de Lisboa, el mayor tesoro de esta ermita, donde descansan los restos del artista, desde 1919.