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Mucho antes de que el plástico lo inundara todo, el cristal y la cerámica eran los materiales donde comíamos, bebíamos y en los que estaban hechos gran parte de los objetos cotidianos, que convivían con nosotros en nuestras casas. El barro era más popular y campechano, mientras que el cristal tenía pretensiones más aristocráticas y acostumbraba a poblar las casas de los ricos en forma de lámparas, jarrones, copas y demás objetos.
Pero, si vamos a hablar sobre el tema, es necesario, antes que nada, aclarar la diferencia entre cristal y vidrio, que no todos conocen. El cristal se encuentra en la naturaleza en diferentes formas, por ejemplo, en cuarzo, por lo tanto es una materia prima. Incluso, químicamente, la sal, el azúcar y el hielo son cristales, al igual que las piedras preciosas y los metales.
Sin embargo, el nombre de cristal se usa como un término genérico para designar cualquier material de vidrio que tiene una forma más elegante y una mejor calidad que los frascos o botellas utilizadas de manera cotidiana. Para nosotros la diferencia básica, aclara Sonia Torres, directora de proyectos y de comunicación de ‘Lafiore’, marca que elabora objetos de vidrio soplado de manera artesanal en Mallorca, “es que el cristal tiene plomo y no es reciclable; mientras que al vidrio le ocurre todo lo contrario, no tiene plomo y puede reutilizarse. Este último es el que nosotros usamos. Compramos vidrio, lo picamos y lo fundimos para luego trabajarlo”.
Antiguamente el cristal se consideraba como una joya, un objeto muy preciado y sus fórmulas y técnicas de fabricación constituían auténticos secretos de estado, cuya divulgación se castigaba con gran severidad -galeras, torturas y hasta la muerte-. Como cuenta Torres, “los mallorquines aprendieron la técnica del vidrio soplado de Murano, y los maestros que venían de Italia a la isla balear ya no podían volver más a su país. Debían permanecer aquí el resto de sus vidas porque, si volvían, podían sufrir las temidas consecuencias de haber revelado estos secretos profesionales”.
En los años 60 en Mallorca había varios talleres de vidrio soplado, que exportaban sus productos a Estados Unidos”, apunta Miguel Tortella, director y dueño de la fábrica. “Algunos hacían piezas básicas como botellas, frascos para farmacia o medicinas. Otros, sin embargo, estaban especializados en decoración y objetos más finos. Ahora en la isla solo quedan dos talleres que hagan vidrio de manera artesanal: nosotros, ‘Lafiore’, y ‘Gordiola’”.
La aceitera antigoteo, de vidrio soplado, es uno de los inventos made in Mallorca que más éxito tienen entre los visitantes y turistas. Un souvenir que se ha convertido ya en un clásico, junto con la imprescindible ensaimada, porque todos usamos aceite, todos soñamos con desterrar el plato lleno de grasa que ponemos debajo de la aceitera para que no manche y porque este modelo es bonito, artesanal, imperfecto en toda su perfección y nos provoca una sonrisa interior.
En el taller de ‘Lafiore’ asistimos a la elaboración de una de estas aceiteras, única e irrepetible. El edificio de esta marca, que aúna tienda y fábrica, está en la carretera a Valldemossa y tiene vistas a las montañas de la Sierra de Tramuntana gracias a una pared acristalada que da luz y alegría a las jornadas laborales. Y, como en todos los lugares donde se manufactura algo y hay fuentes de calor, no puede faltar un gato que va buscando la temperatura adecuada para cada momento del día. Cerca del horno por la mañana temprano o tumbado al sol a mediodía, dentro de la carcasa de un viejo llaüt de madera, que hace las veces de elemento decorativo a las afueras de la fábrica.
Mario Moncada es asturiano y maestro vidriero y lleva 20 años en el oficio. Él y su equipo de tres personas elaboran una media de 55 piezas al día con una precisión absoluta y sin margen de error. En el horno, el vidrio picado ya está fundido a una temperatura de 1.200 º C, convertido en una masa maleable que se asemeja a la lava de un volcán. Es de ahí de donde se coge un poco de esta pasta y se empieza a trabajar de manera artesanal, soplando por una caña de metal hasta darle la forma deseada.
Como todos los oficios, el de maestro vidriero cuenta con su propio vocabulario para nombrar a los distintos utensilios o técnicas. El crisol es el recipiente que contiene el vidrio fundido. La caña, es el tubo hueco a través del cual se sopla. El puntil es una barra que sostiene la pieza que se trabaja. La mabra o mable es la superficie plana de metal sobre la que se gira el maloche o mallocha, que es una pieza de metal casi hueco en forma de cuarto de esfera, que sirve para dar homogeneidad al vidrio antes de soplarlo.
