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Hace tiempo que no hay que ser un turista "alternativo" para visitar Malasaña, uno de los barrios con muchas gotas de esencia de Madrid más allá de la viejuna movida. Aprovechar el paseo para entrar en la 'Antigua Alpargatería Crespo', en Divino Pastor te puede resolver unos cuantos regalos.
La alpargata ya hizo su revolución estética hace casi medio siglo –Yves Saint Laurent las actualizó con cuña– y en Crespo las venden artesanales, con su base de yute –el cáñamo se usa menos– cosidas a manos si quieres, de algodón o piel. Ideal para patear Madrid con tu pie cómodo y fresco.
O para patear el mundo, como cuenta Ana, la dueña junto con Maxi Garbayo, su marido. "Vienen mucho americanos. Un día llegó un músico, un telonero de Oasis y me dijo que sus zapatillas habían viajado por toda América en conciertos y que un buen número de amigos le preguntaba. Se las había comprado aquí. Este es un producto imperecedero.
También nos ayuda que Gwyneth Paltrow nos metiera en su web Goop. Y la Reina Sofía es una clienta fiel" . Sonríe mientras busca unas zapatillas planas –"de las de toda la vida"– para unas italianas que husmean encantadas entre las estanterías y lanzan grititos cada vez que encuentran el color que buscan. Para los amantes del glamour y el fetichismo, las alpargatas que lucía la incomprable Lauren Bacall en Cayo Largo o Grace Kelly en High Society son imágenes imborrables. Por no hablar de las fotos de Picasso o Dalí con sus esparteñas.
Aunque la tienda está presidida por los bustos del matrimonio Crespo, Manuela y Gregorio –abrieron la tienda en 1863, todo el edificio concebido como fábrica y venta de productos del cáñamo como cuerdas, sogas, cestos de esparto y yute– es la familia Garbayo quien la regenta desde antes de la guerra civil. El hijo de los fundadores dejó el comercio a su sobrino y desde entonces todo ha ido sobre yute, cáñamo o lo que las alpargatas necesiten, porque esta es una saga muy alpargatera. Ana también es de familia del negocio, de Cervera del Río Alhama, el pueblo de las alpargatas en La Rioja. Allí se conocieron los actuales dueños, en los negocios de sus respectivas familias. De la zapatilla que hasta los año 70 solo se fabricaba de un pie hasta las más sofisticadas de hoy –el suegro de la dueña sirvió encargos a Gucci– por su relación calidad precio, son una buena opción para todas las edades.
ALPARGATERÍA CASA CRESPO - Calle Divino Pastor 29, Madrid.
Cuenta la leyenda que un caballero regaló a su amante una sombrilla o paragüas de 'Casa de Diego', con un diamante encastrado en su pomo para que la dama le llevará entre sus manos. Hoy los paraguas o las sombrillas de hace un siglo siguen siendo una realidad, una garantía en tiempo de mercados chinos. Los abanicos permanecen –más allá de los vaivenes que les dan los diseñadores de moda– con dibujos de vanguardia en sus telas, que se venden junto con las piezas más clásicas.
Muchos son pequeñas obras de arte. Los hay de nácar francés –hay uno en De Diego que puede llegar a costar 6.000 euros– balinés, de Tahití...; de carey o de hueso con preciosas filigranas. Con varillas de maderas de ébano, tropicales u otros árboles con veta noble. Un toque definitivo tienen los de caballero, más cortos y fáciles de guardar en el bolsillo. Desde los diez euros a lo que puedas gastar. Elige. Por no hablar de las sombrillas, al alza. Y todo en un lugar del que podrás contar historias.
Corría el complicado reinado de Isabel II cuando a la Puerta del Sol se trasladó 'Casa De Diego', en 1858. Paraguas, abanicos, bastones, sombrillas se despachaban detrás de los mostradores a las damas y caballeros por igual. Ya fueran moderados, progresistas o liberales; partidarios de los generales espadones –Nárvaez, Espartero u O'Donnell–, todo el mundo tenía un hueco en la tienda. "Eran otros tiempos, las señoras venían y podían pasarse horas para elegir un abanico o un bastón. Sentadas en una silla, los empleados desfilalban mostrando lo que pedían. Lo encargaban y se iban. Se servía a domicilio y estábamos en un lugar de paso de carruajes primero, de coches después, hacía el Palacio Real o el Teatro Real". Javier Llerandi cuenta la historia del negocio familiar sin nostalgia por los viejos tiempos, pero sí con el placer de quien forma parte de la sexta generación de la familia.
