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Quién sabe cuándo llovió el agua que hoy mana a borbotones en una de las cabinas del circuito húmedo del Balneario de la Hermida. Lo que sí se sabe es que su viaje no ha sido superficial, porque en su composición aparecen muchos minerales pero no el hierro que sí abunda en la corteza rocosa de la zona. Basilio Varas, el médico hidrólogo a la cabeza del balneario, cuenta que esta agua “ha peregrinado por el interior profundo de la tierra” durante cientos de años, y que la corriente subterránea, al encontrarse con una mole rocosa impermeable que le impide el paso, emerge hacia el exterior por una fisura.
La surgencia mana a entre 60 y 70 ºC, y por eso algunos se aventuran a decir que el nombre de La Hermida es una derivación de un hipotético topónimo original de La Hervida. Pero parece más plausible la versión, según la cual, el topónimo que lleva haciendo referencia al manantial termal desde tiempos inmemoriales es el de la vecina localidad de Caldas.
Sea como sea, estas aguas presentan una concentración de hasta tres gramos por litro de sales minerales, de los cuales el cloruro sódico es el componente más abundante, y por eso son especialmente indicadas para enfermedades reumáticas, afecciones de la piel, patologías respiratorias e incluso predisposiciones a la obesidad.
Ahora se cumplen dos décadas de que Varas y sus socios se lanzaron a recuperar este pequeño coloso del desfiladero. Se sabe que al menos desde 1750 ya debía existir una primitiva casa de baños gracias a una referencia de un monje benedictino del cercano Monasterio de Liébana. Y que desde la década de 1840 se comienzan a explotar las aguas de una forma científica, con sucesivas construcciones y ampliaciones de las instalaciones, hasta una última y definitiva obra que se debió haber inaugurado en el fatídico mes de julio de 1936, pero que frustró el estallido de la Guerra Civil.
Para cuando comenzaron a tantear la posibilidad de devolverlo a la vida a comienzos del siglo XXI, el balneario llevaba prácticamente setenta años abandonado y se había convertido en una romántica y ruinosa pieza del paisaje, algo así como la casa de El Resplandor en su versión cántabra. Desgraciadamente hubo que reconstruirlo en su práctica totalidad, aunque se respetó con bastante escrúpulo su arquitectura original y se logró mantener las cabinas de tratamiento con sus mármoles originales, e incluso una encantadora fuente con varios caños de los que salen tanto agua termal como fresca.
Junto a la fuente, podemos entrar a la sala que cobija el manantial termal desde el que se distribuye el agua a todo el complejo, y que se mantiene casi como se lo encontraron Varas y sus socios al inspeccionar las instalaciones. Entonces decidieron que las viejas instalaciones las reacondicionarían para ofrecer servicios de termalismo más tradicional, individualizados y terapéuticos, y que a su lado crearían una zona de termalismo más moderno, lúdico y grupal, con hidromasajes, pediluvios, saunas, piscinas de contraste… excavando en la roca, haciendo una especie de guiño a la hipotética cueva original que hubo aquí.
Parece ser que antes de que se explotaran los manantiales a mediados del siglo XIX, la primitiva casa de baños que existía apenas consistía en una cueva contigua al manantial en la que se había construido un pequeño baño de madera. Cuando Varas y su equipo llegaron a La Hermida ya no había rastro de aquella cueva, pero decidieron pelearse con la dura caliza de los Picos de Europa para crear una gran piscina incrustada en la roca viva que, de alguna manera, podría interpretarse evoca aquella que debió haber aquí. Y le añadieron una pequeña y deliciosa salida al exterior con una caída de agua que emula al manantial termal.
