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Formado a partir de las erupciones volcánicas de los siglos XVIII y XIX, el parque es una auténtica delicia para los geólogos ya que en pocos lugares se observa como aquí la tierra en estado puro, con una veintena de conos volcánicos. El color rojizo y negro de su tierra, sumado al hecho de que casi no exista vegetación en la zona, hace que pasear por este lugar sea lo más cercano a experimentar las sensaciones de Neil Amstrong al pisar la luna. A solo diez metros bajo tierra, las temperaturas llegan a los 600 grados, lo que permite incluso la existencia de una barbacoa natural en el restaurante El Diablo (el único del parque) donde cocinan parrilladas con el calor que emana de la tierra.
Su propio nombre lo dice todo, o casi todo, porque aunque podemos imaginar que es una laguna y que tiene color verde hace falta verla en persona para sentir la belleza de este lugar. Está ubicada en el Golfo, una especie de anfiteatro natural a la orilla del mar que es parte del cráter de un antiguo volcán. La laguna ocupa el fondo de este semicírculo y se ha formado gracias a las filtraciones de agua directas del mar. Lo más sorprendente de esta laguna es su color verde esmeralda, fruto de las algas que hay en su interior, que resulta impactante en contraste con el negro volcánico que la rodea.
Aunque parezca imposible, uno de los mejores lugares de Lanzarote está precisamente fuera de la isla. La propuesta tiene trampa y es que hablamos de La Graciosa que, aunque administrativamente forma parte de Lanzarote, es una isla distinta que forma parte del archipiélago Chinijo. Aunque, por supuesto, es un lujo visitarla, la única forma de contemplarla en su plenitud es hacerlo desde Lanzarote, en el mirador del Río que está situado en lo alto del Risco de Famara, a 474 metros de altitud. Además de las impresionantes vistas, también podremos admirar el propio mirador, obra César Manrique.
Pasar por Lanzarote sin visitar los Jameos es un pecado capital. Se trata de otra de las intervenciones de César Manrique y deja boquiabierto a todo el que la visita. La palabra jameo se utiliza para describir un tubo volcánico cuyo techo se ha derrumbado, creando una cueva natural abierta a la luz. Estas oberturas y el mismo tubo han servido de base para la construcción de los Jameos del Agua, donde además de la intervención de Manrique (con una piscina de agua turquesa, terrazas y dos bares incluidos) podemos ver un lago natural donde habitan unos pequeños cangrejos albinos, una especie endémica de la isla.
Será la delicia de los más pequeños, si viajamos en familia. Pasear por este peculiar jardín es una de las propuestas que no podemos perdernos en la isla si nos gustan las curiosidades, somos aficionados a la fotografía o, por supuesto, la botánica. De nuevo con la intervención de César Manrique, este peculiar jardín de cinco mil metros cuadrados nos ofrece la posibilidad de ver más de siete mil especies distintas de cactus procedentes de lugares tan dispares como México o Tanzania. Naturaleza, escultura y arquitectura se fusionan en este jardín.
Un espectáculo para la vista y el oído. Se trata de un tramo de costa acantilada formado tras las erupciones volcánicas del siglo XVIII. Cuando los ríos de lava entraban en contacto con el Atlántico, se enfriaban y solidificaban perfilando un paisaje rocoso excepcional. Ver romper las olas en este desfiladero es una imagen única, especialmente en los días de marejada, cuando el agua brava consigue llegar a la superficie aprovechando las cavidades de la roca volcánica, dando la sensación de que la tierra está en ebullición. Un consejo para quienes viajen con niños: debemos tenerlos siempre vigilados y cerca de nosotros para evitar sustos.
Son las salinas más grandes de las Islas Canarias y, aunque no se trata de un lugar puramente turístico, merece la pena hacer un alto en el camino para ver este curioso paisaje. Su construcción se inició a finales del siglo XIX, hasta entonces aquí se cultivaba maíz, cebada, trigo y centeno. La salina está explotada por la familia Lledó que produce unas dos mil toneladas anuales de sal marina, a través de técnicas artesanales. Actualmente las Salinas están incluidas en la Red Canaria de Espacios Naturales Protegidos, con la categoría de Sitio de Interés Científico.
Lanzarote es una isla para vivir con los cinco sentidos y, por supuesto, el gusto es uno de los que más disfrutaremos. Aunque el pescado es la base de su gastronomía, también podemos degustar suculentos platos a base de carne, acompañada por ejemplo del exquisito queso majorero. Si pasamos por la isla, siempre es una buena opción el restaurante Aguaviva, en playa Honda, donde podemos probar el típico cherne, un pescado tradicional, servido con salsa de erizos. También es una apuesta segura Amura, en Puerto Calero, donde disfrutaremos de la comida y de las vistas.
El origen volcánico de Lanzarote está presente en todo su paisaje, incluidos por supuesto sus fondos marinos. Por eso se trata de un destino perfecto si lo que nos gusta es ponernos el traje de neopreno y sumergirnos en busca de emociones. En los alrededores de la isla la visibilidad puede llegar incluso a los 40 metros, lo que supone toda una experiencia para bucear entre tubos volcánicos y aguas cristalinas. En nuestro paseo submarino podemos cruzarnos, además, con un gran número de especies, entre ellas, rayas e incluso morenas.