Lo de atender con mimo al cliente se mantiene y las supersticiones se dejan fuera. Si hay que abrir veinte paragüas para enseñar la calidad de la varilla o la impermeabilidad de la tela, se abren. Hasta ahora no les ha partido un rayo. Otros recuerdos rondan la tienda, desde las historias familiares de quienes vieron caer reyes y reinas, hasta proclamarse la República o estallar la guerra civil. "Durante la guerra, en el local cayó una bomba y cerraron" recuerda Javier. "A mi padre, mi abuelo le ponía una banqueta para que se subiera a atender el público. Y nosotros hemos venido muchas navidades a ayudar. Yo ya he visto la proclamación del Rey Felipe y un día sí y otro también, manifestaciones. Vivímos el 15-M y lo que venga. El sitio está bien, pero también es donde más se aplican las ordenanzas. Esto es por amor al arte. Podríamos haber vendido el local a una multinacional de la alimentación o de las telecos". Pero ahí siguen.
CASA DE DIEGO - Puerta del Sol, 12. Madrid. Tel. 915 22 66 43.
Porrones, botijos, botas para el vino ¿te acuerdas de que un día formaban parte de tu hogar? Quizá tengas hijos o nietos que no sepan qué es una bota. Julio Rodríguez es el último artesano de botas de vino –y odres– en la capital. De momento no tiene sucesor. "Tengo hijas y es complicado que se dediquen a este oficio. Se necesita mucha fuerza en las manos. No voy a esperar a que se defina mi nieto".
Lanza la reflexión a los visitantes tempraneros mientras se pone la ropa de trabajo, en una mañana primaveral que más parece de verano por el calor. Acaba de despedir a unos americanos, en su tienda de la calle del Águila, por la zona de Embajadores, un barrio castizo a pocos metros de San Francisco el Grande. Aquí antes trabajaron sus abuelos y bisabuelo, que entró como empleado para luego comprar el negocio.
A sus 62 años, este hombre semeja un filósofo de lo cotidiano, que no esquiva el escepticismo cada vez que le hablan de la artesanía y de sus bondades. "El futuro de la artesanía es más negro que la pez" exclama, mientras señala la pez de resina negra que tiene en el cubo de al lado y con la que unta el pelo de cabra del revés de sus botas, como la original que ya usaban los griegos. Ulises utilizó un odre –también los tiene Julio aún– para emborrachar a Polifemo cuenta Homero. "Cada bota requiere de un proceso que tarda ocho días. En tiempos de mi abuelo era más barata la mano de obra que los materiales. Ahora sucede lo contrario. Por eso estoy solo, no da para más".
Con todo, Julio adora su oficio. "Se necesita sentimiento para esto" y lo murmura mientras soba con sus dedos robustos y ágiles las botas que va depositando con mimo. Por mucho que avance el cristal o el tetrabrick, hay cosas que no podrán robar a este recipiente que los románticos recuerdan que tiene forma de lágrima. "Si se cae no se rompe, pesa poco, se comparte tranquilamente porque se bebe a chorro y los puedes sacar el aire". Vamos, que no te tomas las babas del otro y no necesitas un tutorial para sacar el aire de la botella de vino media vacía y evitar la oxidación. Por cierto, las botas sirven para otros líquidos. La diferencia entre las artesanales y las que más a menudo encuentras por las tiendas turísticas, es que estas tienen el interior de látex no de piel. Una bota de Julio Rodríguez como regalo a una moderna-o puede ser perfecto. Y de vanguardia.
BOTERÍA JULIO RODRÍGUEZ - Calle Águila, 12. Madrid. Tel. 913 65 66 29.
"¿Vas a Madrid? Por favor, tráeme un bote de ácido hialurónico. Te doy los diez euros". "A mí el colágeno, que lo comparto con mi madre". La conversación tenía lugar en la estación de Palencia hace unos meses entre un grupo de jóvenes, pero hubiera podido suceder en Toledo, Valladolid, Salamanca, Santander...
"Aquí, los sábados viene mucha gente de provincias limítrofes y también de lejos, a comprar sus componentes para hacer la cosmética. Y franceses, países del este, venezolanos. Es un regalo útil, tiene muchas variedades y con la crisis la cosmética artesanal se ha convertido en un recurso. Tener tus propias cremas está muy bien". Fernando, la tercera generación de la familia en el negocio, es el encargado de la droguería 'Manuel Riesgo', en la calle Desengaño de Madrid, a diez minutos de la Gran Vía a paso lento.
Esta historia comenzó en 1866 "cuando nació como herbolario con plantas del Jardín Botánico de la Casa de Campo. Hace un siglo, los principios activos medicinales venían de muchas hierbas. En 1926 ya estaba la tienda aquí y aunque somos muchos primos y herederos, vamos logrando que esto tire. Siempre me gusta tratar con el público. Por aquí pueden pasar de 280 a 300 personas al día y nuestro mejor mérito es saber escucharles". La expansión de la droguería a la cosmética artesanal empezó el día que Fernando decidió traer jabón de glicerina, cuando ya un par de sus clientes con problemas de piel se lo habían pedido. Luego llegó el jabón natural, el boom de las velas, hasta llegar al colágeno o los aceites. Siempre a lo que el cliente marca como vanguardia.