Esta pequeña zona descubierta del circuito interior encarna bien el espíritu de este proyecto que abraza pasado y futuro, y que no deja de reinventarse. Con el inicio de la década de 2020, cuando el balneario estaba cerca de cumplir la mayoría de edad, el doctor Basilio Varas y sus socios apostaron por avanzar por la ruta del termalismo moderno y decidieron crear un circuito exterior que incluyera una “auténtica” cueva. Ahora, a toro pasado, parece evidente que había que aprovechar las altas temperaturas de la surgencia para poder disfrutar de baños panorámicos con vistas a los cortados de este entorno privilegiado.
En lo más alto del complejo, se han instalado tres piscinas hasta las que se bombea agua termal del manantial, una de las cuales emula una roca de piedra caliza sobre la que cae una pequeña cascada. Sobre la más alta se vierte el agua más caliente, y así podemos ir escalando de poza en poza hasta encontrar nuestro punto favorito. Uno de los grandes aciertos de esta nueva apertura es que el circuito exterior abre en verano y en invierno, y de día y de noche, pudiendo disfrutar de unas espectaculares sesiones nocturnas de la cueva termal durante los fines de semana hasta la llegada del crudo invierno. Los días de frío y lluvia también son muy pintorescos, con las piscinas manando vaho.
No parece que las novedades vayan a parar. A nuestro lado vemos una pequeña construcción a medio terminar, y nos quedamos con las ganas de probar lo que será una sauna acristalada panorámica con piscinas de contraste situada sobre la romántica capilla desacralizada que hoy sirve de vestuarios, pero que quizá pronto albergue algún otro tipo de servicio de termalismo. Además, se espera que pronto comiencen a comercializar una línea de cosméticos hechos con las aguas termales, así como un day pass que permita disfrutar del circuito interior y exterior, culminando con una comida o cena en el restaurante del hotel.
Hoy nos encontramos el restaurante repleto porque acaba de desembarcar en el hotel el pasaje del Tren Transcantábrico Gran Lujo, que en su viaje de San Sebastián a Santiago de Compostela, hace una parada en Unquera para tomar un autobús que les lleva a visitar Potes y, de regreso, para en el hotel-balneario para que coman y se den un baño.
No les espera alta cocina de autor, sino los platos regionales tradicionales que preparan con mucho mimo Merce y Nené, y entre los que nunca falta el cocido montañés. Aquí la cuchara es la garantía de calidad, con guisos de lechazo, rabo, carrilleras… aunque también nos sorprenden con recetas más simpáticas como el pastel de queso picón con mermelada de tomate.
Arriba, alojados en la habitación 312, descubrimos que en la reconstrucción del hotel desgraciadamente no se pudo salvar su decoración original pero que sí se supo preservar la elegancia de sus espacios holgados, sus escalinatas, los materiales nobles, sus tragaluces y mansardas… y que ahora el hormigón visto de su nueva cubierta convive en buena hermandad con mobiliario antiguo restaurado. Asomados por la enorme mansarda de la buhardilla, los cortados del desfiladero de la Hermida llaman a salir a explorar el entorno, a pesar del poder gravitacional de las aguas termales.
El desfiladero de la Hermida es el gran coloso de los cañones españoles, con paredes verticales que alcanzan los 600 metros de prominencia, y al menos un par de decenas de kilómetros de longitud entre Panes y Lebeña. Se puede recorrer de inicio a fin por una carretera sorprendentemente llana que, tras un gran lavado de cara, está quedando estupenda.
El balneario, en pleno corazón del desfiladero, es un punto privilegiado a tiro de piedra dos de los grandes destinos de Picos de Europa como son Potes y Fuente Dé, además de a destinos de costa como San Vicente de la Barquera y el parque natural de Oyambre. Pero como no apetece apartarse demasiado del ambiente mágico de los vapores de las pozas termales y el desfiladero te ofrece joyas a cada paso, elegimos excursiones más cercanas como la del Mirador de Santa Catalina o la de la coqueta iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña.
'HOTEL BALNEARIO LA HERMIDA'. Carretera La Hermida a Potes, s/n, 39580 La Hermida, Cantabria Teléfono: 670 62 43 46