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Cuentan las viejas leyendas que los druidas celebraban rituales en torno a los tejos puesto que eran considerados como árboles sagrados, símbolos de la eternidad. Eran tan admirados por su longevidad como temidos por su enorme toxicidad. A lo largo de la historia han sido empleados tanto para curar como envenenar y, ahora, para hechizar.
Sucumbir a los encantos del bosque del Tejedelo, en Sanabria (Zamora), es muy fácil. En pleno corazón de la comarca, en el término municipal de Requejo de Sanabria, se halla este bosque de tejos milenarios que cautiva a quien lo visita. Agua cristalina, aire limpio, naturaleza pura y un halo de misticismo son algunos de los atractivos que envuelven a este enclave de 137 hectáreas ubicado a 1.350 metros de altitud en la sierra de Gamoneda, el cual que se puede visitar gracias a esta ruta de senderismo.
Para llegar hasta allí tendremos que recorrer 14 kilómetros desde Puebla, uno de los pueblos incluidos en la lista de los más bonitos de España. Tomaremos la A-52 y, en la salida 91, nos incorporaremos a la N-525 en dirección al ‘Bar Hostal Tu Casa’. Nos situaremos en la explanada de cemento y cruzaremos la carretera rumbo a la estación de ferrocarril de Requejo, como indica una señal. Dejaremos el cementerio a mano izquierda y continuaremos todo recto. Atravesaremos un pequeño puente con muros de piedra sobre un arroyo y, a nuestra derecha, encontraremos un camino de tierra con un pequeño letrero de madera cuyas letras amarillas nos indican la ruta hacia el bosque de tejos milenarios.
Una vez hayamos entrado en esta vía sin asfaltar, cien metros más adelante volveremos a girar a la derecha y, a partir de ahí, nos dejaremos llevar por el camino ascendiendo hasta un pequeño aparcamiento con una gran torre de alta tensión donde podremos dejar nuestro vehículo. Tras una valla, comenzará nuestra ruta circular.
“¡Daos prisa que se os hace de noche!”, nos grita una pareja desde el merendero. Si bien el tiempo estimado para completar la ruta es de cuatro horas, lo cierto es que el tiempo empleado en completar la caminata puede reducirse más de la mitad, sin prisa y con pausas.
Como todo comienzo, es duro. La subida entre brezos y escobas es la parte más complicada por el estrecho y pedregoso sendero, pero las maravillosas vistas desde las alturas sobre la carretera, las vías del tren y los molinos de viento bien merecen la pena. Allí, el silbido de los pájaros se entremezcla con el zumbido de las líneas de alta tensión. Superado este repecho inicial, nos adentramos en un frondoso robledal donde el camino se bifurca en dos senderos: a la izquierda, la senda del Tejedelo (o Teixedelo); a la derecha, el mirador de las Peñas del Veladero. Escogeremos el camino de la izquierda, que nos conduce hasta los enormes ejemplares de Taxus baccata.
Las balizas blancas y amarillas nos marcan el itinerario a seguir y también guían a una pareja del municipio de Muelas de los Caballeros residente en Madrid. “Nos gusta la montaña y la verdad es que merece mucho la pena, además está todo muy limpio y bien señalizado”, reconocen. “Pero mejor que casi no lo conozca mucha gente”, bromean.
Una alfombra de helechos tapiza el entorno de robles. La hojarasca cobija las Amanita caesarea y muscaria que crecen del húmedo suelo. Y un instagrameable puente de madera sortea el paso del arroyo que reviste de verde musgo las piedras del cauce. Es la explosión de color en una sola imagen bañada por la voz del agua que discurre por el riachuelo. Todo fluye.
Tras un pequeño recorrido por esta travesía de ensueño, el sendero se vuelve sombrío anunciándonos la entrada al bosque habitado por robles, acebos, abedules y, por supuesto, por colosales tejos milenarios: más de un centenar de ejemplares supera el siglo de vida. Los más grandes poseen un tronco cuyo perímetro llega a abarcar los ocho metros y los más altos alcanzan hasta los trece metros de altura. Su porte es espectacular con sus vigorosos troncos huecos y sus raíces retorcidas. Las ramas, infinitas. Las hojas, venenosas. El tejo común es una especie muy longeva y antigua, con más de un millón de años. Tiene parientes fósiles semejantes a ella que vivían con los dinosaurios.
¿Cómo no caer en su embrujo? Son testigos vivos de más de mil años de historia y permanecen inmutables al paso del tiempo. Incluso han creado su propio ecosistema: “El tejo necesita al bosque húmedo y también ayuda a crearlo. Bajo sus ramas, siempre pobladas, hay dos o tres grados menos de temperatura en verano, dos o tres grados más en invierno, y un 15 % más de humedad ambiental. Mitiga el calor ardiente del verano y los hielos del invierno”, explican en uno de los paneles informativos que jalonan la ruta. Un entramado de pasarelas de madera ayuda a no pisotear las plantas y raíces sin dejar de contemplar los mágicos tejos, cuyo magnetismo te atrapa. Es como un viaje a la eternidad.
Antaño, como recuerdan los vecinos de Requejo, esta zona boscosa constituía una fuente de riqueza natural con múltiples aprovechamientos. La robusta madera de los árboles no solo servía para abastecerse de leña en invierno a fin de cocinar y calentarse, sino que también se usaba para realizar los yugos de los carros de las vacas, mangos de azadas y suelas de zapato. Con las cortezas se hacían antorchas y con las ramas secas, candeleros.
Las rojizas bayas de los tejos, una especie de frutos también llamados arilos o treixas, suponían “dulces como cerezas” para los animales y criaturas que poblaban este hermoso lugar. Los mozos competían por ver quién lograba la rama más alta y, luego, se dejaban en las puertas de las casas como elemento protector para ahuyentar los males a la población. En definitiva, todo se aprovechaba. Como se suele decir por estas tierras: “Del cerdo, hasta los andares”.
Retomando el sendero, dejamos atrás la umbría de los tejos y nos dirigimos hacia el mirador de las Peñas del Veladero. Una ventana con vistas panorámicas desde la que observar una de las mejores manchas de tejo de la Península Ibérica. Sus copas oscuras destacan entre los robles y abedules, formando una especie de escudo protector frente al paso del tiempo y los encantamientos de brujas y hadas. Allí nos despedimos de la belleza y grandeza de este milenario espacio natural para regresar por el camino de vuelta y completar así esta mágica ruta entre árboles místicos. Da igual que nunca te hayan tirado los tejos. De estos, seguro que te quedas prendado.