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Mallorca en verano no es lugar para los amantes de la soledad, pero tampoco hay que resignarse a que la playa sea una estación de metro en hora punta o que haya que mandar a los abuelos, que duermen poco y se levantan temprano, a los arenales a coger sitio nada más salir el sol.
Si se evitan las calas de moda, las que salen en Instagram, como Caló des Moro; los domingos y festivos y las horas de más afluencia, todavía se puede disfrutar del espíritu de la isla de la calma. Y si, además, somos capaces de prescindir de la molesta arena, de la que tanto nos quejamos, pero que creemos necesaria para gozar del sol y el mar; pues puede que, incluso, y solo por unas horas, uno viaje en el tiempo a la Mallorca de los años 50, a la que solo venían las estrellas de cine, las suecas y los recién casados con una economía superior a la media.
Las calas de rocas siempre han sido evitadas por los turistas que buscan arena, chiringuitos y tumbonas. Los locales, sin embargo, enemigos acérrimos de los visitantes (a pesar de que su economía ha mejorado mucho gracias a ellos) evitan los arenales y, con tal de no ser confundidos con los veraneantes, eligen los riscos, las rocas, los desniveles; aunque eso suponga no poder tumbarse o acabar con dolor de espalda.
Claro que no se puede tener todo y habrá que elegir entre la colectividad o la individualidad. Los que opten por esta última opción deben hacerse con unas zapatillas de agua (para andar por las rocas) y ganas de andar un poco; pero verán sus esfuerzos recompensados al llegar a su destino, con aguas turquesas y más espacio para estirar las piernas.
Muy cerca del delicioso pueblo de Sant Elm, en el municipio de Andraxt, está esta pequeña cala de piedras, rocas y aguas cristalinas. Aquí no hay duchas, ni lavabos, ni chiringuitos, ni restaurantes cercanos. Y tampoco hay socorristas; aunque hay una explanada para aparcar muy cerca.
El acceso a Es Terrer es fácil y la mayor parte de la gente viene a darse un baño, a practicar el buceo o el snorkel y a relajarse mirando el horizonte o la puesta de sol. La luz del final del día se recorta en la isla de la Dragonera, frente a esta playa. Es la hora mágica, en la que a la gente le da por pensar en cosas improductivas. Una locura, o atisbo de sabiduría, que se desvanece con la noche, hasta el día siguiente.
En Banyalbufar, uno de los pueblos de montaña más singulares de la isla, se encuentra esta cala de rocas y piedras. Su orilla es estrecha y tiene como fondo una pared reforzada, para evitar los desprendimientos, ya que se sitúa bajo un acantilado cubierto de pinos.
Haberse bañado en esta cala ya lo sitúa a uno en un nivel medio entre el turista y el local, con un mayor conocimiento de la isla, y no solo de los lugares de obligada visita que marcan las guías de viajes.
Lo mejor de este lugar es el color de sus aguas; el pintoresco acceso a la misma, bajando unas escaleras, y una cascada natural de agua dulce, junto a un pequeño embarcadero, que hace las veces de ducha. Desde aquí, hay un sendero que sube a la parte de arriba de la cala, donde las vistas son impresionantes. Si falta poco para que el día acabe, existe la opción de acercarse a la Torre des Verger, muy cerca de aquí, y ver una puesta de sol para viajeros.
La costa de esta parte del municipio de Llucmajor es escarpada y las rocas forman pequeñas piscinas naturales, que se van llenando de agua salada con el oleaje y las mareas. Este fenómeno convierte a esta zona en un acuapark de diferentes profundidades para los más pequeños, aunque de suelo irregular, por lo que es imprescindible llevar algún tipo de calzado para el agua, para evitar rasguños o torceduras.
El acceso a la playa requiere de unos 20 minutos de caminata, lo que desilusiona ya a los más perezosos. Hay que llegar a la urbanización Maioris, bajar unas escaleras y andar por un camino de arena que desemboca en el azul intenso del Mediterráneo.
