Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
La famosa piña con una rama de hierbabuena asomando en son de paz o el coco con varias pajitas para compartir en pareja el estimulante brebaje de su interior son una imagen asociada a los bares ambientados en el Pacífico sur que proliferaron con el exotismo de lo desconocido cuando internet aún no soñaba con existir. El polinesio 'Bora Bora' en Madrid o el hawaiano 'Kahala' en Barcelona, a los que Ramón Pavón, el fundador, comenzó a proveer de los famosos vasos Tiki a mitad de los años setenta, aún guardan piezas de entonces como si fueran una reliquia, que combinan con las nuevas.
Ahora han renacido gracias al éxito de la coctelería y a la proliferación de restaurantes en los que el ambiente sofisticado seduce a un público que los acaba de descubrir y en los que causan el mismo efecto, capaz de convertir un cóctel en una experiencia.
Fran Pavón, el menor de los cinco hermanos, nos recibe en su taller de la calle de la loza en Borox (Toledo), una mañana de primavera. Su padre ya no vive, pero el oficio continúa. Allí está Ramón, el mayor, enfrascado en vigilar que la porcelana no cuaje más de lo necesario dentro de los moldes. Toda la familia, incluida Conchi, la madre, colabora en la empresa, aunque la dedicación varía según la época del año.
La colección de vasos Tiki es apabullante, deslumbra con su colorido y las figuras que los inspiran. Los Tikis son el nombre que reciben grandes estatuas con forma humana en la Polinesia central. Rostros primitivos tallados en piedra, monolitos, volcanes en erupción, exuberantes nativas con flores trenzadas al cuello, cañas de bambú, animales y frutas se reproducen en estos vasos que tanta éxito tuvieron en Estados Unidos en los años cuarenta y cincuenta, cuando se inauguró la primera coctelería ambientada en las islas hawaianas y polinesas en Hollywood, el 'Donn’s Beachcomber'.
Caracterizados por vasos alegres que contenían combinados afrutados con una base de ron principalmente, estos bares pronto se convirtieron en un polo de atracción gracias a un exotismo que te transporta a paraísos soñados. Su magnetismo es tal que, hasta en esta nave tan alejada de esas islas, te imaginas con un tiki en la mano bajo una palmera en una playa de arena fina. Justo aquí es donde comienza la construcción de la fantasía.
Ramón y Fran nos enseñan el proceso. El punto de partida es hacer un modelo, que realiza un modelista en exaduro, una escayola de gran dureza a base de sulfato cálcico. De ahí se saca el molde, que está compuesto de varias piezas, cinco en el caso de la piña o muchas más en otros recipientes más historiados con figuras en relieve. Luego se prepara la barrotina, que es la pasta con la que se hace la porcelana.
Por la cinta van subiendo las materias primas de la pasta -caolín, cuarzo, feldespato y silicato sódico- hacia un depósito en el que se mezclan hasta alcanzar un punto en el que la pasta esté compensada tanto en peso como en tiempo. De ahí desciende a la agitadora, donde está permanentemente en movimiento todo el año, excepto 15 días en verano en que se para para limpiarla. A través de una manguera se rellenan los moldes, que cuando se cuecen se reduce un 14% de su tamaño original al perder humedad en el horno.
“La pasta se va pegando a la pared del molde y cuando vemos que adquiere el grosor deseado, se devuelve la pasta que aún está líquida al pozo y nos quedamos con el contorno solidificado. Un proceso que dura alrededor de hora y media en secar. En verano es más rápido por el clima y en invierno tarda algo más. Una vez fuera del molde hay que refinarlo. Se pasa un cuchillo por las juntas para quitar las costuras que quedan en donde se unen las distintas piezas del molde, con una esponja se iguala la superficie para eliminar las imperfecciones y en los bordes del vaso hay que alisar la rebaba”, explica Ramón mientras lo hace. Un proceso artesanal que garantiza que no haya dos piezas iguales.
Fran continua con el proceso. “Se mete al horno para la primera cocción a 800º. Cuando la pieza está bizcochada y ha adquirido un tono rosáceo, se baña en un barniz transparente, que es lo que le aporta el vitrificado a la porcelana. Si el vaso se quiere de un tono determinado, se colorea el barniz. Hay que limpiar bien la base para que no se pegue en el horno, en el que se introduce para una segunda cocción a 1.300º, siete horas de subida y entre diez y doce antes de sacarlo”.
Ahora le toca el turno a Juanjo, el hermano encargado de pintar los vasos. Siendo un adolescente aprendió de Carlos Carrillo, el socio con el que su padre montó el negocio en los años 70 y que se dedicaba a decorar los tikis. Con el pincel en la mano cuenta que se decora sobre una base no porosa con pinturas al agua, antes de regresar al horno para la tercera y última cocción a 800º, que fijará los colores. Son los únicos fabricantes en España y casi en Europa, por eso venden en todo el mundo tanto a bares como a coleccionistas privados de Australia, Estados Unidos y Reino Unido, donde hay mucha afición.
También trabajan para artistas y para Ivory Press, la editorial galería de Elena Foster, que hace tiradas numeradas. Juanjo tiene la libertad que le dan los clientes de los bares y restaurantes para decorar las piezas, con algunos mantienen la relación con las segundas generaciones, como sucede en 'Kahala', donde todavía conservan piezas originales. Los hermanos presumen de la resistencia de sus creaciones, que aseguran que no se rompen si caen sobre una alfombra o un suelo de madera.
Las antiguas cartas, tamaño periódico, de bares y coctelerías siguen allí. Un tesoro que más de uno ha intentado comprarles. “Las necesitábamos porque así era como nos hacían los encargos, llamaban y te decían el nombre del cóctel e identificabas el modelo”, cuenta Fran. Ahora tienen web, pero nada como visitar la tienda taller para ver los tikis, cuyo precio oscila entre veintitantos y treinta y tantos euros, y comenzar a coleccionarlos tú también.
PORCELANAS PAVÓN - C/ Loza, 6. Borox (Toledo). Tel: 635 412 932.