Para hacer una aceitera, primero se hace el cuerpo principal y luego se añade el asa, el pitorro por el que saldrá el aceite y el cuello antigoteo. “A mí me gusta establecer la metáfora de que este trabajo es como un baile”, cuenta Sonia Torres, “un maestro y sus ayudantes, que deben estar perfectamente compenetrados para que todo salga bien”. Un artesano experimentado puede hacer una aceitera en 15 minutos, pero la pieza necesita 24 horas para estar totalmente acabada ya que, tras crearla, debe pasar al horno de enfriamiento, donde reposará toda la noche.
En el mundo precovid uno podía participar en la elaboración de su propia aceitera y soplar el vidrio con ayuda de los artesanos, pero esta actividad ha sido suspendida por razones de higiene, ya que las cañas no son de usar y tirar, como las pajitas.
Además de la técnica de vidrio soplado, en ‘Lafiore’ tienen una segunda, llamada fusing, de la que se ocupa la maestra vidriera Marga Sastre. “Esta técnica es distinta a la del vidrio soplado. Aquí se trabaja el vidrio en frío y, sobre todo, se utiliza para hacer superficies planas, bandejas, platos, rótulos, etcétera. Se usan moldes donde se pone el vidrio picado, se le añaden los tintes y luego se funde todo en el horno, o se trabaja en frío con planchas de vidrio que se cortan con un diamante. Está técnica permite escribir en el vidrio y las letras se hacen con moldes, por lo que se utiliza mucho para trofeos o rótulos”.
Si hubiera que relacionar al vidrio con algún elemento sería con el agua. “Es el material perfecto”, cuenta Marga, “es muy resistente, limpio, 100 % reciclable, no transmite el sabor ni el olor y es impermeable. Más que un sólido, es un líquido sobreenfriado que refleja la luz y cuyas posibilidades de formas y colores son infinitas y, además, no envejece”. ¿Se puede pedir más?
Una ojeada a la espaciosa tienda de ‘Lafiore’ confirma la versatilidad de este genial material: vasos, copas, platos, jarras, botellas, piezas de decoración, pequeñas figuras, adornos navideños o lámparas; ya sean con formas rococó o los antiguos fanals mallorquines, estructuras de cristal o vidrio transparente, con forma de campana, que se insertaban en un armazón metálico para formar una lámpara de techo. La tienda cuenta también con artesanía de la isla de otras marcas, al margen del vidrio, como las telas de lenguas mallorquinas, objetos en madera de olivo o cerámica y, también, con algunos muebles y piezas de decoración.
La parte más artística y creativa de la firma colabora con hoteles y restaurantes en su decoración o en el diseño de platos o vasos. “Nosotros no contamos con un diseñador propio, pero estamos abiertos a colaboraciones con ellos”, cuenta Sonia Torres, “hemos trabajado para el chef de ‘Zaranda’, diseñando unos bajo-platos. También hicimos algo con Maca de Castro para su restaurante de Alcudia, ‘El Jardín’ (Recomendado por Guía Repsol); a María Solivelles le confeccionamos unos vasos para su restaurante ‘Ca Na Toneta’ (1 Sol Guía Repsol), y a Matías Iriarte unas copas y vasos para sus coctelerías en Palma: ‘Chapeau 1987’ y ‘Ginbo’. Hemos colaborado también con el diseñador Nico Guevara en un proyecto de iluminación y con el hotel ‘Jumeirah’, para el que le hicimos unas aceiteras y vasos. Ahora estamos en medio de una colaboración con la cadena de hoteles RIU”.
Hay un espíritu de ahorro medioambiental en toda la filosofía de ‘Lafiore’, un afán de que sus productos salgan baratos a la naturaleza, al mar y a las montañas que se ven desde los ventanales del taller.
Para empezar, el vidrio que se utiliza es siempre reciclado, procedente en su mayoría de botellas o cristalerías. La energía que mueve los hornos, donde se funde el vidrio, es eléctrica, pero ya se está trabajando para que muy pronto proceda, exclusivamente, de paneles solares. Las piezas que se embalan para mandar a diferentes partes de la geografía, ya que tienen servicio de envío para los turistas que compran algo y no les cabe en la maleta, se envuelven en papeles de periódico viejos y no en plástico de bolas. El plástico no existe en el mundo ‘Lafiore’.
Lo que comemos y bebemos es importante, y lo es también el objeto que los contiene porque, de alguna manera, siempre hay un cierto contagio entre la forma y el contenido. La naturaleza nos brinda siempre un packaging perfecto, simple, efímero, bello y a medida; y, muy probablemente, el vidrio sea la imitación más perfecta de ese embalaje natural. El ritual de condimentar una ensalada es distinto si el aceite está dentro de una ordinaria botella de plástico, repetida millones de veces, o si está dentro de una aceitera artesana de vidrio soplado, única e irrepetible. No sabe igual y se lo digo por experiencia.
‘LAFIORE’ - Carretera de Valldemossa, km 11. S´Esgleieta, Esporles, Mallorca. Tel. 971 61 18 00.