Toda esta parte rocosa de la costa, entre S’Arenal y Cala Pi, cuenta con pequeñas calas o accesos al mar y es famosa por su biodiversidad, lo que la convierte en una de las preferidas por los buceadores. Hay compañías que organizan bautizos de buceo en esta área, muy cercana de la ciudad de Palma.
Los privilegiados que tengan un barco o los que dispongan de un kayak pueden experimentar la hermosa sensación de entrar en esta cala por mar, desde el puerto de Andratx, ya que Cala Egos es el único lugar de esta costa donde se puede nadar, practicar el buceo y fondear embarcaciones. Pero si la opción es llegar por tierra, hay que adentrarse en la montaña y andar unos 30 minutos. Existen dos caminos con preciosas vistas, entre ellas el faro de Sant Elm, para llegar a este paraíso, de difícil acceso.
En esta playa virgen de cantos rodados, cerca de un acantilado a mano derecha, se encuentra una cueva con una poza y un arco natural sumergido. Los amantes del buceo y el snorkel suelen peinar esta zona con gran vida marina. Las cuevas cercanas a las playas eran utilizadas por los antiguos piratas para esconderse o guardar su botín, y son numerosas en la isla. Nadar en ellas, en medio de la semioscuridad, es una experiencia muy placentera, aunque hay que asegurarse de que no hay medusas.
Si, de repente, acusamos el síndrome de abstinencia de la arena, siempre podemos ir a las playas cercanas de Cala Conills, en Sant Elm o Cala Fonoll, en el puerto de Andratx.
La playa hermana a Es Caló des Moro, no tiene tantos admiradores ni sale tanto en Instagram; aunque también cuenta con su club de fans. Gente más humilde, acostumbrada a ver la belleza en las cosas pequeñas y cotidianas. De hecho, la playa podría ser el decorado perfecto de un anuncio de esa marca de cerveza que destaca la cultura mediterránea: escars (chamizos usados por los pescadores mallorquines de antaño para guardar sus barcas y sus aperos de pesca), que a día de hoy son considerados patrimonio nacional, y gente tirándose al agua desde los distintos lugares que ejercen de trampolines naturales con distintas alturas.
El ambiente de esta playa de rocas puntiagudas (imprescindible calzado, hasta para los más aguerridos) destila esa alegría veraniega y cotidiana, que solo precisa del sol y el agua para florecer. La cala, delimitada por rocas y construcciones, parece una piscina de aguas esmeraldas y una de las entradas lleva hasta una pequeñísima playa de arena, donde uno puede refugiarse del sol a la sombra de los pinos.
Desde esta playa hay una ruta a pie hasta otra joya de la corona, Caló des Marmols, pasando por el pequeño poblado talayótico de Ses Talaies des Bauç y por la Cova des Drac, que no hay que confundir con las famosas Coves del Drach, que sirvieron de escenario a la magistral película El Verdugo (1964), de Luís García Berlanga.
Junto con Cala Molins, Cala Clara y Cala Barques; Cala Carbó, a siete kilómetros de Pollença, forma el conjunto conocido como la Cala de Sant Vicenç, y es la menos visitada de las cuatro por la inexistencia de servicios turísticos.
Esta playa rocosa de aguas cristalinas es un asiento de primera fila a un paisaje salvaje y natural de rocas, piedras y pinos. La presencia humana en el decorado corre a cargo de los antiguos garajes para las embarcaciones, escars, monumentos de una época en la que los lugareños tenían sus propias barcas con las que salían a pescar. Estas construcciones sirven hoy de improvisados refugios contra el sol, o para que los niños y los abuelos duerman la siesta.
Como todas las playas de rocas, es perfecta para el buceo; y, en esta, los acantilados, sin vegetación y de mediana altura, resguardan del viento. Tal vez por esa misma razón, esta playa sea una de las preferidas por las medusas, por lo que hay que asegurarse antes de meterse en el agua. Estos singulares seres marinos gustan de nadar en zonas limpias; por lo que su presencia debería ser un buen barómetro para clasificar la calidad de las aguas.