La paciencia "es marca de la casa" recuerda Fernando, y no solo para que se lleven el colágeno o el ácido hialurónico, el aceite de argán o el de Melaleuca (el árbol del té) –estamos en temporada de piojos–. También los pigmentos o las pinturas para los mejores pintores, nacionales e internacionales. "El público es variadísimo. Desde los aprendices de esteticista de academias, las jóvenes o mayores que compran para mezclar con otras cremas; los homosexuales de alto poder adquisitivo; los maquillajes para espectáculos o carnavales, animadores de salas de fiesta. Pero también pasan por aquí pintores como Antonio López o Fernando Botero". La amabilidad del encargado se para cuando piensa que, quizá está yendo lejos en sus detalles. "Ahora, que quede claro que ese mito de que las mujeres son más coquetas ya no es cierto. Aquí vienen tíos muy, pero que muy coquetos. Y heterosexuales".
DROGUERÍA MANUEL RIESGO - Calle Desengaño, 22. Madrid. Tel. 915 21 61 34.
Bogart nunca pronunció la frase en Casablanca –sí Ingrid Bergman– y aquí te proponemos otra mentirijilla, tocar una guitarra en vez del piano de Sam. Pero no una cualquiera, sino las que hacen desde 1852 –cuando José Ramírez abrió su primera tienda en el Rastro madrileño– sus descendientes.
Para muchos, la casa de Guitarras Ramíez es la mejor de España e incluso del mundo. Desde luego, sí es la más antigua en manos de la misma familia. Amalia Ramírez es la bisnieta del fundador y sus sobrinos, Cristina y Enrique –la quinta generación– mantienen viva la pasión por el oficio.
Entrar en la tienda de la Calle de la Paz, detrás del reloj de la Puerta del Sol, es un lujo en los tiempos de calor y un placer en los de frío. Las fotos de Andrés Segovia y Paco de Lucía –por citar los gloriosos– con una guitarra entre sus manos, añaden la sensación de pequeño templo, además de la presencia de algún profesor que llega a dar clase. Las guitarras no deben recibir luz intensa por sus maderas y Cristina pidió la ausencia de flash. Las maderas con las que trabajan tienen más de medio siglo en sus almacenes y las nuevas, como el palosanto de Madagascar, más de diez años.
Isaac y Óscar reciben detrás del mostrador, con las vitrinas tapizadas de terciopelo verde a su espalda y donde se guardan diferentes modelos. "Americanos y japoneses están entre los que más vienen. Tienen más poder adquisitivo pero nosotros tenemos todo tipo de precios" se apresura a aclarar Isaac, alejando el fantasma del precio imposible. El outlet de 'Guitarras Ramíez' es conocido por todos los estudiantes del país "porque ofrecemos guitarras con unas maderas increíbles, rebajadas por un pequeño defecto" remata Isaac. Para que nadie se sienta pequeño ante la historia de un taller de luthier tan famoso, Óscar e Isaac lo primero que hacen es preguntar al visitante el presupuesto y el perfil de la persona que va a recibir el regalo. Al lado, la primera guitarra electrónica del taller y detrás, un pequeño museo. De no perdérserlo, tengas a quién regalar guitarra o no.
GUITARRAS JOSÉ RAMÍREZ - Calle de la Paz, 8. Madrid. Tel. 915 31 42 29.
De 'Corsetería La Latina' lo primero que se cuenta es que está en el libro de los récord Guinnes, porque para esta casa se fabricó el sujetador más grande del mundo, que durante años estuvo expuesto en el escaparate.
Aunque ha pasado por baches importantes, sus puertas se mantienen abiertas gracias al esfuerzo de los antiguos propietarios y de Julio, otro comerciante de este barrio clásico de Madrid –La Latina es una de las puertas de El Rastro– que llegó a un acuerdo para mantener el lugar tal cual.
"Las tallas grandes y bonitas, además de complicadas para encontrar, son más caras también. Los fabricantes que las hacen no son chinos, sus talleres son tiendas artesanas y eso cuesta más caro. Mirad la hombrera o la copa de este sujetador, tiene que llevar refuerzo y bueno. El problema es tanto para hombres como para mujeres" explica el dueño, casi al tiempo que pasa la palabra a Cintia, la empleada que estaba atendiendo a una señora de dimensiones aceptables.
"Hay veces que ves entrar aquí a mujeres desesperadas –explica Cintia– da igual la edad. Y de pronto les sacas ropa interior mona, con la que muchísimas veces pueden demostrar que las curvas son dignas también y se van felices. Tenemos tallas para gente desde los 85 a los 200 kilos. Uno puede llevarse de aquí regalos para alegrar la vida al gordi de la familia. Se lo agradecerán siempre". Debe de ser cierto, porque a la joven que entra con su pareja –chica grande de altura y contorno– se le ilumina la cara cuando Cintia le dice que tiene braga y sujetador a juego para ella.
CORSETERÍA LA LATINA - Calle Toledo, 49. Madrid. Tel. 913 65 46 22.